Mateo movió la cabeza.
– Eso es muy difícil. Ahí está su curriculum, que le salvó del juicio sumarísimo…
– Me dijo que se avergonzaba de su pasado, de muchas de las afirmaciones que había hecho con el micrófono en la mano. El microbio del pluralismo le ha penetrado hondo… -Salazar se dio un puñetazo en la frente-. No me extrañaría que pronto empezara a estudiar inglés.
Mateo cabeceó repetidamente. Qué podía haberle ocurrido? En Riga habló con él horas y horas. Fue al llegar a España cuando se produjo la decepción.
Dieron carpetazo al asunto y Mateo se prometió a sí mismo visitar personalmente a Núñez Maza en su lugar de destierro. Hablaron de Franco, del Pardo, del Pazo de Meirás… No habría caído el Caudillo en la tentación de la soberbia?
Salazar lo negó. Dijo que lo que el pueblo deseaba de él era precisamente esto. Por lo menos, mientras durara la guerra mundial. En el palacio del Pardo se guardaban infinidad de recuerdos de los Borbones, de los soberanos y príncipes que a lo largo de cuatro siglos presidieron los destinos de la nación. Con la fantasmal presencia de Goya en sus tapices… El Pazo de Meirás, que había pertenecido a la condesa Pardo Bazán, se lo había regalado el ayuntamiento de La Coruña, previa suscripción popular. Tal vez lo único que pudiera achacársele fuera haber comprado a precio de saldo una gran finca en Valdefuentes y que ahora la estuviese modernizando con la ayuda de los tractores del Instituto de Colonización…
Mateo se quedó boquiabierto. Salazar añadió que Franco, personalmente, era austero, sin vicios, casi franciscano en su vida íntima. Había matado mucho, pero sin rabia, con frialdad, porque consideraba que era su deber, como ocurrió con su primo Ricardo al que hizo fusilar porque cuando el Alzamiento destruyó todos los aviones del puerto de Ceuta. Lo sorprendente era que lloraba con frecuencia. No de arrepentimiento, sino porque se enternecía a la vista de los niños, al oír los himnos. Se le empañaban los ojos y empezaba a llorar. Tal vez la vanidosa del clan fuera su mujer, doña Carmen Polo, que no podía olvidar que de niño Franco era tan delgadito y poca cosa que le llamaban Cerillita. Otro miembro discutible de la familia era su hermano Nicolás, que antes de la guerra fue presidente del Rotary Club de Valencia y que fue su secretario particular durante algún tiempo.
Mateo se bebía las palabras de su interlocutor. Éste hablaba sin pasión, como si recitara una historia ya sabida y que para nada podía influir en su esquema ideológico. Salazar continuaba venerando al Caudillo, gracia al cual se había ganado la guerra civil y se había salvaguardado la neutralidad.
– Ahora mismo, tiene que luchar en varios frentes a la vez, en el campo diplomático, por supuesto. Por un lado, tener contentos al embajador alemán, Von Sthorer, al italiano y al japonés. Por otro, tener contentos a mister Hayes, embajador americano, muy pro español y a mister Samuel Hoare, inglés y antifranquista hasta la médula. No es una papeleta fácil… La última jugada de póquer del Caudillo ha sido adquirir treinta Packards para él y sus ministros, lo que ha satisfecho mucho a mister Hayes, al comprobar que Franco y sus ministros irían en automóviles americanos y no alemanes.
Mateo se sentía desbordado.
– Y eso de los Packards -insinuó, con voz dubitativa- te satisface a ti?
Salazar se levantó y le puso una mano en el hombro.
– Te digo que es un gesto diplomático… -Sonrió-: De una vez para siempre convéncete de que las cosas desde Madrid se ven de muy distinta manera que desde Gerona.
Esto último sublevó a Mateo.
– De modo que los de provincias somos unos palurdos, verdad?
El gigante Salazar posó su cachimba en el cenicero y levantó los brazos.
– Yo no he dicho eso! Es nuestro lenguaje, no? Desde cuándo los falangistas hemos de andarnos con tapujos? No tomas tú, en tu casa, decisiones que ni siquiera entiende tu mujer…? Pues aplícate el cuento.
Mateo salió de la Delegación Nacional de FET y de las JONS hecho un lío. Le dolió no llevar consigo la bala que le lesionó la cadera. La había escondido en lo alto del depósito del agua para que Pilar no la encontrara jamás.
* * *
Entre los exiliados españoles empezó a notarse una cierta euforia. La guerra había cambiado de signo y aunque Alemania y el Japón eran muy fuertes aún, daba la impresión de que el Pacto Tripartito empezaba a desmoronarse. Incluso el Japón, que se había desparramado por Asia como una ola gigantesca, comenzaba a tener problemas. Chiang Kai-shek reaccionaba en China y se Jfe daba por seguro que admitiría la ayuda de los comunistas, éstos capitaneados por Mao Tsé-tung.
En Ufa, el estado de ánimo de los españoles instalados allí era complejo. Alegría por la trayectoria bélica, dolor por la muerte de Rubén, el hijo de la Pasionaria. Rubén, herido anteriormente, ahora había encontrado la muerte en Stalingrado. El propio Nikita Kruschev fue quien comunicó a la Pasionaria la noticia, intentando consolarla diciéndole que él también había dado un hijo en el frente… ' La Pasionaria' lloró amargamente. De los seis hijos que había traído al mundo sólo le quedaba una hija, Amaya. La habían nombrado secretaria general del Partido, en detrimento de Jesús Hernández, quien, desde Méjico, aspiraba a dicho cargo. Jesús Hernández, el de la famosa alocución en el barco en que Cosme Vila se trasladó del Havre a Leningrado al terminar la guerra civil, se indignó con la Pasionaria y se enemistó con el Partido. David y Olga, que en Méjico habían entrado en contacto con él, le afearon su conducta. "'La Pasionaria' es un mito auténtico, un caso único entre todos los amigos de la URSS. Deberías enviarle un telegrama de felicitación".
Cosme Vila, que cumplía a la perfección en Radio Moscú, al igual que la maestra Regina Suárez, estaba a punto de ser padre por segunda vez. Como si quisiera seguir las huellas de Mateo, preñó de nuevo a su mujer, la cual estuvo, al fin!, contenta, puesto que un segundo hijo colmaba sus ilusiones domésticas. Ella seguía sin comprender el porqué de las guerras y le había dicho a la Pasionaria: "De qué te van a servir todos los honores del Kremlin si has perdido a Rubén?". La compañera de Cosme Vila no se habituaría jamás a la URSS. El resto del "grupo" hablaba ya ruso, y sobre todo lo leía, con pasmosa facilidad; ella continuaba viendo únicamente patitas de mosca. "Qué nombre le pondremos al bebé?", preguntó Cosme Vila. "Si es varón -dijo Regina Suárez-, Nikita, en honor de Kruschev; si es hembra, Dolores, en honor de la Pasionaria ". Ésta sonrió. "Muchas gracias", dijo. Sonrió porque en toda la URSS había clubes internacionales, brigadas de trabajo y escuelas que empezaban a llevar el nombre de Rubén Ibárruri, y ello le daba ánimo para seguir en su puesto. "Lástima -comentó- que el hijo de Stalin no haya podido ser rescatado aún de la barbarie alemana. Seguramente lo guardan como rehén, para cuando logremos hacer prisioneros a Himmler y a Goebbels".
Al otro lado del mapamundi brindaron por Stalingrado y el Afrika Korps nada menos que Julio García, David y Olga. Los tres se habían reunido en Washington, a invitación de Julio. "Los tres grandes", bromearon, mientras un negrito le limpiaba las botas a Julio, en el vestíbulo del Imperial Hotel.
Olga estaba exultante de belleza y felicidad; David había envejecido, al igual que Julio y Amparo. Ésta, por supuesto, había probado todos los cosméticos del mercado; Julio se había limitado a vestirse un poco a lo yanqui, con camisas de muchos colores y tirantes a lo Fred Astaire. Olga se había alisado de nuevo el cabello y su acento al hablar hubiera sin duda fascinado a Ignacio, como lo fascinó aquel verano al bañarse desnuda, de noche, en la playa de San Feliu de Guíxols. Por cierto, que los tres habían leído en Amanecer que San Feliu de Guíxols había sido adoptado por el Caudillo, junto a otros muchos pueblos catalanes. David comentó: "No me extrañaría que al regresar a Cataluña nos encontremos con que la mitad de la población habla con acento gallego".
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