En las paredes de tierra de la Madriguera Central, el Pueblo Reloj ha anotado ordenadamente las fechas e intensidades de todos los temblores, intensos o suaves, que se han producido en las fallas de tres mil kilómetros de Costa Oeste desde 1908. EJ gráfico general, transcrito por el reloj de los siluros, muestra una estructura rítmica que indica a las mentes rítmicas de los indios que algo importante va a suceder cualquier semana.
Este atisbo de destrucción sólo es pitagoriano en el sentido de que si el cataclismo borra el último vestigio de rito cultural, llegará ese género de libertad completa, social y psíquica, que sólo puede brindarnos la natural anarquía atemporal, el nacimiento de un pueblo nuevo a la Eternidad del Gozo.
El Pueblo Reloj considera la civilización como una serie de símbolos de disparatada complejidad que oscurece procesos naturales y dificulta el movimiento libre. La tierra está viva. Arde en su interior el calor del anhelo cósmico. Anhela estar de nuevo con su esposo. Gime. Se agita suavemente en su sueño. Cuando se rompan las simbologías de la civilización, no habrá más «terremotos». Los terremotos son una manifestación de la conciencia humana. Sin locuras hechas por el hombre no podría haber terremotos. En la Eternidad del Gozo, el hombre desurbanizado, pluralizado, a gusto con su tecnología suave, sonreirá y suspirará cuando la tierra empiece a temblar.
– Está inquieta esta noche -dirá.
– Tiene sueños de amor.
– Siente añoranzas.
EN LAS ALETAS de los delfines hay cinco dedos esqueléticos.
En otros tiempos, los delfines tenían manos. De los residuales digitales que hay en sus aletas, se puede deducir que los delfines tenían dedos oponibles. Imaginaos un delfín con un as en la mano. Imaginaos un delfín arrancando los pétalos de una margarita: Me quiere, no me quiere. Imaginad un delfín, que dibuja una carta astrológica descubriendo que todos sus planetas estaban en Piscis. ¿Puedes imaginarte a un delfín metiéndose los dedos en el respiradero? ¿A un delfín a la máquina escribiendo su libro?
Imagina al delfín, un animal terrestre entonces (aunque el Expreso Piscis sólo para en el fondo del mar) agitando un flaco pulgar en el aire de lagarto filtrado de la prehistoria, en autoestop camino de la Atlántida o de Gondwana. ¿Cogerías tú a un delfín que hiciese autoestop? ¿Y si condujeses una barracuda?
¡Bueno, bueno, bueno, el autor quiere decir (a los miopes y a los condicionados mentalmente por el tiempo) que el delfín también tenía pulgares! Piensa esto cuando tengas un rato. Ahora mismo. Sin embargo el pulgar del delfín queda eclipsado por el pulgar de Sissy. Que ella flexiona ahora en un sucio jardín ciudadano.
El doctor Robbins, terminando el vino, deseó saber si el Chink compartía las ideas del Pueblo Reloj.
La respuesta era, y es, no, nunca estuvo por completo de acuerdo con los puntos de vista y las suposiciones del Pueblo Reloj, y con el paso de los años, lo estuvo aún menos y no más. Sin embargo, cayó en manos del Pueblo Reloj en un momento en que la mayoría de los habitantes del mundo se daban cabezazos por vagas e insustanciales manías como la expansión económica y la geopolítica etnocéntrica, y sus propios pueblos, el japonés y el norteamericano, figuraban entre los más fanáticos perseguidores de la victoria y rezaban a las deidades de la bala y enseñaban a sus hijos a andar sobre el filo de la navaja. Así que, cuando conoció a las trece familias de la Gran Madriguera y aprendió las razones y procesos de las máquinas del tiempo, el Chink lanzó un largo «ja ja jo jo ji ji». Y dijo: «Es tranquilizador ver signos de vida inteligente en el planeta.»
– Exactamente lo que pienso yo -musitó el doctor Robbins, mientras contemplaba las sombras de los pulgares de Sissy que saltaban como delfines por el muro clel jardín.
ENTRE LOS miembros del Pueblo Reloj, que nunca habían saboreado un ñame ni visto una grulla chilladora, que no estaban familiarizados con la práctica del autoestop, que se habrían quedado pasmados ante una lata de Yoni Yum y que no eran capaces de creer en chifladuras de la imaginación norteamericana como las vaqueras, habitó el Chink veintiséis años.
Durante los ocho primeros, vivió prácticamente como un miembro más del Pueblo Reloj, un miembro honorario de la Familia de la Treceava Madriguera, compartiendo sus alimentos, su vivienda y sus mujeres. (Al ser una sociedad anarquista o, más exactamente, pluralista, algunos de los miembros del Pueblo Reloj eran monógamos. Otros, quizá la mayoría, practicaban el amor libre. En una sociedad pluralista, el amor muestra en seguida todos sus embadurnados y sonrientes rostros, y debe advertirse que el término familia sólo impórtaba a efectos del ritual de los relojes, fuera del cual predominaba el entremezclamiento sin inhibiciones. Por ejemplo, un hombre de la Familia de la Quinta Madriguera, podía dejar embarazada a una dama de la Onceava Madriguera, y el niño resultante, una vez crecido, asignarse a la Familia de la Novena Madriguera,)
En 1951, cuando la guerra era sólo un brillo en los ojos saltones de la Legión Americana, se trasladó el Chink a una cabaña que había construido unos quince o diecisiés kilómetros al oeste de la Gran Madriguera. Se alzaba la cabaña estratégicamente en la estrecha entrada del valle, que, con un arroyo como pista de carreras, totalizaba contra la base de la loma llena de toneles. En la otra dirección, a un par de kilómetros más allá de la cabaña, había un camino que llevaba a una polvorienta carretera que llevaba a su vez a una autopista por la que se llegaba a una combinación de almacén general, café y gasolinera. El Chink empezó a acudir a aquel establecimiento en autoestop cada quincena, y compraba allí periódicos, revistas y otras provisiones. Se los leía a los miembros interesados del Pueblo Reloj (todos hablaban inglés pero había muy pocos que supiesen leerlo); eran sobre todo los jóvenes, pues los viejos consideraban las «noticias» no relacionadas con terremotos, huracanes; inundaciones y otras triquiñuelas geofísicas trivialidades sin importancia. El erupto de la civilización, le llamaban. Quizá los indios mayores tuvieran razón. Recuerda, lector, que eran los años Eisenhower y las noticias parecían coladas por los calcetines de golf de un comandante de oficina del Pentágono.
El Chink también ligaba a los indios mayores con el resto del mundo de otro modo. El Pueblo Reloj había mantenido misteriosamente durante décadas periódicos contactos con ciertos indios del exterior. Estos contactos exteriores eran brujos o hechiceros, pero el Chink nunca llegó a determinar su relación exacta con el ritual de los relojes y la leyenda de la Eternidad del Gozo, Sin embargo, a mediados de los cincuenta, uno o más de estos desconocidos empezaron a aparecer en aquel almacén de la Sierra exactamente a las horas de las visitas imprevistas del Chink. Bebían una cerveza con él y le transmitían unas cuantas noticias en apariencia insignificantes, que él consideraba obligado transmitir cuando volvía a la Gran Madriguera. Oficiaba así de médium, lo mismo que el aire es el médium del repique del tambor, relacionando al Pueblo Reloj, a jóvenes y viejos, con tambores lejanos. Actuaba también como agente desviador. Cuando entraban en la zona cazadores, autoestopistas o prospectores, utilizaba el Chink sus habilidades para apartarles de las proximidades de la Gran Madriguera. Solía bastar para desviar a los intrusos insinuar cosas sobre caza, bellas cataratas o depósitos de minerales, pero de cuando en cuando se deslizaba una pequeña roca o había que prever algún otro accidente. Aun así, unos cuantos intrusos, sobre todo rangers del servicio forestal norteamericano se colaban por la red del Chink. A los que se acercaban demasiado el Pueblo Reloj los liquidaba. De 1965 a 1969, fueron siete los intrusos que acabaron con una flecha en el pecho y enterrados en la Gran Madriguera.
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