Rosa Regás - La Canción De Dorotea

Здесь есть возможность читать онлайн «Rosa Regás - La Canción De Dorotea» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La Canción De Dorotea: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Canción De Dorotea»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Premio Planeta 2001
Aurelia Fontana, profesora universitaria en Madrid, se ve obligada a buscar a alguien que cuide de su padre enfermo, postrado en una casa de campo. Adelita, menuda, parlanchina y eficiente, parece la persona indicada; y una vez ganada la confianza de Aurelia, sigue como guarda de la casa al fallecer el anciano. La dueña, que pasa en la finca contados días al año, asiste entre incómoda y fascinada a las explicaciones de Adelita; hasta que desaparece una valiosa sortija. La actitud críptica de la guarda, y una equívoca y repetida llamada telefónica hacen que Aurelia entrevea que algo anómalo ocurre en su casa mientras ella está ausente. Pero su obsesión por desvelar lo sucedido la lleva, en realidad, a un cara a cara con sus propias frustraciones y deseos inconfesables, en una espiral que, entre la atracción y la repulsa, la conduce a un terreno en el que lo bello y lo siniestro se dan la mano. Rosa Regàs se ha adentrado, con esta historia deslumbrante, en el misterio de las pasiones y de su ambivalencia, y ha conseguido una novela que la confirma en la primera línea de la literatura española actual.

La Canción De Dorotea — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Canción De Dorotea», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

El cambio no me pasó desapercibido y cada vez que volvía a la casa del molino se hacía más evidente, pero aunque había algo misterioso e inquietante en esa nueva actitud de Adelita, no quise detenerme a pensar en ello, tal vez porque me parecía que no importaba demasiado, que era hasta cierto punto natural que al tener menos trabajo se sintiera mejor en su nuevo papel de única rectora de la casa y del jardín, e incluso de vigilante de los campos. Y no es que se tomara más atribuciones que las que la nueva situación le otorgaba, sino que como yo iba dejando para más adelante la decisión de cerrar la casa y volver a Madrid o al menos a Barcelona, donde había nacido y vivido hasta que me fui a estudiar a Estados Unidos, era yo la que poco a poco lo iba dejando todo en sus manos. Además, cada vez eran más largas mis ausencias.

También cada vez eran más frecuentes los viajes que hacía con Gerardo, el amigo querido de toda la vida que había reaparecido con motivo de la muerte de mi padre y que casi sin darme cuenta, con la suavidad de un simple gesto de ternura, se había convertido en mi pareja. Pasaba con él buena parte de mis semanas libres y muchas veces iba sólo a la casa del molino a cambiar el contenido de la maleta.

En esas ocasiones, al marido y a los hijos de Adelita no los veía. Una de las puertas de la casa de los guardas donde vivía la familia daba a la parte trasera del jardín, muy cerca de nuestra cocina, pero la puerta que utilizaban para entrar y salir de la vivienda los hijos y el marido se abría directamente a un terreno baldío donde dejaban las motos, que limitaba con el camino, y estaba completamente de espaldas a la casa. Así que yo apenas me enteraba de sus idas y venidas o de las visitas que tuvieran. De hecho, nunca los había visto demasiado. A veces oía una moto a primera hora de la mañana, o más tarde otra y tal vez otra, mientras Adelita aparecía y desaparecía a su aire y de vez en cuando se detenía y me daba conversación. Parecía conocer a todo el mundo en el pueblo porque, decía ella, siempre estaba dispuesta a echar la mano que faltara y, según reconocía con cierta timidez y riendo siempre, recibía regalos de uno y de otro.

"Me quieren, porque cuando puedo les hago un favor, y la gente es agradecida y buena y lo devuelve." Así fue como un día que reuní a unos cuantos amigos y me di cuenta de que me faltaban copas de champán ella me trajo una caja con una docena de ellas, o cómo llegó a la casa una cuna de madera para el hijo recién nacido de otros amigos que fueron a pasar unos días conmigo, y cómo la cocina y la nevera que estaban en malas condiciones esperando el día en que yo decidiera ir a comprar otras a Toldrá, la pequeña ciudad más cercana, fueron sustituidas por unos aparatos que trajo en una camioneta gris un muchacho de ojos turbios y pelo rizado, acompañado de Adelita.

"Es mi sobrino", dijo "se está haciendo una casa y ha cambiado todos los electrodomésticos. Por eso nos los da." "Pero esta nevera y esta cocina están nuevas. Tendré que pagárselas" dije yo, un poco desconcertada.

"¡Qué va! Si lo que ocurre es que apenas han estado en la antigua casa, puerta por puerta con la de sus padres. De hecho vivían con ellos, comían con ellos, veían la televisión con ellos. Por eso están tan nuevos los electrodomésticos." Y Adelita levantaba su cara de luna y clavaba los ojos en los míos que, incapaz de reparar en que si estaban tan nuevos no había necesidad que los cambiaran, no sabía si aceptar tanta generosidad o comenzar a dudar de todo lo que oía y veía.

Pero me fui a los dos días y cuando volví al cabo de varias semanas, me encontré con que Adelita había pintado las puertas y los grandes portones de la entrada además de las paredes del salón, había sacado brillo a los suelos, había rascado con papel de lija tantas veces la mesa del comedor y le había dado después cera que estaba bruñida como una antigüedad, que el asunto de la nevera y de la cocina, cuando los recordé, me parecieron excesos de una persona que hacía méritos derrochando favores a su alrededor. Y dejé de dudar. Pero ahora me doy cuenta de que si me hubiera tomado la molestia de juntar las afirmaciones de Adelita a lo largo de aquel último año, habría comprendido, entre muchas otras cosas, que no había vida suficiente para haber vivido tanto.

Porque en esta nueva etapa, Adelita no paraba de hablar de sí misma, de su vida y de sus múltiples capacidades.

Tenía, decía ella, treinta y dos años, pero su hijo mayor rondaba los veinte.

"Es que me casé siendo una niña." "Pero ¿a los doce años, Adelita?" "Sí, siempre fui muy precoz", ratificaba sin dudar; "tuve la primera regla a los diez años." Y mantenía la mirada fija en la mía que, no acostumbrada a esas intimidades, la bajaba sin saber qué decir.

Recordé entonces que a los pocos meses de llegar había descubierto que no tenía dos hijos como me había dicho el primer día, sino tres.

"¿No me dijo dos?", pregunté dudando de mi memoria.

"No, tres", rectificó con aplomo, y en seguida desvió la conversación hacia sus partos. "Sufrí mucho, porque me tuvieron que hacer la cesárea las tres veces. Dijo el médico que jamás había encontrado una persona como yo que…" Adelita había trabajado en Francia con su marido. "Por eso sé francés." Y corriendo a la velocidad que le permitían sus cortas piernas, salía al extremo de la terraza y llamaba a gritos: "Jalib, "viens icí, viens". ¿Ve cómo me comprende?" Había trabajado también en una residencia de ancianos, de la que prácticamente se encargaba ella sola. Nada le gustaba más, nada en este mundo, decía cerrando sus ojitos y frunciendo la frente, que cuidar a los ancianos que eran para ella como la madre que tanto había querido y que no había podido cuidar.

"¿Por qué no la había podido cuidar?", preguntaba yo.

"Cosas de familia, señora.

¡Ha sido tanto lo que yo he pasado! Pero mire lo que le digo, yo siempre he puesto paz entre los hermanos, siempre. Y cuando murió mi padre…" Había regentado un hotel donde cocinaba cuando el cocinero estaba enfermo, y durante el verano anterior a su llegada a mi casa, había llevado ella sola seis apartamentos…

"Y ¿por qué lo dejó?" "El propietario no quería que lo dejara, claro, necesitó varias chicas para sustituirme, pero le digo la verdad, yo ya no podía, era demasiado…" Y en un momento en que su marido se puso enfermo también había trabajado como albañil. Sabía poner inyecciones, coser las heridas de los perros…

"¡Qué no habrá hecho usted, Adelita!", le decía yo que no quería ni me importaba saber si todo aquello había podido transcurrir en los veinte años de vida laboral de la mujer, y que lo único que deseaba es que me dejara leer el libro que había dejado en el regazo. A veces, bostezaba con ostentación para ver si se daba por aludida y me permitía descansar.

"Lo que a usted le ocurre, señora, es que tiene la tensión baja", decía entonces ella, y salía corriendo para volver al minuto con un aparato de tomar la tensión, se ponía alrededor de la cabeza el fonendoscopio y con un gesto de concentración de experta, comenzaba a darle a la pera hasta que, desviando la mirada al techo como si estuviera concentrada en oír los latidos de la sangre, hacía un gesto como queriendo decir, si ya lo decía yo. Se lo quitaba, lo enrollaba y diagnosticaba: "Once y siete, muy bajo para su edad." "¿Qué le pasa a mi edad? Tengo cuarenta y siete años. Siempre he tenido la misma tensión. ¿Se supone que he de tener una tensión especial? Y, por cierto, ¿de dónde ha sacado usted este aparato?" Adelita lo metía en el estuche y decía con cierto rubor: "Fui ayudante de un médico muy bueno que había en el pueblo. De él lo aprendí. Al final era yo la que tomaba la tensión a los pacientes." Y poco a poco su mirada se desplazaba del aparato a mis ojos atónitos, y a mí, que aun no queriendo saber cómo este nuevo trabajo se vinculaba con su vida laboral, me dejaba perpleja.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La Canción De Dorotea»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Canción De Dorotea» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La Canción De Dorotea»

Обсуждение, отзывы о книге «La Canción De Dorotea» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x