– Antes no me importaba. Era así, y ya está. Pero ahora sí. ¿Lake? Cambiaré, te lo juro.
– No te digo que empieces a ir a la iglesia. Sólo que te pienses para quién trabajas. No tienes por qué ser «mejor» que eso.
Alguien habría pensado incluso que ella sabía lo que él había he_cho. No podía no saberlo. Por Dios.
Un día Mayva cambió de turno con Oleander Prudge, que, aun_que demasiado joven para comportarse como la conciencia de Telluride, no tardó ni un suspiro en abordar a Lake.
– Dicen por ahí que Deuce Kindred fue el que mató a tu padre.
No lo dijo tan alto como para interrumpir las conversaciones en el Nonpareil, pero lo dijo, por fin.
– ¿Y quién lo dice?
Tal vez se hizo visible de golpe algún latido en su cuello, pero ni de lejos estuvo a punto de desmayarse.
– En esta ciudad no hay secretos, Lake, pasan muchas cosas, no hay tiempo para ocultar nada y, a poco que se piense, tampoco le impor_ta a muchos.
– ¿Se ha enterado mi madre del rumor?
– Bueno, esperemos que no.
– No es verdad.
– Umm. Pues pregúntaselo a tu novio.
– Puede que lo haga.
Lake dejó caer con tanta fuerza una bandeja que una pila de pastelitos calientes, resplandecientes de la grasa de tocino, se volcó y sor_prendió a un picador, que apartó la mano chillando.
– No estaba tan caliente, ¿verdad que no, Arvin? -dijo Lake frun_ciendo el entrecejo-, pero, anda, ven, déjame darte un beso, ya verás como no duele.
– Estás deshonrando la memoria de tu padre. -A esas alturas Olean_der se había puesto impertinente-. Eso es lo que estás haciendo.
Mientras reordenaba la pila sobre la bandeja, Lake le devolvió una mirada descarada.
– Lo que yo sienta por el señor Kindred -dijo intentando adoptar el tono de una maestra de escuela- no es asunto tuyo, y lo que haya sentido por Webb Traverse nada tiene que ver.
– No puede ser.
– ¿Es que te ha pasado a ti? ¿Tienes idea de lo que estás hablando?
¿Las estaban mirando los clientes de toda la barra? Al pensarlo más tarde, a Lake le dio la impresión de que todo el mundo lo había sabi_do desde el principio, y que ella y Mayva, pobrecitas, habían sido las últimas en enterarse.
Más tarde ambas se clavaron una mirada asesina, insomnes, entre la madera recién serrada y los olores de pintura de la habitación que compartían.
– No quiero que vuelvas a verlo. Si se me pone a tiro, cuando sea, yo misma le mataré.
– Mamá, es esta ciudad, a la gente como Oleander Prudge no le importa lo que dice, siempre que haga daño a alguien.
– No puedo salir a la calle, Lake. Nos estás dejando como pobres idiotas a todos. Esto tiene que acabarse.
– No puedo.
– Pues más te vale.
– Me ha pedido que me case con él, mamá.
No era una noticia que Mayva quisiera escuchar.
– Bien. Entonces tienes que elegir.
– ¿Porque no me quiero creer esos rumores malintencionados? ¿Mamá?
– Tú sabrás. He estado tan loca como tú lo estás ahora, mierda, más loca todavía, y te aseguro que se pasa más rápido de lo que tar_das en sonarte los mocos, y un día te despertarás y entonces, oh, mi pobre chica…
– Oh. Así que eso es lo que os pasó a papá y a ti.
Lo lamentó incluso antes de llegar a decirlo, pero se habían subi__ciada que ninguna de las dos podía pararla.do a una carreta que iba cuesta abajo por una pendiente tan pronun
Mayva sacó su viejo maletín de lona verde de debajo de la cama y empezó a meter cosas dentro. Con cuidado, como si fuera una tarea más de la casa. Su pipa de escaramujo y su bolsa de tabaco, los pe__conmensurable.queños ferrotipos de los niños, una blusa, un chal, una pequeña Biblia desgastada. No tardó mucho. Su vida entera, y sólo tenía eso. Qué se le iba a hacer. Por fin levantó la vista, el rostro lleno de un dolor in
– Es como si tú también hubieras matado a tu padre. No hay ni la más mínima diferencia.
– ¿Qué has dicho?
Mayva cogió su bolso y se dirigió a la puerta.
– Recogerás lo que siembres.
– ¿Adonde vas?
– A ti no te importa.
– No hay tren hasta mañana.
– Entonces esperaré hasta que venga. No pasaré otra noche en esta habitación contigo. Dormiré en la estación. Y todos me verán. Verán a la maldita vieja loca.
Y se fue, y Lake se quedó sentada, con piernas temblorosas pero sin un solo pensamiento en la cabeza, y no fue tras ella, y aunque al día siguiente escuchó el pitido y el estruendo de la locomotora cuan_do llegó el tren y más tarde cuando retrocedió por el valle, no volvió a ver a su madre nunca más.
– Es…, es… repugnante -dijo Sloat negando con la cabeza-. Voy a vomitar la maldita comida en un segundo.
– No puedo evitarlo. ¿Qué quieres que le haga? -Deuce se aven__diendo aunque sólo fuera un poco de comprensión.turó a lanzar a su compañero de habitación una mirada rápida, pi
Pero nada de nada.
– Maldito idiota. Eso no es más que un cuento con el que te en_gañas a ti mismo…, escúchame, a nadie le importa un pelo del culo de una rata de mina que te cases con ella o no, pero si la cagas y al fi_nal te casas, ¿qué pasará cuando se entere de los detalles verdaderos? Eso si es que no los conoce ya. ¿Cómo pretendes dormir tranquilo, un minuto siquiera, mientras ella sabe que tú te cargaste a su papá?
– Supongo que tendré que vivir con eso.
– No durante mucho tiempo. Tú quieres follártela, así que tírate_la, pero no le cuentes nada.
Sloat no podía comprender qué le había pasado a su socio. Uno habría pensado que era el primer hombre al que asesinaba. ¿Era acaso posible, pese a que las vidas de esos mineros fueran tan baratas como el whisky de garrafa y desaparecieran igual de rápido por el gaznate de los días, que Deuce estuviera obsesionado por lo que hizo y que ca__ma, un modo, que Dios le ayudara, desarse con Lake le pareciera una oportunidad de enterrar a ese fantas compensarla?
Las nieves descendían desde los picos, y pronto los vencejos gorgiblancos alzaron el vuelo, en la ciudad los tiroteos y las cabezas rotas fueron a peor, la ocupación militar empezó en noviembre, y luego, avanzado el invierno, en enero, se declaró la ley marcial: los esquiro_les acudieron a trabajar con relativa tranquilidad, el comercio se había ralentizado pero poco a poco se recuperó; Oleander Prudge debutó como ninfa du pavé, y los mineros que pensaban que sabían a qué ate____________________res y al poco ya trabajaba por su cuenta, en su propia habitación, una habitación esquinera, con una amplia vista del valle.bre cuestiones de higiene personal, no tardó en tener fieles seguidopetuamente fruncido y su propensión a sermonear a los clientes sonerse salían pasmados tras visitarla, sacudiendo la cabeza. A pesar de su vestimenta, remilgada hasta el punto de la invisibilidad, su ceño per
Lake y Deuce se casaron al otro lado de las montañas, en una igle____________________viernos de los que nadie que todavía viviera en la región recordara ni pudiera contar, curtida más allá del dolor, que olía a generaciones de roedores momificados, había sido construida con pícea de Engelmann y era tan receptiva al sonido como el interior de un piano de salón. Aunque muy raramente se oía música por allí, el visitante extraviado con una armónica o el vagabundo que silbaba, si llegaban a franquear sus puertas torcidas, se encontraban elevados en una gracia mayor que la acústica que el camino les hubiera deparado hasta ese momento.sarse y al poco se separaban en todas direcciones, como las arrugas de una cara vista demasiado de cerca, macilenta por los rigores de más intacaba poco más que como una anécdota geométrica, hasta que, a medida que uno se aproximaba, las líneas rectas empezaban a disperficio parecía al principio casi del color del cielo gris, en el que dessia de la pradera cuya aguja era visible a kilómetros de distancia; el edi
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