– Es verdad -admite la abuela-, también hicimos un par de chinelas de satén escarlata para una novia que se casó con un bombero en el Lower East Side.
– Y también está la novia que se casó con el francés y a la que le hicimos un escarpín estilo madame Pompadour con descomunales lazos de seda.
– Seré completamente sincera -dice Rhedd-. No tengo mucha suerte con los negocios pequeños como el vuestro. Las compañías pequeñas, los zapateros exclusivos a medida, siguen siéndolo por una razón: por lo general saben lo que saben y se sienten incómodos en ámbitos mayores. Les falta una visión global, una perspectiva.
– Tenemos perspectiva -le aseguro. No miro a la abuela cuando explico mis razones. Surge la vendedora que hay en mí-. Sabemos que nuestra marca debe crecer y estamos examinando la manera de entrar en el mercado actual. Nos acercamos a cada cliente como una oportunidad para reinventar nuestros diseños. No obstante, y usted lo debe de saber, estamos orgullosas de nuestra herencia. Nuestros zapatos son los mejor hechos del mundo. Nosotras creemos que es así.
Rhedd mira hacia la puerta cerrada que está detrás de nosotras, como si esperase la entrada en la habitación de una buena idea pero, para mi suerte, parece que la acaba de escuchar.
– Por eso quiero daros una oportunidad.
– Y nosotras se lo agradecemos -le digo.
– La oportunidad, para vosotras y para otros diseñadores de zapatos, de que me deis lo que necesito.
– ¿Hay otros? -La abuela se inclina hacia atrás en su silla.
– Es un concurso. Me estoy reuniendo con varios diseñadores, una tienda francesa de zapatos hechos a medida y otros nombres bien conocidos que producen a gran escala.
– ¿Nos enfrentamos a los peces gordos? -pregunto, y bebo un poco de agua.
– Los más gordos, pero si sois tan buenas como decís -entrecierra los ojos- probaréis que tenéis talento y capacidad para conseguirlo. Mi creativo inventará algunos bocetos para los escaparates, el telón de fondo, la ambientación, si preferís. Haré una selección de algunos vestidos de novia para la escena; de ese grupo elegiré sólo uno y os lo enviaré a vosotras y a los otros diseñadores. Cada uno creará y fabricará un par de zapatos para ese vestido. Entonces me decidiré por mi favorito. A ese diseñador se le incentivará para que realice los zapatos de todos los vestidos de los escaparates.
Se me cae el alma a los pies. Tenía la esperanza de que su propuesta fuera real y oportuna. No es una idiota y presiente mi decepción.
– Mirad, sé que esto parece una posibilidad muy remota, pero si hacéis lo que decís que sabéis hacer, tenéis exactamente la misma oportunidad que cualquier otro de conseguir el trabajo.
– Eso es todo lo que necesitamos, señora Lewis. -Me levanto y le doy la mano. La abuela se pone de pie y hace lo mismo-: Una oportunidad. Le demostraremos cómo se hace.
Después de nuestra reunión con Rhedd Lewis, envié a la abuela a casa en un taxi, a Perry Street; yo cogí el autobús que cruza la ciudad hasta Sloan Kettering para encontrarme con mi madre. Desde la BlackBerry mandé un mensaje a mis hermanas con copia para Alfred sobre la reunión con Rhedd Lewis y lo del concurso. Tess es buena con las novenas (realmente necesitamos rezar en este momento); Jaclyn me dará su apoyo y la copia para Alfred tiene el propósito de mostrarle que tengo planes para el futuro de la compañía. Incluí una foto de la abuela frente a la tienda; es para mi madre, le gusta que sus mensajes tengan imágenes.
Las puertas corredizas del hospital se abren conforme me aproximo. Una vez dentro, veo a mi madre sentada en un sofá, junto a las ventanas que dan a un jardín con esculturas iluminado por el sol. Teclea en su BlackBerry como si jugara un alocado «¿Dónde está pulgarcito?». Tiene las gafas de sol encima de la cabeza, a modo de diadema, está vestida de la cabeza a los pies de azul celeste y una amplia banda de cachemir beige cruza su pecho como una bandera.
– Ya estoy aquí, mamá.
– ¡Valentine! -dice. Se levanta y me da un abrazo-. Me alegra que te toque a ti.
Mi madre ha decidido que en lugar de presentarnos todos cada día que mi padre tiene cita, lo hiciéramos por turno, así nadie se agotaría. Por supuesto que ella estará en cada pinchazo, inyección o tomografía por resonancia magnética.
Mi madre nunca se agota ni rehúye un proyecto antes de terminado. Cuando se trata de la familia, nunca he visto que le fallaran las fuerzas. Ella está y siempre ha estado llena de vida, ya fuera para hacer trenzas francesas a sus tres hijas pequeñas antes de ir a la escuela, para negociar el caos de las fiestas o para verter hormigón para pavimentar un nuevo camino en la entrada; ella está para todo. Ahora está entregada a la recuperación de mi padre.
– Me ha encantado la foto, ¿cómo os ha ido en Bergdorf?
– Vamos a participar en un concurso de diseño de zapatos para aparecer en los escaparates de las Navidades de 2008.
– ¡Estupendo! ¡Menuda hazaña!
– Queda mucho camino por andar antes de la victoria, mamá, veremos qué pasa. -A mi madre no le pasa por la cabeza la posibilidad de que quizá no ganemos. Otra razón para quererla-. ¿Cómo se encuentra papá?
– Ah, otro día de pruebas aburridas. Le implantarán las semillas de yodo después del cumpleaños de la abuela.
Mamá y yo nos sentamos. Apoyo instintivamente la cabeza en su hombro. Su piel huele a rosas blancas y a chocolate blanco. Sus pendientes de aro descansan en mi mejilla mientras habla.
– Se pondrá bien.
– Lo sé -le digo, pero en realidad no lo sé.
– Debemos ser positivos y rezar. Haré lo que haga falta.
Me encanta la idea de que mi madre piense que el cáncer es algo que se puede cambiar a voluntad con una sonrisa y un avemaría. Cuando estoy en la cama, pienso en mi padre y en el futuro. Pienso en sus nietos y en que si sigo como hasta ahora, nunca conocerá a mis hijos. A veces juraría que mi madre puede leer mis pensamientos porque me pregunta:
– ¿Cómo van las cosas con el chico con el que sales?
Levanto la cabeza de su hombro.
– Es alto.
– Excelente. -Mi madre asiente con lentitud. En el panteón de los atributos masculinos, mi madre admira la estatura por encima de los bolsillos llenos o de una cabeza rebosante de cabello-. ¿Es guapo?
– Diría que sí.
– Genial. Tu padre dice que es chef. Me encanta su nombre, Roman Falconi. Es sexy.
– Es el propietario de un restaurante en Little Italy.
– Ah, me encantaría que hubiera un chef en la familia. Quizá pueda enseñarme a hacer esas selectas espumas que hacen en Per Se, la revista Food and Wine habla de ellas. ¡Imagina la inyección de nuevas ideas!
– Tiene muchas.
– ¿Cuándo descorrerás el velo?
– Lo llevaré a la fiesta de cumpleaños de la abuela en Carlyle.
– Perfecto. Territorio neutral. Bueno, mi único consejo es que vayas con calma, sin forzar nada. -Mi madre se muerde el labio.
– No lo haré.
– Espero que encuentres la felicidad duradera que yo tengo con mi Dutch. Tu padre y yo estamos locos el uno por el otro, lo sabes.
– Lo sé.
– Hemos tenido nuestros problemas, Dios lo sabe, toda clase de tormentas y marejadas en mar abierto, pero las hemos sorteado todas y hemos conseguido volver a la costa. A veces incluso hemos avanzado con lentitud, pero siempre hemos vuelto.
– Sí, lo habéis logrado.
– Puedo decir que nos sobrepusimos.
– Así es.
– ¿Sabes? De eso se trata. Un gran filósofo dijo algo como… Tú sabes que nunca recuerdo los chistes o las palabras exactas de los filósofos, pero dijo a grandes rasgos que el amor es lo que has pasado con otra persona.
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