– Sí, siempre y cuando no le cause muchos trastornos, señor Cartwright -contestó la muchacha-. No quisiera resultar una carga.
– ¿Una carga? -se extrañó Nat.
– Así es. Luke me ha dicho que se presentará usted a gobernador.
banquero local se presenta a gobernador, rezaba el titular del Hartford Courant. En una página interior se ofrecía un amplio perfil del brillante financiero que veinticinco años antes había merecido la medalla al honor por su actuación en Vietnam; después reseñaba su carrera profesional, que concluía con su decisivo papel en la fusión entre un pequeño banco familiar como Russell, con sus once sucursales, y Fairchild’s, que contaba con ciento dos sucursales en todo el territorio del estado. Nat sonrió al recordar la charla mantenida en el confesionario de la catedral de San José y la cortés manera como Murray Goldblatz seguía haciendo creer a todo el mundo que la idea original había sido de Nat. Desde entonces, Nat recibía los valiosos consejos de Murray, quien nunca bajaba la guardia ni dejaba de lado sus principios.
El editorial del Courant señalaba que la decisión de Nat de disputarle a Ralph Elliot la designación como candidato republicano había abierto la carrera electoral, dado que arabos eran personajes sobresalientes en sus respectivas profesiones. El periódico no tomaba partido por ninguno de los dos, sino que prometía informar objetivamente del duelo entre el banquero y el abogado, cuya enemistad era de conocimiento público. «También se presentará la señora Hunter», se apostillaba en el último párrafo sin darle más importancia, lo que indicaba claramente la opinión del Courant sobre sus posibilidades desde que Nat aceptó presentarse al cargo.
Nat estaba más que satisfecho con la cobertura informativa que le habían dispensado la prensa y la televisión después de su anuncio y todavía más con la favorable reacción de los ciudadanos de a pie. Tom se había tomado una excedencia de dos meses en el banco para ocuparse de la campaña de Nat y Murray Goldblatz había hecho una más que generosa contribución a los fondos para la campaña.
La primera reunión se celebró aquella noche en casa de Tom y el director de la campaña explicó a los integrantes del equipo a lo que tendrían que hacer frente durante las siguientes seis semanas.
Levantarse cada día antes del amanecer y caer rendido en la cama pasada la medianoche no era algo que tuviese muchas compensaciones, pero Nat estaba sorprendido con la fascinación de Luke por el proceso electoral. Dedicó sus vacaciones a acompañar a su padre a todas partes, a menudo con Kathy a su lado. Con el paso de los días, Nat le fue cobrando más y más afecto a la muchacha.
A Nat le costó muy poco adaptarse a la nueva situación; a que Tom le recordara constantemente que no podía darles órdenes a los voluntarios como si fuese un sargento y que siempre debía darles las gracias, por poco que fuese su trabajo y aunque hubiesen cometido errores. Pero incluso con seis discursos y una docena de reuniones al día, la progresión del aprendizaje era muy dura.
No tardó en quedar claro que Elliot ya llevaba varias semanas de campaña, al parecer con la ilusión de que su trabajo previo le otorgara una ventaja indiscutible. Nat comprendió rápidamente que si bien el primer caucus [5]en Ipswich solo daría diecisiete votos electorales, su importancia era desproporcionada en relación a esa cifra, como era el caso de New Hampshire en las elecciones presidenciales. Visitó a cada uno de los votantes y se marchó con la certeza de que Elliot ya les había visitado antes. Aunque su rival ya se había asegurado el compromiso de varios delegados, aún quedaban algunos indecisos que sencillamente no acababan de fiarse del abogado.
A medida que transcurrían los días, Nat comprendió que se esperaba de él que tuviese el don de la ubicuidad, ya que las primarias de Chelsea se realizaron solo dos días después del caucus en Ipswich. De los dos, Elliot era quien estaba dedicando la mayor parte de su tiempo a la campaña en Chelsea, porque estaba convencido de que contaba con los diecisiete votos de Ipswich.
Nat regresó a Ipswich la noche de la votación del caucus y oyó cómo el presidente del comité local anunciaba que Elliot había obtenido diez votos, mientras que a él le correspondían los siete restantes. El equipo de Elliot, si bien proclamaba que había sido una victoria concluyente, fue incapaz de disimular la desilusión. En cuanto escuchó el resultado, Nat corrió al coche y Tom lo llevó a Chelsea antes de la medianoche.
Para su sorpresa, los periódicos locales hacían poco caso del resultado en Ipswich, pues afirmaban que Chelsea, con un padrón electoral de más de once mil personas, ofrecería un indicador mucho más claro de las opiniones del público sobre los dos hombres que lo que habían decidido un puñado de caciques locales. Nat, desde luego, se sintió mucho más a gusto y relajado en las calles, en los centros comerciales, en las puertas de las fábricas, en las escuelas y clubes que en las habitaciones llenas de humo, obligado a escuchar a unas personas que se creían con el «derecho divino» de designar al candidato.
Después de un par de semanas de estrechar manos a diestro y siniestro, Nat le comentó a Tom que se sentía muy animado al comprobar cuántas eran las personas que prometían votarle. En cualquier caso, no dejaba de preguntarse si Elliot estaba recibiendo la misma respuesta.
– No tengo la menor idea -contestó Tom, mientras salían para asistir a otro mitin-, pero sí te puedo decir que se nos está acabando el dinero. Si mañana nos dan una paliza, habremos participado en la campaña más corta de la historia. Claro que siempre podríamos hacer público el respaldo de Bush, porque eso seguramente nos aportaría algunos votos.
– De ninguna manera -replicó Nat con mucha firmeza-. Se trató de una llamada personal, no de un respaldo oficial.
– Sin embargo, Elliot no deja de hablar de su visita a la Casa Blanca y su encuentro con su viejo amigo George, como si hubiese sido una cena para dos.
– ¿Tú cómo crees que se sienten al respecto los demás miembros de la delegación republicana?
– Eso es demasiado sutil para el votante medio -señaló Tom.
– Nunca lo subestimes -declaró Nat.
Nat no recordaba gran cosa del día en que se celebraron las elecciones primarias en Chelsea; solo sabía que había estado en constante movimiento. Cuando se anunció minutos después de la medianoche que Elliot había obtenido 6.109 votos frente a los 5.302 de Cartwright, la única pregunta de Nat fue:
– ¿Podemos permitirnos continuar ahora que Elliot cuenta con veintisiete delegados contra diez nuestros?
– El enfermo todavía respira -replicó Tom-, aunque muy débilmente, así que nos queda Hartford; si Elliot gana allí también, no podremos impedir que nos arrolle. Da gracias de que aún tienes un empleo al que volver -añadió con una sonrisa.
La señora Hunter, que solo había conseguido dos votos para el colegio electoral, admitió la derrota, dijo que se retiraba de la campaña y que anunciaría en breve a cuál de los dos candidatos daría su apoyo.
Nat agradeció retornar a su ciudad natal, donde la gente en la calle lo trataba como a un amigo. Tom sabía el tremendo esfuerzo que debían hacer en Hartford, no solo porque representaba la última oportunidad, sino que además, al ser la capital del estado, tenía el mayor número de votos electorales, diecinueve en total, que de acuerdo con la regla prehistórica de que el ganador se lo llevaba todo, permitiría que si Nat se proclamaba ganador, se situara en cabeza con veintinueve delegados contra veintisiete. Si perdía, podría deshacer las maletas y marcharse a casa.
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