Álvaro Pombo - La Fortuna de Matilda Turpin

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La Fortuna de Matilda Turpin: краткое содержание, описание и аннотация

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Premio Planeta de Novela 2006
Una elegante casa en un acantilado del norte de España, en un lugar figurado, Lobreña, es el paisaje inicial y final de este relato. Ésta es la historia de Matilda Turpin: una mujer acomodada que, después de trece años de matrimonio feliz con un catedrático de Filosofía y tres hijos, emprende un espectacular despegue profesional en el mundo de las altas finanzas. Esta valiente opción, en este siglo de mujeres, tendrá un coste. Dos proyectos profesionales y vitales distintos, y un proyecto matrimonial común. ¿Fue todo un gran error? ¿Cuándo se descubre en la vida que nos hemos equivocado? ¿Al final o al principio?.

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– Sí. También con Juan, claro.

Al hacer esta pregunta, Emilia se ha parado en seco. Ha cambiado el tono bajísimo de voz, el susurro con que hasta ahora había contado a Juan todo lo anterior. Y ha recobrado de pronto, por un instante, el tono inquisitivo y firme de la antigua Emilia, el tono de una persona práctica que quiere saber un detalle importante de un asunto, y que lo pregunta claramente. Esto de que Emilia, de pronto, quiera saber con seguridad si las cosas eran fáciles también con Juan, en el pasado, le parece a Antonio una indicación de que Emilia no está segura de que las cosas sean fáciles con Juan ahora. Pero dado que Emilia lleva meses cumpliendo con las actividades de la vida cotidiana casi como una autómata, y como ausente, sorprende a Antonio que ahora quiera confirmar este particular detalle. Emilia ha cerrado los ojos y ha dejado caer la cabeza sobre el hombro de Antonio, como hacen los niños, que se despiertan en mitad de la noche y piden agua o pis, y casi al tiempo que mean o beben, se quedan dormidos en los brazos de sus padres. Vuelve Emilia a abrir los ojos, endereza la cabeza, vuelve a cerrar los ojos. Vuelve a abrir los ojos. Ahora, una vez más, tiene Antonio la impresión de que regresa la Emilia precisa y enérgica que siempre fue, y dice, entrecerrando los ojos:

– Más vale que te quedes, Juan, dijo Matilda, y te digo lo que hay. A ti te queda el usufructo de la tercera parte de todo lo que hay, más la libre disposición entera, que es bastante. Lo único que quedaba por hablar es eso, y ya está hablado.

Y entonces Juan dijo: Matilda, yo no quiero nada tuyo, ya lo sabes que no. Y Matilda dijo: ¿Ah, sí? No lo sabía. Entonces Juan se levantó de la cama y se inclinó sobre Matilda, y extendió la mano derecha sobre Matilda: creí que iba a pegarla.

Antonio se siente muy reanimado ahora. Después de tantos meses oscuros, de duelo obturado, ahora parece cambiada Emilia: parece otra vez la Emilia de antes. El cambio físico es muy notable: ahora ya no da la impresión de estar dormida, como si un dolor sordo y continuo que sufriera se le hubiera pasado, como si de pronto, por sí sola, se viera Emilia bajo el efecto tranquilizador, inteligibilizador, de un opiáceo. Quizá -piensa Antonio- hemos dado sin querer con un remedio. La referencia, al parecer, a la terminología testamentaria ha disipado la melancolía de Emilia. Así que Antonio decide explorar cautelosamente esta vía misericordiosa de estos recuerdos de su mujer.

– Entonces lo que me estás diciendo es que al ver a Juan, después de tantos días, de tantas semanas de no querer verle, y hablar con él de cosas corrientes, por tristes que sean, son corrientes, las disposiciones testamentarias, Matilda se reanimó, se sintió mejor, ¿ésa fue la impresión que tuviste, no?

– Por un momento sí. Así fue. Matilda se soltó de mi mano y dejó de mirarme, eso casi me chocó lo que más: porque lo que más me chocaba es que durante casi todo el tiempo que hablaba con Juan me miraba a mí, o a los dos, yendo del uno al otro, pero deteniéndose en mí casi más. Ahora miraba a Juan. Y yo también miraba a Juan, ayer qué haría…

– ¿Y qué hizo Juan?

– Pues lo que hizo ya no me gustó. No entendí por qué lo hacía, se separó de la cama y dio una vuelta alrededor de la cama con las manos a la espalda, un paseíto. Y luego volvió al lado de la cama opuesto al mío, con las manos en la espalda y luego con las manos en los bolsillos y no se sentó en la cama, se quedó de pie. Y dijo: ¿Cómo puedes ser tan cruel? Y lo volvió a repetir: ¿Cómo puedes ser tan cruel? Ahora resulta que lo único que queda por hablar es el puto tercio de libre disposición. Te has vuelto una mujer vulgar con tantos negocios, Matilda. Por lo que dices veo que siempre creíste que yo estaba contigo por la pasta. Acabas de decirlo. Te digo que no quiero tu dinero y saltas con que es la primera noticia que tienes. Se llama mala baba. Y entonces Matilda dijo, y le temblaba la voz cuando lo dijo: Has dicho que no quieres nada mío, y eso me ha dolido, ¿por qué no vas a quererlo?, ¿cuándo empezaste a no quererlo? ¿Se te acaba de ocurrir ahora o llevabas pensándolo ya tiempo? Nosotros nunca hicimos esa distinción, Juan, acuérdate, lo tuyo y lo mío, no lo distinguíamos. Yo tenía más que tú, siempre lo tuve, luego gané mucho dinero, y dio igual, siempre creí que daba igual quién tuviera qué, porque yo te amaba. Si me querías a mí, Juan, también querías el dinero que ganaba yo, porque lo que ganaba daba igual, lo bueno era el ganarlo, los negocios. Fuiste tú quien primero dijiste que la gracia estaba en eso, tú me animaste a meterme en los negocios cuando se murió mi padre. Ahora no queda tiempo de nada porque me estoy muriendo, por eso he dicho que lo único que queda por hablar es esta tontería de la testamentaría, que está hecha hace tiempo y tú lo sabes, en las condiciones que tú sabes, correspondientes al contrato matrimonial que hicimos, al casarnos enamorados… Y luego hay otra cosa…

– Emilia, yo no sé si estamos hablando demasiado esta noche, te estás cansando a lo mejor, sin darte cuenta…

– No, no. Quiero contarte todo esto, lo que yo vi aquel día, lo que dijeron. Matilda dijo: Y luego también hay otra cosa, además, Juan. De esto tengo yo toda la culpa y te pido perdón. Me encontraba tan mal, tan rabiosa por morirme, que no te quería ver me pareció que no te interesaba, que te distraía muriéndome, o algo así. Cuando ya se vio que no había arreglo, tuve la impresión de que te daba igual, te resignabas… Y entonces Juan se volvió a separar de la cama y volvió a darse el paseíto ese, con las manos a la espalda y volvió al lado de la cama, y dijo secamente: Bueno, y ¿qué querías que hiciera? Tú no eres una persona fácil, Matilda, y estabas muy furiosa, muy agresiva, pensé que era mejor dejarte en paz.

Y Matilda dijo: Lo siento mucho, Juan. Y Juan dijo: No vale la pena que lo sientas, ya está hecho. Y entonces Matilda pegó un grito horrible y se echó fuera de la cama, aunque no pudo por el peso de la colcha y de la manta, se cayó encima de mí y yo la agarré para que no cayera al suelo. Agarrada a mí, de rodillas en el suelo, gritó: ¡Qué está hecho, hijoputa, qué está hecho, todavía no estoy muerta! Y Juan, entonces, bajó la cabeza y sin mirarla salió de la habitación, cerró la puerta de un portazo.

– A ver si lo entiendo, explícame otra vez esto, Emilia, que no lo entiendo bien… Antonio se siente exaltado: siente que está a punto de lograr el giro indispensable en el duelo de Emilia: tras este giro, si por fin se produce, seguirá la pena y el recuerdo, pero se verá libre, Emilia, de la repetición obsesiva, del dolor enquistado ¡y ésta es la fórmula, hablar de todo lo que pasó esa tarde, palabra por palabra!, -exclama entre sí Antonio Vega, desmesuradamente alegre como un hombre enamorado-. ¿Tú qué crees que quiso decir Matilda, por qué se enfadó porque Juan dijera: ya está hecho? ¿Qué crees tú que quería decir Juan con eso? Igual Matilda no entendió lo que Juan quería decir…

– Sí lo entendió, yo lo entendí, Matilda lo entendió, Juan lo entendió, ¿cómo no íbamos a entenderlo, Antonio? Le acababa de pedir perdón. Matilda no pedía perdones muchos, algunas veces sí, pero no muchas, ni yo tampoco, pero algunas veces sí. ¿Verdad que sí, Antonio?

– ¡Claro que sí, tú sí pides perdón! ¡Hay que pedir perdón en serio, algunas veces!

– Pues esa tarde lo pidió Matilda, dijo que sentía lo que había pasado se refería, creo yo, sobre todo, a lo de no dejarle entrar a verla y eso, pero también a todo lo anterior, a lo que hubiera pasado entre ellos, en todos los pasados, presentes y futuros de los dos, yo la conocía, Juan tenía que conocerla. A veces tenía dudas de lo que pasó, de lo que hizo, se arrepentía. Y esta vez se arrepintió, ahora que ya no quedaba tiempo, apenas queda tiempo, y entonces pide perdón a su marido, porque Matilda creía firmemente, y yo también, y tú también, nosotros creemos firmemente que una última acción bien hecha, aunque sea la última vez, un sentimiento serio, aunque sólo sea una vez, y el último de todos, cambia todo, rebota hacia atrás y cambia todo. Por eso Matilda dijo: Lo siento mucho, Juan. Y Juan dijo: No vale la pena que lo sientas, ya está hecho. Y eso fue lo que Matilda no pudo aguantar. La ira le volvió sólo por eso, porque nada hay más mentira que eso, que no puedas al final cambiar, puedes cambiar, puedes pedir perdón, y eso significa que lo que está hecho, a la vez no está hecho, que el pasado a la vez es el futuro, y que sólo hay futuro en nuestra vida… -Ahora le tiembla la voz a Emilia y Antonio no sabe qué hacer, la emoción de Emilia le embarga a él mismo también: la identificación de Emilia con la voluntad de Matilda en el último instante de su vida, y su sensación de fracaso, su frustración, al creer que Juan se ha resignado ya con la muerte, porque ya está todo hecho-. No debió insultarle, eso igual no. Matilda era agresiva a veces, tenía Juan que haberse estado ahí, haberse quedado hasta el final, haberse liado a bofetadas con Matilda si hiciera falta, y conmigo.

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