– Quiero preguntarte una cosa -anuncia Alexander con una voz llena de sarcasmo.
– Shura, cariño…
– Quiero preguntarte una cosa, no me interrumpas -repite él elevando el tono. Da pasos como un animal enjaulado delante de Tatiana-. Lo único que quiero saber es esto: ¿vas a esperar mucho antes de dejar que Vova te cuide? Ah, y a lo mejor también dejas que te cuide el tal Vlasik, que seguramente querrá tocar otra cosa además de la guitarra. Pregúntale si vendría aquí a darte una serenata. ¿O quieres que se lo pregunte yo directamente?
Tatiana lo mira desconcertada, sin contestar. No está enfada da. ¿Cómo podría enfadarse si sabe que Alexander la adora y lo úni co que desearía es poder amarla menos?
– ¡Contéstame, demonios! -grita él, acercándose con un paso amenazante.
Tatiana permanece sentada, con las manos crispadas contra el pecho.
– Te ruego que…
– Ruega lo que quieras… -contesta él con voz cruel-. ¿Quieres que hable directamente con Vlasik? ¿O prefieres esperar a echarme de menos para usar con él las palabras que yo te enseñé?
Alexander, con la mirada flameante, la agarra del brazo y la obli ga a levantarse.
– ¡Déjame! -protesta Tatiana, que forcejea intentando soltarse.
Quiere apartarse, pero se encuentra entre la mesa de costura y la pared del horno y no puede avanzar. Da un paso al frente y trata de refugiarse en la parte de la cabaña donde no hay muebles, pero Alexander se interpone con su cuerpo y la acorrala en el rincón.
– No hemos terminado, Tania -dice.
– ¡Shura!
– ¡No me levantes la voz!
– ¡Para, Shura! -dice Tatiana en voz alta. Intenta escabullirse de nuevo pero él la empuja con las dos manos contra la pared-. ¡He di cho que pares! Estás armando un escándalo por nada.
– Para ti no será nada.
– ¿Te has vuelto loco? -dice Tatiana, acercándose a él-. Déjame pasar.
– Oblígame.
– Para, Shura, por favor! -exclama Tatiana, estremecida.
Los esfuerzos por no llorar hacen que el labio inferior empiece a temblarle. Él da un cabezazo contra la pared y la deja pasar.
– ¡Qué te pasa, Alexander? ¿Crees que si te comportas así me importará menos tu partida? ¿Piensas que me alegraré de verte mar char? ¿Que puede haber algo capaz de ayudarme a soportar la vida cuando tú no estés?
– Eso pareces pensar -contesta Alexander, alejándose unos pasos.
Tatiana lo mira, y sus ojos se vuelven repentinamente más claros.
– Ah, ya lo entiendo. No tiene que ver conmigo sino contigo. -Tatiana ahoga un gemido-. Crees que si me imaginas liándome con cualquier imbécil del pueblo, se apagará lo que sientes por mí. Piensas: «Si Tania me traiciona, me resultará más fácil morir, abandonarla…».
– ¡Calla!
– ¡No! -grita Tatiana-. Eso es lo que quieres, ¿no? Si te imaginas lo peor, dejo de ser tu esposa y me convierto en una lagarta sin senti mientos. Y tú quedas libre porque yo soy una lagarta que se ha bus cado a un gallito para que ocupe tu lugar.
Tatiana aprieta los puños con rabia.
– Te he dicho que calles.
– ¡No! -chilla Tatiana, y se encarama de un salto a la base de la chimenea elevada, para sentirse un poco más alta y más valiente-. Lo que quieres, lo que necesitas, es imaginar algo imposible para librart e de mí. -Las lágrimas le surcan el rostro-. Pues bien, me importa una mierda que lo necesites, porque no pienso dártelo -asegura enf urecida-. Tendrás lo que quieras de mí, pero no voy a comportarme como una puta para que tú te sientas mejor cuándo me dejes.
– Te be dicho que calles, ¿me has oído?
– Y si no, ¿qué? -dice Tatiana-. Tendrás que obligarme porque n o pienso callarme.
– ¡No, claro que no! -grita Alexander, dando una patada que envía la tetera al otro lado de la habitación.
– ¡Exacto! -contesta Tatiana-. No te lo voy a dar. ¿Quieres que nos peleemos? Porque esto merece una pelea.
– Tú no sabes qué es una pelea -dice Alexander, apretando los dientes.
La obliga a bajar de la chimenea, le desgarra el vestido, la tumba sobre el suelo de madera, le arranca las bragas, le abre las piernas y empieza a descender sobre ella.
Tatiana cierra los ojos.
Él la trata con brusquedad. Al principio ella no quiere abrazarlo, pero le resulta imposible no abrazar el cuerpo angustiado de Ale xander.
– No puedes tomarme ni dejarme, soldado… -consigue decir en tre gemidos.
– Sí que puedo tomarte -susurra Alexander.
De pronto emite un gemido de impotencia, se aparta y sale de la cabaña, dejando a Tatiana hecha un ovillo en el suelo, tosiendo y ja deando.
Alexander está fumando en el banco y le tiemblan las manos. Tatiana sale envuelta en una sábana blanca y se planta frente a él.
– Mañana es nuestro último día en Lazarevo -dice con voz temblorosa, articulando apenas las palabras. No es capaz de mirarlo y Alexander no es capaz de mirarla-. No lo pasemos así, por favor.
– Tienes razón.
Tatiana deja caer la sábana al suelo y se arrodilla a los pies de Alexander.
– Cuidado -dice él en voz baja, mirando el cigarrillo encendido.
– Ya es tarde -contesta Tatiana-. ¿Qué me importa el cigarrillo cuando se acerca nuestra destrucción?
Durante largo rato, acostados el uno junto al otro en la habita ción en penumbra, Alexander la abraza contra su pecho, sin hablar, sin moverse, casi sin respirar, sin terminar lo que había empezado antes.
Finalmente, habla.
– No puedo llevarte conmigo -dice-. Sería demasiado peligroso para ti. No puedo arriesgarme…
– Chisss… -Tatiana le besa el pecho-. Ya lo sé. Soy tuya, Shura. Tal vez esta noche querrías que todo fuera diferente, pero no puedes negar el hecho de que soy tuya, como siempre, y de nadie mas. Y es algo que nada puede cambiar. Ni tu rabia, ni tus puños, ni tu cuerpo, ni tu muerte.
Alexander emite un sonido gutural.
– Amor mío… -Tatiana empieza a llorar-. Somos huérfanos los dos, Alexander. Sólo nos tenemos el uno al otro. Has perdido a todos tus seres queridos, pero a mí no me perderás. Te juro por nuestra alianza de matrimonio, por la virginidad que rompiste y por el corazón que estas rompiendo ahora, por tu vida… te juro que seré tu fiel esposa para toda la eternidad.
– Tania -susurra Alexander-. Prométeme que no me olvidarás cuando muera.
– No vas a morir, soldado -responde Tatiana-. Sigue viviendo, sigue respirando, aférrate a la vida, no te dejes ir. Prométeme que vivi rás por mí, y yo te prometo que cuando termines, te estaré esperando. -Ha empezado a sollozar-. Donde quiera que termines, Alexander, me encontrarás a mí esperándote.
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