Hoy hago pan, mañana cerveza
y pasado tendré al hijo de la reina.
Ja, qué suerte, porque todos desconocen
que Rumpelstiltskin es mi nombre.
Os podéis imaginar la alegría de la reina al oír el nombre. Poco después, el hombrecillo entró en su cuarto y preguntó:
– Bien, señora reina, ¿cómo me llamo?
– ¿Te llamas Conrad? -fue la primera pregunta de la reina.
– No.
– ¿Te llamas Harry?
– No.
– Entonces quizá te llames Rumpelstiltskin.
– ¡Te lo ha dicho el diablo! ¡Te lo ha dicho el diablo! -gritó el hombrecillo; en su ira, metió tanto el pie derecho en la tierra que se le coló toda la pierna, y entonces se puso tan furioso que tiró de la pierna izquierda con ambas manos y se partió en dos.
.
«Aquel nuevo mundo era demasiado doloroso para poder soportarlo. Se había esforzado mucho, había seguido sus rutinas, había contado con cuidado, había seguido las reglas…, pero la vida le había engañado. Aquel mundo no era como el de sus historias. En el de las historias, el bien era recompensado y el mal recibía su castigo. Si te mantenías en el buen camino y te alejabas del bosque, estabas a salvo. Si alguien enfermaba, como el viejo rey de uno de los cuentos, sus hijos partían en busca del remedio, el agua de la vida, y si uno de ellos era lo bastante valiente y lo bastante honesto, podía salvar la vida del rey. David había sido valiente, y su madre más aún. Al final, la valentía no había sido suficiente, ya que el mundo en que vivía no la recompensaba. Cuanto más pensaba el niño en ello, menos quería formar parte de un mundo semejante.»
De El libro de las cosas perdidas, capítulo II
Sobre El agua de la vida
Es fácil ver por qué este cuento reviste tanta importancia para David, aunque sólo se mencione de pasada en El libro de las cosas perdidas . La pérdida de un padre es el mayor miedo de un niño. En el caso de David, ese miedo se hace realidad cuando muere su madre, y él se da cuenta de la disparidad entre el cuento que ha leído y la verdad de la mortalidad humana. Pero el cuento también aparece en el libro por la respuesta que les da el rey a sus hijos cuando ellos le suplican que los deje ir a buscar el agua de la vida: «Preferiría morir». En su respuesta reconoce el orden natural de las cosas, que los ancianos deben morir algún día y los jóvenes deben sobrevivirlos. Gran parte del problema que surge después se debe al intento de alterar este orden. Finalmente nos encontramos con el tema de la arrogancia y la traición entre hermanos. David es culpable de la primera en algunos momentos de la novela, sobre todo por su incapacidad de aceptar la intrusión de Rose y su hermanastro Georgie en la vida familiar. Esto, a su vez, le ofrece la posibilidad de la traición, que el Hombre Torcido reconoce y utiliza contra David a lo largo del libro.
El agua de la vida
Los Hermanos Grimm
Érase una vez un rey que estaba enfermo, y nadie creía que lograse sobrevivir. Sus tres hijos estaban muy tristes por esta causa, así que bajaron al jardín de palacio y lloraron juntos. En el jardín se encontraron con un anciano que les preguntó por la razón de su tristeza, a lo que ellos contestaron que su padre estaba tan enfermo que seguramente moriría, porque nada parecía curarlo. Entonces, el anciano dijo:
– Conozco un remedio: el agua de la vida; si bebe de ella, se pondrá bien de nuevo, pero es difícil encontrarla.
– Yo la encontraré -afirmó el hermano mayor; fue a ver al rey y le suplicó que le permitiese ir en busca del agua de la vida, porque era lo único que podría salvarlo.
– No -contestó el rey-, el peligro es demasiado grande. Preferiría morir.
Pero su hijo le suplicó tanto que el rey aceptó. Lo que en realidad pensaba el príncipe era: «Si traigo el agua, seré el preferido de mi padre y heredaré el reino».
Así que inició su viaje, y, después de cabalgar durante un rato, un enano apareció en el camino, lo llamó y le preguntó:
– ¿Adonde vas tan deprisa?
– Enano idiota -respondió el príncipe, con mucha arrogancia-, no es asunto tuyo -y siguió cabalgando. Pero el hombrecillo se había puesto furioso y le había enviado sus peores deseos. Poco después, el príncipe entró en un barranco y, cuanto más cabalgaba, más se acercaban las montañas, hasta que el paso se hizo tan estrecho que no pudo seguir adelante; el caballo no podía volverse, ni él podía desmontar, así que se quedó encerrado, como en una prisión. El rey enfermo lo esperaba, pero su hijo no regresó.
Entonces llegó el turno del segundo hijo.
– Padre, déjame ir a buscar el agua -le dijo, mientras pensaba para sí: «Si mi hermano está muerto, el reino será mío».
Al principio, el rey tampoco quiso que fuera, pero al final cedió, y el príncipe tomó el mismo camino que su hermano, y él también se encontró con el hombrecillo, que lo detuvo para preguntarle adonde iba con tanta prisa.
– Renacuajo, eso no es de tu incumbencia -respondió el príncipe, y siguió cabalgando sin mirar atrás. Pero el enano lo embrujó, y él, como su hermano, entró en el barranco y no pudo salir. Tal es el destino de los arrogantes.
Como el segundo hijo no regresaba, el más joven le suplicó a su padre que le permitiese ir a por el agua, y, al final, el rey se vio obligado a dejarlo. Cuando se encontró con el enano, y éste le preguntó adonde se dirigía tan deprisa, el príncipe se detuvo y le dio una explicación:
– Voy en busca del agua de la vida, porque mi padre está enfermo de muerte.
– Entonces, ¿sabes dónde se encuentra lo que buscas?
– No -respondió el príncipe.
– Como te has comportado como es debido y no con arrogancia, como tus falsos hermanos, te daré la información y te explicaré cómo puedes obtener el agua de la vida -repuso el enano-. Nace de una fuente en el patio de un castillo encantado, pero no podrás llegar hasta él si no te doy una varita de hierro y dos pequeñas rebanadas de pan. Golpea dos veces en la puerta de hierro del castillo con la varita y así se abrirá: dentro encontrarás dos leones con las fauces abiertas, pero, si le tiras una rebanada de pan a cada uno, se quedarán tranquilos. Después debes apresurarte a recoger el agua de la vida antes de que el reloj dé las doce, porque, de no hacerlo, la puerta se cerrará de nuevo y quedarás atrapado.
El príncipe le dio las gracias, cogió la varita y el pan y siguió su camino. Cuando llegó, todo era como el enano había dicho. La puerta se abrió al tercer golpe de varita y, después de calmar a los leones con el pan, entró en el castillo y llegó a un enorme y lujoso salón, donde se encontró con unos príncipes hechizados, a los que les quitó los anillos que llevaban en los dedos. Allí había una espada y una rebanada de pan, así que lo cogió todo. Después entró en una cámara en la que una preciosa doncella se alegró al verlo, lo besó y le dijo que la había salvado, que le daría todo el reino y que, sí regresaba al cabo de un año, celebrarían su boda; también le dijo dónde estaba el agua de la vida, y él se apresuró a buscarla antes de que el reloj diese las doce.
Siguió adelante, y por fin entró en una habitación en la que había una espléndida cama recién hecha, y, como estaba muy cansado, sintió la necesidad de descansar un poquito. Así que se tumbó y cayó dormido. Cuando se despertó estaban dando las doce menos cuarto. Se levantó de un salto, corrió hacia la fuente, recogió un poco de agua en una copa que había cerca y se alejó a toda prisa, pero, justo cuando atravesaba la puerta de hierro, el reloj dio la doce, y la puerta se cerró con tanta violencia que se llevó parte de su talón. Sin embargo, el príncipe, alegre por haber obtenido el agua de la vida, se dirigió a casa y de nuevo pasó junto al enano. Cuando éste vio la espada y el pan, dijo:
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