Martin Amis - Agua Pesada

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Las historias de Agua pesada son mundos en miniatura que contienen, en dosis altamente concentradas, la acidez, el cinismo y el profundo cuestionamiento de las bases de nuestra sociedad que caracterizan las grandes novelas de Martin Amis. Así, en uno de los cuentos, la sociedad es mayoritariamente gay, y los heterosexuales son una minoría perseguida, en otro, un sarcástico robot marciano nos trae extrañas noticias sobre la vida en el sistema solar, y en el relato ‘Agua pesada’, Amis retrata sin piedad el malestar y la fatiga de la cultura de la clase trabajadora.

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– ¿Tienes algo esta noche? Hay un club punk con entrada libre en Brooklyn. Tengo cupones para bebidas gratis. Falta mucho para que empiece y es cerca.

– Ah, bueno -dijo Rodney.

Al otro día se fue para Quogue más temprano que de costumbre. Se despertó al mediodía. Sólo lo mantenía en pie la costra de semen seco en el pijama. Hizo té. Se dio una ducha de cincuenta y cinco minutos. Se comportó aceptablemente bien durante la cita (ella parecía aliviada esa tarde, pero expeditiva) y él prácticamente bajó con ella en el ascensor. A los que atendían la recepción durante el día les dejó una larga nota para Pharsin sobre la exhumación de los restos de su tía y el entierro en otro lugar, y fijó el encuentro para la misma hora el lunes. Sólo cuando el auto esperaba frente al cine en la parada cerca del aeropuerto Rodney se cuestionó las cosas que había guardado en el bolso: tres revistas nuevas, junto con el equipo habitual para el fin de semana.

La una de la tarde del lunes.

Estaba sentado en la cocina, mientras esperaba el momento de empezar su trabajo, leyendo la parte de atrás de una caja de cereal. Levantó la cabeza, parpadeando, y recordó las gordas novelas victorianas que había leído en la universidad: Los Middlemarch, Casas sombrías, le habían llevado por lo menos un mes cada una. Pero no pensaba dedicarle más de media hora a El sonido de las palabras, el sonido de las palabras. Estaba releyendo la parte de atrás de la caja de cereal cuando oyó la llave en la cerradura.

El aspecto de ella le hizo tal impacto que estuvo a punto de hablar. Lo que había sucedido era esto: esa pelea que hacía meses estaba dentro de su cabeza, le había aflorado a la cara, y era ilegible. Era visible para cualquiera; los ojos de ella lo invitaban claramente a registrar el cambio: el labio inferior estaba hinchado y partido, y la mejilla derecha muy manchada, como si le hubiera puesto un salvaje toque de rouge. Ahora lo que andaba mal se expresaba, pero no lo expresaba ella sino que, fuera lo que fuese, se expresaba a sí mismo.

Aterrado, tambaleando, se acercó a ella. Y ella lo recibió con piedad. La besó en el cuello, en la mandíbula, y, con circunspección, en la boca… pero luego perdió toda circunspección. Lleno de miedo y de pasión, y por última vez, sir Rodney Peel le hizo hervir la sangre a Eva.

Después ella hizo algo que nunca había hecho antes. No, no habló. Durmió.

Rodney se puso a trabajar, sin cuidarse de no hacer ruido.

Arrastró el caballete por el piso, cambió de lugar el biombo, acomodó los pinceles. No andaba en puntas de pie, ni con su cuerpo ni con su mente: el sueño de ella parecía básicamente seguro, como la hibernación. Retiró el cubrecama. Ella estaba de costado, con la rodilla de arriba levantada, una mano debajo de la almohada y la otra entre los muslos. Primero la cabeza, pensó Rodney. Después el cuello. Después el cuerpo.

“Los artistas son especialistas en esperar”, dijo. Esperar que sucediera lo necesario en el lugar necesario. Y con esto se despedía de su mente discursiva, hasta que el cuadro estaba casi terminado y parecía que alguien golpeaba a la puerta. Y Rodney habló. Con la voz lúcida de un niño dijo:

– Ay, Dios mío. Ese es Pharsin.

Ella lo miraba por encima del hombro. Y también ella habló. Lo que dijo fue arrasador, pero no por el contenido, sino por el estilo. Un estilo que él había oído en las avenidas de Londres, en las colas ante las cajas del supermercado, en las lavanderías. También en el parloteo de la radio del taxi, soportado desde el asiento posterior, muy tarde a la noche.

– Es mi marido -dijo.

* * *

– Abre la puerta ahora.

Más tarde Rodney describiría los acontecimientos que siguieron como “Una especie de neblina”. Pero en realidad estos acontecimientos fueron claros. Era bueno que en esos momentos él se sintiera tan talentoso. Y que su cerebro estuviera químicamente tan estimulado.

– Tienes un minuto para abrir la puerta, carajo. Cuento un minuto y la arranco de la pared. Sesenta. Cincuenta y nueve. Cincuenta y ocho.

En el mundo de sus sueños a Rodney le hubiera gustado tener más de un minuto para leer El sonido de las palabras, el sonido de las palabras. Pero para leerlo primero tenía que encontrarlo.

Una vez que la señora de Pharsin Courier fue acallada y escondida detrás del biombo, Rodney comenzó a revolver dentro del armario (cincuenta y uno), después buscó debajo del piano (cuarenta y cinco), y luego entre los estantes más bajos y las sombras de la cocina (treinta y cuatro). Medio minuto después detuvo la búsqueda. Se detuvo a observar y a recoger una vieja alfombrita marrón que colgaba sobre la abertura de las dos partes del biombo, y al hacerlo advirtió una forma sospechosa en la pila de periódicos grisáceos que había del otro lado de la cama. Se abalanzó sobre ellos (trece): Novela, por Pharsin Courier (nueve, ocho). La arrojó hábilmente sobre la mesa (seis, cinco), leyó media frase de la página uno: “Alrededor del mediodía Cissy pensó que…” y, mientras se levantaba para abrir la puerta (tres, dos), otra media frase de la página uno (“Eso creyó Cissy”), y se le terminó el tiempo.

– Ah, Pharsin. Respondes a nuestros gritos de “¡El autor! ¡El autor! Señor, hágase conocer. Si se queda sentado donde está, yo, simplemente…”

– Bien, yo no soy escritor -declaró severamente

Rodney, colocando un vaso de Pepsi frente a Pharsin. Y un platillo con una galletita de Graham casi entera. De la superficie de la bata azul de Rodney se podía extraer más información.

– Yo soy un pintor, un artista visual. Pero, como tú escribiste en alguna parte, hay una cierta… afinidad entre las artes. Ahora bien; la primera vez que leí tu libro me sentí inundado por esa cascada de imágenes visuales. Las cosas que describes… yo sentía que podía extender la mano y tocarlas, saborearlas. Debo decir que sólo en una segunda lectura, o en una tercera “mirada” pude ver que esas imágenes, en realidad, estaban relacionadas. En forma muy intrincada.

Sopesando el original entre sus manos, con gesto de admiración, Rodney miró cándidamente a Pharsin. Hasta allí todo iba bien. La ira de Pharsin, todavía manifiesta, había alcanzado la calidad de un trance. Rodney sabía bastante sobre las novelas en general como para estar enterado de que todas trataban, al menos, de relacionar las imágenes con el tema. Siguió cautelosamente con sus propias variaciones, sintiendo los espasmos de los músculos tensos de Pharsin. Sí, todavía podía flotar sin hundirse.

– … dando forma a toda la composición. Pude admirar el relieve, las molduras, los adornos. Las gárgolas, la catedral en conjunto.

Por un momento pareció que Pharsin iba a hacer una pregunta sobre esta catedral: qué aspecto tenía o dónde estaba. De manera que con un brusco movimiento de la cabeza Rodney prosiguió:

– ¿Y de dónde sacaste esos personajes? Es increíble. Por ejemplo Cissy. ¿Cómo la soñaste?

– ¿Te gusta Cissy?

– ¿Cissy? ¡Ah, Cissy! Cissy… Cuando terminé sentí que nunca había conocido a alguien tan íntimamente como a ella. -Mientras hablaba comenzó a volver las páginas con afecto. -Sus pensamientos. Sus dudas. Sus miedos. Yo conozco a Cissy. Como se conoce a una hermana. O a una amante.

Rodney alzó la mirada. El rostro de Pharsin estaba inundado de lágrimas. Envalentonado, Rodney se inclinó sobre el texto y volvió unas páginas.

– Esa parte… esa parte… cuando ella, Cissy…

– ¿Cuando llega a los Estados Unidos?

– Sí, cuando llega a Norteamérica.

– ¿La parte de Inmigraciones?

– Sí, esa escena… es increíble. ¡Pero tan verdadera! Y después de eso… estoy tratando de encontrar… la parte en que…

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