– Bueno, le he dado mi opinión. ¿Por qué cree que un hombre sería mejor juez en este caso que una mujer?
Al decir estas palabras introdujo un elemento nuevo en la conversación, tan perceptible como un cambio en la dirección del viento. El señor Brundish no hizo ningún intento por cambiar la situación, sino más bien al contrario: parecía alegrarse de haber llegado a un punto previamente acordado.
– No creo que los hombres sean mejores jueces que las mujeres -dijo Florence-. Pero pasan mucho menos tiempo lamentándose de sus decisiones.
– He tenido tiempo de sobra para tomar la mía. Pero nunca he tenido problemas para llegar a una conclusión. Deje que le diga qué es lo que admiro del ser humano. Lo que más valoro es la virtud que comparten con los dioses y con los animales, y que, por tanto, no debería considerarse una virtud. Me refiero al coraje. Usted, señora Green, tiene esa cualidad en abundancia.
Ella fue consciente, allí sentada en la tenue luz de la tarde, ante el despliegue absurdo de cuencos y tarrinas, de que en ese momento la soledad estaba hablando con la soledad y de que él estaba intentando llegar a un entendimiento con ella. Las palabras las había dicho despacio, como si en cada pausa le estuviera dando la oportunidad de responder. Pero, mientras se mantuvo el equilibrio un instante, ella luchó por poner algo de orden en lo que sentía o en lo que medio adivinaba, y el señor Brundish suspiró profundamente. Quizá descubrió que ella carecía de algo. Esa mirada tan directa se alejó lentamente de ella y se centró en su plato. Volvió la necesidad de entablar una conversación.
– Esta tarta habría sido un veneno para mi hermana -dijo él.
Poco después, y sin atreverse a hacer ninguna sugerencia en cuanto a recoger los platos, Florence se levantó para marcharse. El señor Brundish la acompañó hasta el recibidor. Había oscurecido bastante, y ella se preguntó si se quedaría sentado en la oscuridad o si encendería las luces al cabo de un rato. Él le deseó buena suerte, como ya había hecho antes, con su empresa.
– No debo preocuparme -dijo ella-. Mientras hay vida, hay esperanza.
– Qué idea tan terrible -murmuró el señor Brundish.
British Railways [14]realizó el porte de los ejemplares de Lolita desde la estación de Flintmarket, a 40 kilómetros de distancia. La aparición de la furgoneta provocó, como de costumbre, un aplauso entre los observadores. Llegaba algo nuevo a Hardborough. A la puerta de cada pub había paquetes preparados para salir, y Raven, para ahorrar gasolina, quería que le acercaran a los pantanos.
Christine estaba atónita ante el tamaño del pedido. No habían vendido jamás tanto de una sola cosa, ni siquiera de Cómo construir su propio barco de regatas . Y era tan largo… cuatrocientas páginas. Pero admiraba la integridad de su patrona y sus aparentes excesos. Florence le había dicho que el libro ya era famoso.
– Todo el mundo habrá oído hablar de él. Probablemente no esperan poder comprarlo aquí, en Hardborough.
– No esperarán encontrarse doscientos cincuenta ejemplares. Creo que ha perdido del todo la cabeza.
Cerraron más pronto que de costumbre para poder volver a decorar el escaparate. Colocaron Lolita en pirámides detrás de las contraventanas, igual que las latas en una tienda. Todas las viejas ventas se colocaron entre los Permanentes, y cambiaron de sitio, sin contemplaciones, a los dignos Ilustrados y demás libros grandes.
– ¿Qué es todo este dinero que hay en la caja? -preguntó Christine-. Tiene casi cincuenta libras sueltas aquí dentro.
Pero Florence lo había sacado intencionadamente, bastante segura de que lo necesitaría todo. El cajero la había mirado con una emoción controlada y esperó hasta que ella hubo salido del banco para ver qué pensaba el señor Keble del asunto.
4 diciembre 1959
Estimada Sra. Green,
Me ha llegado una carta de John Drury & Co. en representación de su cliente, la Sra. Violet Gamart de The Stead, en la que se indica que su actual escaparate atrae tanta atención indeseable de clientes potenciales y reales, que está causando una obstrucción temporal, muy poco razonable tanto por la cantidad como por la duración, del uso de la carretera, por lo cual su cliente tiene la intención de alegar perjuicios contra su persona ya que es necesario que ella, como juez de Paz y presidenta de numerosos comités (se adjunta listado) realice sus compras con mucha celeridad. Además, los usuarios habituales de su biblioteca, quienes, no debe olvidar, desde el punto de vista legal, son invitados, se han encontrado incómodos en unas ocasiones, apretujados y empujados en otras, y, en algunos casos, personas ajenas al distrito se han referido a ellos como viejezuelos, veteranos, carcamales e incluso matusalenos. La acción civil, que es independiente de cualquier medida policial que se tome en el futuro para acabar con la mencionada molestia, puede derivar en la entrega de una suma considerable por perjuicios.
Atentamente,
Thomas Thornton
Abogado y notario
5 diciembre 1959
Estimado Sr. Thornton,
Ha sido mi abogado durante varios años y entiendo que «representarme» significa «tomar parte activa a mi favor». ¿Ha visto el escaparate con sus propios ojos? Es cierto que estamos muy ocupados con las ventas en este momento, pero si pudiera recorrer 200 metros podría acercarse a la tienda y darme su opinión.
Sinceramente,
Florence Green
5 diciembre 1959
Estimada Sra. Green,
En respuesta a su carta del 5 de diciembre, cuyo tono me sorprendió ligeramente, he intentado en dos ocasiones diferentes acercarme a su escaparate, pero me ha sido imposible. Los clientes parecen venir de tan lejos como Flintmarket. Creo que tendremos que admitir que la obstrucción del paso es poco razonable en lo que a cantidad se refiere. En cuanto a sus otras observaciones, me parece aconsejable que, para el bien de ambos, guardemos copia de toda comunicación futura.
Atentamente, Thomas Thornton
Abogado y notario
6 diciembre 1959
Estimado Sr. Thornton,
¿Qué aconseja entonces?
Sinceramente,
Florence Green
8 diciembre 1959
Estimada Sra. Green,
En respuesta a su carta del 6 de diciembre, creo que deberíamos poner fin a la obstrucción, con lo cual quiero decir que hay que evitar que el público se reúna en la parte más estrecha de High Street, antes de que surja cualquier acusación. Asimismo deberíamos detener la venta de la novela sensacionalista y que tantas quejas ha recibido, escrita por V. Nabokov. No podemos remitirnos al caso de Herring contra el Consejo Metropolitano del Trabajo de 1863 en esta instancia, ya que la muchedumbre no se ha arremolinado como resultado de una hambruna ni debido a la escasez de artículos de primera necesidad.
Atentamente,
Thomas Thornton,
Abogado y notario
9 diciembre 1959
Estimado Sr. Thornton,
Un buen libro es la preciosa savia del alma de un maestro, embalsamada y atesorada intencionadamente para una vida más allá de la vida y, como tal, no hay duda de que debe ser un artículo de primera necesidad.
Sinceramente,
Florence Green
10 diciembre 1959
Para: Sra. Florence Green
Estimada Sra.,
No puedo por más que repetirle el consejo que ya le ofrecí, y permítame añadir que, en mi opinión, aunque esto es un asunto personal y por tanto fuera de mi ámbito, haría bien en disculparse formalmente con la Sra. Gamart.
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