Array Array - Atlas de geografía humana
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Atlas de geografía humana
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—Ya está bien, Ana —añadió después de un rato, y mientras tanto, su tono, que ya era duro, se endureció un poco más—, si me has llamado cabrón, me imagino que te lo habré parecido, y me gustaría saber por qué.
—Es que… Bueno, yo… Yo creía que ibas a venir a la fiesta solo.
— ¿Y…?
—Pues eso, que cuando he visto que no… Si llego a saber que ibas a venir con tu mujer, me hubiera quedado en casa, ¿entiendes?
—No, no lo entiendo.
—Bueno, pues, aunque no lo entiendas… Eso es lo que me ha pasado. Yo… Como no hablamos después de aquel fin de semana… Yo no sabía si tenías ganas de volver a verme, no podía saberlo y había pensado que… Si te hubiera apetecido, habrías venido solo…
Entonces fue él quien se calló, y durante un rato sólo escuché el eco de las monedas que iba introduciendo por la ranura, y algún ladrido.
—Podrías haberme llamado —añadí, cuando empecé a ser yo la que no soportaba más el silencio—, para avisarme…
—¿De que iba a ir a la fiesta con Adelaida? —preguntó, de una manera casi risueña, y entonces sospeché que mis explicaciones no sólo le habían parecido verosímiles, sino que además le habían gustado, y crucé los dedos para tener razón—. ¿Pero cómo iba a hacer yo una cosa así? ¿No lo entiendes? Es ridículo. Llamarte a ti, que trabajas allí, para decirte que no fueras a la fiesta de tu
propia editorial porque yo, que os estoy haciendo un libro por casualidad, tenía que llevar a mi mujer…
—Muy bien, pero yo me he sentido fatal —insistí—. No me gusta tener que ser simpática con las mujeres de los hombres con los que me… —acuesto, iba a decir, pero no me atreví a usar el presente—. Bueno, de todos modos, podrías haberla convencido de que se quedara en casa…
—¿A Adelaida? —dejó escapar una breve carcajada para respaldar a destiempo la amable tesis que Rosa había formulado muchas horas antes—. ¡Tú no conoces a Adelaida!
—Sí que la conozco —le recordé—. Por eso me he sentido tan mal.
—Pues lo siento —y su voz volvió a ser irresistible—. A mí me ha gustado mucho verte, de todas formas…
—Me alegro —le concedí—. Yo tenía muchas ganas de verte a ti.
—¿Y las sigues teniendo? —entonces sonó un pitido.
—Sí —contesté a toda prisa.
—No tengo más dinero, mañana te…
Un pitido largo ocupó el lugar del único verbo importante de aquella conversación, precediendo a una breve serie de pitidos intermitentes tras los que llegó el silencio. Colgué el auricular con una pereza infinita, me estiré sobre la cama y cerré los ojos. Habría dado cualquier cosa por desenchufar mi conciencia, por dimitir de la capacidad de sentir, por convocar un mecanismo de inexistencia más profundo que el sueño. Estaba muy cansada, y sin embargo, reaccioné con la instintiva rapidez de un animal acorralado cuando escuché unos golpecitos en la puerta.
Pensaba decirle que se quedara a dormir en el cuarto de Amanda, o en el sofá del salón, o donde le diera la gana, con tal de que me dejara en paz, pero él mismo desbarató mis mejores intenciones.
—No pensarás que va a dejar a su mujer, ¿verdad? —me preguntó, cuando me tuvo delante—. Ya sabes que nunca lo hacen…
—Félix, hazme un favor… —le pedí a cambio—. Vete a tomar por el culo. Y lejos de aquí.
Cerré de un portazo y me quedé de pie, al lado de la puerta, hasta que escuché su propio portazo. Salí al pasillo para comprobar que efectivamente se había marchado y mi cuerpo se aflojó de repente, como si pretendiera abandonarme a mi suerte en la mitad del pasillo, pero le impuse aún la agónica misión de sostenerme mientras me limpiaba la cara, y no me traicionó. Después, caer en la cama y quedarme dormida fueron una sola cosa. Tenía sueño de sobra para dormir un mes entero, pero un timbre insistente y misterioso, lejano, me despertó cuando en mi despertador faltaban aún cinco minutos para que fueran las ocho de la mañana. Oprimí el botón de la alarma a pesar de que no estaba sonando y me di la vuelta en la cama para volver a dormirme, pero el ruido no cesó. A las ocho y dos minutos me enfundé en mi bata de pagodas y doncellas chinas porque había comprendido por fin que alguien estaba llamando a la puerta. Como sea un mensajero me va a oír, me prometí a mí misma mientras me arrastraba por el pasillo, y si es el hijo de puta de Félix, con desconectar el timbre… Pero al otro lado de la mirilla estaba él, con el desvalido aspecto de quien ha estado tiritando hasta hace un instante y una bolsa de plástico en la mano.
—Hola —dijo, sin atreverse a entrar—. Siento mucho haberte despertado, pero es que he estado casi una hora esperando en el portal, ¿sabes?, rodeado de una manada de borrachos terminales, y al salir de casa no me había dado cuenta de que hiciera tanto frío… Tienes un portero muy madrugador, pero me ha mirado raro al entrar, claro, como es sábado, y a estas horas… Por eso he llamado al timbre, porque si no, me iba a mandar a la policía… ¡Ah! —entonces levantó la bolsa en el aire—. He comprado churros, por si te apetece desayunar y porque cuando han abierto la churrería, hace un cuarto de hora, he pensado que allí, por lo menos, se estaría bien… Están todavía calientes pero, antes de nada, me gustaría saber cómo tengo que tratarte para que no te enfades conmigo.
Alargué mi mano izquierda para coger su mano libre, que estaba helada, y tiré de él hacia dentro. Los churros se cayeron al suelo cuando me abrazó, y no hicieron ruido. Tampoco hizo ruido lo que hasta entonces había sido mi vida, pero se cayó al suelo, igual que ellos.
Se lo había dicho algunas veces, antes de que emprendiéramos aquel breve viaje que resultaría capaz de estirarse en mi conciencia hasta ocupar holgadamente el espacio de años enteros, condensados por la intensidad de la que carecían todos los años que había vivido sin él, y se lo dije también aquella noche, un instante después de apagar la luz para convocar en vano al sueño que jugaría conmigo hasta el amanecer, yo haría cualquier cosa por ti, se lo había dicho ya algunas veces, antes de entonces, pero sólo en las horas larguísimas de aquel insomnio raro y sereno, raramente apacible y gozoso, entendí del todo lo que había querido decirle con esas palabras vulgares, tan parecidas a las que componen cualquier frase hecha, desprovista de valor, yo haría cualquier cosa por ti, le había dicho, y mientras acechaba discretamente su respiración en aquella cama de hotel para intentar averiguar si estaba dormido o velaba como yo, mientras intentaba distinguir los volúmenes de su cuerpo en una penumbra pura y compacta, fronteriza con la oscuridad, me di cuenta de que le había dicho la verdad, de que era cierto que yo haría cualquier cosa por él, y comprendí de repente la esclavitud de todos los adictos, el alcohólico culto y bien educado que sabe de antemano que la copa que se está llevando a la boca va a pulverizar para siempre su vida en un millón de diminutos pedazos, y bebe, el yonqui sucio y miserable que tiene experiencia de sobra para sospechar que la vieja a la que sigue por la calle desde hace media hora no llevará mucho dinero en el bolso y que lo más fácil es que, si se decide a atracarla, acabe pasando el mono en un calabozo, y roba, la madre de familia que adora a su marido y a sus hijos, y ya ha pensado en lo que pondrá para comer, para cenar, y aterra la bolsa de la compra con dedos desesperados cuando pasa delante de un bar, y mira a la máquina de todas las mañanas como si fuera un enemigo despiadado capaz de estremecerse de placer en su propia ruina, y se repite que no lo hará, no lo hará, no lo hará, pero mientras se escucha a sí misma, empuja la puerta de cristal, y juega, comprendí de repente su temblor, su ceguera, la cifra de su absoluta dependencia, porque yo le había dicho que haría cualquier cosa por él y era cierto, y eso me había obligado a sentir en un grado superior del que yo había conocido nunca, a pronunciar palabras cuyo significado jamás hubiera creído que existiera, y no sólo habría dado mi vida por él, un sacrificio que de repente me parecía vulgar, sencillo, porque también habría sido capaz de dar mi vida por otra gente, por mi hija, por mi hermano Antonio, por una causa justa, sino que por él habría ido mucho más allá, mucho más lejos de la raya que jamás habría llegado a atravesar por nadie, por él habría convertido mi propia vida en un infierno, y habría pedido limosna en la puerta de una iglesia, habría hecho la calle mientras mis piernas me hubieran sostenido, lo habría perdido todo, y habría mentido, y habría estafado, y habría engañado, y habría robado, y habría matado, sólo por él, si él me lo pidiera. Comprendí de repente la esclavitud de los adictos, la cifra de su absoluta dependencia, y lo susurré una vez más, para escucharlo a solas, yo haría cualquier cosa por ti, y empecé a llorar muy despacio, un llanto manso y tranquilo, lloraba aunque no estuviera triste, aunque no me hubiera ocurrido nada malo, aunque no sintiera ningún dolor, lloraba porque estaba viva, porque tenía ganas de llorar, pero eso él no podía saberlo. Por eso, y porque estaba tan despierto como yo, se dio media vuelta en la cama, se pegó a mi espalda, me rodeó con sus brazos y me habló al oído.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Atlas de geografía humana»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.