– Si encontráramos el modo de llegar a Kossovska Mitrovitsa -co_mentó Danilo-, que está a unos ciento cincuenta kilómetros de aquí, podríamos tomar el tren al sur para Salónica.
– Tu hogar de la infancia -recordó Cyprian-, Tu prima Vesna y todo lo demás.
– Años ha. Hasta ahora no lo había vivido como un exilio.
En el enero pasado, el reptiliano ministro de Asuntos Exteriores austríaco Aerenthal había conseguido por fin una concesión del Sul_tán para construir una línea desde la frontera bosnia, a través del San_jak, hasta la cabeza de línea turca de Kossovska Mitrovitsa. Y ahora allí estaba, aquel ferrocarril conceptual sin construir todavía, invisible bajo la nieve, los puertos de montaña y los valles, un elemento de la diplomacia que esperaba cobrar existencia material.
Cyprian y Danilo siguieron la ruta como bien pudieron. Viajaron con personal de intendencia y cantineras, a bordo del fantasmagórico material rodante de los militares y los vagones de ganado, casi siem__nes turcos sobre una colina que se alzaba tras una ciudad anodina, y eso era Kossovska Mitrovitsa.pre a pie, penosamente, hasta que un día vieron minaretes, y barraco
Allí subieron a un tren físico o material y traquetearon hacia el sur, tiritando bajo la humedad invernal, entre vaivenes y chirridos, durmiéndose y despertándose, como si estuvieran drogados, indife____________________plicablemente vino corriendo una joven con cabello rubio, que saltó sobre Danilo y le rarse de algún combate potencial. El destino había movido un peón, el gambito había sido rechazado, y el desaliento de lo perdido gimió en los cables telegráficos por todos los pasos, bajo la Montaña Negra de Skoplje, a través de la propia ciudad, más allá del Monte Vodno, por el valle del Vardar, a través de la región vinícola de la Llanura del Tikves, por Demir Kapija, la Puerta de Hierro, y así hasta llegar al Egeo, al final de la línea, a Salónica, donde al salir de la niebla de nicotina y hachís de la taberna de marineros Mavri Gata, o Gato Negro, inexnor, pero no una derrota completa, sino como una incitación a retituarios y lugares sagrados abandonados, con el viento soplando en andenes desolados, a Cyprian lo miraban de vez en cuando, aunque no de manera previsible, desde los pasos a nivel o las vías, en los arcos de las estaciones, como si fueran camaradas de armas que hubieran compartido un revés oscuramente vergonzoso en el campo del horentes a la comida, al humo, al alcohol… Durante todo el trayecto a través de Macedonia, pasando por estaciones de peregrinaje, por sanabrazó no sólo con brazos sino también con piernas, sin parar de gritar su nombre.
– Esta es mi prima -dijo Danilo cuando por fin dejó de sollozar lo bastante para poder hablar-, Vesna.
En otra ocasión, en otra vida, Cyprian habría respondido con el tono más mordaz: «Claro, encantado, cómo no», pero ahora no pudo reprimir una sonrisa con la boca, los ojos y los senos entre ellos. Tomó la mano de la joven.
– Tu primo me ha contado que su familia estaba aquí. Me alegro tanto como él de verte. Posiblemente más.
El alivio que sintió fue tal que rompió a llorar también. Nadie se dio cuenta.
Al llegar a Salónica, Cyprian y Danilo encontraron la ciudad re____________________derna, ortogonal, carente por completo del misterio de Dios. Vosotros, los del Norte, os sentiréis como en casa.»gentes conocidos como Jóvenes Turcos habían tomado el poder en su país. Desde entonces, Salónica estaba de los nervios. La ciudad era un hervidero de legiones de hombres armados con rifles, con pinta de haber sido bruscamente despertados y que sólo estaban de paso, como si este antiguo paisaje aromático de tejados rojos, cúpulas, minaretes y cipreses en laderas escarpadas y oscuras se hubiera convertido en la pensión de mala muerte de Europa. Todo el mundo había dado por sentado que Salónica caería bajo la influencia austríaca, pues Viena soñaba con el Egeo como los alemanes soñaban con París, cuando de hecho fueron los castos jóvenes revolucionarios de Turquía quienes ya habían empezado a reimaginar la ciudad. «Disfruta de la línea del horizonte mientras puedas», dijo Danilo casi llorando, «la idea de una ciudad sin mezquitas se nos echa encima, una ciudad anodina, moverberando todavía, como un gong que acabaran de golpear, por los acontecimientos de la primavera y el verano precedentes, cuando el sultán turco había sido obligado a restaurar la constitución, y los insur
En el puerto, entre la estación de tren y las fábricas de gas, en las cervecerías y los bares de hachís del barrio de Bara, las chicas eran ve____________________llones y zapatos a juego, cuyo inmaculado brillo Cyprian comprendió que haría peligrar su vida si lo cuestionaba o siquiera hablaba de él en voz alta.do lo eran), los hombres vestían trajes de un blanco o un perla chinales y de una belleza intermitente (pero asombrosamente bellas cuan
En el Mavri Gata había suficiente humo de hachís para aturdir a un elefante. Al fondo de la sala, como si estuviera detrás de un iconos_tasio del canto, tocaban sin descanso un oud, baglamas y una especie de dulcimer de percusión llamado santouri. La música era salvaje, de escala oriental, con los segundos y los sextos aplanados, y una especie de portamento sin traste en medio, y resultaba instantáneamente familiar aunque las palabras se pronunciaran torpemente en un griego carce____________________gastada, la rueda recubierta de hierro, y promesas de una desdicha a una escala que las universidades de los estados mayores militares sólo ahora empezaban a imaginar.bra de cada diez. En estas modalidades nocturnas, «rutas» las llamaban los músicos, Cyprian oía himnos no de patrias definidas, sino de la marcha a un exilio de por vida. Carreteras que esperaban la suela deslero del que Danilo, según confesión propia, sólo entendía una pala
Vesna era una llama, un foco brillante de atención conocida en la ciudad como merakloú.
– Tha spáso koúpes -cantaba-, romperé todos los vasos, saldré y me emborracharé porque me hablaste…
De vez en cuando aparecían cuchillos y pistolas, aunque algunas sólo para venderlas. A los clientes apropiados se les introducían som__rineros desertaban de sus buques de guerra por jovencitas de las calles que juraban desafiar a chulos o maridos sin importar lo níferos en la cerveza y les robaban todo, hasta los calcetines. Los mafatales que fueran las consecuencias. Clientes más curtidos, venidos de Constantinopla por negocios, se sentaban en mesas al fondo, fumando de argües, hablando para sí mismos sin mover los labios, escrutando cuantos ros____________________lación fuera demasiado obvio para exigir comentario alguno. Niños albaneses con montones desentándose simplemente como alemanes, como si el valor de la emumanes, hablando ubicuamente con los agentes del Comité, demasiado pagados de sí mismos para preocuparse por identidades alteradas, preles, zonas de la ciudad en las que entrar y salir sin molestias, en las que sólo podían ayudarles los «chicos derviches». También estaban los aletros iban y venían. Su presencia (Cyprian lo supo por Danilo) no era inseparable de las actividades del Partido de los Jóvenes Turcos y su Comité de Unión y Progreso, cuyo cuartel general estaba aquí, en Salónica. Estos jóvenes idealistas necesitaban aquí cosas más materia koulouria en bandejas mantenidas en equi__do. Se rompían cristales, los platillos se golpeaban repetidamente, los librio sobre cabezas perfectamente aplanadas entraban y salían corrien komboíói se toqueteaban en docenas de ritmos, los pies seguían la mú_sica. Las mujeres bailaban juntas el karsilamás.
– ¡Aman! -gritó Vesna, ululó-: ¡amáaáaáan, ten piedad, te amo tanto…!
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