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La tertulia del café Nacional continuaba con su ritmo sabático. El primer sábado del mes de mayo se reunieron todos sus componentes y algún "mirón". Anecdotario nacional, que contrastaba con los acontecimientos que vivía el mundo.
Matías puso sobre la mesa de mármol la primera noticia: "En las últimas fallas de Valencia se presentó una en la que se veía a Manolete pinchando con su estoque un fardo de billetes de mil". El canario Grote repitió una frase entresacada de un sermón del cardenal Segura: "Nuestro Papa Pío XII, felizmente reinante y al cual yo no voté…" Galindo, preocupado, de un tiempo a esta parte, por el estreñimiento, levantó en alto un recorte de La Vanguardia: "Laxer Busto. Laxante que educa el intestino". Matías comentó: "No sabía que tuviera usted el intestino mal educado". Jaime, el librero, blandió otro anuncio: "Por qué la casa Pujol es la que vende más bragueros? Visítenos y se convencerá". Herreros, el dependiente madrileño de la peluquería Dámaso, intervino con otra cita: "No tenga usted manos de fregona. La cera Aseptina, mágica, las transformará en delicadas y suaves". Leopoldo, el contable de los Costa acudió con una frase del camarada Montaraz: "Según la Falange, el obrero y el técnico no venden sino que ponen su trabajo. Son socios que se unen al empresario para producir y formar con él una sola sociedad". Marcos, el marido de Adela, trajo una noticia inesperada: en Barcelona iban a celebrarse cursillos especiales para capellanes de prisión. "Qué podrán enseñarle, que no sepa, a mosén Falcó?". Ramón, el camarero, dijo que lo que a él le gustaría sería visitar Hollywood, donde acababa de filmarse en tecnicolor la película Virginia.
Terminado el turno, y en honor de la situación mundial, la velada se prolongó. Se supo que Churchill, en sus ratos libres, era pintor y que había expuesto varias obras en París con el seudónimo de Charles Maurin. Que el Gerona se había proclamado campeón nacional de hockey sobre ruedas. Que habían sido concedidos seis millones para reformas urbanas en Gerona. Que en Madrid se había inaugurado el III Salón de la Moda Española, por el que desfilaron 80 modelos. Que la canción de moda era: "La muchacha que patinando se cayó. Y en el suelo se le vio… qué se le vio? Que no sabía patinar". Que Nuestra Señora de Montserrat era la patrona de los pasteleros y de los confiteros. Que en Lisboa un hombre comía exclusivamente serrín desde hacía tres años. Y que Franco, en un discurso a los asesores religiosos de Auxilio Social había dicho: "La batalla que hace nueve años nosotros hemos emprendido es la batalla que no se pierde: la batalla de Dios".
Llegados aquí, todos los que no intervenían en las partidas de dominó se dispersaron, excepto el camarero Ramón. Matías, aquella tarde, espoleado porque su nieto, César, empezaba a deletrear "a-bue-lo" les pegó a sus adversarios una paliza fenomenal.
– QUÉ ESTAMOS HACIENDO EN UpA? Podemos regresar a Moscú…
Así lo hicieron. Los tiempos habían cambiado. ' La Pasionaria', Cosme Vila, su mujer e hijo, Regina Suárez y el madrileño Ruano, además de algunos mutilados que se les habían unido, cargaron con la emisora Radio España Independiente y volvieron a la capital de la URSS.
Su euforia estaba justificada. Suponían que el régimen de Franco tenía los días contados. Desde Moscú, en sus emisiones, bombardearon a la población española con frases que parecían ultimátums. Invitaban a la gente a que secundara la lucha de los maquis que, en efecto, estaban efectuando actos de sabotaje en diversas zonas del territorio nacional. En Francia acababa de crearse el Buró Político, al mando de Santiago Carrillo, para cursillos intensivos de tres meses. Según noticias, las zonas más activas eran Levante y Aragón. También Andalucía, bien que el individualismo andaluz era más proclive al anarquismo que a una acción coordinada. También Galicia, donde todo lo que fuera "clandestino" y "misterioso" tenía buena acogida.
Uno de los slogans utilizados por Cosme Vila en la emisora era que la URSS, después de su victoria, convertiría en democracias las naciones ocupadas. Cosme Vila, al decir esto, sonreía por lo bajines. ' La Pasionaria' no se manifestaba al respecto. Regina Suárez se encogía de hombros. "Lo que haga Stalin lo doy por bien hecho. Ha demostrado ser el hombre más astuto y más fuerte del planeta".
La mujer de Cosme Vila entreveía la posibilidad de volver a Gerona, con su hijito, que era casi trilingüe: catalán, castellano y ruso. Muchacho avispado, al que Ángel gustosamente hubiera sacado una colección de fotografías. Cosme Vila era el más escéptico del clan. No tenía la menor confianza en las "democracias occidentales", las cuales, de haber querido derribar a Franco, lo hubieran hecho ya y hubieran juzgado al Generalísimo como se aprestaban a juzgar a Pétain y a Laval. No obstante, no daba el pleito por perdido. A lo mejor, una vez vencido el Japón, Stalin se decidía a exigir el desmantelamiento del franquismo.
' La Pasionaria' estaba contenta porque muchas fábricas y centros de la URSS continuaban siendo bautizados con el nombre de su hijo, Rubén, y el estandarte bajo el cual cayó muerto figuraba ya en el Museo del Ejército de Moscú. Cosme Vila, en cambio, estaba preocupado. Su mujer había empezado a perder peso y desmejoraba a ojos vistas. Una inmensa fatiga se había apoderado de su cuerpo y la comida le sentaba fatal. En Moscú visitaron a su médico de cabecera -doctor Stronsky, antiguo combatiente en la guerra de España- y el diagnóstico, previos los análisis de rigor, fue fulminante: leucemia. La noticia cayó sobre Cosme Vila y camaradas como un rayo. No había nada que hacer. Ni siquiera la medicina soviética podía detener el acelerado avance del mal.
– Cuánto calculan que podrá vivir?
– Tres meses a lo sumo…
Tres meses. Tal vez lo suficiente para que la victoria fuese total y se distribuyeran definitivamente las zonas de influencia. Cosme Vila simuló la mayor consternación. En efecto, el jefe comunista de Gerona se había cansado a la postre de tener a su lado una mujer que se lamentaba de noche y de día, y había encontrado consuelo en una maestra amiga de Regina Suárez, llamada Leonor. Era de Alicante y alegre como unas castañuelas. Se veían a escondidas y Leonor, enamorada casi escandalosamente de Cosme Vila, debía hacer verdaderos esfuerzos para que no se descubriera su secreto. Era la hija de un militar republicano que voló por los aires en el frente de Madrid. Tres meses le pareció mucho tiempo…, pero sabría esperar. Incluso, en prueba de honestidad, le propuso a Cosme Vila una tregua hasta que éste quedara libre y pudieran unir sus vidas.
Cosme Vila había entrado en contacto con varios desertores de la División Azul, que le habían contado verdaderas atrocidades sobre la represión franquista. El hombre no se acordaba en absoluto de su debe en esta materia, de los desmanes y asesinatos que había cometido al inicio de la guerra civil. Ignoraba la palabra remordimiento. La causa por la que luchaba era sublime: redención universal. Estaba convencido de que, a la larga, el mundo sería comunista, aun sin necesidad de una tercera guerra mundial. Leonor compartía su parecer. Detectaba en las "democracias" flaquezas inadmisibles, candidez, hedonismo, que irían socavando su poderío. Y pensaba que los países colonizados por tales democracias se levantarían con gesto agrio exigiendo la justicia primero y la independencia después. Claro que, para que todo ello ocurriera, sería preciso esperar más de tres meses…
En Gerona había quien escuchaba Radio España Independiente. Además de los comunistas anónimos, el padre Forteza. El padre Forteza volvía del revés los argumentos y no temía, a la larga, ninguna catástrofe para Occidente, porque donde él detectaba "flaquezas" y "candidez" era en los planteamientos de la URSS. Sin religión el hombre no podía vivir. Y aunque el comunismo era una suerte de religión, le faltaba la trascendencia, el consuelo de saber que no todo acababa con la muerte.
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