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Santa Montefiore: El último viaje de Valentina

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Santa Montefiore El último viaje de Valentina

El último viaje de Valentina: краткое содержание, описание и аннотация

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En la barcaza sobre el Támesis que llama hogar, Alba vive una juventud alocada pero vacía. Durante toda su vida, la figura de la madre que no conoció la ha atormentado. Ahora ha llegado el momento de enfrentarse al pasado: a la verdad sobre lo que sucedió en un pequeño pueblo italiano, casi treinta años antes, una historia de amor apasionado en tiempos de guerra, de tragedia, crimen y mentiras que ha quedado enterrada en el silencio. Para ello, ha de viajar hasta el lugar donde todo comenzó, dejando atrás Inglaterra, una familia de la que nunca se ha sentido parte y un hombre a cuyo amor no puede corresponder. En la costa italiana, donde el destino jugó una de sus crueles partidas tanto tiempo atrás, le espera el fantasma de una mujer envuelta en el misterio.

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Ésta y Thomas se quedaron de piedra en el más absoluto silencio. Ninguno sabía qué responder. Aunque estaban acostumbrados a los estallidos de Alba, aquél resultaba inesperadamente virulento. Tan sólo el humo de los restos del puro de Thomas enturbiaba la absoluta inmovilidad que reinaba en la habitación. Hasta los perros estaban demasiado atemorizados como para moverse. Alba paseó la mirada entre uno y otro, consciente de que había perdido por completo el control sobre sus emociones. Sin embargo, no había ya vuelta atrás. Las palabras habían sido escupidas y no había forma posible de retractarse, por mucho que se empeñara. Por fin, Margo habló. Apretando los dientes para mantener la compostura, sugirió que aquélla era una cuestión que debía ser discutida entre padre e hija. Sin dar las buenas noches, salió de la habitación. Alba estuvo encantada de verla marcharse.

Se acercó entonces a su padre y le entregó el rollo de papel. Él lo cogió y la miró durante un largo instante. Ella le devolvió la mirada, que era desafiante, pero que, sin embargo, no era combativa, sino que estaba preñada de una inconmensurable tristeza. Tanta era la tristeza que vio en los ojos de su padre que Alba tuvo que apartar la mirada. Sin mediar palabra, Thomas dejó el puro en el cenicero y se sentó en el sillón de lectura que había dejado libre su madre instantes antes. No desenrolló el papel. Se limitó a mirarlo, acariciándolo con el pulgar mientras el dulce aroma de los higos llegaba hasta él desde el pasado lejano, desde un capítulo de su vida cerrado hacía mucho tiempo.

Alba le observó atentamente. Vio al joven con su uniforme de la Armada, como el que aparecía en la fotografía del vestidor de su padre, con la bufanda blanca, el abrigo grueso y el sombrero blasonado. Le vio más esbelto, más apuesto, más feliz. No vio en sus ojos esa profunda e inquietante tristeza, tan sólo el optimismo que domina el espíritu de los jóvenes y de los más valerosos. Tampoco vio en él el menor atisbo de desilusión, pues su corazón vibraba con el amor por su esposa en una época en que el futuro se abría ante ellos como un suntuoso banquete.

Por fin, habló con un hilo de voz:

– Esta vez has ido demasiado lejos. -Alba sintió el escozor de esas palabras-. Hay muchas cosas que ni siquiera eres capaz de comprender. Si lo hicieras, no hablarías así de Margo. Has sido imperdonablemente grosera, Alba, y no pienso tolerarlo. -Sus palabras fueron para ella como una auténtica bofetada.

– No, eres tú quien no lo entiende -gimoteó la joven-. Simplemente quiero saber cosas de mi madre. Merezco saberlo. No tienes la menor idea de lo que es no encajar en ninguna parte. No tener raíces. -Thomas la miró con expresión cansada y meneó la cabeza, resignado.

– Esta es tu casa. -Los profundos surcos de su frente se acentuaron-. ¿Acaso no te basto yo? No, es obvio que no. Llevas toda la vida insistiendo, una y otra vez. Pero nada es suficiente, ¿verdad? -Suspiró y de nuevo volvió su atención al rollo de papel-. Sí, amaba a tu madre y ella te quería. Pero murió, Alba, y no puedo hacer nada por devolverla a la vida. No tengo nada más que decirte. En cuanto a tus raíces, nunca estuvieron en Italia. Te traje a Inglaterra al final de la guerra. Éste es tu hogar y siempre lo ha sido. Si existe algún obstáculo, no es Margo, Alba, sino tú misma. Mira a tu alrededor. Llevas toda la vida tomando, sin dar jamás a cambio la menor muestra de gratitud. No sé qué más quieres y estoy cansado de intentar dártelo.

– Entonces, ¿no vas a hablarme de Valentina? -Contuvo unas lágrimas de enojo al tiempo que, una vez más, sentía que su padre la apartaba de él, alejándola de su lado con su madre. Sin embargo, estaba segura de que el demonio que moraba sobre el hombro de Thomas no era su propia conciencia, sino Margo-. Ni siquiera sé cómo os conocisteis -dijo con voz queda. Vio palpitar un músculo de la mandíbula de su padre en una clara muestra de incomodidad-. Nunca me has hablado de ella. Hubo una época en que tú y yo estábamos muy unidos, papá. Luego llegó Margo y ya no hubo sitio para mí.

– Eso no es cierto -gruñó Thomas-. Fue Margo quien nos mantuvo a todos unidos.

– Sigue celosa de mi madre.

– Te equivocas.

Alba soltó una risilla cínica.

– Sólo una mujer es capaz de entender a otra.

– Alba, querida, todavía no eres una mujer. Te queda aún mucho por madurar. -Alzó los ojos, ahora húmedos y enrojecidos. La desolación que vio en su padre quizás hubiera despertado en ella un arranque de lástima si no hubiera albergado tanto resentimiento en el corazón-. No me obligues a elegir entre mi esposa y tú. -Su voz sonó tan grave y tan queda que a Alba se le erizó la piel y sintió el repentino escalofrío que sólo provoca una corriente de aire frío.

– No me hace falta pedírtelo, papá, porque sé muy bien cuál sería tu elección.

Cuando el coche desapareció por el camino de acceso a la casa, Margo, que lo había oído todo, se apostó junto a la puerta del salón. Desde allí vio a Thomas por la rendija. Vio su rostro alargado, gris y profundamente apenado. Parecía mucho mayor de lo que era en realidad. Le vio pasar los dedos por el rollo de papel con aire pensativo y asentir antes de levantarse y en silencio dirigirse a paso lento a su estudio, donde le oyó abrir y cerrar un cajón.

Thomas no tenía el menor deseo de resucitar el pasado.

Esa noche, cuando Thomas se acostó, Margo se quitó las gafas de lectura y dejó el libro que tenía entre manos.

– Creo que ha llegado el momento de que te deshagas de ese barco horripilante -dijo.

Thomas se dejó caer pesadamente sobre el colchón y colocó la cabeza sobre la almohada.

– El barco no tiene nada que ver con el mal comportamiento de Alba -respondió. Habían hablado de ello en incontables ocasiones.

– Sabes muy bien que no es eso a lo que me refiero. Me refiero a la mala suerte.

– ¿Desde cuándo eres supersticiosa?

– No entiendo por qué no puede alquilarse un piso como Caroline.

– ¿Sugieres que vuelvan a vivir juntas?

– Dios, no, eso fue un desastre. No, no me parece justo para Caroline. Pobrecilla, Alba no hacía más que discutir con ella y además la convivencia fue una pesadilla. Caroline se pasaba muchas tardes limpiando y ordenando sus cosas. Colillas apagadas en las copas de vino, por ejemplo. No, no quisiera volver a hacer pasar a Caroline por eso. No se lo merece.

– Alba es muy feliz en su barco. -Thomas cerró los ojos, profundamente cansado.

– Sería muy distinto si no fuera ese barco.

– No pienso deshacerme del barco. Además, ¿cómo crees que iba Alba a interpretar una decisión así? ¿Otra acción para borrar el recuerdo de su madre? -Suspiró.

Margo metió las gafas en la funda y dejó el libro en la mesita de noche. Apagó la luz y se acostó, tapándose hasta la barbilla.

– No voy a preguntarte por el dibujo, Thomas. No es asunto mío. Aun así, me parece una lástima que Alba lo encontrara. No le hace bien seguir aferrándose tanto al pasado.

– El pasado -repitió Thomas en voz baja, volviendo a visualizar el dibujo. Parpadeó en la oscuridad, donde estaba seguro de poder ver el rostro de Valentina: vibrante de juventud y de esa energía irrefrenable. Estuvo incluso seguro de percibir el dulce aroma de los higos flotando a través de los años junto con esa sensación olvidada desde hacía tanto tiempo de lo que había sido amar tan intensamente. Se le velaron los ojos e inspiró hondo. «Después de todos estos años -pensó-, el dibujo ha tenido que aparecer justo ahora, cuando casi había logrado dejarlo todo atrás.»

– ¿Qué piensas hacer? -preguntó Margo. Thomas se obligó a regresar al presente, apartándose de sus recuerdos.

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