José Gironella - Los hombres lloran solos

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«José Maria Gironella publicó en 1953 su novela Los cipreses creen en Dios, con la que alcanzó un éxito mundial. En 1961 Un millon de muertos, que muchos críticos consideran como el más vibrante relato de lo acaecido en España durante la guerra civil (en los dos bandos). En 1966 culminó su trilogía con Ha estallado la paz, que abarca un corto período de la inmediata posguerra.
Hoy lanza al público su cuarto volumen, continuación de los tomos precedentes, decidido a convertir dicha trilogía en unos Episodios Nacionales a los que añadirá un quinto y un sexto volumen -cuyos borradores aguardan ya en su mesa de trabajo-, y que cronológicamente abarcarán hasta la muerte del general Franco, es decir, hasta noviembre de 1975. La razón de la tardanza en pergeñar el cuarto tomo se debe a dos circunstancias: al deseo de poderlo escribir sin el temor a la censura y a su pasión por los viajes, que se convirtieron en manantial de inspiración para escribir obras tan singulares como El escándalo de Tierra Santa, El escándalo del Islam, En Asia se muere bajo las estrellas, etc.
Con esta novela, Los hombres lloran solos, José María Gironella retorna a la entrañable aventura de la familia Alvear en la Gerona de la posguerra, a las peripecias de los exiliados y del maquis, sin olvidar el cruento desarrollo de la segunda guerra mundial. Los hombres lloran solos marcará sin duda un hito en la historia de la novela española contemporánea.»

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Por fortuna, el encargado de la fabricación de armamentos en Alemania era un genio, Albert Speer. Consiguió que trabajasen catorce millones de hombres, en artillería, carros de combate y aviación. Y sobre todo, en el "arma secreta", la V-I y la V-II, que sería seguramente decisiva.

En ese verano de 1943 Alemania sacó más fuerzas de flaqueza que en los momentos de mayor expansión. Sin embargo, los rusos hacían más aún. El doble que la producción alemana. Además, la lucha de los "partisanos", con sus escaramuzas en la retaguardia, era mortal. Comenzaba la gran retirada de Ucrania.

El 25 de septiembre los rusos alcanzaron el Dniepper. Momento conmovedor. Dos años antes, los soldados alemanes se habían sentido llenos de emoción, casi de vértigo, al abrazar con la mirada la inmensidad del río, y más allá la llanura infinita.

Un día antes habían recuperado Smolensko. La ocupación tenía su símbolo, puesto que significaba que Moscú estaba definitivamente salvado y era la primera vez que el cañón de la victoria sonaba en la capital.

A continuación, tomaron Kiev. Los oficiales alemanes se preguntaban por qué no se había construido una línea de defensa sólida. Hitler no quería oír hablar de eso. "Si se cuenta con una línea defensiva sólida, sólo se piensa en retroceder hasta esa línea y yo lo que quiero es avanzar".

Por otra parte, en el frente italiano la cosas andaban peor todavía. Aparte de que el desembarco en Sicilia fue un paseo militar, se había bombardeado, en efecto, Roma, por dos veces consecutivas! En la primera, quinientos bombarderos volaron sobre la ciudad dejando caer toneladas de bombas sobre los barrios populares de San Lorenzo. La conmoción en el mundo -y en Gerona- fue tremenda. Qué ocurriría con el Vaticano? De momento, estaba intacto. Pero hasta cuándo? El Papa pidió a la cristiandad rogativas para la paz, cosa que, según Ángel, el hijo del gobernador, y los hermanos Costa, no había hecho mientras el Eje ganaba la guerra. Inmediatamente se movilizaron los fieles y enviaron al Vaticano millares de telegramas, entre los cuales había uno de Carmen Elgazu. Era el primer telegrama de su mujer que Matías cursaba desde que estaba en Telégrafos. Casi le emocionó. "Aquí en Gerona rezamos por la paz y por la salvación del Papa y de Roma". También enviaron telegramas la Voz de Alerta y el doctor Andújar y, cómo no!, el obispo, doctor Gregorio Lascasas, quien le había confiado a Agustín Lago: "Las cosas andan mal. Presiento una catástrofe sin precedentes".

Mosén Alberto tuvo que consolar a Carmen Elgazu.

– No llores, mujer… Confía en la providencia. No sé lo que va a ocurrir, pero el Vaticano se salvará. Allí están las reliquias de san Pedro, que desviarán las manos destructoras.

Carmen Elgazu le rezaba a César para que interviniera, junto con las reliquias de san Pedro. Le parecía que a César lo tenía más a mano.

– Mosén Alberto, siempre lo he dicho y en casa se reían de mí. Verdad que los que bombardean Roma son los protestantes?

Mosén Alberto titubeó.

– Pues, en cierto sentido, sí…

– Claro… Mi instinto no miente. Si lo sabré yo.

Las rogativas en Gerona llegaron incluso a organizar Vía Crucis, capitaneados por mosén Falcó, en las capillas que ascendían detrás de las murallas y que normalmente sólo eran utilizadas por Semana Santa. Carmen Elgazu movilizó a Matías, a Pilar, a Manuel Alvear -seminarista- y a Eloy; Mateo se excusó aludiendo a su cojera e Ignacio, simplemente, dijo: "Lo siento, mamá, pero tengo trabajo".

Si Carmen Elgazu hubiera recibido información del general Sánchez Bravo todavía hubiese llorado más. Mientras los ingleses se dirigían hacia Catania, el rey de Italia, el pequeño rey, Víctor Manuel III, proseguía sus intrigas cautelosas con el mariscal Badoglio y otros mussolinianos caídos en desgracia. Había dos corrientes: los que querían retirar a toda costa a Italia de la guerra y los que querían solidarizarse a vida o muerte con Alemania. Fanáticos fascistas recorrían las provincias de Italia proclamando que la patria estaba en peligro y lanzando la consigna: o victoria o muerte. Algunos aceptaban, otros rehusaban. Entre estos últimos se encontraba Ciano.

La desbandada de Sicilia había provocado las iras del Führer, quien pidió que se sometiera a acusación al almirante Leonardi, responsable de la defensa de la isla. Se enviaron refuerzos, pero en pequeña escala, pues se temía una traición. Hitler le preguntó a Rommel si conocía algún fascista capaz de ofrecer resistencia y de salvar la cooperación italogermana. Rommel contestó en el acto: "No existe tal italiano…"

Hitler y Mussolini se entrevistaron -ambos envejecidos hasta causar espanto-, e Hitler le repitió una vez más que el "arma secreta" tantas veces anunciada era una realidad; que, en efecto, se llamaría V-I y V-II; y que por sí sola daría el vuelco a la situación. "Lo que ocurre es que cada día que pasa es un día más y tenemos que esperar todavía unos meses para tenerla a punto".

Este plazo fue suficiente para condenar a Mussolini. El Gran Consejo Fascista, acaudillado por Ciano, Grandi y De Bono, le dijeron al Duce que dejara en manos del rey el gobierno de las fuerzas armadas. Ello significaba el desmoronamiento del régimen fascista. Se pasó a votación y la unanimidad en contra de Mussolini le asestó a éste el golpe de gracia. Disuelta la reunión, Mussolini se dirigió a ver al rey, para exponerle sus argumentos. El rey le replicó: "Usted es el hombre más detestado de Italia. Yo le quiero mucho. Se lo he probado defendiéndole en numerosas ocasiones. Pero esta vez tengo que pedirle su dimisión…"

A la salida, el coche de Mussolini ya no estaba. Le esperaba otro, una ambulancia, al mando de un capitán de carabineros, que condujo a Mussolini hasta el cuartel de Vía Legnano. Horas después, tres comunicados anunciaron al mundo la caída de Mussolini. El estremecimiento fue general. El camarada Montaraz, el general Sánchez Bravo, Mateo y Marta estaban desorientados. Cómo se precipitaban los acontecimientos! Y Radio Londres martilleando sin cesar e informando de que los basureros de las calles romanas empujaban a las alcantarillas millares de insignias del Partido Nacional Fascista.

Hitler se enteró con furor de la noticia. "Ahora los italianos me van a decir que continúan en guerra. Naturalmente, será mentira. Van a negociar con los ingleses".

Entretanto, los bombardeos aliados proseguían implacablemente contra Alemania. Era la operación llamada "Pointblank". Sistemática destrucción de las ciudades enemigas. Berlín fue bombardeada por primera vez con bombas incendiarias. Dusseldorf quedó medio destruido. Hamburgo fue la gran víctima del verano. Las bombas de fósforo abrasaban el asfalto de las calles. Más de un millón de habitantes estaban sin refugio: la serie de fugitivos, muchos de ellos quemados, locos o ciegos, constituían un espectáculo impar. Simultáneamente eran bombardeadas ciudades italianas: Milán, Turín, Roma otra vez. Se presentía que Italia se rendiría sin condiciones y se pondría del lado de los aliados.

* * *

Aquellas noticias, dramáticas de por sí, al margenQ de las ideas o inclinaciones de cada cual, aguaron un poco la felicidad de Ignacio y Ana María, instalados ya en la avenida Padre Claret. Faltaba poco para que el piso estuviera al completo: la habitación-despacho de Ignacio, en la que éste se disponía a leer y a estudiar. Las reproducciones cubistas de Picasso parecían simbolizar la rotura que se producía en el mundo. Todo tenía varias caras o éstas podían ser vistas desde ángulos distintos. La propia Ana María no era la misma cuando decía "te quiero" que cuando decía: "Ya me explicarás con calma eso del budismo". Ana María hablaba así porque Ignacio continuaba en sus trece, alentado por Jaime, quien le proporcionaba bibliografía abundante: las religiones orientales le interesaban y de momento, y pese a que Gandhi acababa de ser detenido por los ingleses, estudiaba con ahínco el budismo, porque se notaba ambicioso en exceso y leyó que el budismo se basaba en "el bloqueo de las propias concupiscencias".

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