Qué sabéis de Julio, de David y Olga, del Responsable? Aquí estoy más solo que la una, desconectado de los altos jefazos. Lástima que la pastelera Mady no quiera ni verme, porque, como todos los franceses, paso hambre y si ella me hiciera caso podría comer de bóbilis, bóbilis. Pero, en fin, me zampo mucho champán, como al entrar en los pueblos hacía aquel loco que se llamaba Porvenir.
Tío Matías, qué tal la prima Paz? Todavía anda con el micrófono y las maracas? Debe ser todo un espectáculo. Bueno, a ver si al final liquidamos a los rusos y esto se queda como una balsa de aceite hasta Gibraltar.
Vuestro como siempre y Viva la Revolución Universal.
JOSÉ ALVEAR
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El 11 de septiembre se produjo un acontecimiento grandioso. Una patrulla aliada de reconocimiento cruzó la frontera alemana cerca de la aldea luxemburguesa de Stolzenburg. Invasión de Alemania, noventa y seis días después del desembarco en Norman día. Se esperaba que fueran los rusos los primeros en pisar suelo alemán, pero sólo rozaron la Prusia oriental.
Sin embargo, el ejército aliado se encontraba con dificultades, sobre todo por falta de gasolina y pese a haber tomado intacto el puerto de Amberes. A más de esto, los alemanes parecían haber rejuvenecido, desde que se enteraron de los planes aliados una vez concluida la guerra. Toda la industria alemana sería destruida! Todas las fábricas serían arrasadas! Alemania sería convertida en un país agrícola, de carácter pastoril! Este plan proporcionó a los alemanes una razón para morir con las armas en la mano.
El fracaso aliado en la zona de Arnhem, considerada esencial, abrió un otoño negro para los aliados, cuyos bombardeos afectaban más a las ciudades de arte que a la industria. Hitler movilizó a todos los hombres de los 18 a los 60 años. Además, las V-II empezaban a mostrarse terroríficas. Su radio de muerte y de devastación sobrepasaba en mucho a las V-I. El pánico invadió Inglaterra, que estaba herida y cansada y que no entreveía el final de una prueba que acababa de cumplir los cinco años.
En Francia la situación era preocupante, como se colegía de la carta de José Alvear, porque a los aliados les faltaban víveres, ropa y, como siempre, combustible. Por lo demás, y a pesar del inmenso prestigio de De Gaulle, la autoridad del Estado se restablecía penosamente en un país asolado y dislocado. De Gaulle, efectivamente, disolvió las "milicias patrióticas", con lo que despojó a los comunistas de su ejército de guerra civil. Gesto temerario. Por fortuna, Maurice Thorez, el jefe comunista, regresado a Francia y amnistiado por su deserción de 1939, dio órdenes de obedecer.
En Italia la situación era más dramática aún. Miseria indecible y desmoralización sin límites. Se decía que, salvo el Papa, todo el mundo se vendía a quien más ofrecía. La prostitución, el mercado negro, todas las formas del robo no lograban saciar el hambre italiana. Los quince millones de italianos que aún vivían bajo la autoridad nominal de Mussolini conocían el horror de los bombardeos y del terror nazi. En el resto del país, todavía no se dibujaban las instituciones que habían de reemplazar al fascismo y en el vacío los comunistas tomaban posesión de ciudades y pueblos.
En este momento, Rusia irrumpió por su parte en Alemania en el frente del Este, pero esta ofensiva se caracterizaba por una violencia sin precedentes, por atrocidades, violaciones, saqueos y asesinatos de civiles alemanes y de prisioneros franceses, que daban a los alemanes una nueva razón de batirse hasta la muerte. El 2 de septiembre, el mariscal Erwin von Vitzleben, condenado a muerte por el tribunal del pueblo, fue colgado por la garganta en un gancho de carnicero. El 14 de octubre, el mariscal Rommel, convaleciente en su casa de Herrlingen, vio llegar a los generales Burgdorf y Maisel, quienes le ofrecieron elegir entre el tribunal del pueblo o el suicidio. Rommel eligió el suicidio, absorbiendo el veneno que le habían llevado los emisarios de Hitler y bajó a la tumba con exequias nacionales, un telegrama del Führer y un discurso fúnebre del mariscal Von Rundstedt, engañado o comparsa.
En Norteamérica se celebraron elecciones presidenciales, y la camarilla de la Casa Blanca se las arregló para maquillar a Roo sevelt de forma que no se viera que estaba tocado por la muerte. Incluso su médico, Mclntire, redujo la jornada de trabajo del presidente a cuatro horas al día y cometió la indignidad de comunicar al país que Roosevelt estaba en plena forma. Roosevelt salió reelegido, y nombró vicepresidente a un oscuro senador de Missouri, llamado Harry Truman.
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Tales acontecimientos repercutieron en el ánimo de los gerun denses. Los hermanos Costa, la Torre de Babel y Padrosa dejaron a sus mujeres en casa y se fueron a comer ancas de rana en el restaurante de la Barca. Manolo y Esther brindaron con champán.
El cónsul norteamericano, mister Stern y el cónsul inglés, mister Collins, no se movían de la cafetería España, donde Rogelio les servía de mala gana media combinación de gin-fizz o una ginebra compuesta. El padre Jaraiz y mosén Falcó estaban hundidos. Llevaban sus emblemas en la sotana, pero suponían que un día u otro tendrían que arrancárselos. Según las ideas o el talante, cada perro se encerraba en su guarida o salía de ella moviendo la cola.
El gobernador era quien mejor encajaba esos golpes, pensando en la capacidad maniobrera de Franco y en las palabras de Chur chill: "Los problemas de la política interior no interesan más que a los españoles. No nos concierne inmiscuirnos en sus asuntos". El gobernador quería agarrarse a un clavo ardiente, pese a que María Fernanda le objetaba que Churchill podía muy bien desdecirse y clavarles la puñalada trapera. María Fernanda estaba contenta porque se había enterado de que don Juan de Borbón había abandonado la dramática Italia y se había instalado en la neutral Suiza, concretamente en Lausanne, donde repetía el mismo sonsonete: con la restauración de la monarquía España no tendría problema alguno. No darse cuenta de ello presuponía una ceguera de la que, teóricamente, había precedentes.
– Anda, déjame en paz con tu don Juan, que al parecer las enamora a todas, porque Carlota y Charo piensan lo mismo que tú. Si Franco dejara el timón, y puesto que don Juan, a mi entender, carece del apoyo popular, los que se llevarían el gato al agua serían Roosevelt y su camarilla de la Casa Blanca…
También estaba preocupado Mateo. Las palabras de Núñez Maza se le habían grabado en la mente. Había momentos en que dichas palabras socavaban su fe; en otros, el camarada Montaraz levantaba su moral y los dos se miraban complacidos la camisa azul. Había algún problema minúsculo que resolver, puesto que la vida no se detenía: la burocracia cotidiana, los relevos de cada día. Muerto el profesor Civil, era preciso nombrarle un sustituto en Auxilio Social. El gobernador se decidió por el jefe local del Movimiento en Bañólas, Faustino Vilardell, quien estaba casado con una mujer también bañolense y tenía una hija sordomuda, de diez años de edad. Hombre acostumbrado a bregar, a luchar contracorriente, había aprendido los signos inventados por fray Ponce de León para dialogar con su hija. Al enterarse de que en Gerona había cuatro sordomudos más no dudó un instante en aceptar el nuevo cargo y se trasladó con su casa a cuestas. El padre Forteza pensó para sí: "Voy a aprenderme el código de señales". Llamó a Faustino Vilardell y le hizo partícipe de su propósito. Faustino se emocionó. "Se lo agradezco mucho, padre. Eso hará que nuestra hija, que se llama Mercedes, se sienta menos sola".
Mateo no tenía más remedio que disimular. Todo el mundo estaba pendiente de su aspecto y de sus mínimas declaraciones. "Tiene mala cara". "Qué va! Le veo más seguro que nunca". "Tal vez sepa algo que nosotros ignoramos…" Ese algo era Pilar. Pilar le decía: "Estoy a tu lado, Mateo. Pase lo que pase". Mateo recompensaba a su mujer con un beso emocionado. Sólo Teresa, la sirvienta, había advertido que Mateo al entrar en su despacho a veces suspiraba hondo, como si no pudiera soporta: un minuto más la carga que llevaba encima.
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