Hidalgo Nieves - Brezo Blanco

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Los McDurney y McFersson están enfrentados desde hace décadas. Desde que sus bisabuelos provocaron un choque que acabó con la vida de uno de ellos.
Al regresar de una aldea en la que ha estado ayudando a sanar a los enfermos, la patrulla de Josleen hace prisionero a un hombre, creyéndole culpable de un robo de caballos perpetrado a su clan. Atraída por él, averigua asombrada que se trata de un McFersson y, temiendo las represalias, le deja escapar para evitar posteriores complicaciones o incluso una guerra.
Meses más tarde, Josleen parte de Durney Tower hacia la fortaleza de Ian McCallister, con quien su madre se ha casado en segundas nupcias. Pero jamás llegará allí.
La patrulla dispuesta a robar el ganado de su hermano Wain, está liderada por el mismo guerrero al que ella dejó escapar. Y ese hombre, aunque ella lo ignora, no es otro que el laird Kyle McFersson, jefe del clan enemigo. Un guerrero sobre el que corren las historias más terroríficas.
La primera intención de Kyle es pedir rescate por la joven, pero luego la idea de dejarla marchar se le hace imposible.
Sin embargo, Wain McDurney no está dispuesto a dejar a su hermana en manos del rival al que desea matar hace mucho tiempo.
Josleen tendrá que tomar una penosa decisión: regresar con los suyos o permanecer al lado de las personas a las que acaba queriendo y del hombre que, aún enemigo de su clan, consigue ganar poco a poco su corazón.
Y para angustia de la joven, Stone Tower se verá rodeada por huestes enemigas, al mando de su hermano, decidido a no dejar piedra sobre piedra.

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***

Josleen había lamentado ya un millón de veces su terquedad. Perder los nervios la había llevado a pasar aquella larga noche en la celda. Aunque estaba medianamente limpia y había podido conversar a través de las rejas del ventanuco con Verter y los demás, la estancia allí se le hizo insoportable.

Aún así, soportaría cualquier cosa con tal de no caer de nuevo bajo el embrujo de Kyle. No podía rendirse, simplemente. Su orgullo valía más que cualquier comodidad.

Pero durante aquella noche no sólo echó en falta el calor de las mantas en la cama de Kyle, sino el calor de su cuerpo. Kyle solía dormirse abrazándola por la espalda, poniendo una de sus musculosas piernas sobre las de ella; en aquella postura se entregaban al sueño reparador, casi siempre después de una batalla de pasión.

Al recordar los labios de Kyle, sus caricias, su cuerpo cálido y dorado, los ojos se le llenaron de lágrimas.

– Josleen.

La voz de Verter la hizo volver a la realidad. A la realidad de su confinamiento, de su celda.

– Sigo aquí -contestó.

– ¿Has descansado algo?

– Como un bebé -mintió con descaro.

Verter guardó un profundo silencio.

– Voy a arrancar al maldito McFersson lo que tiene de hombre y lo quemaré como ofrenda a los dioses -gruñó el guerrero-. Encerrarte aquí no tiene…

– Verter, ya te dije que yo se lo exigí. No debes reprocharle nada a él.

– ¡Aunque así hubiese sido, cosa que dudo! ¿Qué hombre que se precie encierra a la hermana de Wain McDurney en una condenada mazmorra? Lo mataré por eso.

– No insistas, por favor -pidió ella con voz cansada-. ¿A qué hora traen el desayuno?

– ¿Tienes hambre?

– Anoche no cené.

– ¿No te dio de cenar el muy bastardo? -estalló Verter sacudiendo los barrotes de su puerta- ¡Lo mataré!

Josleen estalló en nerviosas carcajadas al escucharle barruntar de nuevo. Verter parecía inagotable en cuanto a maldecir o amenazar.

– Déjalo ya, amigo mío-. Lo vas a matar tantas veces que no podrás hacerlo con una sola existencia y tendrás que vivir varias veces para poder cumplir tus amenazas.

Verter se calló pero luego le escuchó reír.

La puerta que accedía a la primera galería de mazmorras se abrió y un par de hombres entraron empujando un carrito lleno de cuencos, hogazas de pan y odres de agua. Josleen se aupó hasta los barrotes al percibir el olor de la comida. Lo cierto era que estaba famélica.

Uno de los guardianes la ordenó que se alejase hasta el fondo de la celda antes de abrir y dejar su comida en el suelo. Justo cuando abría la puerta de la celda, una voz imperiosa ladró haciendo respingar al carcelero.

– ¡Aparta esa bazofia, Segmun! -ella identificó de inmediato la voz de James y se atrevió a llegar hasta la puerta.

– Buenos días, princesa -saludó el joven, sonriente-. Duncan y yo pensamos que no te agradaría el desayuno de los reclusos y hemos robado algo de las cocinas.

James le mostró un plato en el que llevaba un ave asada. Duncan, a su lado, adelantó una jarra de vino y un enorme trozo de pastel. Josleen se echó a reír, con los ojos enceguecidos por lágrimas de agradecimiento.

– Sois muy amables, pero ¿acaso vuestro hermano os ha dado permiso para traer esto a vuestra enemiga?

– ¡Ese mastuerzo! -gruñó Duncan, entrando en la celda como si estuviese en su propio cuarto- Vamos, ven a desayunar. Liria dijo que anoche retiró tu bandeja intacta. Te había preparado el pastel antes de enterarse de que ese gilipollas que tenemos por hermano te había encerrado aquí abajo. Nos lo dió ella. Ya sabes que te estima. ¿Y vosotros a qué esperáis? -les increpó a los dos carceleros que les miraban absortos. De inmediato comenzaron a pasar la comida a la celda de los hombres.

Duncan y James se acomodaron en el borde del camastro.

– Poneros cómodos, por favor -bromeó Josleen.

– No seas irónica, princesa. Siéntate y come -dijo James-. Estás flaca como una rama. Y el ave se enfría.

– ¿Compartiréis mi desayuno?

– Ya hemos desayunado.

– Pero si insistes -sonrió Duncan arrancando un muslo doradito.

– ¡Duncan, por Dios, sólo piensas en comer!

Josleen, divertida a pesar de todas sus penurias, se sentó en el único taburete que había en la celda, dispuesta a disfrutar del desayuno y de la compañía. Pensó que aquellos dos no eran tan necios como parecían y que tenían buen corazón. Pero no había engullido el primer bocado cuando la voz airada de Elaine les hizo volverse a los tres.

– Malcom, cariño, no corras; el suelo está resbaladizo y puedes hacerte daño.

Escucharon el saludo nervioso de los guardianes cuando la señora de Stone Tower irrumpió en las mazmorras precedida del hijo del jefe del clan. Un segundo después, Elaine asomaba por la puerta, con Malcom a la zaga. Se quedaron parados al ver a los otros.

– ¡James! ¡Duncan! ¿Qué hacéis aquí?

– Se nos han adelantado, abuela -gruño Malcom, haciendo un gesto de fastidio tan idéntico al de su padre que a Josleen se le encogió el corazón.

– Ya lo veo. Ave, vino y pastel -dijo mostrando la bandeja que ella traía en las manos y que contenía exactamente lo mismo-. Pero nosotros hemos traído leche en lugar de vino.

Algunas risas inundaron la celda de Verter y Josleen se aguantó la risa. Oh, Dios, nunca había conocido a gente igual. Allí no había control. Cada uno de ellos se saltaba las normas cómo y cuando les apetecía.

– Es mucho para mí sola -dijo, secándose las lágrimas-, de modo que… ¿qué os parece si hacemos algo así como un desayuno campestre?

– ¡Pero si no estamos en el campo!

– Calla, mocoso -rió fuerte James-, y busca algo donde sentarte. Este va a resultar el desayuno más entretenido de toda mi vida.

Entre risas y bromas, dieron buena cuenta de todo. Al acabar, todos parecían remisos a marcharse. Elaine puso su mano en el hombre de Josleen.

– ¿De veras no quieres salir de aquí, niña?

– Creo que no -mintió-. Estoy mejor lejos de él.

– Pero, hija…

– No insista, Elaine, se lo ruego. Haría más difícil mi decisión.

– Como quieras -suspiró la madre de Kyle-. Me encargaré de que tengas buena comida y algo más confortable que ese apestoso camastro.

Josleen asintió sin decir palabra por miedo a prorrumpir en sollozos. Se agachó y dió un beso en la mejilla de Malcom.

– ¿Y nosotros? -protestó Duncan.

Ella les sonrió con dulzura y regaló otro beso a cada uno de los tíos del pequeño. De repente, sintió que aquellos maleducados muchachos, que el niño, que incluso Elaine, podrían formar parte de su familia, y ya no pudo aguantar las lágrimas. Se abrazó a la mujer y ella la reconfortó lo mejor que pudo acunándola como a una chiquilla.

Cuando los cuatro se marchaban, se escuchó el bramido de Verter:

– ¡Señora, dígale a su condenado hijo, que voy a arrancarle las tripas y secarlas al sol en cuanto me lo eche a la cara!

Tanto a Verter como a Josleen les asombró la apagada respuesta de la dama.

– Y le estaría bien empleado, por idiota.

Capitulo 33

Kyle dio una vuelta en el lecho, calculó mal y se estrelló contra el duro suelo. Se levantó soltando una retahíla de obscenidades. Cuando el sol que entraba por el ventanal le dio en los ojos hizo un gesto de dolor y volvió a maldecir a voz en cuello.

La noche anterior había cogido un odre de whisky, se había largado de Stone Tower, buscado un lugar apartado y había bebido como un condenado imbécil. Ni siquiera recordaba cómo había regresado a su cuarto.

Lo que sí recordaba con nitidez era que lo había encontrado vacío. Que Josleen estaba encerrada en una celda por propia voluntad y que él no podía tenerla en sus brazos. Gritó, pidiendo más bebida. No sabía si alguien se la proporcionó o la había conseguido él, pero a los pies de la cama había una jarra vacía. Le estallaba la cabeza, tenía la boca seca y con seguridad le saldría un cardenal por caerse del lecho. Estaba claro que había cogido una borrachera de campeonato.

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