Iain Banks - Pasos sobre cristal

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Pasos sobre cristal: краткое содержание, описание и аннотация

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La historia de
, son tres historias en realidad. En la primera tenemos a Graham, un joven artista que se dirige a casa de su amiga Sarah, acompañado de una carpeta con varios dibujos de ella. En segundo lugar está Steven Grout, un tipo verdaderamente extraño, que acaba de renunciar a su puesto de trabajo y que siempre va con casco, huyendo de sus Atormentadores. Y por último tenemos a Quiss y Ajayi, un hombre y una mujer, respectivamente, ya mayores, que están encerrados en un extraño castillo, algunas de cuyas paredes son de cristal, detrás de las cuáles hay peces luminiscentes, y donde pasan los días jugando a estrambóticos juegos de mesa con el fin de poder obtener la opción de responder a un acertijo, y así poder salir libres.

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—¿Entonces finalmente le has dejado? —le preguntó Slater, y Graham sintió que los ojos se le abrían desmesuradamente, sintió aquel estiramiento de la piel hacia las orejas que había creído ver petrificado en el rostro de ella. ¿Dejado? ¿Estaba separada? Fijó ansiosamente la vista en ella, luego en Slater, esforzándose por no demostrar su curiosidad. Sara tenía la cabeza inclinada y miraba su vaso. En realidad no había bebido mucho.

—Finalmente —dijo ella, alzando la cabeza y sacudiéndola, no a modo de negación sino en una especie de desafío, con lo cual su cabello enmarañado se agitó ligeramente.

—¿Y qué sucedió con el otro? —dijo Slater. Ahora el tono de su voz era frío, se expresaba de un modo deliberadamente vago. Sus ojos parecían ocultar algo, y había en ellos una mirada que le hacían recordar, ligeramente, a los de Sara. Graham se encontró inclinándose hacia adelante, tratando de oír su respuesta. ¿Ya había comenzado a hablar? Ambos hablaban en voz baja; en realidad ellos no tenían intención de incluirle en la conversación, y además la habitación estaba muy ruidosa; la gente gritaba y reía, el volumen de la música que provenía del cuarto contiguo había sido subido.

—No quiero hablar del tema, ¿de acuerdo, Richard? —dijo ella, y a Graham su voz le pareció dolida. Sara se apartó apenas de Slater y bebió de su vaso hasta el fondo. Sin sonreír, miró a Graham, aunque a continuación sus labios temblaron levemente, formando una pequeña sonrisa.

Park, eres un idiota, se dijo a sí mismo Graham, estás mirando a esta mujer como si fuera el ET. Domínate, hombre. Le respondió con otra sonrisa. Slater emitió una breve risa entrecortada, diciéndole luego a Graham:

—La pobre Sara se casó con un sinvergüenza que tuvo el mal gusto de convertirse en director de obras del sistema de alcantarillado. Como le anticipé, ahora que ella le abandonó y ha dejado su vida privada hecha un verdadero desastre, tal vez haga lo que usualmente todos los ejecutivos en semejantes circunstancias, y se lance de cabeza a su trabajo.

Graham empezó a reírse, a pesar de que pensaba que la broma en sí tenía muy poca gracia, cuando descubrió a Sara darse vuelta rápidamente, depositar su vaso sobre la repisa y mirarle fijamente, acercándose, el rostro surcado de líneas severas, los ojos brillantes, cogiéndole del codo y girando la cabeza como queriendo enfatizar que le hablaba a él, ignorando a Slater, diciendo:

—¿Te apetece bailar?

—Vaya, yo siempre tan bocón —dijo Slater tranquilamente para sí, mientras Sara le quitaba el vaso a Graham depositándolo junto al suyo sobre la repisa y le conducía, aturdido, sin protestar, por entre las personas en dirección a la habitación de dónde provenía la música.

Así pues bailaron. Graham no podía recordar ninguno de los discos, cintas o temas que habían sonado. Cuando bailaron lento, sintió la calidez del cuerpo de ella a través de las capas de ropa que ambos llevaban puesta. Hablaron, pero él no recordaba sobre qué. Habían bailado sin parar. Graham se acaloró, sudó, y al cabo de un rato los pies y los músculos comenzaron a dolerle, como si no hubieran estado bailando sino corriendo, moviéndose compulsivamente en un extraño y ruidoso bosque oscuro de árboles blandos que se agitaban; tan sólo ellos dos.

Ella continuó mirándole, y él trató de ocultar sus sentimientos, pero cuando bailaron pegados uno al otro, Graham hubiera querido detenerse en un sitio y permanecer allí de pie, boquiabierto; expresar mediante una completa inmovilidad algo para lo cual no poseía la suficiente energía. Para tocarla, acariciarla, olería.

Finalmente regresaron a la otra habitación. Slater había desaparecido, al igual que el barril de vino y el vaso de Sara. Ambos bebieron por turno del vaso de Graham. Él trató de no mirarla con fijeza. Su piel se mantenía blanca, aun cuando ella parecía irradiar una especie de calor, algo que él no dejaba de percibir y por lo cual era invadido. La habitación ahora daba la impresión de estar menos iluminada y de haber empequeñecido. La gente se movía, empujaba, reía y gritaba; Graham apenas notaba su presencia. Alrededor del cuello de la muchacha, la blanca cicatriz en forma de semicírculo parecía brillar en la tenue luz, como si ella misma fuera algo luminoso.

—Bailas bien —le dijo ella.

—Yo no… —comenzó a decir Graham, aclarándose la garganta—, yo no suelo bailar tanto. Quiero decir… —su voz se apagó. Sara sonrió.

—Dijiste que pintabas. ¿Estudias en la Escuela?

—Sí. Segundo curso —dijo él, y luego se mordió el labio. ¿Estaba tratando de demostrarle cuantos años tenía? La gente a veces decía que tenía la cara de un niño. En varias ocasiones tuvo que demostrar su edad para que le dejasen entrar en un pub. ¿Qué edad tendría ella? ¿Qué edad creía ella que tenía él?

—¿Qué es lo que dibujas? —le preguntó. Graham se encogió de hombros, relajándose un poco; no era la primera vez que le hacían esta clase de preguntas.

—Lo que ellos me dicen. Nos dan para hacer ejercicios. Pero a mí realmente…

—Graham, ¿quién es ésta preciosa criatura?

Al oír la voz del señor Hunter, Graham se dio la vuelta desesperanzado. Su anfitrión era un hombre corpulento y lúgubre, que le hacía recordar a Demis Roussos. Llevaba puesto una especie de caftán de color marrón. Graham cerró los ojos. El señor Hunter era aquello que aparentaba: un refugiado de los años sesenta. Con su gorda mano apretó el hombro de Graham.

—Eres un ganador insospechado, jovencito. —Se acercó hacia Sara, y casi la ocultó con su cuerpo de la vista de Graham—. Graham está tan estupefacto contigo que sin duda no será capaz de presentarnos. Yo soy Marty Hunter —(¿Marty? se dijo a sí mismo Graham)— y me estaba preguntando si jamás se te ha ocurrido posar…

Justo en aquel momento se apagaron las luces, la música se interrumpió arrastrando un breve sonido grave, y la gente empezó a emitir ruidos animales.

—Oh jodido infierno —Graham oyó decir al señor Hunter, y a continuación algo enorme le rozó en la obscuridad diciendo—, eso es obra de Woodall; siempre desconecta los conmutadores en las fiestas…

En el preciso momento en que comenzaron a llamear las cerillas y a rasparse los mecheros, Sara se adelantó emitiendo un siseo y se abrazó a él. Cuando volvieron las luces, Graham únicamente se había atrevido a estrecharla entre sus brazos. Ella volvió a apartarse sacudiendo la cabeza, que mantenía inclinada hacia abajo, su perfume aún flotando entre ambos cuerpos. La música volvió a sonar de nuevo, a la cual la gente recibió con una exclamación de alivio.

—Lo siento —le oyó decir a ella—, he sido una tonta. Me asusto de los truenos… también. —Miró distraídamente hacia los costados buscando el vaso, pero lo tenía Graham, así que se lo pasó—. Gracias —dijo, y bebió un trago.

—No tienes por qué disculparte —dijo él—, ha sido muy agradable. —Sara alzó brevemente la vista con una sonrisa vacilante, como si no le creyera. Graham se lamió los labios, se acercó, y extendiendo su mano le tocó la suya, con la cual ella ahora sostenía el vaso. Evitando mirarle a la cara, la muchacha continuó con la vista fija en el vaso.— Sara, yo…

—¿Podríamos…? —comenzó a decir ella, y a continuación le echó una rápida mirada, dejó el vaso sobre la repisa y sacudiendo su cabeza dijo—: no me encuentro del todo bien…

—¿Cómo? —dijo Graham preocupado, cogiéndola por los hombros.

—Lo siento, puedo… —dijo dirigiéndose hacia la puerta, y Graham la ayudó a pasar por entre la gente, apartándola de su paso con el codo. En el vestíbulo se encontraron nuevamente con el señor Hunter, que sostenía entre sus brazos a un relajado y aburrido gato negro. Al verles, el hombre frunció el entrecejo.

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