Camilo Cela - Mazurca Para Dos Muertos

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Mazurca para dos muertos toma su título de un asesinato y una venganza, sucesos que no son sino dos puntos de referencia en el vasto hilo conductor de la obra, que se erige en un extenso retablo de unas vidas señaladas por la sexualidad, la barbarie y la violencia física, bajo la recurrencia cíclica de temas que, como la lluvia o el eje de carro, aluden a la continuidad inmutable del tiempo. El soporte principal de la novela es el finísimo e infalible oído de C. J. C., su sentido de la sonoridad (en lo armonioso tanto como en lo estridente y terrible) y de la rotunda música verbal, que impone cada pasaje como una realidad irrefutable en virtud de su contundencia expresiva. La guerra civil, irrumpiendo en primer plano en el centro del libro, sitúa en una perspectiva histórica este recitativo de una maestría técnica y expresiva indeclinable, que llega al máximo refinamiento y a la magia tribal desde una estética que no elude enfrentarse a lo fatal o bárbaro. Mazurca para dos muertos, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura, es una de las obras maestras de su autor y ya actualmente un clásico mayor de la literatura de todos los tiempos en nuestra lengua.

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– ¿Pero no queda a un lado, según vamos?

– Sí, por ahí podemos estar tranquilos.

El viaje hasta Briñidelo fue divertido y cómodo y se pudo hacer sin novedad mayor; en Mourillones, al segundo día de marcha, Moncho Preguizas tuvo un altercado en una taberna, tampoco fue ninguna batalla campal, pero medió Tanis Perello y allí no pasó nada irremediable.

– Hay gente que no se divierte más que mareando, lo mejor es que les dé un poco el aire.

El curro del Xurés es pobre pero también agarimoso y de buen acougo. Al curro del Xurés no vamos más que la familia porque tampoco merece la pena llevar a nadie. La provincia de Orense es la que menos caballos monteses tiene de toda Galicia; también hay algunos en la sierra de Quinxo y en los montes de Faro de Avión y de Suido, apoyados ya en tierra pontevedresa. Los parientes Marvises se pusieron muy contentos y nos sacaron un aguardiente fino y de confianza, destilado con mucha sabiduría. Los caballos del Xurés lucen bigotes, todos los caballos del monte son bigotudos y tienen mucho genio y voluntad. Por el Xurés llaman curro al curro, o sea, al calvero donde se encierra el bestiaje, y también a la persecución, encierro, derribo, rapa y marca de la grea; en otros sitios, a la baraja de maniobras le dicen rapa, rapa das bestas. Los Marvises de Briñidelo son Segundo, Evaristo y Camilo, los tres hijos de Roque, el hermano menor de Tripeiro, que casó con moza del lugar y después acabó separándose; Roque no quiso volver a Piñor y ahora vive arrimado a una portuguesa en Espérelo, en la parroquia de San Fiz de Galez, en Entrimo, que tampoco queda lejos. Roque se lleva bien con los hijos y a la mujer le manda todos los años dos pollos por Santa Rosa, se los lleva la portuguesa. El mando del curro se lo dimos a Afouto.

– A ti te va más esto de mandar, nosotros vamos detrás y hacemos lo que nos digas.

– Bueno.

A la mañana siguiente, todavía de noche, salimos al monte los besteiros, en otros lados les llaman bestelleiros, allá cada cual, todos limpios y descansados; nuestros caballos también habían comido, bebido y descansado bien, al calor de la cuadra. El secreto es acurrar con calma y mucha paciencia, para que las bestias no se asusten y se desperdiguen; al principio hay que ir situando los animales, hablándoles poco a poco y dándoles y ofreciéndoles sosiego, ¡to, caballo!, ¡quieto, curriño!, ¡tranquilo, famento!, que ya se les podrá azuzar a gritos y a palos más tarde, cuando el día llegue y una vez que las bestias hayan enfilado la corredoira que las vacía en el curro.

Doce o trece hombres a caballo y persiguiendo, aún a la media luz del alba, a cien bestias salvajes y ciegas de pavor, a lo mejor no llegan a cien, es trance que se vive con el corazón en la garganta seca.

– ¡Córtales por ahí!

– ¡Arréales para abajo!

– ¡Cuidado, que se te vuelve!

A Policarpo no le dio tiempo de tener cuidado y el griñón se le volvió y, de un mordisco, le llevó los dedos de una mano, le dejó dos. Policarpo se apretó la herida bien fuerte con el pañuelo, metió lo que le quedaba de mano en el bolsillo y aguantó; un minuto de desgracia puede echarlo todo a perder, pero el sol sigue su camino como si nada. Policarpo se fue quedando atrás y volvió a Briñidelo donde la madre de los Marvises le hizo una cura con la receta de siempre: hojas de herba concheira, boñiga fresca de vaca, orina de mujer, telarañas, tierra y azúcar, todo bien lamido por un perro.

Con el ganado en el curro, lo mejor es no darle agua en un día o dos y esperar a que calme. Después se apartan las yeguas preñadas, se separan las paridas de su rastra, se sueltan los caballos débiles o defectuosos, ya se encargarán de ellos los lobos (ahora los mandan al matadero), y se derriban, rapan y marcan los que merece la pena. Con tres o cuatro hombres fuertes y con un poco de valor, Afouto, su hermano Tanis, Cidrán y Camilo, el menor de los primos Marvises, la faena no es difícil, basta con no distraerse. Don Brégimo Faramiñás tocaba el banjo sentado en la cerca de piedra ya verde por el paso del tiempo, Gaudencio miraba -entre atónito y envidioso- las piruetas y los alardes de sus compañeros, y Moncho Preguizas, a caballo entre los caballos, arreaba palos a los caballos con su pata de palo de primera calidad. Crego de Comesaña, Marcos Albite, Segundo y Evaristo Marvís y yo, mirábamos alrededor, atendíamos el fuego, bebíamos vino de la bota y esperábamos a que pasase el tiempo para empezar la rapa.

– ¿Y Policarpo?

– Fue a Briñidelo, se conoce que se lastimó. La rapa se hace como se puede, allí no se esmera nadie, y el caso es acabar rápido y cuanto antes. Cada animal deja, uno con otro, la libra de crin, puede que algo menos; la crin larga y limpia, cogida en mazos, vale lo que la canal de ternera. Crego de Comesaña se me quedó mirando.

– Aquí te venimos a ser todos Guxindes, bueno, todos igual, no, unos más que otros; aquí todos gastamos los dientes separados, es lo que se estila en la familia, tenemos más de siete pies de alto y pesamos de las cinco arrobas para arriba. ¡Todavía aguanta la raza! ¡Arde o eixo!

Marcos Albite acostumbra a mascar tabaco portugués.

– Lo malo es la baba, que lo echa todo a perder; pero mascar tabaco es más saludable que fumar, no se queman los pulmones.

Los potros se marcan con un hierro ardiendo, como todo el ganado, la señal de los Marvises de Briñidelo es la L del apellido de la madre, Rosa Loureses, y un nisco en cada oreja. Los animales débiles o lastimados, quiero decir aquellos que ha de matar el lobo o el hambre o el frío, que todos los años son más de mil, ni se marcan siquiera, ¿para qué? Y a los enaniños bravitos, los ponis castaños, hay alguno negro y alguno tordo, que no levantan más de dos varas del suelo, no se les puede encerrar porque al medio día de cárcel enqueixelan y mueren de tristeza. Cidrán Segade canta con buena voz cuando está cansado, se conoce que el ejercicio le hace bien a los pliegues del fuelle y a las cuerdas de la garganta.

Cuando Robín Lebozán terminó de escribir lo que antecede, lo leyó en voz alta y se levantó.

– Yo creo que me gané un café y un coñac. Y además, esta noche he de visitar a Rosicler, le he de llevar chocolatinas para que engorde un poco.

Rosicler es enfermera, pone muy bien las inyecciones, a la señorita Ramona siempre le está poniendo inyecciones de hierro, de hígado y de cal, para que coja fuerzas. La señorita Ramona toma vino Deschiens, anemia, debilidad, agotamiento, y sellos de Fitikal, medicación recalcificante intensiva. Según dicen Rosicler tiene más de un apaño, lo lleva todo con mucha discreción, aquí no hay por qué pregonar nada. A veces, Rosicler y la señorita Ramona, cuando no las ve nadie, bailan juntas y se acarician con delicadeza y mucho mimo; el perro Wilde también se deja acariciar y mimar, es muy cariñoso y obediente.

– No te vayas, Rosicler, quédate un poco más.

– ¿No va a venir esta noche tu primo Raimundo?

– ¿Y a ti qué más te da? Raimundo bien puede con las dos.

– Sí, eso es cierto… ¡tampoco sería la primera vez que nos derrota!

– Calla, Rosicler, no seas puta.

– Soy lo que quiero, Monchiña. Y además, no me gusta que me llames puta, así, en frío.

– Dispensa.

Rosicler cenó con la señorita Ramona y se quedó hasta muy tarde en su casa.

– ¿Te vas a ir ahora, tan de noche?

– Sí; hoy me toca ponerte los cuernos con Robín.

– Pero, mujer, ¿no escarmientas?

– No.

Al padre de Rosicler lo pasearon en Orense durante la guerra civil, lo mató el abogado don Jesús Manzanedo, que se hizo muy famoso haciendo muertes, la verdad es que a nadie se le ocurre ponerle Rosicler a una hija, el que juega con fuego en él perece; a las niñas hay que ponerles nombres de vírgenes o de santas, no nombres laicos y de dudoso gusto: Rosicler, Amanecer, Aurora…, bueno, Aurora sí vale, Atmósfera, Venus, ¡qué disparate! El padre de Rosicler era cajero de un banco y el pobre pagó con la vida su mala cabeza.

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