12 de abril. Te recuerda a alguien que conoces, pero no sabes exactamente a quién, y entonces, a los cinco o seis minutos de que os hayan presentado, se ríe por primera vez y comprendes más allá de toda duda de que ese alguien es Suki Rothstein. Suki Rothstein a la incandescente luz de aquella tarde en la calle Houston de hace casi siete años, riendo con sus amigas, de punta en blanco con su vistoso vestido rojo, la promesa de la juventud en su encarnación más plena y gloriosa. Pilar Sanchez es la hermana gemela de Suki Rothstein, un ser menudo y luminiscente que lleva consigo la llama de la vida, y deseas que los dioses sean más clementes con ella de lo que fueron con la hija de tus amigos, condenada a la fatalidad. Llegó de Florida al anochecer del sábado y al día siguiente, domingo de Pascua, el chico y ella vinieron al piso de la calle Downing. El muchacho a duras penas podía apartar las manos de ella, e incluso mientras estaban sentados en el sofá hablando contigo, instalado en tu cómodo sillón, la besaba en el cuello, le acariciaba la rodilla descubierta, le pasaba el brazo por el hombro. Ya la has visto antes, claro está, hace casi un año en aquel pequeño parque del sur de Florida, donde fuiste testigo clandestino de su primer encuentro, su primera conversación, pero estabas muy lejos para reparar en sus ojos negros y apreciar la energía que emanan, la mirada fija que lo absorbe todo a su alrededor, que emite la luz que ha enamorado a tu hijo. Venían con buenas noticias, anunció el chico, las mejores, y un momento después te comunicaban que habían admitido a Pilar en Barnard con una beca completa y que en el mes de junio, inmediatamente después de acabar el instituto, la chica vendría a vivir a Nueva York. Le dices que tu mujer también estudió en Barnard, que la conociste cuando aún estudiaba en esa universidad, y que la antorcha ha pasado de la madrastra del muchacho a ella. Y entonces (casi te caes de la butaca al oírlo) el chico anunció que se había matriculado en una universidad para alumnos que han interrumpido la carrera, la Facultad de Estudios Generales de Columbia, y en otoño emprenderá la última etapa para alcanzar la licenciatura. Le preguntaste cómo iba a costearse el fin de carrera y dijo que tenía algún dinero en el banco y que conseguirá el resto solicitando un préstamo de estudios. Te quedaste impresionado de que no te pidiera ayuda, aunque de buena gana se la habrías ofrecido, pero sabes que es mejor para su moral que soporte esa carga por sí solo. A medida que prosigue la charla, te das cuenta de que cada vez estás más contento, que hoy te sientes más feliz que en cualquier momento de los últimos trece años, y quieres brindar por esa felicidad, emborracharte con ese júbilo, y se te ocurre que pese a lo que decida Willa sobre el chico, serás capaz de llevar una vida dividida con las dos personas que más quieres en el mundo, que disfrutarás de los buenos momentos donde y cuando se te presenten. Reservaste mesa en el Waverly Inn, ese venerable establecimiento de la vieja Nueva York, la Nueva York que ya no existe, pensando que a Pilar le gustaría ese sitio, y le encantó, en realidad llegó a decir que se sentía como en el paraíso, y mientras los tres dabais cuenta de la cena de Pascua, la chica estaba llena de preguntas, quería saber hasta el último detalle de cómo funciona una editorial, cómo conociste a Renzo Michaelson, cómo decides si aceptas o no un libro, y cuando contestabas a sus preguntas, viste que te escuchaba con la mayor atención, que no se le olvidaría una palabra de lo que le estabas diciendo. En un momento dado, la conversación derivó hacia la ciencia y las matemáticas, y te encontraste escuchando unas deliberaciones sobre física cuántica, un tema del que no tuviste reparos en reconocer que se te escapaba por completo, y entonces Pilar se volvió hacia ti y dijo: «Mírelo desde este punto de vista, señor Heller. En la física clásica, tres por dos igual a seis y dos por tres igual a seis constituyen dos proposiciones reversibles. En la física cuántica, no. Tres por dos y dos por tres son dos cuestiones diferentes, dos proposiciones aparte y distintas». En este mundo hay muchas cosas de las que hay que preocuparse, pero el amor del muchacho por esta chica no es una de ellas.
13 de abril. Te levantas esta mañana con la noticia de que Mark Fidrych ha muerto. Con sólo cincuenta y cuatro años, muerto en su granja de Northborough, en Massachusetts, cuando el volquete que estaba reparando se le cayó encima. Primero Herb Score y ahora Mark Fidrych, los dos genios malditos que embelesaron al país durante unos días, unos meses, y luego se perdieron de vista. Recuerdas la vieja cantinela de tu padre: Pobre Herb Score. Ahora añades otra baja a la lista de caídos: Mark Fidrych. Que el Pájaro descanse en paz.
ALICE BERGSTROM Y ELLEN BRICE
Es jueves, 30 de abril, y Alice acaba de terminar otro turno de cinco horas en el PEN American Center. Rompiendo la arraigada costumbre de los últimos meses, no se apresurará a volver a Sunset Park para trabajar en su tesis. En cambio, se dirige al encuentro de Ellen, que libra los jueves, y las dos derrocharán el dinero en un almuerzo tardío en Balthazar, la brasserie francesa de la calle Spring, en el SoHo, a menos de dos minutos a pie de las oficinas del PEN en el 5 88 de Broadway. Ayer, otro agente les entregó una nueva orden judicial, lo que eleva a cuatro el número de avisos de desalojo, y a principios de mes, cuando llegó el tercero, Ellen y ella convinieron en que el siguiente sería el último, que en ese momento devolverían sus distintivos dé okupas y se marcharían, de mala gana, pero se irían. Por eso han quedado en verse en Manhattan esta tarde: para hablar del asunto y decidir lo que hacer, serenamente y con detenimiento, en un entorno alejado de Bing y de sus agresivos y exaltados pronunciamientos; ¿y qué mejor sitio para discutir con calma y sosiego que ese restaurante caro y elegante durante el tranquilo interludio entre el almuerzo y la cena?
Jake ya no cuenta para nada. La confrontación para la que se preparaba desde la última vez que lo vio el 5 de enero se produjo al fin a mediados de febrero, y lo más doloroso de esa última conversación fue lo rápidamente que asintió a la interpretación que ella dio de sus actuales circunstancias, la poca resistencia que ofreció a la idea de irse cada uno por su lado, de dejarlo de una vez. Le pasaba algo, confesó él, pero lo cierto era que había perdido el entusiasmo por ella, que ya no se moría de ganas de verla; se reprochaba a sí mismo ese cambio en sus sentimientos y francamente no podía explicarse lo que le pasaba. Le dijo que era una persona extraordinaria, con numerosas y excelentes cualidades -inteligencia, humanidad, sabiduría- y que él era un individuo atribulado incapaz de quererla como se merecía. No examinó el problema más a fondo, no ahondó, por ejemplo, en los motivos por los cuales había perdido el interés en ella desde el punto de vista sexual, pero eso habría sido esperar demasiado, dedujo ella, porque él admitió sin rodeos que esos cambios lo confundían tanto como a ella. Le preguntó si alguna vez había pensado en someterse a psicoterapia y él contestó que sí, que lo estaba pensando, que su vida era un caos y sin duda necesitaba asistencia psicológica. Alice notó que le estaba diciendo la verdad, pero no estaba completamente segura y siempre que repasa la conversación en su cabeza, se pregunta si esa postura pasiva, autoacusatoria, no representaba tan sólo la salida más fácil para él, una mentira para ocultar el hecho de que se había enamorado de otra persona. Pero ¿de quién? No lo sabe, y en los dos meses y medio desde que lo vio por última vez ninguno de sus amigos comunes le ha dicho algo de que Jake esté con otra. Puede que no haya nadie, o que su amor sea un secreto bien guardado. De cualquier forma, lo echa de menos. Ahora que no está, Alice tiende a recordar los buenos momentos que han pasado juntos y a no hacer caso de los difíciles, y de forma curiosa, lo que más le parece echar en falta de él son los esporádicos accesos de humor de que hacía gala en circunstancias imprevisibles, momentos en que Jake Baum, enteramente falto de sentido del humor, bajaba las defensas y se ponía a imitar a diversos personajes cómicos, sobre todo si hablaban con marcado acento extranjero, rusos, indios, coreanos, y se le daba muy bien, siempre remedaba las voces a la perfección, pero ése era el Jake de antes, desde luego, el Jake de hace un año, y lo cierto es que ha pasado mucho tiempo desde que la hizo reír convirtiéndose él mismo en uno de esos divertidos personajes. «Sennñorita Aliise. Bénnseeme, Sennñorita Aliise.» Duda de que en un futuro próximo vuelva a estar con otro hombre, y eso la preocupa, porque ya tiene treinta años y la perspectiva de una vida sin hijos la horroriza.
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