Julián Barnes - La mesa limón

Здесь есть возможность читать онлайн «Julián Barnes - La mesa limón» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La mesa limón: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La mesa limón»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Este libro habla sobre la certeza de que somos mortales. Entre los chinos, el símbolo de la muerte era el limón. Y en Helsinki los que se sentaban en la mesa limón estaban obligados a hablar de la muerte. En estos cuentos de la mediana edad, los protagonistas han envejecido, y no pueden ignorar que sus vidas tendrán un final. Como el músico de El silencio, aunque él habla antes de la vida y, después, de su último y final movimiento. En Higiene, un militar retirado se encuentra cada año en Londres con Babs, una prostituta que es como su esposa paralela. El melómano de Vigilancia lleva a cabo una campaña de acoso contra los que tosen en los conciertos, una campaña que tal vez no tenga que ver con el placer de la música, sino con las manías de la vejez…

La mesa limón — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La mesa limón», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Señaló la línea con los dedos corazón.

– ¿Y quiere un afeitado, ya que estamos?

Un puto descaro. Eso es lo que es un afeitado en estos tiempos. Sólo los abogados, los ingenieros y los guardas forestales hurgaban en sus neceseres todas las mañanas y se abrían tajos en el rastrojo de barba, como calvinistas. Gregory se colocó de costado ante el espejo y se examinó con los ojos entornados.

– A ella le gusta así -dijo, a la ligera.

– Casado, ¿eh?

Ojo, cabronazo. No me vaciles. No ensayes conmigo el rollo de la complicidad. A menos que seas marica. No es que yo tenga nada contra ellos. Estoy a favor de la libertad de elección.

– ¿O está ahorrando para ese suplicio?

Gregory no se molestó en contestar.

– Veintisiete años de casado, servidor -dijo el tío, al dar los primeros cortes-. La cosa tiene altibajos, como todo.

Gregory gruñó de un modo más o menos expresivo, como en el dentista cuando tienes la boca llena de hierros y el mecánico insiste en contarte un chiste.

– Dos críos. Bueno, el chico ya es mayor. La chica todavía vive en casa. Crecerá y se irá antes de que nos demos cuenta. Al final todos ahuecan el ala.

Gregory miró al espejo, pero el tío no le estaba buscando la mirada: sólo cortaba, con la cabeza gacha. Quizá no fuese un mal tío. Aparte de ser un pelma. Y, por supuesto, su psicología sufría la deformación terminal causada por decenios de complicidad en el nexo de la explotación entre amo y siervo.

– Pero quizá usted no sea de los que se casan, señor.

Ésta sí que es buena. ¿Quién acusa a quién de ser marica? Siempre había aborrecido a los peluqueros, y aquél no era una excepción. Puto marido provinciano con dos-coma-cuatro hijos, paga la hipoteca, lava el coche y lo guarda en el garaje. Una bonita parcela de jardín al lado de la vía del tren, mujer con cara de perro chato tendiendo la colada en uno de esos tendederos de metal, sí, sí, ya veo. Seguro que él juega de árbitro los sábados por la tarde en alguna liga de mierda. No, ni siquiera de árbitro, sólo de linier.

Gregory se percató de que el tío hacía una pausa, como si aguardase una respuesta. ¿Quería una respuesta? ¿Qué derecho tenía a pedirla? Vale, vamos a meterle en cintura.

– El matrimonio es la única aventura accesible a los cobardes.

– Sí, bueno, seguro que usted es más inteligente que yo, señor -contestó el peluquero, en un tono que obviamente no era afable-. Por haber ido a la universidad.

Gregory se limitó a gruñir de nuevo.

– No soy quién para juzgar, claro, pero me parece que las universidades enseñan a los estudiantes a despreciar más cosas de las que debieran. Al fin y al cabo, las pagamos con nuestro dinero. Pero me alegro de que mi chico fuera a la politécnica. No le ha venido mal. Ahora gana buena pasta.

Sí, sí, suficiente para mantener a los siguientes dos-coma-cuatro hijos y para tener una lavadora un poco más grande y una mujer un poco menos perruna. Bueno, había gente así. Puñetera Inglaterra. Pero todo aquello iba a ser erradicado. Y los primeros en desaparecer serían estos locales retrógrados de amo y siervo, conversación forzada, conciencia de clase y propinas. Gregory no era partidario de dejar propina. Lo consideraba un refuerzo de la sociedad respetuosa, tan degradante para quien la da como para quien la recibe. Degradaba las relaciones sociales. De todas formas, él no se la podía permitir. Y, además, qué coño iba a darle propina a un tijeras que le acusaba de ser un chupapollas.

Estos capullos eran una especie en extinción. Había sitios en Londres diseñados por arquitectos, donde ponían los últimos éxitos en un equipo de sonido funky, mientras un esquilador te rebajaba el pelo y lo adaptaba a tu personalidad. Costaba un riñón, por lo visto, pero era mejor que esto. No era de extrañar que el local estuviese vacío. Una radio de baquelita rajada en una estantería alta estaba emitiendo música de té danzante. Deberían vender bragueros, corsés ortopédicos y suspensorios. Acaparar el mercado de prótesis. Piernas de madera, ganchos de acero para manos cercenadas. Y pelucas, por supuesto. ¿Por qué los peluqueros no vendían pelucas? Al fin y al cabo, los dentistas vendían dientes postizos.

¿Qué edad tendría aquel pollo? Gregory lo miró: huesudo, con ojos despavoridos, un corte de pelo absurdamente corto y alisado con gomina. ¿Ciento cuarenta tacos? Probó a calcularla. Veintisiete años de casado. ¿Cincuenta, entonces? Cuarenta y cinco si la dejó embarazada en cuanto se la sacó. Si es que alguna vez fue tan intrépido. El pelo ya entrecano. Seguramente también el vello púbico. ¿Encanecía el vello púbico?

El peluquero terminó la fase de poda, dejó caer las tijeras, de un modo insultante, en un vaso de desinfectante, y sacó otro par más pequeño y grueso. Chic, chic. Pelo, piel, carne, sangre, todo tan cerca, cojones. Barberos-sangradores es lo que habían sido en los viejos tiempos, cuando la cirugía significaba una carnicería. La cinta roja alrededor del poste tradicional de los barberos indicaba la tira de tela que te enrollaban en el brazo cuando te sangraban. En su enseña comercial había también un cuenco, el cuenco donde caía la sangre. Ahora han abandonado todo aquello y se han hecho peluqueros. Propietarios de un huerto, que sangran la tierra en lugar de un antebrazo extendido.

Todavía no lograba comprender por qué Allie le había plantado. Dijo que era demasiado posesivo, que no la dejaba respirar, que estar con él era como estar casada. No me hagas reír, dijo él: estar con ella era como estar con alguien que salía con otra media docena de tíos al mismo tiempo. Justo a eso me refiero, dijo ella. Te quiero, dijo él, con súbita desesperación. Era la primera vez que se lo decía a alguien, y supo que era un error. Uno lo decía cuando se sentía fuerte, no débil. Si me quisieras me comprenderías, contestó ella. Bueno, entonces respira y vete a tomar por el culo, había dicho él. Sólo fue una pelea, nada más que una estúpida y puñetera pelea. No tenía importancia. Excepto que habían roto.

– ¿Le pongo algo en el pelo, señor?

– ¿Qué?

– ¿Algo en el pelo?

– No. No hay que alterar la naturaleza.

El peluquero suspiró, como si en los últimos veinte minutos la hubiese estado contaminando, y como si en el caso de Gregory aquella injerencia absolutamente necesaria hubiera acabado en una derrota.

El fin de semana por delante. Corte de pelo, camisa limpia. Dos fiestas. Esta noche, compra comunitaria de un barril de cerveza. Ponerse ciego y a ver qué pasa: es la idea que tengo de no alterar la naturaleza. Ay. No. Allie. Allie, Allie, Allie. Átame el brazo. Te extiendo las muñecas, Allie. Donde tú quieras. No con propósitos médicos, pero clava la lanceta. Adelante, si lo necesitas. Sángrame.

– ¿Qué ha dicho del matrimonio hace un momento?

– ¿Eh? Ah, que es la única aventura accesible a los cobardes.

– Pues si permite que le diga algo, señor, a mí el matrimonio siempre me ha ido muy bien. Aunque claro que usted, como ha estado en la universidad, es más inteligente que yo.

– Era una cita -dijo Gregory-. Pero le tranquilizará saber que la autoridad que dijo eso era un hombre más inteligente que nosotros dos.

– Tanto que no creía en Dios, me figuro.

Sí, tanto , quiso decir Gregory, tan inteligente como eso. Pero algo le contuvo. Sólo se atrevía a negar la existencia de Dios cuando estaba entre escépticos como él.

– Y, si me permite preguntar, señor, ¿era de los que no se casan?

Uf. Gregory lo pensó. No había habido una esposa, ¿verdad? Exclusivamente amantes, estaba seguro.

– No, creo que no era de los que se casan, como usted dice.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La mesa limón»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La mesa limón» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Juliette Benzoni - Le prisonnier masqué
Juliette Benzoni
Julian Barnes - Flaubert's Parrot
Julian Barnes
Julian Barnes - Arthur & George
Julian Barnes
Julian Barnes - Pod słońce
Julian Barnes
Julio César Magaña Ortiz - ¡Arriba corazones!
Julio César Magaña Ortiz
Jill Shalvis - A Royal Mess
Jill Shalvis
Juliusz Słowacki - Żmija
Juliusz Słowacki
Julian Symons - The Maze
Julian Symons
Julia Williams - Midsummer Magic
Julia Williams
Simon Barnes - Miss Chance
Simon Barnes
Отзывы о книге «La mesa limón»

Обсуждение, отзывы о книге «La mesa limón» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x