Margaret Atwood - El Año del Diluvio

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Margaret Atwood, una de los novelistas más prestigiosos de la narrativa mundial de hoy en día, plasma en El Año del Diluvio, su última novela, una visión postapocalíptica del mundo tras una catástrofe global. Como en su novela anterior, Oryx y Crake (algunos de cuyos personajes reaparecen en la presente obra), Atwood describe el horror de un mundo en el que la humanidad, en aras del progreso científico y tecnológico, no sólo altera el medio ambiente sino que se autodestruye. Siempre crítica con los problemas del mundo actual, la autora describe, en esta novela de anticipación especulativa, la catástrofe planetaria resultante del descontrolado abuso de las industrias farmacéuticas y de los poderes políticos y económicos que desoyen los alegatos de las ciencias ecológicas. Narrada desde el punto de vista de dos mujeres, la joven Ren y Toby, El año del Diluvio cuenta la epopeya de quienes sobreviven al desastre y, libres de la decadencia moral en que la lucha de sectas y religiones había sumido a la humanidad, emprenden una nueva vida.

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– Ya somos dos -dije-. No aguanto más aquí.

– Tres -dijo Amanda-. Hay dos Tex-Mex, y tú, tres.

– Ah, vale. Tienes buen aspecto. El caqui te sienta bien. -Era alta, con ese aire de exploradora larguirucha con salacot.

– Tú tampoco estás mal -dijo Amanda-. Ten cuidado, Ren.

– Tú también. No dejes que se te tiren los Tex-Mex.

– No lo harán. Creen que estoy zumbada. Las locas te cortan el rabo.

– ¡No lo sabía! -Estaba riendo. A Amanda le gustaba hacerme reír.

– ¿Por qué ibas a saberlo? -dijo Amanda-. Tú no estás loca y nunca has visto una de esas cosas retorciéndose en el suelo. Dulces sueños.

– Dulces sueños -repetí, pero ella ya había colgado.

He perdido la pista de los santos del día -no recuerdo cuál es el de hoy-, pero puedo contar los años. He usado mi delineador de ojos en la pared para sumar los años que hace que conozco a Amanda. Lo he hecho como en esas pelis viejas de prisioneros: cuatro trazos y luego uno que los tacha para el quinto.

Han pasado muchos años: más de quince desde que entró en los Jardineros. Mucha gente de mi vida anterior era de allí: Amanda y Bernice y Zeb; y Adán Uno y Shackie y Croze; y la vieja Pilar; y Toby, por supuesto. Me pregunto qué pensarán de mí: de lo que terminé haciendo para ganarme la vida. Algunos estarían decepcionados, como Adán Uno. Bernice diría que soy reincidente y que me está bien empleado. Lucerne diría que soy una guarra, y yo le diría que hace falta serlo para reconocer a otra. Pilar me miraría con prudencia. Shackie y Croze se reirían. Toby se cabrearía con el Scales. ¿Y Zeb? Creo que trataría de rescatarme, porque sería un desafío.

Amanda ya lo sabe. Ella no juzga. Dice que comercias con lo que tienes. No siempre tienes elección.

12

Cuando Lucerne y Zeb me sacaron por primera vez del mundo exfernal para llevarme a vivir con los Jardineros, no me hizo ninguna gracia. Todos sonreían mucho, pero me asustaban: estaban muy interesados en el destino y en los enemigos y en Dios. Y hablaban mucho de la muerte. Los Jardineros eran estrictos respecto a no acabar con una vida, pero en cambio decían que la muerte era un proceso natural, lo cual es una especie de contradicción, ahora que lo pienso. Tenían la idea de que convertirse en compost estaba bien. No todos creerían que el hecho de que tu cuerpo se convirtiera en parte de un buitre era un futuro estupendo, pero los Jardineros sí. Y cuando empezaban a hablar del Diluvio Seco que iba a matar a todos los que habitaban la tierra -salvo tal vez a ellos- me provocaba pesadillas.

Nada de eso asustaba a los verdaderos niños Jardineros. Estaban acostumbrados. Incluso hacían broma al respecto, o al menos los chicos mayores: Shackie y Croze y sus colegas. «Todos vamos a moriiiiir», decían poniendo cara de zombis. «Eh, Ren. ¿Quieres colaborar en el ciclo de la vida? Si te tumbas en ese vertedero, podrás ser compost.» «Eh, Ren, ¿quieres ser un gusano? ¡Lámeme el corte!»

«Calla -decía Bernice-. O serás tú el que acabe en el vertedero, porque te tiraré yo.» Bernice era mala y no se dejaba pisar, y la mayoría de los niños retrocedían. Incluso los chicos. Pero entonces yo estaba en deuda con Bernice y tenía que obedecerla.

Shackie y Croze se burlaban de mí de todos modos, cuando Bernice no estaba cerca para devolvérsela. Eran aplastagusanos, zampaescarabajos. Trataban de darte asco. Los buscapleitos, los llamaba Toby. Oía que le decía a Rebecca: «Aquí llegan los buscapleitos.» Shackie era el mayor; era alto y delgado, y tenía un tatuaje de una araña en la cara interna del brazo que él mismo se había hecho con una aguja y hollín de vela. Croze era de constitución más achaparrada. Tenía la cabeza redonda y le faltaba un diente en un lado; decía que lo había perdido en una reyerta. Tenían un hermano pequeño que se llamaba Oates. No tenían padre ni madre; no es que fueran huérfanos, pero su padre se había marchado con Zeb en algún viaje especial de Adán y no había vuelto, y luego su madre se había ido diciéndole a Adán Uno que mandaría a buscar a sus hijos cuando se estableciera. Pero nunca lo hizo.

La Escuela de Jardineros estaba en un edificio distinto al del Tejado. Lo llamaban Clínica de Estética porque es lo que había antes allí. Aún quedaban algunas cajas abandonadas llenas de vendas de gasa, que los Jardineros guardaban para trabajos de manualidades. Olía a vinagre: al otro lado del pasillo, frente a las aulas, estaba la sala que los Jardineros usaban para fabricar vinagre.

Los bancos de la Clínica de Estética eran duros; nos sentábamos en filas. Escribíamos en pizarras y había que borrarlas al final del día, porque los Jardineros decían que no podías dejar palabras sueltas donde nuestros enemigos podían encontrarlas. Además, el papel era pecado porque estaba hecho de la carne de los árboles.

Pasábamos mucho tiempo memorizando cosas y recitándolas en voz alta. La historia de los Jardineros, por ejemplo, decía así:

A ñ o Uno, un huerto contra el ayuno; a ñ o Dos, damos gracias a Dios; a ñ o Tres, las abejas de Pilar ponen todo del rev é s; a ñ o Cuatro, Burt entra en el teatro; a ñ o Cinco, Toby pega un brinco; a ñ o Seis, Katuro, ya lo veis; a ñ o Siete, llega Zeb como un cohete.

El año siete también debería decir que llegué yo, y mi madre, Lucerne; y Zeb no llegó como un cohete, pero a los Jardineros les gustaban las cancioncitas con rima.

A ñ o Ocho, con Nuala no trasnocho; A ñ o Nueve, Philo se pone de relieve.

Quería que en el año diez apareciera Ren, pero no me lo esperaba.

Las otras cosas que teníamos que memorizar eran más duras. Los temas de matemáticas y de ciencia eran los peores. También teníamos que memorizar el santoral, y todos los días había al menos un santo y a veces más, o una fiesta, lo cual significaba más de cuatrocientos. Además de lo que habían hecho los santos para convertirse en santos. Algunos eran fáciles. San Yoshi Leshem de las Lechuzas; bueno, la respuesta era obvia. Y santa Dian Fossey, porque la historia era muy triste, y san Shackleton por lo heroica. Pero algunos de ellos eran francamente difíciles. ¿Quién podía recordar a san Bashir Alouse o san Crick o el Día de las Podocarpáceas? Siempre me equivocaba con el Día de las Podocarpáceas, porque, ¿qué era una podocarpácea? Era una clase de árbol antigua, pero sonaba a pez.

Nuestros profesores eran Nuala para los niños pequeños, el Coro de Brotes y Flores y Reciclaje de Tela; y Rebecca, que impartía Arte Culinario, que significaba cocinar; y Surya, que enseñaba Costura; y Mugi para Aritmética Mental; y Pilar en Abejas y Micología; y Toby que daba Sanación Holística con Fitoterapia; y Zeb en Relaciones Depredador-Presa y Camuflaje Animal. Había otros maestros -a los trece, teníamos a Katuro para Urgencias Médicas y a Marushka la Comadrona en Sistema Reproductivo Humano, aunque el único tema que habíamos estudiado era Ovarios de Rana-, pero ésos eran los principales.

Los niños Jardineros ponían apodos a todos los profesores. Pilar era el Hongo, Zeb era el Loco Adán, Stuart era el Escoplo porque hacía los muebles. Mugi era el Músculo, Marushka era la Mucosa, Rebecca la Sal y Pimienta, Burt era el Pelón, porque era calvo. Toby era la Bruja Seca. Bruja porque siempre estaba mezclando cosas y poniéndolas en frascos, y seca porque era muy delgada y dura, y para distinguirla de Nuala, que era la Bruja Húmeda porque siempre salivaba y por su trasero fofo, y porque podías hacerla llorar con mucha facilidad.

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