Array Array - Atlas de geografía humana

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—¿Y has hecho fotos a modelos importantes?

—A muchas.

—¿ Españolas?

—Y extranjeras también.

Empezó a contar con los dedos mientras pronunciaba al menos una docena de nombres conocidísimos, toda una nómina de nuevas diosas, americanas sobre todo, pero también alguna alemana, alguna francesa, alguna italiana, antes de pasar a la selección nacional, donde me sorprendió una ausencia muy llamativa.

—¡Ah, no! —gesticulaba con vehemencia—. A ésa no, por supuesto, de ninguna manera. ¿Sabes lo que es esa tía? Una panadera, ni más ni menos. Es muy alta, eso sí, y puede que pese muy pocos kilos pero, desde luego, no lo parece. No tiene nada de clase, ni una pizca de esa elegancia natural que se supone que tienen que tener las modelos. Siempre he conseguido quitármela de encima. No le haría fotos por nada del mundo, excepto en bañador… Eso podría resultar, pero todo lo demás sería perder el tiempo.

—No te entiendo —me eché a reír—. Me estaba imaginando que te gustaban las mujeres como Ana…

—¿Qué Ana? —me miró con un interés repentino, el ceño fruncido, las cejas arqueadas, una expresión de asombro purísimo en todos sus rasgos.

—Anita —aclaré, con cierta sorna, y él se rió.

—¡Ah, Anita! —repitió—. Sí, sí, claro que me gusta. Mucho. Anita está buenísima.

—Pues es muy alta, y mucho más exuberante que la panadera.

—Ya, pero no es modelo.

—Claro, y yo no te entiendo —insistí—. Creí que no te gustaban las mujeres delgadas.

—A mí no. A mi cámara sí —hizo una pausa antes de explicarse, y luego escogió las palabras con cuidado—. No es lo mismo. ¿Tú te has fijado alguna vez en la forma de las perchas, o en los armazones de madera que usan los buenos sastres? Cuando yo fotografiaba moda, mi cliente era el modisto, no la modelo. Mi obligación era fotografiar la ropa, no el cuerpo que la sostenía. Y lo primero que se aprende al hacer moda es que los cuerpos siempre revelan los fallos, y las perchas los ocultan. Puede que alguna vez, en una tienda, hayas visto un vestido que parecía soso, y que después, puesto, te haya gustado mucho, pero seguro que lo contrario te ha pasado un millón de veces más. Por eso, yo escogía siempre a las modelos más parecidas a las perchas de los sastres, lisas, planas, con el mínimo volumen posible, y mientras trabajaba, les iba diciendo lo maravillosas que estaban, guapísimas, arrebatadoras, irresistibles, para que no se me vinieran abajo. Ellas se lo creen siempre.

—Pero tú no…

—No, yo no, porque aunque hubiera pagado por evitarlo, antes o después, me tocaba verlas desnudas.

—Ya —y sonreí, como un amable preámbulo de la ironía—. ¿Y son tan horribles ?

—Son Auschwitz —él no quiso seguirme, y se puso serio para contestar, como si le molestara la idea de que me estuviera tomando a broma sus palabras—. La mayoría tienen los muslos del tamaño de mis brazos. Supongo que hay gente a la que le gusta, pero yo jamás he tenido vocación

de torturador.

El eco de aquella palabra cortó el aire tan limpiamente como el filo de un hacha antes de clavarse en el centro de la mesa, imponiendo a ambos lados un silencio extraño. A veces, las sílabas se contagian de densidad, unas a otras, hasta que su conjunto adquiere un peso insoportable para quien las pronuncia, para quien las escucha, hasta que las conversaciones mueren de asfixia, aplastadas por la fuerza de una sola palabra como aquélla. Le miré con atención, los labios soldados, y presentí que no había calculado sus efectos antes de pronunciarla, Yo, que sólo intentaba regresar a una cena donde me había estado divirtiendo de verdad hasta hacía un momento, tampoco calculé bien los efectos de la frase que arriesgué para romper el silencio.

—O sea, que a mí no me harías fotos…

Había hablado en voz muy baja, casi un susurro, mirando al mantel, y él no me contestó al principio. Cuando levanté la cabeza, mis labios se curvaron automáticamente, dibujando una sonrisa que yo no era consciente de haber ordenado, como si hubieran podido intuir, ellos solos, que él también estaba sonriendo.

—Vestida no.

Mi sonrisa se abrió para dar paso a una risa tenue, discreta, casi íntima, que tradujo mi regocijo más de lo que hubiera convenido a los propósitos de la mujer irónica y segura de sí misma, en el más puro estilo Catwoman, que, por otro lado, en ese preciso instante había dejado de pretender ser.

—No estés tan seguro de tu instinto de fotógrafo —le advertí, de todas formas—. El cuerpo revelará los defectos de la ropa, pero a veces la ropa oculta los defectos del cuerpo.

—Mi instinto no falla nunca —contestó, risueño, antes de que su voz bajara de tono para hacerse repentinamente honda—. Y además… Vestida estás muy buena. Buenísima. Tienes un montón de margen.

Entonces capturé el brillo que esmaltaba sus ojos, me contemplé a una luz anaranjada y tibia, y rescaté a la vez frío y calor, cálculo y deseo, y el premio consistió en ganar quince años de un golpe, todos esos años que había perdido por las esquinas de mi vida volvieron a mí, y yo volví a tener diecinueve años, porque me puse tan nerviosa que dejé escapar una risita histérica al mismo tiempo que derribaba la copa del agua con un gesto incontrolado de la mano izquierda y mi servilleta caía al suelo, incapaz de mantenerse en equilibrio sobre un frenético juego de piernas.

—¿Compartirías conmigo un postre? —le pregunté al final.

—Y más cosas —me contestó.

Cuando el avión de Swissair aterrizó en Barajas cuatro días más tarde, cumpliendo escrupulosamente con el horario previsto, nada me hacía suponer que la mujer que salió del avión por la puerta trasera de los fumadores, se empotró en un autobús abarrotado, esperó pacientemente el penúltimo equipaje, y se encontró después con que nadie había venido a recogerla, fuera distinta de la que había completado todas las etapas de un proceso estrictamente inverso noventa y seis horas antes. Me sentía eufórica, desde luego, porque había ligado, y ligar es casi lo mejor que le puede pasar a una en la vida si luego todo lo demás sale bien, y en Lucerna había salido bien hasta lo más difícil, pero si hubiera podido contárselo todo a algún amigo íntimo, y él, o ella, me hubiera preguntado en aquel exacto momento si estaba colgada, yo habría contestado que no, y habría sido sincera.

Nacho Huertas, tan descarado, tan brusco, hasta tan borde a ratos, era un hombre dulce. No un tierno de manual, ni un progresista amariconado, ni un machista acomplejado, ni un seductor moderno, de esos que han aprendido a utilizar la blandura como un arma arrojadiza, sino un hombre dulce, capaz de envolverme entre sus brazos cuando me abrazaba, de transmitirme su sabor cuando me besaba, de respirar suavemente en mi oído hasta dejarme dormida, y capaz sobre todo de no obligarse a ser de esta manera, de no imponerse hacer todas estas cosas que parecen tan elementales y casi nunca resultan serlo, y que desde luego yo no me atrevía a sospechar siquiera del amante

furioso, feroz, que se había abalanzado sobre mí junto a la barra del único bar abierto; y me había mordido en los labios derribando con el codo izquierdo —esta vez él— los vasos vacíos que un camarero cansado de no hacer nada aún no se había acercado a retirar, antes de proponerse explorar mi cuerpo pequeño con sus manos grandes para sembrar un formidable estupor entre la concurrencia. Todos aquellos pulcros ciudadanos de la Confederación Helvética llegaron a ver seguramente la zona de refuerzo de mis medias, espuma negra en el borde de los muslos, y el color de mi sujetador blanco de encaje, mientras yo me desmayaba encima, debajo, entre esos dedos enormes que más parecían previstos para manejar una azada que para regular los sutilísimos mecanismos de las lentes de precisión. Luego se detuvo sin anunciarse, igual que había empezado, y no quiso mirarme, renunciando a registrar el acceso de calor que pintaba de rojo mis mejillas, mi cuello, mi frente, y me pregunté si estaría arrepentido de haber llegado tan lejos, tan pronto, o si habría sucumbido a un súbito ataque de la indeseable timidez que, pese a sus esfuerzos, cualquiera podía presentir más allá de un abrigo forrado de ingenio y frases hechas, pero me equivoqué, porque sólo estaba buscando dinero en sus bolsillos, y cuando lo encontró, lo dejó encima de la barra, y murmuró aquello.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Atlas de geografía humana»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Atlas de geografía humana»

Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x