Pilar se enorgulleció de la afortunada intervención de Mateo. "Ves? -le dijo-. Alegrías así tienes que darme". Mateo esbozó una reverencia, que Pilar aprovechó para estamparle un beso en la frente. Matías y Carmen Elgazu felicitaron de corazón a Ignacio. Habían querido mucho a Marta, ésta les daba pena y ahora tal vez tuvieran ocasión de volverla a ver en el piso de la Rambla. "Realmente -dijo Matías-, no había ninguna razón para que anduvierais por estas calles como el perro y el gato". También se JL alegraron mucho mosén Alberto y el padre Forteza. Éste, que continuaba confesando a casi todas las mujeres de la ciudad, deseaba que un día la muchacha se arrodillara a sus pies, para conocerla en la intimidad. Unos decían de ella que era una esfinge, otros, sencillamente, que sufría mal de amores. Ahora que todo esto había pasado, tal vez tuviera ocasión de ahondar en aquella alma que durante tanto tiempo pareció triste. La curiosidad del padre Forteza no era malsana; sencillamente, consideraba que para que el sacramento de la penitencia tuviera su auténtico valor, era preciso conocer al penitente. Por lo demás, él continuaba siendo el payaso de siempre e imitando a la gente. De un tiempo a esta parte imitaba al camarada Montaraz, quien en los actos oficiales levantaba excesivamente el brazo, como si quisiera tocar las estrellas.
En fin, que hubo mucho revuelo general, hasta el punto de que el librero Jaime le regaló a Ignacio una espléndida edición de Los novios, de Manzoni. En cuanto a Ana María, la principal interesada, no supo qué pensar. Por un lado se alegró también, porque Marta le daba pena; por otro murmuró entre dientes: "De acuerdo, de acuerdo. Ella se lo perdió y ahora que nos deje en paz".
Marta era muy amiga del camarada Montaraz y de María Fernanda. El gobernador decía siempre: "Podría ser una digna colaboradora de Pilar Primo de Rivera en la Delegación Nacional ". Les gustaba porque con ella podían hablar libremente de política, exceptuando, eso sí, el tema de la monarquía, que para María Fernanda era fundamental. "Un año de gobierno de don Juan -había sentenciado Marta en el Gobierno Civil-, y todos los logros del Régimen se caerían como un castillo de naipes". Dijo esto porque, al compás de los acontecimientos, corrían rumores de una posible restauración monárquica, que tenían en vilo a don Anselmo Ichaso, a la Voz de Alerta y a sus respectivas mujeres. La base de estos rumores estribaba en unas declaraciones del embajador británico, lord Samuel Hoare, quien, en sus tiempos de lord del Almirantazgo tuvo a don Juan como cadete en la Marina británica, por lo que consideraba a éste uno de sus muchachos. "Rey de España un cadete de la Marina británica! Hasta aquí podíamos llegar".
Marta se lanzó más que nunca a sus actividades. Consiguió llevar a buen término la inauguración de un nuevo grupo de viviendas en el barrio de San Narciso. En un discurso explicó que un "rojo" quería besar a una monja y ella no quería. Entonces el "rojo" desclavó la escultura de un Cristo y clavó a la monja en el mismo madero. En otro discurso intentó descifrar el significado del Bloque Ibérico -tratado de amistad entre España y Portugal-, pues nadie sabía para qué iba a servir. "Es inadmisible que dos países tan próximos nos desconozcamos tanto el uno al otro". Elogió la postura de Greta Garbo, muy censurada porque se había negado a tomar parte activa en la guerra a favor de Norteamérica. Marta visitaba a menudo a Paúl Günther, el cónsul alemán, que se hospedaba en el hotel Peninsular. Altísimo, con sus dos hombres de confianza y sus dos perros picardos, en la intimidad era muy afectuoso, "sobre todo con las damas", solía precisar.
Paúl Günther le había hecho confidencias a Marta y le regalaba muchas revistas. Un piloto alemán, Hans Ulrich, llevaba realizados mil vuelos contra el enemigo. Los laboratorios alemanes habían conseguido extraer insulina del páncreas de los peces, lo que significaba un gran avance en el tratamiento de los diabéticos. Le había impresionado mucho por Semana Santa, ver que el señor obispo lavaba los pies a doce ancianos del asilo. "Esto, para un nazi, es una aberración". Chiang Kai-shek había prohibido en su territorio el baile, la bebida, la venta de cosméticos y la ondulación permanente mientras durara la guerra contra el Japón. "Vuestro obispo, doctor Lascasas, estará satisfecho…" Franco había decidido -y ello era grave- instituir las Cortes españolas. Pero no sabía qué nombre darles a los representantes políticos de la nación. No quería llamarlos diputados, porque esto sonaba a República. Quería nombrarles miembros. Pero alguien se opuso. Advirtió que se podría decir, por ejemplo, "eso es un error que comete el señor miembro". Finalmente se aceptó el vocablo procurador, que en realidad no serviría para mucho, porque la elección sería digital.
Marta a veces estaba de acuerdo con Paúl Günther, a veces no. El cónsul le había dado consejos estimulantes, como, por ejemplo, el de coleccionar muñecas, empezando por la muñeca Mariquita Pérez, hecha de cartón, de ojos muy abiertos, azules y sin movimiento y que se había hecho popular en todo el ámbito nacional. Marta regaló unas cuantas a las hijas del doctor Andújar, las cuales, en efecto, estudiaban música para formar una orquesta de cámara. Asimismo, le habló muy bien de Ángel, el hijo del gobernador. A Paúl Günther le habían impresionado mucho las fotografías que Ángel les sacó a los ancianos y a los locos, y sus proyectos de "urbanista" eran, a su juicio, de admirable calidad. Inesperadamente, Paúl Günther le preguntó a Marta: "Ángel es soltero, verdad?". Marta parpadeó. "Creo que sí", contestó. Y Paúl Günther hizo un guiño malicioso y encendió un pitillo ruso!, lo cual acabó de dejar perpleja a Marta.
En resumidas cuentas, lo que más importaba a Marta era la inyección moral que Paúl Günther significaba para ella en todo cuanto atañese al curso de la guerra. Según él, lo del "arma secreta" no era ningún bulo, era la verdad. "También los aliados están trabajando en la suya -añadió-, pero creo que nosotros llegaremos antes. Por lo menos, eso dicen los astrólogos". Marta le preguntó: "Pero, es verdad que Hitler se deja influir por los astrólogos?". "No, no es verdad -contestó rotundamente Paúl Günther-. Lo que sí es verdad es que es vegetariano y que les hace mucho caso a los curanderos. Desconfía de los médicos, que en Alemania han sido siempre liberales. Los curanderos, no. Mientras practican sus abluciones gritan Heil Hitler! y esto encanta a nuestro Führer". Le habló también del gusto español por lucir uniforme. "Nuestro embajador en Madrid, Von Sthorer, me dijo un día que a los españoles les gustan los uniformes, siempre que sean multiformes".
Marta se quedó muy intrigada con el guiño malicioso del cónsul alemán al hablar de Ángel. Qué ocurría? Paúl Günther era un sabelotodo. Tal vez tuviera ocasión de comprobarlo en el baile que iba a dar el camarada Montaraz en el Gobierno Civil, al que ella estaba decidida a asistir. Ah, las influencias de su reconciliación con Ignacio! Antes, Marta hubiera declinado la invitación. Llevaba años sin bailar. Seguramente lo haría con torpeza, qué importaba! A ver si, entretanto, aprendía de Gracia Andújar cómo se bailaba el swing y también el tiroliro, ambos tan en boga como la Mariquita Pérez…
* * *
Estaba escrito que Marta no viviría para sustos. El 13 de marzo Amanecer publicó la noticia. Atentado frustrado contra Hitler. Un artefacto cebado, constituido por dos botellas de coñac, y cuya espita fracasó, había sido colocado en el avión personal del Führer, mientras éste regresaba de Smolensko. Se trataba de la Operación Flash. Autores, el coronel Treschow y el jefe de los conjurados, Schalahendorff. Ocho días después, en el museo de la guerra, en Berlín, el barón Von Gersdorff se propuso hacer saltar él mismo un artefacto contra Hitler, y también fracasó. "Hitler creyó más que nunca que la providencia estaba de su parte".
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