Echar atrás el tiempo, buscar una explicación, los que mueren jóvenes, tarde o temprano, vuelven para completar el Destino que la muerte les negó… completar por tanto lo que ellos no pudieron hacer en vida… Todas estas ideas revueltas parecen estar escritas sobre la superficie oscura del espejo que tiembla con los golpes del cocinero, hasta que, muy borrosa, a Chloe le parece que se destaca entre ellas una magnífica solución, igual que si estuviera escrita ahí con letra precisa e inapelable para que ella la lea.
Y ahora que ya sabe exactamente lo que va a hacer a continuación, la niña se ríe a carcajadas.
Risas. Al otro lado de la puerta Néstor acaba de oír, nítida, una risa. Dios mío, hay alguien allí fuera, y eso significa que esto no es un accidente -piensa, mientras que en su cabeza comienzan a atropellarse ideas locas y concéntricas como las que propicia el pánico-. Es en ese momento cuando repara en las tres tes de los apellidos de los habitantes de Las Lilas (que en realidad son cuatro, puesto que Adela y Ernesto llevan el mismo), y recuerda: «nada ha de temer Néstor hasta que se junten…».
…Y aquí están, tal como vaticinó la bruja, no hay duda -comprende entonces el cocinero con la lucidez de los moribundos-: Teldi, Teldi, Tous y Trías, las cuatro tes. ¿Cómo pude ser tan estúpido de no darme cuenta antes? El frío que lo atormenta se vuelve viscoso y, al entrar por su boca, tiene el sabor amargo de las pócimas venenosas. Néstor se quiere dejar ir, ya es inútil luchar, pero el regusto del frío aún le concede un destello de cordura. Espera un momento, viejo, hay algo que no encaja del todo, ¿por qué estas personas iban a querer hacerte daño, precisamente a ti, alguien tan discreto y poco interesado en la vida del prójimo?
Un estornudo se abre paso en esta situación absurda, le sube hasta la nariz y estalla de modo que los papeles con los que Néstor se ha taponado los oídos parecen explotar dentro de su cabeza. Pequeñas infamias que intentan salir, secretos -piensa con un estremecimiento-. ¿No te das cuenta de lo que pasa, cazzo imbécil? De todas estas personas tú sabes algo oculto y vergonzoso. Un adulterio que acaba en muerte… los gritos en la noche… un deseo inconfesable… Adela Teldi, Ernesto Teldi, Serafín Tous… De cada uno conoces lo peor de sus vidas cómodas. ¿Acaso no es ésta razón suficiente para que hayas acabado en una cámara frigorífica, con una carcajada acechando al otro lado de la puerta?
El frío es cada vez más intenso, tanto, que curva los dedos de Néstor como garfios sobre la libreta. Yesos garfios ya no se enderezarán nunca, como tampoco lo harán sus piernas, que se han vuelto de hielo, tan insensibles que Néstor ni siquiera nota cuándo se vencen y dejan caer su cuerpo rígido en el fondo de la cámara. Su mente, en cambio, parece hervir cuando, con la esperanza ciega de los moribundos, aún se dice: un momento, no va a pasar nada, es imposible. Escucha esto: la profecía no se ha cumplido en absoluto; yo conozco secretos vergonzosos de tres de ellos, no de cuatro. Conozco la historia de Ernesto, también la de Adela y la de Serafín, pero la cuarta T, Chloe, no tiene ninguna razón para quererme mal, ella no ha cometido ninguna infamia, que yo sepa, de modo que es imposible que se vuelva contra mí.
Otra risa. En el lado opuesto de la puerta, Chloe Trías vuelve a reír, pero de modo tan secreto que Néstor lo toma por una especie de gorgoteo, un murmullo suave que a sus oídos suena como una serie de TTTTTTTTTTTs premonitorias de que todo irá bien.
– Sólo son tres tes, tres tes, tres tes… -repite Néstor, con la reiteración infantil de los momentos desesperados-. Bendita bruja, madame Longstaffe, tú lo dijiste muy claramente: mi hora aún no ha llegado, de modo que puedo estar seguro de que saldré de ésta; aguanta un poco más, viejo, sólo un poco más, la puerta se abrirá, coraje.
En ese mismo momento, Néstor Chaffino escucha el sonido salvador, clac.
¿Ves?, ya te dije que todo acabaría bien. Madame Longstaffe puede ser una bruja tramposa, pero hasta las profecías tramposas tienen sus leyes, y aquí faltaba una infamia.
No tengo ni un músculo que no esté congelado -piensa el cocinero al oír cómo la puerta comienza a abrirse-. Santa Madonna de los Donados, santa Gemma y don Bosco, no puedo mover un dedo, pero la cabeza me funciona a la perfección. Ya está, ya pasó todo. Clac, y otra vez clac.
Menos mal, justo cuando el frío me hacía pensar (y temer) más estupideces que nunca.
5 UN RAYO DE SOL SOBRE LA MORTAJA DE NÉSTOR CHAFFINO
Un maravilloso accidente -piensa Ernesto Teldi-, a solas en su habitación de Las Lilas. Han pasado varias horas desde que todos los habitantes de la casa se encontraron en la cocina tras descubrirse el cadáver de Néstor. También ha pasado tiempo suficiente para que la policía local haya hablado con cada uno de los presentes, después de investigar las huellas dactilares que había en la puerta de la Westinghouse. Y como era de esperar, no encontraron nada (o demasiado, según se mire), pues sobre la cámara había innumerables huellas: primero las del propio Néstor, con un leve perfume a chocolate; luego las de Carlos, las de Karel y las de Chloe (muy abundantes) y por fin, aunque en menor cantidad, descubrieron también diversas huellas de Adela, de Serafín y de Ernesto. «Es lo normal en estos casos» -descartó el inspector con una anotación rápida en su cuaderno de informes.
– Todos ustedes estuvieron ayer en la cocina. Ahora queda por saber si acaso alguno de los presentes vio algo sospechoso que merezca la pena mencionar en esta investigación.
Pero no hubo respuesta, porque lo único que podría haber levantado sospechas, es decir, la hoja de papel arrancada de la mano de Néstor, en la que se leía:
especialmente delicioso de café capuchi
bien admite baño de mousse con frambue
lo cual evita que el merengu
no es lo mismo que chocolate heladc
sino limón frappé
dormía un bendito sueño entre las páginas del manual de cocina de Néstor, mientras que Karel, el único entre los vivos capaz de recordar el dato y relacionarlo con su amigo muerto, no piensa en enigmas, sino que se entretiene en admirar qué serena y bella parece la cara de Chloe esta mañana. Tiene un aire más adulto, tanto que esa camiseta punk con la inscripción Pierce my tongue, don't pierce my heart que acaba de ponerse es como si ya no le perteneciera.
Una vez acabada la investigación, la cocina volvió a quedar vacía. Hace un buen rato ya que el inspector y el juez de guardia han resuelto que la muerte se debió a un accidente doméstico, un lamentable descuido. «Por tanto no hay nada más que hacer aquí, que se lleven al difunto.» Y ahora Teldi, asomado a la ventana de su habitación, puede ver cómo un sol demasiado fuerte para finales de marzo se refleja en esa especie de mortaja de plástico dorado que ahora se utiliza para trasladar cadáveres. Teldi ve avanzar la mortaja hacia la puerta del jardín, conducida en una camilla por dos tipos con batas verdes. A los pies del muerto (¿o será quizá sobre la cara del cocinero?) alguien ha colocado unas flores que Ernesto Teldi ordenó cortar del jardín para que acompañen sus restos. Un gesto de amabilidad por parte de un empleador exquisito, pensaría un observador ingenuo y, en realidad, no estaría desencaminado. Porque Teldi ha mandado hacer un ramo de flores para Néstor, no exactamente por amabilidad, sino por elegancia: un enemigo que huye o, mejor aún, que tiene la enorme gentileza de morirse justo antes de que uno lo mate merece, como mínimo, este tributo -piensa Teldi.
Rosas, glicinas, petunias… un ramo poco pretencioso pero bello -se dice al ver cómo cabecean las flores sobre el cadáver de su enemigo-. La escena lo conmueve pues tiene un toque de grandeza que inmediatamente remite a Teldi a sus más hermosas obras de arte y, muy especialmente, a su última adquisición.
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