Array Array - Atlas de geografía humana
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Atlas de geografía humana
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Ya no sé si en Lucerna mis plantas se elevaron sobre el suelo, aunque tengo que reconocer que mis ojos estaban más que entrenados para certificar ilusiones ópticas. Sin embargo, cuando llegué al hotel, preocupada por Clara, harta de arrastrar la maleta por las calles en busca de un par de oficinas de información turística que resultaron estar situadas, respectivamente, en cada una de las puntas de Zurich, reventada tras el viaje en tren que había sucedido a aquella excursión después de tres cuartos de hora de espera en una estación tan limpia como la cocina de mi suegra —cuya sola visión basta para sacarme de quicio—, y horrorizada por el precio de los taxis, lo único que me apetecía era llenar la bañera de agua caliente, desnudarme y sumergirme dentro hasta la nariz, y no presté mucha atención a la nota que me esperaba en el casillero de la habitación. El fotógrafo, que debía de haber llegado el día anterior desde Zermatt, quería hablar conmigo, pero cuando abrí la puerta del cuarto de baño, ya se me había olvidado. Durante un cuarto de hora experimenté una transformación sólo comparable a la del Increíble Hulk cuando esa formidable masa muscular de tono verdoso que lleva consigo a todas partes como un secreto e inescrutable estigma, empieza a crecer y crecer hasta desgarrar del todo sus modestas ropas de soltero apocado. No me conformé con menos para maldecir a conciencia, y con sagrada ira, a los guarros de los centroeuropeos, que desde el fundador del Sacro Imperio Romano Germánico en adelante han prescindido, generación tras generación, de un recinto tan imprescindible como una bañera, para acabar sustituyéndolo por un miserable cuadrado de baldosines semihundidos dotado de una raquítica ducha portátil. Mientras tanto, se me olvidó también mi nombre, el de mis hijos, mi dirección, y cualquier otro dato inolvidable, y cuando sonó el teléfono seguía rumiando para mis adentros que sí, sí, mucho abrillantar los baldosines de las estaciones y luego habrá que ver a qué huele el uniforme de las limpiadoras.
— Alio! —dije, con mi mejor acento alemán.
—¿Rosa? —la matizada aspereza de la primera erre delató sin remedio a un interlocutor compatriota. Era él, pero yo no sentí nada especial.
Sin embargo, cuando nos encontramos en el hall, una hora más tarde, lo reconocí enseguida, porque se ajustaba fielmente a la descripción de Ana, alto, rubio, canoso, con las espaldas muy anchas y mucho peligro, esa clase de tíos que antes de darte la mano ya se las han arreglado para mirarte de través, de arriba abajo, y serían capaces de adivinar tu talla con un riesgo de error mínimo, pero que lo hacen bien, sin resultar agresivos, sin molestar, como si obedecieran mansamente a su naturaleza y su naturaleza consistiera precisamente en eso, en mirar a las mujeres de través sin decir nada más y esperar a que caigan en la trampa de una seducción que jamás lo
parece. Mientras me decía que estaba muy contento de que hubiéramos coincidido porque el centro histórico de Lucerna era mucho más grande e interesante de lo que él había imaginado, y no sabía exactamente a qué zonas, a qué estilo, a qué clase de edificios convendrá prestar más atención, yo me iba preguntando si me encontraba en forma y a cada minuto me sentía más inclinada a contestarme que sí, aunque ni siquiera se me pasó por la cabeza que esa intrascendente, ligera tentación de coqueteo, pudiera acarrear alguna consecuencia.
—Anita no me ha dicho nada en concreto —empezó, y yo sonreí para mis adentros al apreciar el diminutivo que identificaba a una mujer que media más de un metro setenta y acababa de cumplir los treinta y cinco. Nunca he sabido por qué a los hombres ligones les gustan tanto los diminutivos—. pero Zermatt era fácil. Allí, montañas y la estación de esquí, no hay más, pero aquí no sé muy bien por dónde empezar. Podemos ir ahora a dar una vuelta, si quieres —sugirió al final.
—Después de cenar —le advertí—. No he tenido tiempo para comer, y estoy hambrienta.
—Me hace mucha gracia la manera que tenéis las mujeres de anunciar que tenéis hambre.
—¿Sí? —naturalmente, empujó la puerta para que yo saliera del hotel delante de él—. ¿Y por qué?
—No sé, pero siempre me suena un poco a juego, como a… —no se atrevió a terminar la frase, y a cambio, me sonrió—. En fin. nunca me lo acabo de creer del todo.
—¿Y cuando un hombre dice que tiene hambre?
—Entonces sí me lo creo, y ya sé que habrá que esperar al postre para seguir hablando, o bromeando, o discutiendo cualquier cosa. Los hombres hambrientos sólo piensan en comer, las mujeres hambrientas pueden pensar o hablar al mismo tiempo de otras cosas. Eso es lo que me hace gracia. Y además… —hizo una pausa para que yo adivinara, sílaba por sílaba, lo que iba a decir— las mujeres siempre me parecen más interesantes en general, porque los hombres no me gustan.
Yo me di por enterada, pero él aclaró inmediatamente después que las mujeres le gustaban mucho, como si no quisiera dejar un solo cabo suelto. Mientras buscaba algún comentario ingenioso que me permitiera indicarle con sutileza que no soy tonta, se detuvo ante una brasserie con muy buena pinta. Miró la carta con aires de experto y yo le dije que sí a todo, porque aparte del agujero que se iba agrandando en mi estómago por segundos, en aquella esquina hacía un frío del carajo, estábamos a tres de diciembre.
Nos sentaron en una mesa apartada, pequeña y llena de cosas, una vela roja, encendida, un florero con una rosa, bajoplatos metálicos redondos, enormes, y unas servilletas dobladas de una manera complicadísima, que parecían coliflores, todo muy romántico, y a pesar de que mi apetito era tan genuino como el de cualquier hombre hambriento, me asaltó el presentimiento de que el destino había empezado ya a marcar las cartas.
—¿Te gusta el camembert frito? —le pregunté, y él asintió con la cabeza—. Podemos compartir uno, de primero.
—Claro, pero,., ¿tú no estabas muerta de hambre? Cómetelo tú sola.
—No, ya me gustaría, pero no puedo —ahuequé un poco la voz, adoptando un acento casi cómico antes de explicarme, porque en el fondo me da un poco de vergüenza decir siempre lo mismo—. Engorda mucho.
Se echó a reír.
—Pero tú no estás gorda.
—No creas… Lo que pasa es que no lo aparento, porque tengo cara de niña, y soy menuda, y tampoco demasiado alta, ¿no?, y además tengo el hueso estrecho, y por eso no engordo en redondo, sino en cuadrado… ¿entiendes? —negó con la cabeza, sonreía—. No me extraña, da lo mismo, el caso es que no quiero comerme un camembert entero yo sola.
—Las mujeres os ponéis demasiado pesadas con la historia de los regímenes, en serio — prosiguió, cuando el camarero había terminado ya de servir el vino y parecía que habíamos zanjado la cuestión—. A mí no me gustan las mujeres muy delgadas, ¿sabes?, y he conocido a muchas, muchísimas, delgadísimas. He sido fotógrafo de moda durante más de quince años, he cubierto
centenares de desfiles, he hecho miles de reportajes, portadas, catálogos…, hasta que la propia moda me echó. Llegó un momento en que creí que me iba a volver loco. Toda esa gente hablando de las tendencias de la manga larga, como si las mangas estuvieran vivas, como si fueran algo importante, como si se fuera a hundir el mundo porque Chanel hubiera decidido acortar los puños, siempre histéricos, siempre corriendo, siempre deprisa, no sé… Por supuesto, soy una persona frívola, pero no tanto, y parece que no, pero la tontería acaba contagiándose, así que un buen día decidí cerrar el estudio y no volver a hacer un retrato jamás en la vida. Ahora fotografío paisajes, ciudades, edificios, y a la gente que vive en ellos, personas corrientes, que no cobran por salir en los papeles. Gano menos dinero, pero me lo paso mejor, y ha dejado de dolerme el estómago.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Atlas de geografía humana»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.