– Vaya, hombre, ¡tú otra vez! Ensimismado en tus pensamientos, no, no voy a interrumpirte, sólo había salido a buscar la comida. -El cabello de ella, como un gong, desvió su atención.
– Siento lo de esta mañana, Dahlia. No pretendía que te marcha_ras tan desbocada.
– ¿Yo? Si nunca calzo espuelas. Hace mucho que ya no me pon_go las botas de chica vaquera, he crecido.
– Escúchame, siéntate un momento. Deja que te invite a algo. Mira, aquí viene Reef, que te invite él.
Ella recorrió con la mirada el campo de mesitas rápidamente, como si no quisiera que la reconocieran.
– ¿Tiene que ser en Quadri?
– Sólo buscaba la primera silla vacía.
– Este local lleva cincuenta años mancillado, desde que los aus_tríacos empezaron a frecuentarlo, cuando ocuparon la ciudad. Aquí nunca se acaba nada. Prueba el Lavena alguna vez, el café es mejor.
– A propósito, Dahlia, gracias por tu discreción hoy con 'Pert. -Reef, dando caladas a un Cavour, de camino a otro sitio, se paró con ellos un momento-. Suele mostrarse un poco insegura cuando ve a chi_cas como tú, y ese estado puede alargarse durante semanas.
– Encantada de ayudar, creo. -Se hizo el silencio-. Bueno -soltó Dally al cabo de un rato-, chicos, os traéis algo ilegal entre manos. ¡Es_toy segura! Basta miraros para darse cuenta.
– Oh -dijo Reef, que parecía un poco nervioso-, para variar.
– Estáis sentados en el café equivocado, lo que llevaría a cualquier observador, y hay bastantes, a concluir que los dos sois extranjeros en la ciudad, puede que incluso con pocos recursos.
– Nos va bien, de verdad -murmuró Reef.
– Podría ayudaros un poco.
– En esto no -dijo Kit.
– Mira, es muy peligroso – explicó Reef, como si esto bastara para desanimarla.
– En cuyo caso no deberíais llamar la atención sobre vosotros cada vez que os movéis o abrís la boca; yo, por mi parte, sé ir por ahí sin que me vean ni me oigan y, más importante aún, conozco a gente que, si no es la que precisáis, posiblemente sí conozca a quien buscáis. Pero, por favor, seguid a vuestro aire.
Reef empezó a toquetearse el ala del sombrero, lo que nunca era buen presagio.
– Te lo voy a decir claramente: no andamos sobrados de dinero para regalarlo.
– No busco su dinero, señor Traverse, aunque no podría decir lo mismo de otros en esta ciudad, porque es lo de siempre: en el remo_to pasado, la gente solía hacer favores gratis, pero ya no se estila.
– ¿Ni siquiera cuando se trata de algo que es de interés público? -preguntó Kit, que recibió una de las habituales miradas de adver_tencia de su hermano.
– Ilegal pero de interés público. Interesante. ¿Y de qué puede tra_tarse? Dejádmelo pensar un momento.
– ¿Dónde encontraste a ésta? -preguntó Reef mirando a ambos con los ojos entornados- ¿Es una de tus «novietas» del colegio?
– ¡Ja! -exclamaron Kit y Dally, casi al unísono.
– Es de confianza, Reefer.
– Eso ya me lo has dicho.
¿Sí? Llevaba un rato sin sonrojarse, así que Dally pensó que tam_poco era ése el momento. Reef la examinaba cuidadosamente:
– Señorita Rideout, no tengo por costumbre imponer nada a nadie.
– Sobre todo a insignificantes chiquitas americanas que parecen algo descerebradas, ¿no?
– Oh, vamos. -Reef se volvió a poner el sombrero y se levantó-. Tengo que hacer algunos recados para Pert, ya hablaremos más tarde. Arriverdisco, chicos.
– ¿Qué ha dicho?
– Italiano macarrónico, me parece.
Kit y Dally empezaron a caminar, y de tanto en tanto ella metía la cabeza en una tienda de artículos de fumador para encenderse otro cigarrillo en la lámpara del establecimiento. En ese momento no era su paso lo que se aceleraba, sino cierta concentración entre ellos, pro_ducida en buena medida por la propia ciudad. Ella encontró una mesa apartada en un jardín, en la parte de atrás de una diminuta osteria que había entre el Rialto y Cannareggio. Comieron polenta con calama_res en su tinta y una insuperable zuppa di peoci. En otros tiempos, ella habría pensado: nuestra primera «cita»; en esta ocasión, sin embargo, lo único que pensaba era: en qué maldito lío se habrá metido este chi_co ahora.
– Pues lo que pasa es… -dijo Kit tragándose un vaso entero de grappa.
Ella esperaba, con los ojos abiertos de par en par.
– Hemos venido aquí sólo para eso. Si se te escapa una sola pala_bra, somos hombres muertos; todos, ¿entiendes?
– Sordomuda -lo tranquilizó ella.
– Voy a decirte de qué se trata. ¿Estás preparada? -Kit…
– Muy bien, ya sabes quién es Scarsdale Vibe.
– Claro. Carnegie, Morgan, todos esos príncipes del capital.
– Vibe es el que… -hizo una pausa, asintió para sus adentros-, el que contrató a aquellos chicos para que asesinaran a mi padre.
Ella apoyó la mano sobre la de él y allí la dejó.
– Kit, ya lo imaginé desde que nos encontramos en el barco, pero gracias por contármelo. Y ahora tu hermano y tú planeáis ir a por Vibe, de eso se trata, supongo.
– Así que cuando te ofreciste a ayudarnos ya tenías cierta idea.
Ella no levantó la mirada.
– Bueno, puedes mantenerte aparte si quieres -añadió Kit en voz baja-. Es muy fácil.
Se quedaron así sentados un rato. Ella no se atrevía a mover la mano. Eran tiempos modernos, y las manos sin guantes no se tocaban deliberadamente a no ser que significara algo.
Y en cuanto a lo que podía significar, bueno…
Por su parte, Kit había podido fijarse al menos en sus ojos, que, incluso con la distorsión de la luz veneciana, parecían de un extraño color verde plateado. Ojos verdes en una pelirroja, nada excepcional, pero con los iris sobre un fondo que brillaba como plata sin pulir, al que se remitían todos los demás tonos de color, ¿cómo era posible? Fotografías de sí mismos. Y ¿por qué prestaba tanta atención a esos ojos?
– La cosa va a peor, me temo. Debe de haber sucedido algo en Es_tados Unidos, porque ahora me persigue la gente de Vibe. Por eso ya no estoy en Alemania.
– ¿No será que te has vuelto…?
– ¿Loco? Eso no me importaría.
– Y los dos estáis de verdad… -No pudo reunir el valor para decir_lo porque no sabía lo serio que era o dejaba de ser todo.
– «Decididos a llevar a cabo la acción» -sugirió Kit.
– Y a salir de la ciudad con los carabineros pegados a los talones. ¿Y adonde iréis?, si no es demasiado atrevido que lo pregunte una chica.
– Reef no sé, pregúntale a él. Yo, a día de hoy, al Asia Interior.
– Ya, claro, justo aquí al lado, nada más doblar la esquina desde el Asia Exterior. No es posible que te quedes en ningún sitio durante un tiempo, siempre has tenido esa otra vida entera, y ahora serás un fugitivo de la justicia y sabe Dios de qué más.
Se dio cuenta de lo desdichada que parecía y apartó la mano. Kit la tomó de nuevo.
– Escucha, no pienses que…
Ella le dio un golpe en la mano y sonrió lúgubremente.
– No te preocupes por eso. Tú y quien sea, a lo vuestro.
– Yo y… ¿qué significa eso?
Una mirada penetrante que él no supo interpretar. La luz del sol irrumpió en el pequeño espacio y el pelo de Dally se volvió incandes__quier cosa que se dijera sería equivocada.cente. Se demoraron entonces en una de esas parálisis en las que cual
– Mira -Kit exasperado-, ¿quieres que te dé mi palabra? Pues te la doy. Mi palabra solemne. Aquí mismo, en el mismo sido exactamente, ¿te vale? Déjame anotar el nombre y la dirección, claro que una cita con fecha en firme es otra cosa…
– Ahórratelo. -No es que le mirara con odio, pero su sonrisa no era precisamente luminosa-. Algún día acabarás prometiéndome algo. Y entonces ándate con cuidado, caballero.
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