John Connolly - El Libro De Las Cosas Perdidas

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John Connolly, el aclamado autor irlandés de novela negra, sorprende agradablemente con la publicación de El libro de las cosas perdidas, una espeluznante y genial novela para el público juvenil y también adulto.
En su dormitorio del desván, David, un niño de doce años, llora la muerte de su madre. Está enfadado y solo, con la única compañía de los libros de sus estantes. Pero los libros han empezado a susurrarle en la oscuridad, y, mientras se refugia en los mitos y los cuentos que su madre tanto amaba, descubre que el mundo real y el mundo imaginario han empezado a mezclarse. Mientras la guerra se extiende por Europa, David aterriza de golpe en una tierra que es producto de su imaginación, pero aterradoramente real…
John Connolly nació en Dublín en 1968. Considerado como uno de los escritores de suspense más importantes de la actualidad, todas sus novelas se han convertido en best sellers según la lista de ventas del Sunday Times.
Esta novela abre la colección avalado por magníficas críticas en la prensa internacional: The Times, The Independent, Daily Mail, Sunday Times…

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a su alcance? Sin huellas que llevaran a aquellos chillidos,

ni huellas que salieran. Una poción extraña

alteró sus sesos, como los de galeras que los turcos

enfrentan por juego, cristianos contra judíos.

Y, más que eso, un trecho adelante, ¡sí, allí!

¿Para qué aquel motor, aquella rueda -freno,

no rueda-, aquella grada adecuada para devanar

cuerpos humanos, como seda? Con el aspecto

de la herramienta de Tophet, sobre la tierra abandonada,

o traída para afilar sus dientes de acero.

Después un terreno talado, otrora bosque,

y un pantano, al parecer, aunque ahora es

tierra desesperada y sola; (¡así un loco se entretiene,

hace algo, lo estropea, hasta que su humor

cambia y se detiene!); a lo largo de un cuarto de acre:

ciénaga, restos, lodo, arena y negro vacío.

Ahora manchas inflamadas, con colores vivos

y horribles, ahora retazos en los que la tierra

árida se tiñe de musgo o sustancias como tumores;

después un roble paralizado, con una grieta,

como una boca distorsionada que se abre

para contemplar la muerte, y muere en retirada.

¡Y tan lejos como siempre del ansiado fin!

¡Nada en el horizonte, salvo la noche; nada

que conduzca mis pasos adelante! Al pensarlo, un gran

pájaro negro, la mascota de Apolión,

pasó volando, aunque sin batir sus alas de dragón,

y me rozó. ¿Sería la guía que buscaba?

Porque, al elevar la mirada, fui consciente

de que, a pesar del crepúsculo, el llano había

dado paso a las montañas, por dar tal nombre a aquellos

simples cerros y montes que feos tapaban la vista.

Cómo me sorprendieron de tal manera, no tengo claro

Cómo salir de ellas tampoco estaba resuelto.

Pero me pareció reconocer algún truco

malicioso que, Dios sabe cuándo, me ocurrió,

quizá fuese en un mal sueño. Aquél era pues el final

del avance por el camino. Cuando, a punto

de rendirme, una vez más, oí un ruido, un chasquido

como una trampa al cerrarse y dejarte dentro.

Todo volvió a mí como en una llamarada:

¡sí, era el lugar! Dos colinas a la derecha,

agachadas como dos toros cuerno con cuerno en lucha;

y, a la izquierda, una alta montaña pelada…

Zopenco, viejo loco, dormirme en el preciso instante,

¡después de una vida esperando aquel paisaje!

¿Qué se elevaba allí, si no la Torre misma?

La achaparrada torreta redonda y ciega

como el corazón del loco, de piedra marrón, sin igual

en el mundo entero. El elfo de la tempestad,

burlón, señala al marinero, y la flecha invisible sólo

golpea cuando los barcos ya van a zarpar.

¿No la ves? ¿Quizá por ser de noche? ¡Bueno, pues

el día regresó a tal fin! Antes de marchar

la puesta de sol moribunda atravesó una hendidura:

las colinas eran como gigantes de caza,

con la barbilla en mano, para ver la presa acorralada:

«Apuñala y acaba con ella… ¡hasta el mango!».

¿No lo oyes? ¡Si el ruido lo llena todo! Tañido

creciente, como una campana. Oigo los nombres

de todos los aventureros perdidos, mis iguales, de

cómo uno era muy fuerte, el otro valiente

y afortunado un tercero, pero, todos ellos, ¡perdidos!

Tocaba a difuntos por la tristeza de años.

Allí estaban, en las laderas apostados,

reunidos para contemplar mi final, ¡un marco

viviente para un último cuadro! En un lienzo de llamas

los vi y los conocí a todos. Sin embargo,

valeroso, me llevé el cuerno a los labios

y soplé.

«Childe Roland a la torre oscura llegó.»

.

Centauros

«-Estaba pensando en lo que dijiste anoche -empezó a decir David, con cautela-, eso de que todos los niños sueñan con ser animales.

»-¿Y no es cierto?

»-Creo que sí, yo siempre he querido ser un caballo.

»-¿Por qué un caballo? -preguntó la cazadora, interesada.

»-En los cuentos que leía de pequeño descubrí a una criatura que se llamaba centauro. Era mitad caballo, mitad hombre. En vez de tener cuello de caballo, tenía el torso de un hombre, así que podía llevar un arco en las manos. Era bello y fuerte, y resultaba ser el cazador perfecto, porque combinaba toda la fuerza y la velocidad de un caballo con la habilidad y la astucia de un hombre. Ayer eras muy veloz sobre tu caballo, pero no formabais un conjunto perfecto. Es decir, el animal a veces tropieza o se mueve de una forma que no esperabas, ¿verdad? Mi padre solía montar a caballo de joven, y me dijo que incluso el mejor de los jinetes puede caerse de la silla. Si yo fuera un centauro podría tener lo mejor de un caballo y de un hombre, todo en uno, y, si cazara, no se me escaparía nada…»

De El libro de las cosas perdidas, capítulo XVII

Sobre los centauros

Lo más interesante sobre el mito de los centauros es su propia imprecisión, tal y como se pone de manifiesto en el corto apartado de Los mitos griegos de Graves que incluyo a continuación. Sin embargo, creo que David no se equivoca al encontrar algo fascinante en la combinación de hombre y animal representada por el centauro, y es posible, dado el trasfondo sexual de ese apartado del libro, que la atracción de la cazadora por dicha criatura sea algo más complejo que el simple deseo de cazar con mayor eficiencia.

Orígenes

«Los caballos eran sagrados para la luna, y los bailes sobre caballos de madera para hacer llover pueden haber dado lugar a la leyenda de que los centauros eran mitad caballos, mitad hombres. La primera representación griega de los centauros (dos hombres unidos por la cintura a cuerpos de caballos) se encuentra en la gema micénica del Templo de Hera, en Argos; están frente a frente, bailando. Una pareja similar aparece en el sello de una cama de Creta; pero, como no había ningún culto a los caballos nativo de Creta, resulta evidente que el motivo se importó del continente. En el arte arcaico, los sátiros también se representan como hombres sobre caballos de madera, pero después se convierten en cabras. El centauro sería un héroe oracular con cola de serpiente, por lo que la historia del apareamiento de Bóreas con las yeguas está ligada a él.»

De Los mitos griegos , de Robert Graves

.

Arpías

«Por otro lado, el libro de mitos griegos de David era del mismo tamaño y color que una antología de poesía cercana, así que a veces sacaba los poemas en vez de los mitos.»

De El libro de las cosas perdidas, capítulo III

«[David] distinguió una forma, mucho más grande que la de los pájaros que conocía, deslizándose por el aire sobre las corrientes que subían por el cañón. Tenía piernas desnudas, casi humanas, aunque los dedos de los pies eran alargados y curvos, como las garras de un águila. Llevaba los brazos extendidos, y de ellos colgaban grandes pliegues de piel que le servían de alas. Su pelo largo y blanco flotaba al viento. […]

»Tenía forma femenina: vieja, con escamas en vez de piel, pero femenina a pesar de todo. Se arriesgó a echarle otro vistazo y comprobó que la criatura descendía en círculos cada vez más pequeños. […]

»-Arpías -comentó David.»

De El libro de las cosas perdidas, capítulo XII

Sobre las arpías

Mi primer recuerdo de las arpías proviene de la película de Ray Harryhausen, Jasón y los argonautas , donde unas aterradoras formas femeninas atormentaban, fotograma a fotograma, al ciego Fineo. En El libro de las cosas perdidas no son más que algunas de las figuras femeninas que se derivan en parte del equivocado odio que David siente por su madrastra, Rose, pero también ocupan su lugar en la tradición de dichos personajes en los cuentos de hadas. El mal suele presentarse como algo únicamente femenino en estas historias. Para críticos como Bruno Bettelheim, tiene algo que ver con los conflictos edípicos que percibía en la base de los cuentos, pero también puede ser que no haya nada más aterrador para un niño que una figura femenina o maternal amenazadora. En general, quizá sea justo afirmar que los niños les tienen más miedo a sus padres que a sus madres, ya que los padres representan la autoridad y, tradicionalmente, suelen ser responsables de la disciplina. Para un niño puede resultar más perturbador ser traicionado por una mujer, porque es más inesperado, incluso antinatural, hasta el punto de que, en la obra de Shakespeare, Lady Macbeth exige que le cambien el sexo («unsex me», en el original) para alentar las ambiciones asesinas de su marido.

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