En realidad, habían hablado de casi todo excepto del único tema sobre el que deseaba hablar él en el fondo. Stewart había intentado sacarlo en varias ocasiones, pero él siempre se salía por la tangente. El programa sobre los sueños lúcidos había surgido porque fue su último motivo de discusión con Andrea; y la hipótesis de la formación causativa porque, posiblemente, sería el siguiente. Stewart no lo presionó con el asunto de Andrea y Gustave. Tal vez solo necesitase hablar, de lo que fuese.
—Por cierto, ¿qué tal están los niños? —preguntó.
Stewart comió algo y le ofreció, pero él no tenía hambre. Se fumaron otro porro, él se tomó otra cerveza y siguieron hablando. La tarde dio paso a la oscuridad. Stewart decidió echar una cabezadita porque estaba cansado. Puso el despertador para tomar un té más tarde. Tal vez irían a tomar unas pintas después de cenar.
Escuchó a Jefferson Airplane con los auriculares, pero el disco estaba rayado. Echó un vistazo a la colección de libros de su amigo, bebiendo de la lata y apurando el último porro. Al final, se acercó a la ventana, contemplando los tejados de pizarra, el palacio en ruinas y la abadía.
La luz del día se escapaba lentamente del cielo nublado. Las calles estaban iluminadas y las carreteras estaban plagadas de coches aparcados o circulando lentamente; sin duda, la gente empezaba a efectuar sus compras navideñas. Se preguntó cómo habría sido aquel lugar cuando en el palacio todavía habitaban los reyes.
Y el reino de Fife. Ahora era una extensión reducida, pero había sido lo suficientemente grande en otros tiempos. Roma también había empezado pequeña, pero aquello no la había detenido; cómo habría sido el mundo si una parte de Escocia (antes de existir como estado) hubiera florecido como lo hizo Roma... No, no tenían el bagaje ni el legado históricos en Escocia en aquella época. Atenas, Roma, Alejandría; todas tenían bibliotecas cuando aquí solamente había fortalezas; no éramos bárbaros, pero tampoco civilizados. Cuando estábamos listos para tomar parte, ya era demasiado tarde; siempre llegábamos pronto o con retraso, y los mayores logros los hemos llevado a cabo para otros pueblos.
Bueno, «escocesismo» sentimental, pensó. ¿Qué tal centrarnos en la conciencia de clases antes que en el nacionalismo? Bien, efectivamente.
¿Cómo era ella capaz de hacerlo? Al margen de que aquel fuera su hogar, donde vivía su madre y sus amigos más antiguos, donde se forjaron sus primeros recuerdos y su personalidad, ¿cómo podía dejar todo lo que tenía en aquel momento? Al margen de él mismo; él abandonaba el escenario sin rechistar si era necesario..., pero ella tenía tanto que hacer y que decir... ¿cómo era capaz de hacerlo?
Sacrificio personal, la mujer detrás del hombre, cuidar de él, relegarse a un segundo plano...: aquello era totalmente contrario a todos sus principios y creencias.
Él aún no había sido capaz de hablarlo abiertamente con ella. Su corazón latía a toda prisa; dejó la lata sobre la mesa, pensando. En realidad, no sabía lo que quería decir realmente; solo tenía claro que necesitaba hablar con ella, abrazarla, estar a su lado y decirle todo lo que sentía por ella. Debía contarle cómo se encontraba, lo que pensaba sobre Gustave, sobre ella, sobre él mismo. Tenía que ser completamente sincero con ella, de forma que, al menos, ella fuera consciente de sus sentimientos con exactitud, sin falsas ideas. Era importante, maldita sea.
Terminó su lata de cerveza de un trago y dobló la lata roja. Unas gotas se escaparon del aluminio aplastado y cayeron sobre su mano. Se limpió. Debía decírselo. Tenía que hablar con ella en aquel preciso momento. ¿Qué hacía ella aquella noche? Estaban en casa, ¿no? Sí, así era. Lo habían invitado, pero a él le apetecía ver a Stewart. Decidió llamarla. Se acercó al teléfono.
Línea ocupada. Posiblemente, otra conferencia de larga distancia con Gustave. Incluso cuando no estaba en Francia pasaba la mitad del tiempo con él. Colgó el teléfono y caminó de un lado al otro por la habitación, con el corazón latiendo a toda velocidad y las manos sudorosas. Tenía ganas de orinar; se dirigió al baño, se lavó las manos después, se enjuagó la boca con elixir. Se encontraba bien, no se sentía colocado ni borracho. Volvió a intentar llamar por teléfono, pero la línea seguía ocupada. Se quedó de pie, junto a la ventana. Si miraba hacia abajo, bien pegado al cristal, podía ver el Jaguar. Un fantasma blanco y esbelto en la calle oscura. Consultó de nuevo su reloj. Se sentía bien, muy sereno. Podía conducir perfectamente.
¿Por qué no?, pensó. Podía arrancar el Jaguar albino en la oscuridad, dirigirlo hacia la autopista y recorrer el puente-carretera con el motor revolucionado, una arrogante sonrisa y un brote de dolor auricular por culpa del primer cabrón que se presenta a hacer daño... mierda, demasiado miedo y asco, muy al estilo de Hunter S. Thompson. Joder, ese libro siempre ha provocado que conduzcas demasiado rápido, tío. Eso te pasa por escuchar a White Rabbit hace un rato. No, no, mejor olvídate de conducir, no estás en condiciones.
Qué coño, todo el mundo lo hace en esta época del año. Si conduzco mejor borracho de lo que muchos lo hacen sobrios. Solo tienes que tomártelo con calma, no es tan difícil. Te conoces el camino. En ciudad vas con más cuidado por si algún crío cruza corriendo la calle y tus reflejos no están en su momento óptimo, y en la autopista vas tranquilo, respetas estrictamente el límite de velocidad, o incluso conduces ligeramente por debajo, sin dejarte intimidar por ningún jovencito que provoca con su Capri y sin dar sorpresas a cualquier conductor de BMW con cristales tintados; no te dejes provocar, mantén la concentración y no pienses en tiburones rojos o ballenas blancas, en probar la suspensión sobre el asfalto ni en la conducción deportiva en las curvas. Solo tómatelo con calma y escucha la música. Quizá Auntie Joanie. Algo suave pero no soporífero, rítmico pero no excitante, melodías homogéneas pero no enervantes; nada de eso...
Intentó telefonear una última vez. Se acercó a ver a Stewart, que dormía plácidamente y se dio la vuelta ante el resplandor de la luz del distribuidor. Le escribió una nota y se la dejó junto al despertador. Cogió la chaqueta y el pañuelo bordado y salió del apartamento.
Le llevó un rato llegar a la autopista. Había caído un chaparrón y las calles estaban mojadas. Steeltown de Big Country sonaba en el equipo de sonido mientras el Jaguar se abría paso entre el tráfico. Él todavía se sentía bien. Sabía que no debía conducir, e incluso se atrevió a calcular su tasa de alcoholemia aproximada en caso de tener que soplar, pero una parte (sobria) de él mismo observaba y evaluaba su conducción; lo estaba haciendo bien, lo lograría, siempre que no perdiese concentración y que la suerte lo acompañase. Nunca más lo haría, se dijo a sí mismo, cuando finalmente encontró una calle desierta que llevaba a la autopista. Solo aquella vez. Era importante, al fin y al cabo.
Y tendré mucho cuidado.
Como era una calzada con dos carriles, dejó que el coche se lanzase hacia delante, sonriendo mientras su espalda se clavaba en el asiento. «Me encanta el rugido del motor», murmuró para sí mismo. Sacó la cinta de Big Country del casete, frunciendo el ceño a modo de reprobación por exceder el límite de velocidad. Aminoró la marcha.
Música no demasiado estridente, pero que estimule el nivel de adrenalina para aproximarse al gran puente gris y atravesarlo. ¿Bridge over troubled water?, se preguntó con una irónica sonrisa. Hace siglos que esa canción no está en el coche. En la otra cara de la cinta estaban Lone Justice y Los Lobos. La volvió a coger y le echó un rápido vistazo mientras se acercaba a la autopista. No, no estaba dispuesto a esperar a que se rebobinase. Mejor escucharía a los Pogues. Rum Sodomy & The Lash; un disco con canciones ideales para conducir. Tampoco pasa nada por un poco de estrépito. Es mejor para mantenerse despierto. No es necesario seguir el ritmo de la música todo el tiempo. Allá vamos...
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