Santa Montefiore - A la sombra del ombú

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A la sombra del ombú: краткое содержание, описание и аннотация

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Hija de un hacendado argentino y una católica irlandesa, Sofía jamás pensó en que habría un momento que tendría que abandonar los campos de Santa Catalina. O quizás, simplemente, ante tanta ilusión y belleza, nunca pudo imaginar que su fuerte carácter la llevaría a cometer los errores más grandes de su vida y que esos errores la alejarían para siempre de su tierra.
Pero ahora Sofía ha vuelto y, con su regreso, el pasado parece cobrar vida. Pero ¿podrá ser hoy lo que no pudo ser tantos años atrás? Quizás sólo con ese viaje podrá Sofía recuperar la paz y cerrar el círculo de su existencia.

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– En este momento no quiero ver a Santi, Chiquita -replicó Anna fría como el hielo-. Debes comprender que tengo los nervios de punta. Ahora ni siquiera puedo considerar la posibilidad de enfrentarme al hombre que ha seducido a mi hija.

A Chiquita le tembló el labio inferior y tuvo que apretar los dientes para no salir en defensa de su hijo. Pero guardó silencio a fin de conseguir hacer las paces con Anna.

– Las dos estamos sufriendo, Anna -admitió con diplomacia-. Suframos juntas y no nos hiramos con acusaciones. Lo hecho, hecho está y no podemos volver atrás en el tiempo, aunque haría lo que fuera por poder hacerlo.

– Sí, yo también -respondió Anna, pensando en la vida que había sido desperdiciada-. Que Dios me perdone -dijo, bajando la voz, una voz que parecía venir de lo más profundo de su garganta. Chiquita frunció el ceño. Anna había hablado casi en un suspiro y la otra mujer no estaba segura de si había hablado con la intención de que ella la oyera. Sonrió y bajó la mirada. Al menos podían hablar, aunque fuera una ardua conversación. Cuando Chiquita volvió a su casa, se tumbó en la cama y cayó en un tormentoso sueño. Quizá había abierto la vía de comunicación con Anna, pero sabía que pasarían años antes de que su relación volviera a la normalidad.

Agustín y Rafael fueron informados de que Sofía se había enamorado de su primo y de que la habían enviado al extranjero para que se olvidara de él. Paco intentó quitarle importancia al asunto, pero los hermanos sabían que la situación era grave. Si habían enviado a Sofía a Europa debía de tratarse de algo más que de un simple enamoramiento. Rafael, en defensa de su hermana, se enfrentó a Santi y le culpó por ser tan irresponsable. Era mayor y había vivido en el extranjero. No tendría que haber dado pie a que aquello ocurriera. Sofía no era más que una niña y él le había arruinado el futuro.

– Cuando vuelva no quiero que te acerques a ella, ¿entendido? -dijo. Naturalmente, él no sabía que Sofía no tenía la menor intención de volver y que Santi se estaba preparando para reunirse con ella tan pronto recibiera noticias suyas.

Agustín estaba encantado con el escándalo. Disfrutaba intrigando y chismorreando y pasaba las horas tumbado sobre la hierba, analizando la situación con sus primos Ángel, Sebastián y Niquito. Se acercó a Santi con la esperanza de que éste se sincerara con él y le contara los detalles de la historia. ¿Se trataba de una aventura? ¿Llegaron a acostarse? ¿Qué habían dicho sus padres? ¿Qué iba a hacer cuando Sofía volviera? ¿La amaba? Pero, para su desilusión, Santi no reveló nada.

Fernando estaba feliz viendo a su hermano metido en problemas. Por fin había caído de su pedestal y se había hecho pedazos. Ya no era el héroe dorado. De hecho, Fernando estaba feliz por partida doble, ya que nunca había soportado a Sofía. No soportaba verla siempre pavoneándose, interviniendo en sus partidos de polo, siempre de acá para allá con Santi, mirando a los demás por encima del hombro. Los dos se lo tenían bien merecido. Eso sí que era matar dos pájaros de un tiro. Tenía la sensación de haber crecido un palmo.

Por mucho que Santi intentaba ocultar su dolor, éste se reflejaba en todos los rasgos de su rostro. Su cojera empeoró. Lloraba cuando se quedaba solo por las noches, y esperaba con impaciencia una carta que le diera la señal de que podía ir a reunirse con Sofía. Necesitaba estar seguro de que ella todavía le quería ahora que estaban lejos uno del otro. También quería que ella supiera que él la estaba esperando. Que la amaba.

Cuando María se enteró de que su hermano y su prima habían sido amantes le gritó a su madre:

– ¿Cómo has podido ocultármelo, mamá? ¡He tenido que enterarme por Encarnación! He sido la última en saberlo. ¿Es que no confiabas en mí?

Furiosa con sus tíos, los evitó. Culpaba a su hermano por haber implicado a su amiga en una situación tan terrible y esperaba la llegada de una carta de disculpa por no haberse despedido y por no haber confiado en ella. Estaba atónita al darse cuenta de que no había sospechado nada, pero cuando empezó a pensar en el verano, se acordó con tristeza de que siempre había sido la tercera en discordia. Santi y Sofía a menudo la habían excluido, dejándola jugando con Panchito cuando salían juntos a caballo, o jugando al tenis sin ella. Con el paso de los años se había acostumbrado de tal manera a la situación que no había sospechado nada. Siempre se había sentido agradecida por verse incluida y no había opuesto mayor resistencia cuando habían prescindido de ella. No la sorprendió no haberse dado cuenta de lo que estaba ocurriendo entre ellos. Nadie se había dado cuenta.

Sofía siempre había sido muy retorcida, pero María nunca imaginó que pudiera llegar a convertirse en víctima de sus propios planes. Se acordó de la pelea que habían tenido dos años atrás, cuando su prima le había confesado que estaba enamorada de Santi. Quizá sí la hubiera escuchado y hubiera intentado comprenderla esa vez, Sofía habría confiado en ella. Terminó resignándose al hecho de que si su prima le había ocultado la verdad, era en parte culpa suya, pero seguía estando enfadada y sintiéndose celosa y ninguno de los dos sentimientos disminuyó con el paso de las semanas mientras esperaba la llegada de noticias.

Un mes más tarde, cuando por fin llegó una carta a su casa de Buenos Aires, no iba dirigida a María sino a Santi. Él se había pasado las mañanas caminando de un lado a otro del vestíbulo como un oso enjaulado, a la espera de que un delgado sobre azul le liberara del profundo estado de desolación en el que se hallaba inmerso. Miguel había dado instrucciones a Chiquita para que examinara el correo y cogiera cualquier carta que pudiera ser de Sofía antes de que Santi pudiera encontrarla. Pero el corazón de Chiquita se había ablandado al ver cómo su hijo se hundía cada vez más en su mundo solitario e infeliz y había empezado a dejar el correo sobre la mesa el tiempo suficiente para que Santi pudiera verlo antes de que ella bajara las escaleras para seguir las instrucciones de su marido.

Santi agradecía el gesto a su madre pero nunca lo comentó con ella. Ambos fingían no darse cuenta. Todas las mañanas él examinaba las cartas, en su mayoría dirigidas a su padre, y veía cómo sus esperanzas se frustraban con cada carta que descartaba. Lo que ni Santi ni Chiquita sabían era que María revisaba el correo en el vestíbulo del edificio cada mañana cuando se iba a la universidad, antes de que el portero lo subiera a su apartamento.

Cuando María vio la carta, la cogió y estudió la letra del sobre. No era la de Sofía y había sido enviada desde Francia, pero sin duda era de ella. ¿A quién más conocía Santi en Francia? No había duda de que era una carta de amor y había sido escrita y enviada de manera que nadie pudiera descubrirla. De nuevo la excluían. Sintió como si le hubieran abofeteado en plena cara. El dolor la agarró por el cuello y durante unos instantes se quedó sin respiración. Estaba demasiado enfadada para poder llorar. Los celos se apoderaron de ella y la consumieron hasta que sintió ganas de chillar de rabia por lo injustos que eran con ella. ¿No se había portado con ella como una buena amiga? ¿Cómo podía su prima darle la espalda así, sin más? ¿No era su mejor amiga? ¿Acaso eso no contaba?

María se fue a su cuarto con la carta y cerró la puerta con llave. Se quitó los zapatos y se tumbó en la cama. Se quedó en buen rato mirando la carta, decidiendo qué hacer. Sabía que debía entregársela a Santi, pero estaba tan enfadada que la ira la cegaba. No tenía la menor intención de dejar que se salieran con la suya. Quería que sufrieran como ella estaba sufriendo. Rasgó el sobre y sacó la carta. De inmediato reconoció la letra confusa de su prima. Leyó la primera línea. «A mi amor», decía. Sin leer el resto dio la vuelta a la página para confirmar que era Sofía quien la firmaba. Así era. «Mi corazón late de alegría al pensar que pronto estarás aquí conmigo. Sin esa promesa no creo que fuera capaz de seguir latiendo.» Luego había firmado con un simple «Chofi».

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