Paullina Simons - Tatiana y Alexander

Здесь есть возможность читать онлайн «Paullina Simons - Tatiana y Alexander» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Tatiana y Alexander: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Tatiana y Alexander»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Tatiana, embarazada y viuda a sus dieciocho años, huye de un Leningrado en ruinas para empezar una nueva vida en Estados Unidos. Pero los fantasmas del pasado no descansan: todavía cree que Alexander, su marido y comandante del Ejército Rojo, está vivo. Entre tanto, en la Unión Soviética Alexander se salva en el último momento de una ejecución.
Tatiana viajará hasta Europa como enfermera de la Cruz Roja y se enfrentará al horror de la guerra para encontrar al hombre de su vida… Dolor y esperanza, amistad y traición se mezclan en esta conmovedora novela protagonizada por dos personajes entrañables y llenos de coraje, capaces de desafiar por amor al destino más cruel.

Tatiana y Alexander — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Tatiana y Alexander», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¿De tránsito hacia dónde? -preguntó Ouspenski.

Nadie le respondió.

Más tarde lo calificaron de «campo de selección e identificación».

Allí estuvieron las dos últimas semanas de abril de 1945, rodeados de alambradas, viendo cómo instalaban focos y torretas de vigilancia en todo el perímetro. Más tarde oyeron rumores de que la guerra había terminado y Hitler había muerto. El día después de la rendición alemana, minaron las tierras que se extendían al otro lado de la valla electrificada. Alexander y Ouspenski lo supieron porque vieron al menos a media docena de soviéticos (entre ellos el operador de hormigonera) enfrentándose a las minas y perdiendo la batalla.

– ¿Qué saben que nosotros no sepamos? -preguntó Ouspenski con suspicacia, mientras observaban cómo echaban los cuerpos de los fugitivos a la fosa común.

– Y no sólo eso -añadió Alexander-. ¿Qué les impulsa a correr por un campo minado en lugar de quedarse esperando tranquilamente en un campo de tránsito?

– No quieren volver a su país -dijo otro soldado.

– Claro, pero ¿por qué? -dijo Ouspenski.

Alexander encendió un cigarrillo y no dijo nada.

No entendía que el campo se rigiera por la disciplina militar cuando estaba lleno de civiles. Había toque de diana, de silencio y de queda, inspección de los barracones y una distribución clara de tareas. Todo era extraño y desconcertante.

Unos días después, Iván Skotonov, el representante del Ministerio de Exteriores venido directamente de Moscú, se dirigió a los internos, que escucharon el discurso formados en varias filas. Era un desapacible día del mes de mayo. El viento apenas les dejaba oír la voz de Skotonov, que se dirigió a ellos luciendo su traje de funcionario y su pelo grasiento. Al final cogió un altavoz.

– ¡Ciudadanos! ¡Camaradas! -comenzó-. ¡Orgullosos hijos de la Madre Rusia! Nos habéis ayudado a derrotar al mayor enemigo que ha conocido nunca nuestra gran nación. ¡Vuestro país está orgulloso de vosotros! ¡Vuestro país os ama! ¡Vuestro país os necesita para reconstruir y levantar de nuevo la tierra que nuestro jefe y maestro, el camarada Stalin, ha recuperado para vosotros! Vuestro país os reclama. ¡Cuando volváis a casa, seréis recibidos como héroes!

Alexander se acordó del operador de hormigonera que había dejado a su mujer y a sus hijos en Baviera y se había lanzado a cruzar un campo de minas para volver con ellos.

– ¿Y si no queremos volver? -gritó alguien.

– ¡Sí! -exclamó otro-. Mi vida está en Innsbruck, ¿por qué tengo que dejarla atrás?

– Porque tú no eres de Innsbruck sino un ciudadano soviético… -contestó amistosamente Skotonov-. ¡Debes volver a tu tierra!

– Yo soy de Polonia, de Cracovia -explicó el hombre-. ¿Por qué tengo que ir a Rusia?

– Esa zona de Polonia ha sido objeto de disputa durante siglos y ahora se ha decretado que pertenece a nuestra Madre Patria.

Aquella noche, veinticuatro prisioneros intentaron fugarse. Uno llegó a recorrer medio campo minado antes de que lo detuviera la bala de un centinela.

– Está herido, no muerto -aseguró Skotonov a los nerviosos internos a la mañana siguiente.

Pero no volvieron a verlo.

Al parecer, en el campo había tres tipos de personas: refugiados que habían tenido que dejar las zonas ocupadas por los alemanes en Polonia, Rumania, Checoslovaquia o Ucrania; hombres condenados a trabajos forzados, que no habían tenido más remedio que participar en la maquinaria bélica alemana, y soldados del Ejército Rojo, como Alexander y Ouspenski.

A finales de mayo separaron a los tres grupos y los alojaron en diferentes zonas del campo. Poco a poco dejaron de verse los refugiados, y más tarde los condenados a trabajos forzados.

– Siempre desaparecen de noche, ¿os habéis fijado? -dijo Alexander-. Nos despertamos por la mañana y ya no están. Ojalá pudiera aguantar despierto hasta las tres de la madrugada. Tengo la impresión de que vería muchas cosas.

En el patio donde daban su paseo diario, entabló conversación con uno de los condenados a trabajos forzosos.

– ¿Se ha enterado? -dijo el preso-. Cinco de los que habían sido mis compañeros en los últimos cuatro años desaparecieron anoche ¿Lo oyó? Los hicieron salir y allí mismo, en la zona común, les leyeron la sentencia.

– ¿Por qué los habían sentenciado? -preguntó Ouspenski.

– Dijeron que trabajar para el enemigo era una traición a la Patria.

– Tendrían que haber alegado que si lo habían hecho era porque fueron condenados a trabajo forzoso.

– Lo intentaron, pero les dijeron que si no querían colaborar con los alemanes tendrían que haber intentado fugarse.

– Eso deberíamos hacer -dijo Ouspenski-. ¿No, capitán?

Un polaco que los estaba escuchando soltó una carcajada.

– No sirve de nada fugarse -aseguró-. ¿Adónde irían?

Alexander y Ouspenski se volvieron a mirarlo. Se había formado un corrillo a su alrededor.

– Encantado, me llamo Lech Markiewicz -se presentó el polaco, tendiéndoles la mano-. No es posible fugarse, ciudadanos. ¿Saben quién me entregó a los soviéticos en Cherburgo?

Lo miraron, esperando su respuesta.

– Los ingleses -concluyó el polaco, y añadió-: ¿Y saben quién entregó a mi compañero Vasia en Bruselas? Los franceses.

Vasia asintió.

– ¿Y saben quién entregó a Stepan en Ravensburgo, a sólo diez kilómetros del lago de Constanza, y por lo tanto de Suiza? Los estadounidenses. Como ven, los Aliados se están deshaciendo de millones de compatriotas nuestros y entregándolos alegremente a los sovieticos. En otro campo de tránsito en el que he estado, el de Lübec, al norte de Hamburgo, había refugiados de Dinamarca y Noruega. No eran militares ni condenados a trabajos forzosos: eran refugiados, civiles que se habían quedado sin hogar por culpa de la guerra y trataban de instalarse en Copenhague. Todos fueron entregados a los soviéticos. El momento de las fugas ya pasó. Ahora no hay ningún sitio adonde ir. Antes toda Europa estaba en manos de Hitler, y ahora, media Europa está en manos de la Unión Soviética. El polaco soltó otra carcajada y se alejó caminando, del brazo de Vasia y de Stepan.

Esa noche, Lech Markiewicz, electricista de profesión, cortó la valla electrificada y echó a correr. A la mañana siguiente no estaba en el campo. Nadie sabía qué había sido de él.

Todas las noches llegaban convoyes y se llevaban a varios centenares de prisioneros. Durante el día, el campo funcionaba como una estación de paso. Les daban poca comida, sólo los dejaban bañarse una vez a la semana y los rapaban y desparasitaban regularmente. Poco a poco fueron desapareciendo unos rusos y llegando otros nuevos. Una noche de finales de julio despertaron a todo el barracón donde se alojaban Alexander y Ouspenski. Les dijeron que empacaran sus cosas y los llevaron al fondo del campo, donde los estaban esperando tres camiones. Los hicieron colocarse de dos en dos y los ataron los unos a los otros. Alexander quedó encadenado a Ouspenski. Los camiones partieron en plena noche, llevándolos hacia un lugar desconocido. Alexander pensó que sería una estación de tren, y no se equivocaba.

Capítulo 32

Nueva York, agosto de 1945

Una tarde de sábado, Tatiana, Vikki y Anthony decidieron ir al Lower East Side y dar un paseo por el mercadillo que se instalaba bajo el tren elevado de la Segunda Avenida. Al igual que los demás transeúntes, Tatiana y Vikki hablaban de la rendición de los japoneses, que se había producido la semana anterior, después de la destrucción atómica de Nagasaki. Vikki opinaba que la segunda bomba era innecesaria, pero Tatiana observó que la de Hiroshima no había bastado para forzar la rendición japonesa.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Tatiana y Alexander»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Tatiana y Alexander» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Paullina Simons - Inexpressible Island
Paullina Simons
Paullina Simons - The Tiger Catcher
Paullina Simons
Paullina Simons - Tully
Paullina Simons
Paullina Simons - Red Leaves
Paullina Simons
Paullina Simons - Eleven Hours
Paullina Simons
Paullina Simons - A Song in the Daylight
Paullina Simons
Paullina Simons - Bellagrand
Paullina Simons
Paullina Simons - Lone Star
Paullina Simons
Paullina Simons - The Summer Garden
Paullina Simons
Paullina Simons - Tatiana and Alexander
Paullina Simons
Paullina Simons - Road to Paradise
Paullina Simons
Paullina Simons - The Girl in Times Square
Paullina Simons
Отзывы о книге «Tatiana y Alexander»

Обсуждение, отзывы о книге «Tatiana y Alexander» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x