Pedirá a Alice que pose para ella. Es domingo, un día tranquilo sin muchas cosas que hacer, y aun cuando Alice trabajará hoy en su tesis quizá pueda dedicarle un par de horas de aquí a la noche. Vuelve a entrar en la casa y sube las escaleras hasta su habitación. Bing y Alice siguen durmiendo y se mueve con cuidado para no despertarlos, quitándose el abrigo y el camisón de franela para luego ponerse unos vaqueros viejos y un grueso jersey de algodón, sin preocuparse de bragas ni sostén, sólo la piel bajo los suaves tejidos; esta mañana quiere sentirse lo más suelta y ligera posible, sin trabas para la jornada que le espera. Coge su cuaderno de dibujo y un lapicero Faber-Castell de la parte superior del buró, se sienta luego en la cama y abre el cuaderno por la primera hoja en blanco. Coge el lápiz con la mano derecha, alza la izquierda en el aire, la inclina en un ángulo de unos cuarenta y cinco grados, la mantiene suspendida a unos treinta centímetros de la cara y se pone a estudiarla hasta que ya no parece parte de su cuerpo. Ahora es una mano ajena, de alguien que no es ella, de nadie, de una mujer con dedos esbeltos y uñas redondeadas, las medias lunas sobre las cutículas, la estrecha muñeca con su pequeño abultamiento huesudo que sobresale por la parte izquierda, los nudillos y articulaciones de matiz marfileño, la blanca piel casi traslúcida que cubre arroyuelos de venas, venas azules transportando la roja sangre que serpentea por su organismo mientras su corazón late y el aire entra y sale por sus pulmones. Dedos, carpo, metacarpo, falanges, dermis. Apoya la punta del lápiz sobre la página en blanco y empieza a dibujar la mano.
A las nueve y media llama a la puerta de Alice. La diligente Bergstrom ya está trabajando, un enjambre de dedos que revolotean sobre el teclado del portátil, los ojos fijos en la pantalla, y Ellen se disculpa por interrumpirla. No, no, dice Alice, no pasa nada, y entonces deja de teclear y se vuelve hacia su amiga con una de sus cálidas sonrisas en la cara, no, más que cálida, una sonrisa en cierto modo maternal, no del tipo que a Ellen le dirige su madre, quizá, sino la clase de sonrisa con que todas las madres deberían mirar a sus hijos, una sonrisa que no es tanto un saludo como una ofrenda, una bendición. Ellen piensa: Alice será una madre estupenda cuando llegue el momento…, una madre superior a las demás, dice para sí, y entonces, debido a la yuxtaposición de esas dos palabras, transforma a Alice en Madre Superiora y la ve de pronto con hábito de monja, y en esa momentánea digresión pierde el hilo de sus pensamientos y no tiene tiempo de preguntarle si estaría dispuesta a posar para ella antes de que Alice, a su vez, le haga una pregunta:
¿Has visto Los mejores a ñ os de nuestra vida?
Pues claro, contesta Ellen. Todo el mundo ha visto esa película.
¿Te gusta?
Mucho. Es una de mis películas favoritas de Hollywood.
¿Por qué te gusta?
No sé. Es emocionante. Siempre lloro cuando la veo.
¿No te parece un poco simplista?
Naturalmente que es simplista. Es una película de Hollywood, ¿no? Todos los productos de Hollywood resultan un poco superficiales, ¿no crees?
Bien dicho. Pero ésta es un poco menos artificiosa que las demás…, ¿es eso lo que querías decir?
Piensa en la escena del padre que ayuda a su hijo a acostarse.
Harold Russell, el soldado que perdió las manos en la guerra.
El chico no puede quitarse los ganchos él solo, ni abotonarse el pijama ni apagar el cigarrillo. Su padre se lo tiene que hacer todo. Si me acuerdo bien, no hay música en esa escena y apenas hay diálogo, pero es un gran momento de la película. Absolutamente sincero. Increíblemente conmovedor.
¿Y después todos vivieron felices?
Quizá sí, quizá no. Dana Andrews le dice a la chica…
Teresa Wright…
Le dice a Teresa Wright que los van a tratar a patadas. Puede que sí y puede que no. Y el personaje de Fredric March es un borracho, un verdadero alcohólico, impenitente y delirante, de modo que su vida no va a ser divertida de ahí a unos años.
¿Y qué pasa con Harold Russell?
Al final se casa con su novia, pero ¿qué clase de matrimonio va a ser ése? Él es un muchacho sencillo, de buen corazón, pero incapaz de expresarse, demasiado reprimido emocionalmente; no veo que vaya a hacer muy feliz a su mujer.
No sabía que conocieras tan bien la película.
A mi abuela le entusiasmaba. Tenía unos dieciséis años cuando estalló la guerra y siempre me decía que Los mejores a ñ os de nuestra vida era su película. Debemos de haberla visto juntas cinco o seis veces.
Siguen hablando de la película unos minutos más y entonces se acuerda finalmente de hacer a Alice la pregunta por la que en principio ha llamado a su puerta. Alice está ocupada ahora, pero con mucho gusto parará una hora después de comer y entonces posará para ella. Lo que Alice no ha entendido es que a Ellen no le interesa hacerle un retrato, no quiere dibujar su rostro sino su cuerpo entero, y no el cuerpo oculto por la ropa sino el esbozo de un verdadero desnudo, quizá varios bocetos semejantes a los que hizo en las clases de dibujo al natural en sus cursos de pintura. Resulta por tanto un momento embarazoso cuando suben a la habitación de Ellen después de comer y la pintora pide a Alice que se quite la ropa. Ésta nunca ha hecho de modelo, no está habituada a que nadie escudriñe su cuerpo desnudo, y aunque Ellen y ella se ven ocasionalmente la una a la otra al entrar o salir del baño, eso no tiene nada que ver con la tortura de permanecer inmóvil durante sesenta minutos mientras tu mejor amiga te examina de arriba abajo, sobre todo ahora, cuando se siente tan desdichada por el sobrepeso, y aunque Ellen le dice que es preciosa, que no tiene por qué preocuparse, sólo se trata de un ejercicio pictórico, los artistas están acostumbrados a mirar los cuerpos de la gente, Alice está demasiado avergonzada para ceder a la petición de su amiga, lo siente, lo lamenta mucho, pero no puede pasar por eso y debe decirle que no. A Ellen le duele profundamente la negativa de Alice a hacerle ese sencillo favor, que en realidad es el primer paso para reinventarse a sí misma como pintora, lo que equivale a reinventarse a sí misma como mujer, como ser humano, y aunque comprende que Alice no tiene intención de hacerle daño, no puede evitar sentirse herida, y cuando le dice a su amiga que se marche de la habitación, cierra la puerta, se sienta en la cama y rompe a llorar.
Lo considera una sentencia a seis meses de cárcel sin permisos por buena conducta. Las vacaciones de Navidad y Pascua darán a Pilar un derecho de visita provisional, pero él estará confinado en su celda los seis meses enteros. Ni soñar con fugarse. Nada de excavar túneles en plena noche, nada de enfrentamientos con los guardianes ni de abrirse paso a través de punzantes alambradas, nada de frenéticas carreras por el bosque perseguido por perros. Si es capaz de cumplir su condena sin meterse en líos ni venirse abajo, el veintidós de mayo irá en un autocar de vuelta a Florida y el veintitrés estará con Pilar para celebrar su cumpleaños. Hasta entonces, aguantará como pueda.
«Venirse abajo.» Ésa ha sido la expresión que no ha dejado de utilizar a lo largo de todo el viaje, en las siete conversaciones que ha mantenido con ella durante las treinta y cuatro horas que lleva en la carretera. «No debes venirte abajo.» Cuando no estaba llorando o echando pestes de la maniática zorra de su hermana, parecía entender lo que él trataba de decirle. Se oía a sí mismo profiriendo lugares comunes que sólo dos días antes le habrían parecido inimaginables en sus labios, y sin embargo creía en parte lo que estaba diciendo. Tenían que ser fuertes. Aquello era una prueba y su amor sólo saldría fortalecido de ella. Y luego estaban los consejos de orden práctico, las advertencias de que se aplicara en el instituto, recordara comer lo suficiente, acostarse temprano todos los días, cambiar el aceite del coche a intervalos regulares, leer los libros que le ha dejado. ¿Era un hombre dirigiéndose a su futura esposa o un padre hablando con su hija? Un poco de ambas cosas, quizá. Miles hablando con Pilar. Miles haciendo lo posible por que la chica no se derrumbara, para que él no se desmoronase.
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