Jonathan Lethem - La Fortaleza De La Soledad

Здесь есть возможность читать онлайн «Jonathan Lethem - La Fortaleza De La Soledad» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La Fortaleza De La Soledad: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Fortaleza De La Soledad»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

«La fortaleza de la soledad ejemplifica, sin necesidad de grandes aspavientos vanguardistas, nuestro paradójico signo de los tiempos», Qué Leer
Esta es la historia de un chico negro y uno blanco: Dylan Ebdus y Mingus Rude, vecinos que comparten sus días y defienden su amistad a capa y espada desde un rincón de Nueva York. Esta es la historia de su infancia en Brooklyn, un barrio habitado mayoritariamente por negros y en el que comienza a emerger una nueva clase blanca. Esta es la historia de la América de los años setenta, cuando las decisiones más intrascendentes -qué música escuchar, qué zona ocupar en el autobús escolar, en qué bar desayunar- desataban conflictos raciales y políticos. Esta es la historia de lo que habría pasado si dos adolescentes obsesionados con superhéroes de cómic hubieran desarrollado poderes similares a los de los personajes de ficción. Esta es la historia que Jonathan Lethem nació para contar. Esta es La fortaleza de la soledad.
Jonathan Lethem (Nueva York, 1964) es una de las voces más inventivas de la ficción contemporánea. Es autor de nueve novelas y depositario de distinguidos galardones, como el Premio Nacional de la Crítica de Estados Unidos.

La Fortaleza De La Soledad — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Fortaleza De La Soledad», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Ahora las figuras, las etéreas bailarinas, habían sido suprimidas de los fotogramas. Se habían fundido en manchas de luz. Abraham había aparcado los pinceles minúsculos, las herramientas de joyero, los había dejado endurecer. Las formas brillantes que ahora pintaba, las manchas y rectángulos de color más simples y luminosos, se cernían sobre un horizonte que había evolucionado a partir de la orilla llena de juncos y maleza del lago de los primeros fotogramas hacia un horizonte distante, borroso, una puesta de sol o una tormenta por encima de una planicie vasta y suavemente reflectante. Las formas coloridas en primer plano que pintaba una y otra vez hasta sabérselas como un idioma, hasta que se movían como palabras a través del significado hasta el sinsentido y de nuevo de vuelta a un significado más puro, esas formas estaban empezando a fundirse con el horizonte, a fluir dentro y fuera de las profundidades de los minúsculos marcos de celuloide. Abraham dejaba que ocurriera así. Con el tiempo, pasados muchos días, las formas se convertirían en lo que quisieran. Pintándolas una y otra vez con variaciones mínimas las purificaría y la historia de dicha purificación constituiría el argumento de la película que estaba pintando.

Había empezado a mirar por la ventana. Un día mojó un pincel grande en pintura y perfiló la torre del Williamsburg Savings Bank en el cristal, luego rellenó el perfil de modo que la torre pintada tapara la que se veía a lo lejos.

Al igual que en los fotogramas más nuevos de su película, el cristal pintado volvía la distancia proximidad.

Cada vez que el niño entraba en el estudio tenía un aspecto distinto.

Su mujer bromeaba con que le pediría a la compañía telefónica que instalara una línea nueva en el estudio para telefonearle desde la cocina de la planta baja. Ahora, cuando discutían, a media discusión Abraham olvidaba el motivo. Sabía que ella reconocía sin problemas el momento de la rendición, cuando la abstracción inundaba los ojos de Abraham y borraba el lenguaje. Mentalmente estaba pintando un fotograma. Retorcía los dedos en busca del pincel.

Su antiguo profesor telefoneó desde la escuela de arte para preguntarle por qué ya no pintaba. «Pinto cada día», contestó.

Segundo era primer curso más matemáticas. Tercero era segundo curso con un rato de patio para jugar al kickball, una versión del béisbol con una gigantesca pelota fofa, de color rojo apagado y con bultitos como una alfombrilla de plástico para la bañera, que se lanzaba en dirección al bateador y que salía volando de una buena patada. Un globo resultaba casi inalcanzable, cuando volaba por los aires era casi más grande que un niño. Colocarse debajo de un globo era una estupidez, y si discurrías lo que ocurriría después de que el jugador exterior, invariablemente, se hiciera a un lado, prácticamente cualquier pelota en el aire se convertía en un home run. Tenías que limitarte a correr, no te parabas a pensar lo que intentaba el contrario. Aunque lo más frecuente era que no la atraparas al vuelo. Una patada a destiempo devolviendo la pelota al lanzador y te expulsaban de la primera base.

Con todo, un home run. Si lanzabas al aire aquella cosa abotargada, la mitad de las veces todos los que estaban en el campo se tiraban al suelo. Pasabas junto a un niño sentado en cada base que ibas dejando atrás.

Cualquier cosa que pintaras, por muy chapucera que fuera, acababa colgada en la pared. Aunque con los pinceles del colegio era como pintar con los codos, si es que cabía la comparación. La pintura del colegio se secaba como las costras.

Ya nadie se meaba en la silla.

Una reseña de un libro contaba la historia de un libro.

En segundo curso había dos niños chinos y en tercero, tres, una presencia tranquilizadora porque siempre levantaban la mano. Era un misterio adónde iban al acabar las clases. No eran blancos ni todo lo contrario, lo cual constituía una ventaja. Evitaba que las cosas se pusieran demasiado negras y blancas y puertorriqueñas. Al ritmo actual, en el instituto todos serían chinos, cosa que, puestos a pensar, solucionaría algún que otro problema.

No era culpa suya que fueran chinos y si se lo preguntabas se encogían de hombros: sabían que no era culpa de ellos. Todos lo sabían. En tercer curso todavía estabas acomodándote a tu piel y no se te podía exigir que respondieras por tu color. Después, nadie lo sabía.

3

Vendlemachine estaba tumbada en la cama del salón. La luz amarilla grisácea de octubre que se filtraba a través de las altas cortinas formaba un enjambre de motas, de puntitos móviles que le daban un aspecto tan sólido como los ejes de roble barnizado del bastidor de la cama y los vasos casi llenos de agua y coñac de la mesilla de noche o el bastón apoyado en el mueble, y más sólido que las extremidades débilmente temblorosas de la minúscula mujer acurrucada en la cama que ahora tanteaban despacio en busca del bastón sin que por ello levantara la cabeza iluminada por el sol de la almohada en la que se hundía.

– Me he dormido -dijo la mujer, como ausente.

Dylan Ebdus no dijo nada, pero siguió sin cruzar la línea de entrada a la habitación llena de la presencia y estilo de la anciana.

– Has tardado.

Dylan logró hablar.

– Había cola.

El niño había llevado otro fajo de las cartas que la anciana escribía a mano en papel crema a la oficina de correos de la avenida Atlantic, donde esperó turno frente a la ventanilla de plexiglás estudiando los carteles de ofertas de trabajo y las campañas publicitarias que animaban al coleccionismo de sellos y la alfabetización, arrastrando la punta de las deportivas entre los trozos de papel, los papelitos amarillos y los sobres rotos del gobierno que ensuciaban el suelo.

Dylan trabajó para Isabel Vendle a dólar la hora los sábados por la mañana del año en que cumplió diez años, el año de cuarto curso. «Vendlemachine, Vendlemachine», canturreaba Dylan mentalmente, aunque nunca había pronunciado en voz alta el nombre más allá del umbral de su casa, ni siquiera lo había susurrado cuando estaba solo en casa de Isabel Vendle los días en que la anciana iba a visitar a la familia en el lago George y, por tanto, Dylan usaba la llave de la mujer para entrar por la puerta del sótano y recogerle el correo y ponerle comida al gato anaranjado. «Vendlemachine» era una palabra de Rachel. Rachel Ebdus adjudicaba motes secretos a las visitas y a la gente que vivía en la calle Dean y Dylan comprendía que no podían filtrarse fuera de casa, fuera de la cocina de Rachel. Su madre le había inculcado la siguiente dicotomía: por un lado había cosas que Rachel y Dylan podían decirse y, por otro, el idioma oficial del mundo que, aunque pobre y artificial, debía ser dominado en aras de la manipulación del mundo. Rachel le hizo saber a Dylan que el mundo no debía estar al corriente de todo lo que pensaba de él. Y, desde luego, no debía conocer las palabras de Rachel -«imbécil», «porretas», «gay», «pretencioso», «sexy», «hierba»-; ni tampoco los titulares de los motes debían conocer sus sobrenombres: «Señor Memoria», «Pepe Le Peu», «Susie Cube», «Capitán Vago», «Vendlemachine».

El mote de su padre era «el Coleccionista».

Los sábados por la mañana, Vendlemachine se quedaba en el piso de arriba mientras Dylan sacaba la bolsa llena de basura licuada del gran cubo de la cocina del sótano y ponía una bolsa nueva. Isabel no podía levantar una bolsa de basura sola y en consecuencia el olor se concentraba durante siete días, a la espera de que Dylan lo descorchara. Entonces el inmenso y silencioso gato anaranjado bajaba a observar. Tenía cráneo de monstruo Gila. Dylan no sabía si el gato le aborrecía a él o a Isabel o le eran indiferentes, no sabía qué entendía el gato de la situación de Dylan, de manera que resultaba un testigo inútil. Hasta podía ser que ni siquiera supiera que Isabel no debería estar encorvada como estaba y en cambio la considerara el estándar de la forma humana y, por tanto, pusiera objeciones a la figura de Dylan. No obstante, el gato anaranjado era el único testigo. Parecía vivir esperando el momento semanal en que se transfería la basura y la estancia se llenaba con la peste de los posos del café, las mondas de naranjas y la leche cortada.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La Fortaleza De La Soledad»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Fortaleza De La Soledad» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La Fortaleza De La Soledad»

Обсуждение, отзывы о книге «La Fortaleza De La Soledad» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x