Array Array - Atlas de geografía humana

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Mientras entraba en el ascensor, por fin a salvo, me felicité por vivir en un edificio lo suficientemente antiguo como para que en aquella cabina de madera y cristal no hubiera ningún espejo. No tenía ningún deseo de contemplar mi propio rostro pero, a cambio, y ésa era la contrapartida inevitable, el motor que me conducía a casa funcionaba tan despacio que me sobró tiempo para sentarme en el banco tapizado de terciopelo y recordar a la radiante mujer que había permanecido de pie al recorrer exactamente la misma distancia en sentido inverso, esperándolo todo de una noche que había resultado tan decepcionantemente rácana. Porque volvía sola a casa y me sentía igual que si se hubiera hundido el mundo, y en aquel momento me daba lo mismo que Javier hubiera acabado reaccionando a mi favor, aunque aún no podía imaginar siquiera cuan desesperadamente me aferraría a esos pocos indicios de un futuro todavía posible sólo un par de minutos después.

—¡Hola!

No había llegado a poner aún los dos pies en el recibidor cuando aquella voz descargó sobre mis maltrechos hombros la bienvenida más indeseable.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, repentinamente sobria y hastiada de mi suerte, sin atreverme a entrar en mi propia casa.

—¿Por qué has quitado el retrato de esa pared? —preguntó él a su vez, asomándose por la puerta del salón—. Quedaba de puta madre…

—¿Qué haces aquí, Félix? —insistí—. ¿Cómo has entrado?

—Con las llaves de Amanda —y se las sacó del bolsillo de los vaqueros para enseñármelas—. Oye… ¡qué guapa y qué elegante estás! ¿De dónde vienes?

—¿Amanda ha venido contigo?

—No.

—Pues ya te estás largando.

Colgué el abrigo en el perchero, enganché la correa del bolso encima y, con unos reflejos admirables en mi estado, atravesé la puerta del salón sin rozarle siquiera.

—¡ Joder! Vaya manera de recibir a los invitados…

Giré sobre mis talones en el centro de la alfombra y me volví para mirarle. Seguía apoyado en el quicio de la puerta, pero ahora hacia dentro, con una expresión burlona que me advirtió de que no tenía ninguna intención de tomarme en serio.

—Tú no eres ningún invitado, Félix —le dije, hablando muy despacio, como si pudiera imponerme a mí misma una calma que no tenía—. Yo no te he pedido que vinieras, ni siquiera sabía que estuvieras en Madrid. No tengo ganas de verte, no tengo ganas de hablar contigo, ni con nadie… He tenido un mal día y quiero estar sola. Así que lárgate.

—¿A estas horas? —preguntó, con una risita.

—Sí, a estas horas. Son sólo las doce y media, aquí no es tan tarde, ya lo sabes, tú naciste en esta ciudad, ¿te acuerdas? Y tienes un montón de familia aquí. Si no te apetece ir a dormir a casa de tu madre, vete a un hotel o a un banco del Retiro, pero déjame en paz.

Entonces se puso serio, como si por fin, aun en contra de su voluntad, sus oídos hubieran logrado procesar correctamente el sentido de las palabras que yo pronunciaba. Sostuve su mirada con dureza pero, en el silencio inmóvil de aquel desafío, mis ojos no quisieron volcarse en él, como si la imagen de Javier estuviera impresa ya para siempre en el fondo de mis retinas, dispuesta a imponer su abrumadora ventaja frente a la figura de cualquier otro hombre a quien yo pudiera mirar durante el resto de mi vida. Al amparo de aquella luz firme y rotunda, lo encontré mucho más viejo de lo que recordaba, tal vez porque iba vestido igual que cuando dejamos de vivir juntos, unos vaqueros blanquecinos de puro lavados, una camisa del mismo tejido y casi igual de desgastada, y un pañuelito rojo, de algodón hindú, alrededor del cuello, del que me habría reído con ganas si hubiera tenido ganas de reírme. Aquel detalle me alertó de sus intenciones casi tanto como su imprevista aparición, porque en los últimos tiempos solía quedarse en mi casa cada vez que venía a Madrid, pero nunca antes se había atrevido a presentarse solo, sin el escudo protector de Amanda, y siempre había llamado antes para anunciar su visita. Mientras le veía avanzar con pasos cansados hasta el sillón donde se desplomó, me dije que no podía haber elegido un momento peor para intentar seducirme de nuevo, y aquella idea, el primer pensamiento optimista que lograba convocar en muchas horas, me dio fuerzas para aguantar lo que se me venía encima.

—¿Dónde está el cuadro? —me preguntó, y comprendí que había convertido la desaparición del retrato en la única clave eficaz para descifrar mi actitud.

—En tu galería —me apoyé en la pared y crucé los brazos—. Lo he dejado allí en depósito. Si no quieres llevártelo a París, puede quedarse allí una temporada, por lo visto les sobra sitio. Si prefieres venderlo, Arturo cree que encontraría un comprador.

—Pero, ¿qué pasa?

—Pasa que no me gusta, que nunca me ha gustado. Mientras Amanda era pequeña no me atreví a quitarlo porque tú eres su padre, y me parecía justo que viviera entre recuerdos tuyos. Pero ahora ella vive la mayor parte del año contigo, y ésta es mi casa, y aquí vivo yo, y vivo sola, para que te enteres. No tienes ningún derecho a aparecer cuando te apetezca.

—Bueno, también es la casa de mi hija, ¿no? —protestó—. Puedo dormir en su cuarto, supongo…

—No.

—¿Por qué? No te voy a molestar, no voy…

En ese momento sonó el teléfono. Félix tuvo la extraña intuición de callarse al escuchar el primer

timbrazo, para que los sucesivos, y el eco mecánico del contestador que se ponía en marcha, resonaran entre las paredes del salón como el estallido de una alarma.

—¿Ana? —reconocí aquella voz y cerré los ojos—. Soy Javier. Supongo que estás despierta, son sólo… la una menos veinte. Has tenido tiempo de sobra para volver a casa, porque te has marchado de la fiesta antes que yo, te he visto salir. Coge el teléfono, por favor… Necesito hablar contigo.

—¡Oh! —la exclamación de Félix me obligó a mirarle—. Ya comprendo…

—Ana… —Javier insistía en un tono que permitía suponer que estaba seguro de que yo le escuchaba aunque no quisiera contestarle—. Por favor, coge el teléfono… He tenido que sacar al perro para poder llamarte a estas horas, mi mujer no se lo podía creer, lo tengo aquí al lado, me está destrozando la mano porque quiere irse, y ya me ha meado en la pierna izquierda, si quieres te lo pongo al teléfono para que lo oigas ladrar…

Entre el primer y el segundo ladrido me di cuenta de que estaba sonriendo sin querer. Luego me tiré al teléfono con el mismo gesto que un náufrago lento de reflejos habría ensayado para agarrar un salvavidas, y en ese momento me olvidé de todo.

—¡Javier! —chillé casi, y no le di tiempo a añadir nada más.

—Espera un momento… Voy a coger el teléfono del dormitorio.

Pasé al lado de Félix sin mirarle y corrí por el pasillo hasta mi cuarto. Cerré la puerta con cerrojo, me lancé en la cama y descolgué.

—¿Javier?

—Sí.

—Es que hay gente en el salón, ¿sabes? Ha venido… —en ese momento frené en seco—. Una hermana mía, porque… —algún dios misericordioso me inspiró una buena excusa—. Ha perdido las llaves de su casa, y como yo tengo otro juego…

—¿Qué ha pasado, Ana? —él esperaba una respuesta inmediata, pero yo no fui capaz de dársela—. ¿Por qué me has insultado? ¿Qué he hecho yo?

No podía decirle la verdad, no podía decirle que me había comprado un vestido nuevo, y había ido a la peluquería, y me había pintado con mucho cuidado, para encontrármelo, y llevármelo a un rincón, y besarle, y traerle luego a casa, y meterme en la cama con él, y follármelo con una ansiedad que no había conocido nunca antes de conocerle, y que él, a cambio, me había traicionado, me había decepcionado, me había hundido. No podía decirle eso, pero él insistía en escuchar algo de todas formas.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Atlas de geografía humana»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Atlas de geografía humana»

Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x