– Un arcoíris -susurra.
– ¿Bettini?
– Un arcoíris. El símbolo de la campaña del «No» es un arcoíris.
Olwyn extiende su muda perplejidad al equipo de realizadores y culmina su angustia clavando la vista en Magdalena. La mujer levanta los hombros y Olwyn apunta demostrativamente al vaso de whiskey a medio vaciar en el borde del piano.
– ¿Un arcoíris, Bettini?
– Un arcoíris, senador.
– Don Adrián, esto es una campaña política y no un carnaval. Es cierto que la bandera norteamericana tiene unas estrellitas muy cómicas, pero… ¡un arcoíris! Jamás visto.
– Pues bien, ahora lo va a ver.
– Me lo recomendaron como el mejor publicista del país. No me deje en la estacada.
De pronto Adrián parece salir de su trance. Lo siente en el ritmo de su nueva respuesta. Ese staccato con el que acostumbraba a deslumbrar en sus años de gloria a los clientes cuyas cuentas apetecía.
– Escuche, senador. El arcoíris reúne las condiciones que queremos. Tiene todos los colores y es una sola cosa. Representa a todos los partidos del «No» y ninguno pierde su individualidad. Es algo hermoso que surge tras la tempestad, y con todos esos colores tiene lo que usted quería, señor Olwyn: ¡alegría!
El dirigente político tiene un intenso momento de duda en que no sabe si entregarse al desmayo que lo amenaza o a esa tímida esperanza que le empieza a dibujar una sonrisa en los labios. Chasquea los dedos y se dirige a su equipo:
– ¡Señores: el símbolo de la campaña del «No» es el arcoíris! ¡Pónganlo en las camisetas, en los sombreros, en las banderas, en los afiches, en las avenidas, en los muros, en el cielo!
Luego, con más voluntarismo que fe, se abalanza sobre el publicista envolviéndolo en un abrazo.
– ¿Le costó mucho llegar a esa idea genial, Bettini?
El hombre mira con cierta melancolía el vaso de whiskey y acercando sus labios al rostro del ex senador le susurra en el oído:
– Nocte dieque incubando .
– ¿Qué es eso, hombre?
– Latín. Colegio de curas, senador.
– ¿Y qué significa?
– «Pensando en ello noche y día.»
El profesor Paredes llega recién a clases con el impermeable mojado. Lleva una bolsa de papel que condene mortadela, pan y una botella de agua mineral. No ha almorzado. Dice que llega tarde porque en un colegio privado de provincia hay un profesor de inglés que está con quimioterapia y él ha aceptado reemplazarlo para que al colega no le quiten el sueldo. Los dos metros que mide Paredes están llenos de solidaridad. El lunes tiene que pasarse la mitad del día viajando en micro para llegar y volver de Rancagua. Parte de su propio salario se le va a ir en pasajes, pero mientras tramita un petitorio de subsidio para el colega con cáncer en el Colegio de Profesores, evita que su familia se muera de hambre. Lo que no cuenta es lo que todo el mundo sabe: que el presidente del Colegio de Profesores está preso.
El profesor Rafael Paredes apura las cosas. Le ha llegado ya el pasaje para partir a la filmación de Portugal y no quiere dejar a medio camino la obra que ensayamos con el grupo de teatro del colegio. De modo que la próxima semana al mediodía habrá gran- estreno-gran, lo que nos convierte a los actores en héroes: los chicos tendrán permiso para no ir a sus clases y asistir a la función. Nada nos gusta más en el instituto que capear clases. Los pendejos no entienden ni pío de teatro, pero con tal de librarse de física o química, seguro que repletarán el salón de actos.
Se trata del entremés de Cervantes La cueva de Salamanca. Es una historia cómica donde un marido se despide de la mujer para asistir en otra ciudad a la boda de su hermana. En cuanto el hombre parte, la dueña de casa y su criada se preparan para una orgía con sus amantes, que son el barbero y el sacristán de la aldea.
Bueno, yo hago el sacristán.
La vestuarista me ha traído una túnica morada y algunos medallones que me cuelgan del cuello. Cuando estamos en lo mejor del come y agarre con la criada y la señora, el marido vuelve y un alojado que ha llegado a la casa, el estudiante de Salamanca, le hace creer al marido engañado que tanto el barbero como yo somos dos apariciones. El cornudo se da por satisfecho con la magia de Salamanca y todos terminamos brindando tan amigos. Al estreno vendrá el rector, todo el cuerpo de profesores y el teniente Bruna, encargado de nuestro colegio. Él es un gran partidario de que los alumnos tomemos parte en actividades teatrales y literarias extracurriculares pues así los alumnos se mantienen lejos de los desórdenes políticos.
Lo que el teniente Bruna no sabe es que, cuando el portero se retira y nos deja las llaves, La cueva de Salamanca baja del escenario y aparecen dos actores profesionales que están ensayando con el profesor Paredes una obra muy puntuda de Tato Pavlovsky que se llama El señor Galíndez. Ésta sí es otra cosa. Se trata de dos torturadores que mientras esperan a sus nuevas víctimas políticas torturan a dos putas que les manda su jefe, el señor Galíndez.
La obra de Pavlovsky la trajo el Che Barrios disimulada dentro de La isla del tesoro de Stevenson.
Por cosas como éstas es que mi viejo piensa que es urgente que su colega Paredes se tome las vacaciones en Portugal, porque aunque El señor Galíndez se presentará clandestinamente en salas improvisadas, hay soplones en todos lados que en algún momento pueden delatarlo.
Hay varios actores que están amenazados de muerte. La semana pasada fue el cumpleaños del popular Julio Junger y un mensajero le llevó de regalo una corona fúnebre. Junger y el profe Paredes actuaron juntos hace algunos años en una obra de Harold Pinter que se llamaba El cuidador.
Yo estoy a salvo haciendo el pícaro sacristán. Aunque nunca se sabe, porque la semana pasada el Ministerio de Educación prohibió una obra de Plauto escrita hace dos mil años por considerarla blasfema. Claro que la obra se llamaba El soldado fanfarrón. Parece que Pinochet se dio por aludido.
Me gustaría más estar actuando en El señor Galíndez que en La cueva de Salamanca, pero mi viejo se muere tres veces si se entera. Además en esa obra participan dos actores capísimos a los que no dejan actuar en las telenovelas de la televisión. Aquí la TV entera es de Pinochet. Si aparece uno que no es partidario de Pinochet, lo muestran esposado y dicen que es terrorista.
La Patricia Bettini en cuanto termine el colegio se quiere ir de Chile. Dice que este país no tiene remedio. Yo también me iría, pero no puedo dejar a mi viejo solo.
No tiene quien lo cuide. Lo echo mucho de menos.
Da la impresión que nada se mueve y que Chile se va a podrir con Pinochet. Hace un par de meses le hicieron una emboscada y le dispararon al auto en que viajaba. Claro que no le dieron. Las balas se estrellaron contra el vidrio blindado. En la noche Pinochet apareció en la televisión y mostró cómo las balas habían dañado el vidrio y dijo que era un milagro que estuviera vivo, y la prueba es que el impacto de las balas había dibujado en el vidrio el rostro de la Virgen María. Nada de raro que ahora pida que el papa lo canonice.
Los disparos esos pusieron muy nerviosos a los milicos. Inmediatamente salieron a las calles a matar gente en represalia. No creo que mi papá tenga nada que ver con eso. Es un pacifista. Dice que la violencia sólo trae más violencia. Pero yo no sé. Todo lo que he estudiado en el colegio dice que el mundo avanza con actos de violencia: la rebelión de los esclavos, la Revolución francesa, la guerra mundial contra los nazis. Pero Chile es tan chico.
A quién le importa lo que nos pase.
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