Mientras tanto, Caperucita Roja había estado correteando en busca de flores, y no recordó a su abuela hasta haber cogido todas las que podía llevar, momento en el cual reanudó su camino. Se sorprendió al ver la puerta abierta y, al entrar en la habitación, notó algo tan raro que pensó: «Oh, vaya, qué asustada me siento hoy, aunque normalmente me gusta estar en casa de la abuela». Después gritó:
– ¡Buenos días!
Pero no recibió respuesta, así que se acercó a la cama y abrió las cortinas.
Allí estaba su abuela, con el gorro de dormir sobre la cara, lo que le daba un aspecto extraño.
– Oh, abuela, ¡qué orejas tan grandes tienes!
– Son para oírte mejor.
– Oh, abuela, ¡qué manos tan grandes tienes!
– Son para cogerte mejor.
– Abuela, ¡qué boca tan grandísima tienes!
– ¡Es para comerte mejor!
Nada más decir aquellas palabras, el lobo saltó de la cama y se tragó entera a la pobre Caperucita Roja. Una vez satisfechos sus deseos, el lobo se tumbó de nuevo en la cama, se quedó dormido y empezó a roncar con ganas.
El cazador, que por casualidad pasaba junto a la casa, pensó: «Cómo ronca la anciana, será mejor que compruebe si todo va bien». Entró en la habitación y, al acercarse a la cama, vio al lobo tumbado.
– Por fin te encuentro, viejo pecador -exclamó el cazador-. Llevo mucho tiempo buscándote.
Apuntó con la escopeta, y entonces se le ocurrió que el lobo podría haberse comido a la abuela, y que la mujer podía seguir viva. Así que, en vez de disparar, cogió unas tijeras y empezó a cortar la tripa del lobo. Después de un par de cortes, vio que por allí asomaba Caperucita Roja, y, después de unos cortes más, la niña salió fuera y exclamó:
– ¡Ay, qué susto! El cuerpo del lobo estaba muy oscuro.
Poco después salió la abuela, que seguía viva, aunque apenas podía respirar. Caperucita Roja se apresuró a recoger unas cuantas piedras bien grandes, y con ellas llenaron el estómago del lobo. Cuando el animal se despertó e intentó huir, las piedras le pesaban tanto que se cayó y murió. Los tres se quedaron muy contentos. El cazador le quitó la piel al lobo y se fue a casa con ella. La abuela se comió la tarta y se bebió el vino que Caperucita le había llevado, y pronto recuperó la salud. Mientras tanto, Caperucita pensó: «Nunca más desobedeceré a mi madre para salirme del camino sola y meterme en el bosque».
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«Éranse una vez dos niños, un chico y una chica…»
De El libro de las cosas perdidas, capítulo XI
Sobre Hansel y Gretel
Éste siempre ha sido uno de mis cuentos de hadas favoritos, así que es normal que encontrase un hueco en El libro de las cosas perdidas , pero, como cada una de las historias que aparecen, ya sea porque las cuente Roland o el Leñador, ya sea porque se haga referencia a ellas de forma explícita o indirecta en el texto, la seleccioné porque tiene una especial relevancia para David y las circunstancias en las que se encuentra.
En este caso, el punto obvio de referencia es el abandono y, en concreto, el miedo del niño a que sus padres lo abandonen. Recuerdo bien un día en que, de pequeño, regresé a casa de la escuela (no tendría más de siete años, y eso da una idea de lo mucho que han cambiado las cosas desde entonces, porque ahora pocos padres dejarían que un niño de siete años caminase veinte minutos solo para llegar a casa) y descubrí que la casa no estaba. Simplemente, la casa de la que había salido aquella mañana había desaparecido. En realidad, lo que había pasado (y perdónenme si eso me hace parecer un niño muy tonto) es que mis padres decidieron pintar el exterior de la casa, así que la puerta, las tejas y los canalones ya no eran del mismo color. Además, los pintores habían quitado el número de la casa para no manchar de pintura el metal. Yo conocía mi casa, sobre todo, por el color: era una casa roja, en una calle en la que todas las casas tenían una construcción idéntica, y sólo los colores las distinguían. La casa roja había desaparecido, y otra había ocupado su lugar. Durante unos minutos me quedé conmocionado, hasta que salió mi vecina de al lado, la señora Curran, y eso me confirmó que, aunque me habían abandonado, no me iba a quedar solo en el mundo. Fue ella quien me explicó lo sucedido, pero sigo recordando aquel día con claridad, así como la sensación de que uno de mis peores miedos se había hecho realidad, aunque fuese brevemente.
Por tanto, el abandono es uno de los temas. En El libro de las cosas perdidas , a David, en cierto modo, ya lo ha abandonado su madre, que ha muerto, y teme que su padre y la nueva compañera del mismo lo rechacen en favor del niño recién nacido. Hasta cierto punto, esto se ve reflejado en el cambio de los roles paternales en la versión que David ofrece del cuento: es el padre el que traiciona a los niños, no la madre. Pero hay otro mensaje para David, relacionado con la importancia de la independencia y el darse cuenta de que, llegado cierto momento, los niños tienen que abrirse paso solos en el mundo, ya sea a través de una independencia a la que se ven obligados por la pena o a través de una independencia ganada poco a poco con el paso a la madurez. Aquí es, principalmente, donde el cuento que aparece en El libro de las cosas perdidas se desvía de la historia original. En el cuento original, Hansel y Gretel triunfan aunando esfuerzos y habilidades; vencen a la bruja, y así sobreviven. Pero, en El libro de las cosas perdidas , Hansel es más débil y tiene más miedo que Gretel. Mientras ella entiende que tienen que ser autosuficientes para sobrevivir, su hermano no. Gretel crece y logra lo que la mayoría de los niños creen no poder conseguir nunca por sí solos: una existencia independiente de sus padres, en la que hacen frente y superan los retos que el mundo adulto les plantea. Hansel, por el contrario, no consigue madurar; incluso después de vencer a la bruja (una figura materna alternativa), sigue buscando a una sustituía, y así se condena.
Orígenes
Hansel y Gretel es un cuento popular alemán, pero tiene equivalentes en otras culturas y forma parte de una tradición de cuentos que podría resumirse como «Los niños y el ogro», en los que los niños entran en la guarida del ogro y le dan la vuelta a la tortilla, a menudo escapando con oro o riquezas. Los Hermanos Grimm lo publicaron por primera vez en 1812, y su fuente de información era su vecina, Dortchen Wild, que más tarde se convertiría en la mujer de Wilhelm Grimm. Los Grimm revisaron exhaustivamente muchas de las historias de sus antologías, y pasó casi medio siglo entre la versión original del cuento y la versión final que apareció en 1857. Durante ese tiempo, los niños recibieron nombres, su madre se convirtió en madrastra, y se añadieron las razones para el abandono.
Puede que los Grimm sintiesen un aprecio particular por esta historia; ya que tenía algunas similitudes con su vida: un padre ausente, fallecido hacía tiempo (el abandono); el afecto que sentían por su madre; y lo cerca que se sentían como hermanos. Al fin y al cabo, es uno de los pocos cuentos de hadas que habla sobre el amor fraternal, en vez de la rivalidad entre hermanos ( Cenicienta , por ejemplo). Además, también guarda relación con la realidad de la época: en la Alemania del siglo xix había hambrunas; en las ciudades y pueblos hubo bastantes niños abandonados; y la mortalidad femenina, sobre todo durante o después del parto, hacía que hubiese madrastras por todas partes. De igual manera, la amenaza de los bosques era real, y un niño que se perdía en ellos tenía pocas posibilidades de sobrevivir.
Existen otras versiones modernas del cuento, como la de El hurgón mágico («La casa de bizcocho»), de Robert Coover; Happy To Be Here («My Grandmother, My Self»), de Garrison Keillor; Kissing The Witch («A Tale of the Cottage»), de Emma Donoghue; y el libro de poemas de 1971 Transformations («Hansel y Gretel»), de Anne Sexton.
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