Día 14
Bo
Congratulémonos, nuestro perro de agua ya está en la Casa Blanca. No sé cómo pronunciarán allí el nombre que le han puesto, pero espero que lo hagan a la francesa, como si hubiese un acento circunflejo sobre la letra o, lo que significaría bello, ni más ni menos. A esta hora su retrato ya ha dado la vuelta al mundo, los gran daneses y los galgos de Pomerania se muerden de envidia, mientras que todos los chuchos portugueses celebran el éxito con expresiones de justificado orgullo patriótico. En cualquier caso, me permito decir que tengo una seria reserva que manifestar: se necesita no conocer nada a un perro de agua para ponerle al cuello, a la hora de fotografiarlo, un collar de flores, como si fuese una bailarina hawaiana. Con sólo seis meses de edad, Bo todavía no tiene perfecta conciencia del respeto que le debe a la rama canina en que tuvo la suerte de nacer. Queriéndolo la Casa Blanca, podemos prestarle durante algún tiempo (no mucho porque nos hace falta) a nuestro Camões para que sirva de preceptor al cachorro presidencial y le enseñe las maneras por las que deberá regirse, en todas las circunstancias, un digno perro de agua de ascendencia portuguesa. Portugal oblige.
Día 15
Colombia en Lanzarote
Vino en la persona de uno de sus más dignos representantes: el ciudadano y ex diputado Sigifredo López Tobón, liberado hace dos meses de un cautiverio que ha durado casi siete años, en las durísimas condiciones de la selva colombiana y del inhumano tratamiento impuesto por las FARC a los secuestrados. Sigifredo López formaba parte de un grupo de doce diputados capturados por la guerrilla colombiana, de los cuales once fueron asesinados recientemente. Sigifredo escapó por casualidad, había sido apartado por un acto de indisciplina. Este hombre tiene todas las razones para odiar al mundo y a sus verdugos, y, pese a todo, no levanta la voz para narrar sus sufrimientos personales (para él lo menos importante de todo), pero no puede dominar el temblor cuando describe las horrendas acciones de las FARC, los asesinatos, las torturas, como la de esos veintidós militares que desde hace doce años se encuentran encadenados a árboles…La sala de la Fundación César Manrique no tenía un lugar vacío, había personas de pie. Durante casi dos horas vivimos una continua emoción, intraducible en palabras. Hubo quien lloraba por el choque insoportable de las revelaciones monstruosas que nos estaban siendo hechas, y también (por lo menos ése fue mi caso) por la tristeza infinita de que somos así y de que no hay remedio ni salvación para nosotros. ¿Alguien hubiera sido capaz de imaginar que los paramilitares mataran, o sigan matando, a seres humanos por el procedimiento de cortarles los miembros con una motosierra?
Día 16
Delirios de grandeza
La cosa es seria, demasiado seria. Supe hace pocos días que Portugal tiene autopistas en exceso, nada menos que nueve, en total casi setecientos kilómetros. Si pensamos en lo que cuesta la construcción de un solo kilómetro de esos suntuosos caminos de comunicación viaria en que el usuario goza prácticamente de todas las comodidades de la vida doméstica, es inevitable concluir que alguien se equivocó en las cuentas o con ellas nos ha engañado. Según la ley, o lo que para el caso se le asemeje, la apertura de una autopista requiere una cierta previsibilidad de tráfico para no caer en el viejo chiste de «ahí viene uno», como sucede, por ejemplo, en la que va de Lisboa a Elvas, nostálgica de los tiempos en que, con una modesta calificación de nacional, transportaba multitudes hasta Pousada para comer el bacalhau à Brás. Mutatis mutandis, con bacalao o sin él, ésta es la situación de las ocho autopistas restantes.El desatino viene de lejos. Cuando informaron al rey don João V del precio del carillón que iba a ser instalado en Mafra, no se contuvo y, con su ridícula prosapia de Nouveau-riche, dijo: «Lo encuentro barato. Compren dos». Y, no hace muchos años, cuando Portugal tuvo el encargo de organizar el campeonato europeo de fútbol, que luego desgraciadamente no ganó, alguien dijo que necesitábamos construir unos cuantos estadios porque estábamos muy flojos en instalaciones deportivas. Imagino el diálogo: «¿Cuántos?», preguntó el mandamás de la modalidad, «Con unos tres o cuatro debería bastar», respondió el técnico, «¿Cómo que tres? ¿Cómo que cuatro? -se indignó el figura-. Diez, doce, es lo que tiene que ser, seríamos unos buenos idiotas si no aprovechásemos los fondos europeos hasta verle el culo al saco». También en este caso alguien se equivocó en las cuentas o con ellas nos ha engañado.Donde las cuentas parece que salen redondas es en el número de pobres en Portugal. Son dos millones, según las últimas informaciones. Es decir, una expresión más de nuestros históricos delirios de grandeza…
Día 17
Con Darío Fo
Con Darío Fo y cuantos se reunieron en el auditorio de Caja Granada para asistir a la ceremonia de entrega del Premio a la Cooperación Internacional que la misma Caja otorga, salvo error, desde hace diez años, y que en esta edición nos ha cabido a Fo y a mí, debería haber estado para, como dije en una declaración grabada, compartir las alegrías y los abrazos propios del momento. Desgraciadamente, no pude hacer el viaje, pero las actuales tecnologías de comunicación casi me permitieron vivir en tiempo real el desarrollo del acto en que, a sugerencia mía, respondida enseguida con la mayor amabilidad, fui representado por el Rector de la Universidad de Granada. En cierto modo, Darío Fo y yo representábamos allí al Festival Siete Soles-Siete Lunas del que nos honramos en ser presidentes honoríficos. Como ya es tradición en la historia de este premio, el valor metálico, al que el galardonado renuncia, irá en beneficio de una institución cultural o de actividades sociales, en este caso el mismo Festival, que aplicará la cantidad a la construcción de un centro cultural en Ribeira Grande, en Cabo Verde, ese país encantador, como dije en un saludo grabado. Después de todo, creo poder decir que de la entrega del Premio Caja Granada a la Cooperación Internacional salimos todos, incluyéndose este ausente, más o menos encantados.
Día 20
Exhibicionismos
Palabras como discreción, reserva, recato, pudor o modestia todavía se encuentran en cualquier diccionario. Temo, sin embargo, que algunas de ellas acaben teniendo, más pronto o más tarde, el triste destino de la palabra ergástulo, por ejemplo, barrida, como otras, del diccionario de la Academia portuguesa por una manifiesta y pertinaz falta de uso que había hecho de ella un peso muerto en las eruditas columnas. Yo mismo no recuerdo haberla dicho vez alguna y mucho menos haberla escrito. La palabra reserva, aunque va camino de perder la acepción que me hizo incluirla en la lista de más arriba, tiene garantizada una vida larga por aquello de la reserva de pasaje o de asiento, sin la que servicios fundamentales como los transportes aéreos simplemente no funcionarían. Y eso sin olvidar otra reserva, la mental, inventada por los jesuitas como explicación última de decir primero una cosa y hacer después la contraria, operación, por otra parte, que cuajó y prosperó hasta el punto de acabar difundiéndose en la sociedad humana como condición de supervivencia.No tengo intención de moralizar, aparte de que si lo hiciera perdería mi tiempo y sospecho que algunos lectores. Demasiado bien sabemos que la carne es flaca y que todavía lo es más el espíritu, por mucho que acostumbre a presumir de sus supuestas fortalezas, que el ser humano es el territorio por excelencia de todas las tentaciones amables posibles, tanto las naturales como las que va inventando a lo largo de siglos y milenios de prácticas reiteradas. Buen provecho tenga. Que tire la primera piedra quien nunca se dejó tentar. La cosa comenzó por desabrocharse la ropa, por usarse más leve y reducida, también más transparente, poniendo a la vista un número cada vez mayor de centímetros cuadrados de piel hasta llegar al nudismo integral cultivado con franqueza absoluta en ciertas señaladas playas. Nada grave, en cualquier caso. En el fondo, hay en todo esto, como escribí en otro contexto, una cierta inocencia. Adán y Eva también andaban desnudos y, contra lo que la Biblia dice, lo sabían perfectamente.Al poner en marcha el vigente espectáculo universal que concentra y al mismo tiempo dispersa las atenciones del mundo, no parece que hubiéramos previsto que estábamos alumbrando una sociedad de exhibicionistas. La división entre actores y espectadores se ha acabado, el espectador va a ver y oír, pero también a ser visto y oído. El poder de la televisión, por ejemplo, se alimenta en gran parte de esta simbiosis malsana, sobre todo en los llamados reality shows, donde el invitado, para eso pagado y a veces regiamente, va a poner al descubierto las miserias de su vida, las traiciones y las vilezas, las canalladas propias y ajenas, y, si fuera necesario para el espectáculo, las de la familia y de sus próximos. Sin discreción ni reserva, sin recato ni pudor, sin modestia. No faltará quien diga que menos mal que es así, que debemos abandonar aquellos trastos lingüísticos, abrir puertas aunque la casa huela mal; algunos, no nos quepa duda, llegarán al extremo de afirmar que se trata de un benéfico efecto de la democracia. Decir todo, con la condición de que lo esencial se quede escondido. Sin vergüenza.
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