Array Array - Atlas de geografía humana

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Bajé la vista hacia mis manos y las encontré exactamente donde él me había advertido.

—Lo siento —dije, escondiéndolas debajo de mis muslos—, no me había dado cuenta —

sonreí—. Sigue, por favor.

Todavía no podía intuir adonde quería ir a parar, me faltaban todavía demasiados datos, pero por debajo de un deseo que empezaba a amenazarme con reventar de pura necesidad, tan imprescindible me parecía ya que él se decidiera a levantarse del sofá de una vez y empezara a desabrocharme la blusa muy despacio, mirándome a los ojos para obligarme a mantenerlos abiertos, fijos en los suyos, ausentes de sus manos, crecía ya una urgencia de saber que no era menos necesaria, una curiosidad parecida al hambre y a la sed. a la solución de esos misterios por los que la gente llega a dar la vida, y fue ese presentimiento, la inquietante sospecha de que yo había apostado mi vida en aquel juego sin enterarme, lo único que me consintió quedarme sentada, quieta, atenta a sus palabras, imponiéndome a una excitación tan consciente de su ferocidad que no cedió ni un milímetro de terreno mientras la gobernaba con una autoridad que desconocía en mí misma, aunque siguiera allí, oculta, agazapada, latiendo sordamente durante toda la noche, combatiendo incluso con un sorprendente coraje algunas emociones mucho más fuertes que aquélla. Pero eso tampoco lo sabía aún cuando Martín siguió hablando.

—Con Machús nunca llegué a estar liado de verdad. La veía de vez en cuando y sólo con una cama por medio. Ella, naturalmente, no estaba interesada en un tipo como yo para marido, y a mí me interesaba todavía menos una tía como ella para novia, porque a ésta sí que me habría dado vergüenza enseñarla por ahí. Pero a pesar de que todo parecía muy claro, muy limpio, muy inofensivo, mi conciencia se resintió casi más de mi rollo con Machús que de mi historia con Lucía, y no sólo porque ella fuera el enemigo, que lo era, sino porque además, Lucía y yo éramos novios, teníamos una relación de verdad, lo nuestro era un noviazgo auténtico, aunque se estuviera viniendo abajo, aunque yo no le dijera toda la verdad, aunque me estuviera aprovechando de ella. Al principio había sido al revés, y yo la quería, la había querido mucho y seguía teniéndole mucho cariño, era todo distinto… Pero mi rollo con Machús era frío, calculado, definitivamente burgués en el peor sentido que tenía esta palabra entonces. Me sentía fatal, despreciable, traidor, igual que si alguien me estuviera arrastrando por el barro de los pelos… Y ella era tremenda, pero tremenda, no te lo puedes ni imaginar. Infinitamente sucia, demasiado hasta para mí. Porque yo no la conocía apenas, no me interesaba conocerla, no teníamos nada en común, pero me daba cuenta de que no sufría, a ella le parecía todo estupendo, no echaba nada de menos, y seguía esperando a que apareciera un chico que la conviniera para casarse, y seguía pidiéndome que la respetara, y para no perderse nada, me sugirió que la diera por el culo y yo acepté, claro, y lo aguantó todo sin quejarse, estaba encantada de seguir siendo virgen y follar a la vez, hacía bromas sobre su futuro marido, pobrecito, decía, y planeaba nuestro futuro de adúlteros eternos, y yo me sentía como una mierda, te lo juro, parece una tontería, pero era así, qué quieres que te diga, y sabía que el noventa por ciento de los hombres de cualquier edad habrían dado cualquier cosa por un rollo como éste, que estaba en una situación teóricamente privilegiada, pero una cosa es la teoría y otra la práctica, y si es difícil llevar una doble vida, imagínate lo que significa llevar una vida triple, y yo tenía veinte años, y era un hipócrita y un hijo de puta y un impostor, pero tenía una ideología, y un concepto del mundo, y de la gente, que eran verdad, que tenían que ser verdad porque eran lo único que podía salvarme… Por eso, Machús acentuó el proceso en el que Lucía me había metido, y en tercero me volqué en la política con todas mis fuerzas, empecé a tener ambiciones concretas, a escalar puestos en el partido, porque eso era lo único que me hacía sentir bien, era lo único que podía hacer por mí mismo y por los demás al mismo tiempo, y cuarto fue mi gran año, trabajaba muchísimo, me tiraba horas y horas reunido, me apuntaba a los mítines más tirados, esos sitios adonde nadie quería ir, pueblos perdidos de la sierra pobre, fábricas donde ni siquiera existía una mínima organización sindical, allí iba yo, y la gente se admiraba de mi valor, de mi audacia y de mi fe, que era la fe de los desesperados, y por eso aquello se me daba tan bien, lograba conversiones en masa, igual que san Pablo, y empecé a tener partidarios acérrimos, estudiantes de primero y de segundo que me escuchaban como si fuera Dios, con el mismo fervor, con la misma disposición incondicional, con el mismo amor…

—Como te escuché yo, aquella vez…

—Como me escuchaste tú. Y yo me dejaba querer por ellos, porque no tenía motivos para quererme a mí mismo, y les daba mi bendición en la barra de cualquier bar, al despedirme, justo antes de irme a follar con un arquetipo del proletariado prostituido por la burguesía, que era yo mismo, o directamente con el enemigo, lo cual era incluso peor… Me sentía muy mal, pero no podía resistirme a la tentación, y ellas tampoco me dejaban, y sin embargo, por lo menos un millón de veces me miré los pies y me dije que hasta aquí, ni un paso más, y decidí terminar con todo, acabar de una vez, empezar desde el principio, borrón y cuenta nueva, pero ya te puedes imaginar lo que tenía delante… Un montón de tías ideológicamente admirables que esperaban encontrar un compañero para lo bueno y para lo malo, para la lucha y la intimidad, para avanzar codo con codo hacia un mundo mejor… Y yo lo intentaba, te lo juro, lo intenté por lo menos un millón de veces, en serio, igual que había intentado amar a Cristo, me soltaba un discurso a mí mismo todas las mañanas, abominaba de mis debilidades burguesas, de mi mentalidad reaccionaria, de mi sexualidad deformada, lo intentaba, y me juraba que cada día sería el último, pero no había manera. A lo mejor no tuve suerte con el lote, que también puede ser, pero aquellas chicas parecían todas iguales, fabricadas con el mismo molde… Naturalmente a ellas no las podía desnudar, no se dejaban. Se quedaban en pelotas en un momento, con la misma naturalidad que si estuvieran solas y a punto de meterse en la ducha, y todas eran jóvenes, y muchas guapas, y algunas muy guapas, pero no solían llevar sujetador, y cuando lo llevaban era liso y de color carne, y usaban bragas de niña pequeña, con muchos pelos a los lados, y tampoco solían depilarse las piernas, y si se las depilaban no usaban medias, sino leotardos de lana o calcetines largos hasta la rodilla, y no llevaban zapatos de tacón ni para ir a una boda, y todas se afeitaban las axilas con una maquinilla y se ponían encima desodorante Williams, que era el mismo que usaba yo… Y yo me las follaba, y me gustaba, no te digo que no, pero hacían exactamente lo contrario que Machús, es decir, se la dejaban meter y punto, y cuando intentaba cualquier otra cosa me preguntaban que si me había vuelto loco y que qué cono me había creído, y se asustaban, pero su miedo era de una clase que no me gustaba nada, en cambio… Y sin embargo, ellas eran mi futuro. Porque antes de acabar cuarto tuve que dejar a Lucía porque no quena casarme con ella, y al principio de las vacaciones, Machús, a pesar de lo planificado que tenía el adulterio, me notificó que ya no podía seguir acostándose conmigo porque se había echado un novio para casarse, y yo no podía dar ni un solo paso atrás, tenía que avanzar como fuera, y me resigné a renunciar a mis pocos placeres oscuros y verdaderos, porque tú, que eras mi última esperanza, desapareciste también, sin haber llegado antes a aparecer del todo. En el último curso de la carrera te vi sólo una vez, en el vestíbulo de la facultad. Estabas de pie, como esperando a alguien, y yo ya estaba saliendo por la puerta cuando me di cuenta, y luego no me atreví a volver a entrar para darte conversación. A aquellas alturas, Teo ya no quería ni oír hablar de ti, y yo echaba mucho de menos sus confidencias, la verdad, porque antes, cuando me mantenía al corriente de su vida sexual, llegué a pensar que, a lo mejor, no todo estaba perdido, porque me enteré de cosas que no pegaban nada con lo que tú decías, con lo que tú hacías, con lo que tú aparentabas.

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