– Ondea bandera blanca, James.
Su hermano se quedó mirándole como si hubiera perdido el juicio.
– ¿Qué has dicho?
– Ondea bandera blanca. ¡Y hazlo ya, antes de que acaben por incendiar todo el poblado y ataquen!
Segundos después la camisa blanca de Duncan, que renegaba por lo bajo, se mecía al viento. Kyle vio que Wain McDurney hacía un gesto con la mano. De inmediato, sus guerreros retrocedieron y dejaron de saquear las cabañas. Y casi al mismo tiempo las puertas de la muralla se abrían ligeramente para dejar paso a los recién liberados prisioneros. Todos apuraron el paso al verse libres para unirse a los de su clan. Kyle se felicitó por haber ordenado que se les tratara bien. Realmente, no tenía nada contra ellos y Verter había terminado por caerle bien.
Fue él quien se volvió hacia la muralla y le buscó con la mirada. Kyle esperaba su alarido, pero aún así le sobresaltó cuando llegó.
– ¡¡Mc.Fersson, te mataré por esto!!
Desde su posición, Josleen se alegró al verlos marchar. Se le escaparon unas lágrimas, viendo que Kyle había cedido. Sin embargo, algo dolía en el pecho. Algo profundo, como una daga clavada entre las costillas. Kyle dejaba libres a los hombres y seguramente la dejaría a ella antes o después. Deseaba volver a abrazar a su hermano, a Sheena y a sus parientes, pero dejar a Kyle se le hacía insoportable. Tratando de contener el llanto, tomó a Malcom de la mano.
– Volvamos abajo.
– ¿Por qué? No ha terminado. Ahora viene lo mejor. Mi padre se enfrentará al McDurney.
– Ese McDurney es mi hermano, cariño -se mordió los labios-. Y yo no quiero que salga herido, como no quiero que hieran a tu padre. No puedo permitirlo. Nadie debe morir, Malcom. He de marcharme. Conseguiré que mi hermano deje vuestras tierras.
El muchachito tiró y se soltó. Frunció el ceño, en aquel gesto idéntico al de Kyle.
– Papá no te dejará marchar. Me lo prometió cuando estaba llorando junto a tu cama.
Josleen parpadeó. Las lágrimas rodaron ya sin control. ¿Kyle había llorado por ella?
– ¿Te lo prometió?
– Lo hizo, de veras.
– ¿Y lloraba? -preguntó, confusa.
– Supongo que pensaba que te ibas a morir. Cuando estabas dormida, después de la caída. ¿Sabes?, nunca había visto llorar a papá. Él es un guerrero y los guerreros no lloran ¿no es cierto? Yo procuro no hacerlo.
Un vahído la hizo apoyarse en la pared. Si le quedaba alguna duda del amor de Kyle, ahora desaparecía. La felicidad estalló dentro de ella con tanta fuerza que las piernas le temblaron.
Escuchó el retumbar de muchas voces a la vez y se asomó para ver qué sucedía. Se quedó sin aliento. Kyle estaba a punto de salir de las murallas. Solo. Montado en su caballo. El pánico se apoderó de ella.
– Malcom -tomó al niño por los hombros con tanta fuerza que él hizo una mueca de dolor-. Malcom, cariño, escúchame. ¿Conoces alguna salida secreta? ¿Sabes cómo puedo salir de aquí?
El niño la miró con atención.
– ¿Para qué quieres saberlo?
– ¿Conoces o no el modo de salir sin ser visto?
– Es posible.
– Enséñame.
– No puedo, Josleen. Mi padre me mataría. Y mis tíos.
– Malcom, tesoro -le abrazó-. Tu papá está en peligro. Ahora mismo está saliendo de Stone Tower.
– ¿Va a rendirse?
– No creo. Seguramente quiere hablar con mi hermano, pero él está furioso. ¿Lo comprendes? Pueden hacerse daño.
– ¿Tu hermano tratará de matar a mi papá? -se asustó.
No pudo responderle a eso, pero le dijo:
– Tenemos que ayudarle.
Los ojos del niño se abrieron como platos.
– ¿Nosotros? ¿Te refieres a ti y a mí?
– Exactamente. Quieres ser un buen guerrero el día de mañana, ¿no es verdad? -Malcom asintió- Para ser un gran hombre hay que tomar a veces decisiones difíciles. Ahora es una de ellas. Puedes desobedecer a tu papá y mostrarme esa salida secreta para que yo impida su muerte, o puedes no decir nada y cargar con ello sobre tus espaldas. Debes decidirte y debes hacerlo ahora.
– Mi padre vencerá al McDurney.
– Pero da la casualidad de que yo quiero también a ese condenado McDurney, Malcom.
– Y a mí. ¿Me quieres, Josleen? -preguntó, esperanzado- ¿Te importaría ser mi mamá?
Josleen apretó su cuerpecito contra el pecho y estalló en llanto. Dios, no entendía por qué la vida era tan injusta a veces. Pensó que todos los hombres eran idiotas. Orgullosos e idiotas. Nada la satisfaría más que convertirse en la esposa de Kyle y en la madre del pequeño, pero el destino estaba a punto de arrebatarle a los dos. Debía sacrificar su felicidad a cambio de saber que ellos vivirían. Wain no cesaría hasta regresarla a su lado y para eso era capaz de matar a Kyle y a medio clan McFersson o morir en el intento. Debía ir a su encuentro y convencerle para que cesara toda belicosidad. No se sentía con valor para asumir la pérdida de Wain. Ni para ver el rostro lloroso de su madre si el que perdía la vida era Warren. Los hados habían decidido ya por ella.
– Me encantaría ser tu madre, Malcom -le dijo-, pero ahora debo evitar una guerra -escuchó el chirrido de la enorme puerta al abrirse y el vello se le puso de punta-. ¡Por Dios, muéstrame esa salida, Malcom!
– Está justo aquí debajo -accedió el chico. Y echó a correr.
Josleen se remangó el ruedo del vestido y le siguió. Su cuerpo protestó al moverse deprisa, pero se mordió los labios y rezó para llegar a tiempo de frenar aquella locura.
Kyle achicó la mirada cuando el sol le dió de pleno en los ojos, cegándolo. La puerta se cerró a sus espaldas no sin antes escuchar la voz de su hermano James aconsejándole:
– Ten cuidado. El jodido McDurney no se dejará convencer. Y te apuesto tu caballo de batalla a que sé lo que vas a decirle.
Era posible, pensó con ironía.
Era posible que su rival durante años no quisiera ni escucharle. De todos modos estaba decidido a hacer todo cuanto pudiera para evitar la pelea. Y si para ello debía dejar que el otro pisoteara su orgullo, que así fuese. Era más fácil seguir viviendo sin orgullo que ver el odio en los ojos de Josleen. La amaba. Se había dado cuenta cuando estuvo a punto de perderla. No había tenido el valor de decírselo. Él, que juró una vez no volver a casarse, no volver a caer en las redes de una mujer.
Irguió los hombros, respiró hondo y taconeó ligeramente los flancos de su semental.
Iba a disculparse con los McDurney, con los McCallister y con los Gowan. Iba a disculparse incluso con el mismísimo rey de los infiernos si era necesario. Le pediría a Wain la mano de Josleen y si el otro no aceptaba… igual le daría que lo matara.
Wain le vio avanzar despacio. ¿El McFersson salía solo, sin sus hombres, después de mostrar bandera blanca? ¿Se trataba de una trampa? ¿Dónde estaba Josleen?
La vio en ese mismo instante.
Aquella muchacha delgada con el cabello rojo y oro flotando tras ella, no podía ser otra que su hermana. Se aupó sobre su montura y alzó el brazo en señal de saludo. El gesto alertó a Kyle que se volvió para mirar tras él. Josleen corría ladera abajo. Hacía él. ¿O hacia ellos?
Wain espoleó su caballo para alcanzar a su hermana antes de que lo hiciera Kyle.
Kyle, a su vez, obligó a su semental a dar la vuelta y enfiló también hacia ella.
Un grito unánime envolvió a los hombres de Wain y él desenvainó la espada.
Josleen, al ver ambos caballos corriendo hacia ella, se había quedado paralizada.
Kyle llegó antes y se tiró del caballo antes incluso que el animal frenara su carrera. Aún estaba en el aire cuando sacó su espada. Josleen no pudo evitar sentir orgullo ante su habilidad, pero casi al instante su cuerpo la protegió. Ya no pudo ver nada, salvo sus anchas espaldas.
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