Adriana Trigiani - Valentine, Valentine

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Valentine, la segunda de las tres hermanas de una familia de origen italiano afincada en Nueva York, nunca ha sido considerada ni la más guapa, ni tampoco la más lista. Ella es, simplemente, lagraciosa. A sus treinta y tres años todos la presionan para que se case y funde una familia tradicional, pero Valentine se siente realizada con su vida, en la que la pasión que comparte con su fascinante abuela por la confección de zapatos de novia ocupa el primer lugar.

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– ¿Está buena? -pregunta.

Asiento enfáticamente, porque sí que lo está.

– ¿Por qué has venido a Capri? -me pregunta.

– Se suponía que serían unas vacaciones, pero mi novio tuvo problemas en el trabajo y en el último minuto canceló el viaje.

– ¿Canceló?

– Sí.

– Cuando llegues a casa romperás con él, ¿verdad?

– ¡Costanzo!

– Bueno, le gusta más su trabajo que tú.

– No es así.

– Yo creo que sí.

– ¿Sabes?, en realidad estoy contenta de que no haya podido venir, porque si estuviera aquí, no podría pasar este tiempo contigo.

Sonríe y dice:

– Soy muy viejo para ti -dice riendo.

– Eso parece ser común en la mayoría de los hombres que he conocido en Italia.

– Pero si yo fuera joven… -dice, y abanica la mano.

– Sí, sí, sí, Costanzo.

Nos reímos con fuerza. Me siento en verdad feliz por primera vez en días.

Los italianos ponen primero a las mujeres. Las prioridades de Roman son más estadounidenses que italianas, él antepone su restaurante. En justicia, no puedo decir que tenga mis prioridades ordenadas o que controle el arte de vivir. Vivo para mi trabajo, no trabajo para vivir. Roman y yo perdimos nuestra naturaleza italiana. Somos los típicos estadounidenses que van más allá de sus capacidades y que trabajan demasiado con la peor estrechez de miras. Malgastamos el presente por un futuro perfecto que creemos que nos está esperando para cuando lleguemos a él. Pero ¿cómo llegaremos a él si no construimos la conexión ahora?

La forma en que vivimos en la ciudad de Nueva York de pronto me parece ridícula. He hipotecado mi felicidad por un tiempo que quizá nunca llegue. Pienso en mi hermano y el edificio, los escaparates de Bergdorf y los inversores de Bret. Amo hacer zapatos, ¿por qué tiene que ser tan complicado? Costanzo va al trabajo, hace zapatos y vuelve a casa. Hay un ritmo en su vida que le da sentido. La pequeña tienda sostiene estupendamente a Costanzo y a su hijo. Bebo el vino, es rico e intenso, como cada color, estado de ánimo y sentimiento en esta isla.

Costanzo me ofrece un cigarrillo que rechazo. Él enciende uno y saca bocanadas de humo.

– ¿Qué hacéis durante el invierno, cuando se van los turistas? -le pregunto.

– Corto el cuero, hago las suelas. Descanso. Lleno las horas -dice. Costanzo mira a lo lejos-. Lleno los días y espero.

– ¿A que los turistas vuelvan? -le pregunto.

No responde. El aspecto de su cara me dice que no me entrometa. Apaga el cigarrillo y dice:

– Ahora vamos a trabajar.

Sigo a Costanzo de vuelta a la tienda. Toma asiento detrás del banco de trabajo y yo me siento detrás de mi mesa. Costanzo levanta un nuevo patrón de la bandeja y lo estudia. Cojo il trincetto y una suela de la pila que me ha dejado Antonio. Sigo el patrón y pelo el borde exterior de la suela como si fuera una manzana, del mismo modo que vi a Costanzo hacerlo el primer día. Mira por encima de mí con aprobación y sonríe.

– Ve a por tu libreta de dibujo -me ordena Costanzo cuando terminamos de beber el cappuccino de la tarde-. Quiero ver tu trabajo.

Me levanto de la mesa y voy al interior de la tienda. Saco mi libreta de dibujo de mi bolso.

– ¿Todo bien? -me dice Antonio.

– Tu padre quiere ver mis dibujos. Me muero de miedo.

Soy una artista autodidacta y no sé si son tan buenos mis diseños como deberían ser.

Antonio sonríe y dice:

– Será sincero.

«Genial», pienso mientras regreso al pórtico a través del almacén. Me siento junto a Costanzo, que pela un higo. Le cuento acerca del concurso por los escaparates de Bergdorf, luego abro la libreta y le enseño el zapato. Lo mira, y entrecierra los ojos.

– Alta moda -dice-. Molto bene.

– ¿Te gusta?

– Muchos adornos.

– ¿Eso es bueno?

– Este adorno me gusta. -Señala el empeine del zapato, donde el trenzado se une con la correa-. Es original.

– Mi bisabuelo puso nombres de personajes de ópera a sus seis diseños básicos de zapatos para novia. Son dramáticos, también pueden ser simples. Son clásicos, lo sabemos porque seguimos haciendo y vendiendo sus diseños cien años después.

– ¿Qué zapato hacéis para las mujeres que trabajan?

– No hacemos zapatos de diario -le digo.

– Deberíais empezar -dice.

No es el consejo que esperaba recibir de un maestro italiano artesano, pero me quedo con él porque Costanzo sabe muchísimo más que yo.

– Suenas como mi amigo Bret. Quiere que cree un zapato que se pueda vender a las masas. Dice que podría financiar mis zapatos artesanos con un zapato hecho para ser vendido en grandes cantidades.

– Tiene razón. No debería existir diferencia entre elaborar un zapato para una mujer y hacer muchos para numerosas mujeres. Todos tus clientes se merecen lo mejor. Entonces, diseña un zapato para todas.

– No sé cómo.

– Claro que sí. Has diseñado ese zapato para el escaparate, puedes diseñar otro para cada día. Te daré una tarea. Coge tu libreta y sal a la piazza, dibuja todos los zapatos que puedas.

– ¿Cualquier tipo de zapato?

– Todo lo que veas que te guste. Mira cómo se mueven las mujeres con sus zapatos.

– Los turistas llevan zapatillas.

– Olvídate de ellos. Mira a las dependientas de Capri y encontrarás qué dibujar. -Sonríe-. Ahora, ve.

Tomo mi libreta y los lápices y salgo a la piazza. Escojo un lugar a la sombra, en la parte alejada del muro de piedra, y me siento. Me olvido de la libreta y observo, como me ha indicado Costanzo. Mis ojos buscan entre la aglomeración de turistas que calzan Reeboks, Adidas y Nike para encontrar a los residentes, a las mujeres que trabajan en las tiendas, los restaurantes y los hoteles. Miro hacia sus pies mientras se abren paso con determinación entre la muchedumbre. Estas mujeres trabajadoras llevan zapatos planos, prácticos pero bonitos, sandalias de cuero suave en azul marino o negro, con lazos beige y un ligero tacón cuadrado, sandalias de cuero sencillo con funcionales correas en forma de T. Una atrevida dependienta lleva unas sensatas chinelas hechas de cabritilla rosada brillante. Por lo general, mi mirada se dirige hacia el color, pero noto que muy pocas mujeres usan tonos vivos en los pies. La mayoría elige los clásicos colores neutros.

Después de un rato, recojo las piernas y las cruzo debajo de mí. Empiezo a trazar. Dibujo un zapato plano de cuero sencillo con la parte de arriba del pie cubierta hasta los dedos pero sin ser demasiado alta en el empeine. Dibujo y vuelvo a dibujar hasta que consigo una forma que me gusta y que halagaría el pie de cualquier mujer, sin importar el tamaño, el largo o el ancho.

Observo a una mujer y su hija que hablan junto a la entrada de una joyería, en la esquina de la piazza. La madre, de unos cuarenta años, lleva una estrecha falda azul marino con una blusa blanca. En su brazo, gruesas pulseras de plata brillante chocan entre sí mientras habla. Usa unos zapatos planos azul marino con un arco simple en el empeine. Su hija lleva una camiseta negra de tisú con una torera muy corta de lino marrón. Sus téjanos con perneras de pitillo tienen el corte bajo y ajustado. Lleva unas sandalias planas que hacen juego con la cinta de adorno en la orilla. Los zapatos de la madre son clásicos. Permanece erguida con el desenfado que le permite calzar unos zapatos cómodos. El zapato es suave, pero no desgarbado. La hija salta apoyándose en los talones y las puntas de los pies mientras habla animadamente con su madre. Las sandalias marrones se ajustan a su pie sin abrirse hacia el tacón y el cuero se mueve con ella con una suave y completa doblez del arco cuando se pone de puntillas. El cuero no se arruga ni cede.

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