Al poco, el camino que ascendía por el valle junto a las vías era un hervidero, como una calle de una ciudad, atestado de carretas con minerales y suministros y recuas de muías, y las maldiciones de los desolladores salpicaban la noche, a menudo en idiomas que nadie reco____________________ras de aceite que había en el interior del vagón, y por fin entraron en la cuadrícula sencilla y estrecha de una ciudad que parecía haber sido traída entera desde otro lugar e insertada tal cual en el suelo del valle.to, la luminosidad que tenían delante, cuyos rayos afilados oscurecían ahora muchas estrellas familiares, iba superando en brillo a las lámpadense con cuidado, damas y caballeros! ¡Avisen al revisor! ¡Adviertan al maquinista, todavía están a tiempo de volver atrás!». Mientras tannocía en el pequeño vagón humeante. Junto a las vías, en una curva, había un vecino loco, que cualquiera juraría sin vacilar que llevaba años allí, gritando a los trenes: «¡Llegan al infierno! ¡Llegan a Telluride! ¡Án
Frank se apeó y pasó por delante de una fila de vaqueros que ha____________________tolas de grasa y latas de aceite.manecía quieto, echando el aliento y enfriándose mientras los encargados de los frenos y de la plataforma iban y venían con llaves, palancas, pisbían venido a la ciudad sólo para estar allí y ver el tren, que ahora per
De ordinario, Frank era una persona sensata, pero ahora, en esta incandescencia desangelada, se sentía asaltado desde todas direcciones por presagios de violencia, todos dirigidos hacia él. Barbas que hacía semanas que no conocían el acero de la navaja, colmillos amarillen____________________timientos hasta el final, hasta tocar fondo, hasta ahí, donde se recortaba esa pared de picos de cuatro o cinco mil metros y donde la intensidad del odio entre el sindicato de mineros y los propietarios de las minas se había disparado tara o no, se había unido a la compañía de quienes siguen sus presentaba justamente donde no debía estar. Lanzó una mirada frenética hacia la estación, pero el tren ya retrocedía lentamente por el valle. Le guscontrolable… Empezó a sudar por la aprensión, y comprendió que estos al descubierto, ojos ribeteados por el rubor cálido de un deseo inpeligrosamente incluso para los estándares de Colo_rado, tanto que hasta se podía oler.
El otro olor, que Frank sólo podía obviar encendiéndose un puro, emanaba de lo que daba nombre a la ciudad, pues la plata aquí solía encontrarse junto al telurio, y los compuestos del telurio, como ha__do en una pensión, un olor que impregnaba la ropa, la piel, el espíritu, y que aquí se creía que salía por las bocas y las bancadas de las minas abandonadas, procedente de la atmósfera cotidiana del mismo infierno.bía aprendido Frank en la escuela de minas, se contaban entre los de naturaleza más nauseabunda, olían peor que el peor pedo jamás tira
Esa noche, mientras cenaba en el hotel, vio por la ventana un pi____________________ba de una redada: los soldados detenían por «vagabundeo» a cualquier minero que no trabajara y tuviera la mala suerte de que lo vieran.tarse a Frank si el local le ofrecía un refugio fiable, aunque los demás clientes se lo tomaran con despreocupación. Le pareció que se tratados con harapos. Incluso en la tierra batida, el ruido de los cascos de las monturas tenía algo de concertado y deliberado que hizo pregunquete de guardias nacionales pasando por Mainstreet, de camino al valle que se encontraba al oeste de la ciudad. Delante de ellos, a pie, avanzaba tambaleándose un pequeño grupo de hombres sucios vesti
– Andamos sobrados de militares en la ciudad.
– Por no hablar del viejo Bob el «Gatillo», que merodea por ahí, ese tío es un ejército entero de un solo hombre.
– ¿Es ése -Frank simuló preguntar- el famoso pistolero Bob Meldrum? ¿Y está aquí, en Telluride?
Los hombres le miraron entornando los ojos, aunque de un modo bastante amistoso, tal vez porque el hecho de que Frank no se hubie_ra afeitado esa mañana disipaba cualquier impresión de excesiva bisoñez.
– El mismo, 'joven'. Corren tiempos terribles en estas montañas, y no parece que nada vaya a calmarlos. Aquí Bob está en su paraíso.
Los demás se unieron a la conversación.
– Está bastante sordo, pero uno no tiene por qué chillarle ni adi_vinar a qué oreja sería mejor hablarle.
– Hay pocas cosas en la vida más peligrosas que un pistolero sor__pecha de que se le ha escapado algo especialmente insultante que le hayas podido decir…do, porque tenderá a pecar de gatillo fácil, lo apretará a la mínima sos
– ¿Os acordáis de cuando mató a Joe Lambert en Tomboy, en el bocarte? Eran las condiciones perfectas para Meldrum, los bocartes machacaban como los martillos del infierno, así que para empezar na_die podía oír nada. «¿Manos arriba?», oh, faltaba más, gracias, Bob.
– Si quieres que te diga lo que pienso, creo que oye perfectamen_te, sólo que como las serpientes, a través de la piel.
– Más vale que hayas traído algo más contundente que una pisto_la, joven amigo.
– Dejando este jaleo aparte, hijo, espero que, sea lo que sea lo que te traiga aquí, al menos sepas quién es el hombre al que hay que re_currir en Telluride.
– Ellmore Disco es el nombre que me han dado -dijo Frank.
– Ese es. Habrás arreglado tu cita por adelantado, espero.
– Cita…
– Fijaos, otro que se creía que entraría por la cara.
– Mucha gente quiere ver a Ellmore, hijo.
Algunos creían que Ellmore Disco era mexicano, otros decían que procedía de aún más lejos, de Finlandia o algún sitio así. Nadie podía afirmar que fuera muy coqueto vistiendo, su escaso pero impulsivo in_terés por el atuendo lo concentraba en los sombreros, prefiriendo los de castor negros de fantasía con cintas de piel de serpiente y reborde enrollado en el ala, que había que encargar en Denver y que tardaban meses en entregar. Las únicas personas de las que se tenía noticia cier____________________so, «¡qué situación más embarazosa!» El minero debió de percibir algo ominoso, porque empezó a arrastrarse hacia la salida. Antes de que se dieran cuenta, los dos habían franqueado la puerta y las detonaciones animaban Chestnut Street. El bromista escapó por piernas a campo abierto, a pesar de una herida en carne viva en el trasero y un par de orificios en la copa de su propio sombrero, que parecía haber sido el blanco elegido por la ira de Ellmore.somé de tortuga en gelatina, que, para empezar, nunca había sido uno de los consomés preferidos de Ellmore. «¡Vaya!», exclamó a su regredo llenarle el sombrero Stetson, confiadamente desatendido, con contida de Seven-Toed Pete, a un travieso jefe de turno se le había ocurrite provocadores. Una vez, en C. Hall & Co., en Leadville, cuando la ciudad vivía aún sus buenos tiempos, mientras Ellmore había salido a echar una breve meada durante una, hasta ese momento, amistosa parbían faltado al respeto a alguno de sus sombreros, y se ha de decir que ciertos comportamientos de ese tipo habían sido incuestionablementa que él les hubiera disparado eran aquellas que, de palabra u obra, ha
Muchos fueron los testigos de ese rifirrafe, así que al siguiente in____________________cionar las piezas de chaconada, satín Pompadour, tarlatana, bombasí, granadina, crespón liso, sencillo, de rayas o con estampas orientales, traídas directamente de los almacenes Liberty de Londres.nas aparejadas expresamente para balas del calibre 22, por no mendoras de conductor, ornamentos para la cadena del reloj, camisetas y combinaciones, sombrillas japonesas, bañeras eléctricas, dispositivos a prueba de tormentas para hacer mayonesa, máquinas para despepitar cerezas, brocas de taladros y lámparas de carburo, cartucheras femenisa y ajados por el uso diario, buscando casi de todo: bombines y gorros de cazador, mantillas, gemelos, bastones, trompetillas, polainas, cazajos sombreros de lana de ala ancha, relucientes por la suciedad y la grabreros de seda lacados mezclándose con pobres de solemnidad con viegre de Cristo. El secreto de la tienda parecía radicar en su amplia gama de mercancías y precios, de manera que a cualquier hora de cualquier día era posible observar a hombres de negocios con somgocios. En los últimos tiempos, E. Disco & Sons se había convertido en la empresa más próspera entre Grand Junction y la cordillera Sanbreros, cuya imprevisibilidad no estorbó para nada su éxito en los neportarse del mismo modo, por no decir un poco peor. «Pero si yo soy básicamente un tipo tranquilo», insistía, aunque nadie le daba mucho crédito. Para los desconocidos, era Ellmore el Diablo; para los amigos, un tipo bastante simpático pese a las broncas relacionadas con somcidente con sombreros de por medio, Ellmore se vio obligado a com
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