– ¿Quién hubiese dicho que Jimmy acabaría casándose con la chica más brillante de su clase? -comentaba Harry, con orgullo.
– ¿Por qué no? -replicó Martha-. Tú lo hiciste y no te olvides de que, gracias a Joanna, consiguió acabar cum laude.
– Cortaremos la tarta en el momento en que todos estén sentados a la mesa -anunció el jefe del comedor-. Necesito que los recién casados se coloquen delante y los padres detrás de la tarta cuando se hagan las fotos.
– No tendrá que preocuparse de mi marido -le dijo Martha Gates-. En cuanto aparezca la primera cámara, Harry estará delante en menos que canta un gallo; es deformación profesional.
– Una verdad como un templo -admitió el senador. Se volvió hacia Ruth Davenport, quien miraba con expresión pensativa a su nuera.
– Hay momentos en los que me pregunto si ambos no son demasiado jóvenes.
– Tienen veinte años -afirmó el senador-. Martha y yo nos casamos cuando ella tenía la misma edad.
– Pero Annie aún no ha terminado la carrera.
– ¿Importa mucho eso? Han estado juntos durante los últimos seis años. -El senador se volvió para saludar a un nuevo invitado.
– Algunas veces desearía… -comenzó Ruth.
– ¿Qué es lo que algunas veces deseas? -le preguntó Robert, que se encontraba junto a su esposa.
Ruth se giró para que el senador no oyera su respuesta.
– Nadie quiere a Annie más que yo, pero algunas veces lamento que… -titubeó- no hubiesen salido más con otros chicos y chicas.
– Fletcher conoce a muchísimas chicas, pero sencillamente no ha querido salir con ninguna. -Robert se mantuvo callado mientras el camarero le llenaba de nuevo la copa de champán-. Por cierto, ¿cuántas veces he ido contigo de compras, para que después acabaras comprando el primer vestido que te habías probado?
– Eso es algo que no me impidió considerar a otros hombres antes de que me decidiera por ti -le recordó Ruth.
– Sí, pero aquello fue diferente, porque ninguno de ellos te quería.
– Robert Davenport, te diré que…
– Ruth, ¿has olvidado cuántas veces te pedí que te casaras conmigo antes de que me aceptaras? Incluso traté de dejarte embarazada.
– Nunca me lo dijiste -exclamó Ruth, con una mirada de sorpresa.
– Es evidente que has olvidado los años que pasaron antes de que naciera Fletcher.
Ruth volvió a mirar de nuevo a su nuera.
– Confiemos en que ella no tenga que enfrentarse al mismo problema.
– No hay ningún motivo para suponerlo. No es Fletcher quien dará a luz. Yo diría que Fletcher, como yo, nunca volverá a mirar a otra mujer durante el resto de su vida.
– ¿Nunca has vuelto a mirar a otra mujer desde que nos casamos? -le preguntó Ruth después de estrechar las manos de otros dos invitados.
– No -contestó Robert antes de beber otro trago de champán-. Me he acostado con varias, pero nunca las miré.
– Robert, ¿cuánto has bebido?
– No he contado las copas -admitió Robert, mientras Jimmy se apartaba de la fila.
– ¿De qué se ríen ustedes dos, señor Davenport?
– Le hablaba a Ruth de mis muchas conquistas, pero se niega a creerme. Dime una cosa, Jimmy, ¿a qué te dedicarás cuando te gradúes?
– Me uniré a Fletcher para estudiar derecho. Es probable que no me resulte algo sencillo, pero con su hijo para que me saque adelante durante el día y Joanna por la noche, quizá lo consiga. Seguramente están muy orgullosos de él.
– Magna cum laude y representante del claustro de estudiantes -manifestó Robert-. Claro que lo estamos. -Levantó la copa vacía para que el camarero la volviera a llenar.
– Estás borracho -le reprochó Ruth, divertida.
– Como siempre, querida, tienes toda la razón, pero eso no impedirá que me sienta tremendamente orgulloso de mi único hijo.
– Pues nunca hubiese llegado a representante estudiantil sin la colaboración de Jimmy -afirmó Ruth rotundamente.
– Es muy amable de su parte decirlo, señora Davenport, pero no olvide que Fletcher obtuvo una victoria aplastante.
– Así es, pero solo después de que tú convencieras a Tom… como se llame, que debía retirarse y respaldar a Fletcher.
– Quizá fue una ayuda. Así y todo, Fletcher fue quien propuso los cambios que afectarán a las futuras generaciones de estudiantes de Yale -dijo Jimmy. Annie se reunió con ellos-. Hola, hermanita.
– Cuando sea presidenta de la General Motors, ¿continuarás llamándome de esa manera tan absurda?
– Claro que sí, y lo que es más, nunca volveré a conducir un Cadillac.
Annie estaba a punto de golpearlo, cuando el jefe de comedor les anunció que había llegado el momento de cortar la tarta.
Ruth cogió a su nuera por el talle.
– No hagas el más mínimo caso de tu hermano -le dijo-, porque en cuanto acabes la carrera, le habrás puesto en su lugar.
– No tengo nada que demostrarle a mi hermano -replicó Annie-. Es su hijo quien siempre ha marcado el paso.
– Creo que también podrás ganarle a él -afirmó Ruth.
– No estoy muy segura de querer hacerlo -opinó Annie-. Dice que quiere dedicarse a la política en cuanto sea abogado.
– Eso no tendría que impedirte acabar tus estudios universitarios.
– No, pero tampoco soy tan orgullosa como para no hacer los sacrificios que sean si con ello le ayudo a realizar sus ambiciones.
– Tienes todo el derecho a tener tu propia profesión -proclamó Ruth.
– ¿Por qué? ¿Porque de pronto se ha puesto de moda? Quizá no soy como Joanna -señaló la joven mientras miraba a su cuñada-. Sé lo que quiero, Ruth, y haré todo lo que sea necesario para conseguirlo.
– ¿Qué es lo que deseas? -le preguntó Ruth en voz baja.
– Apoyar al hombre que amo durante el resto de mi vida, criar a sus hijos, disfrutar con sus éxitos, y a la vista de todas las presiones de los setenta, eso puede resultar mucho más duro que obtener un magna cum laude de Vassar -dijo Annie mientras cogía el cuchillo de plata con el mango de marfil-. Sospecho que celebraremos muchas menos bodas de oro en el siglo veintiuno que en este.
– Eres un hombre afortunado, Fletcher -le comentó su madre en el momento que Annie empezaba a cortar la tarta.
– Lo sé incluso desde antes de que le quitaran el aparato de ortodoncia -afirmó Fletcher.
Annie le pasó el cuchillo a Joanna.
– Pide un deseo -le susurró Jimmy.
– Ya lo he hecho, pipiolo -replicó ella-, y lo que es más: se me ha concedido.
– Ah, ¿te refieres al privilegio de casarte conmigo?
– Dios bendito, no, es muchísimo más importante que eso.
– ¿Qué puede haber que sea más importante?
– Vamos a tener un hijo.
Jimmy abrazó a su esposa.
– ¿Cuándo sucedió?
– No sé el momento exacto, pero dejé de tomar la píldora en cuanto me convencí de que te licenciarías.
– Eso es maravilloso. Venga, vamos a compartir la noticia con nuestros invitados.
– Si les dices una sola palabra, te clavaré el cuchillo a ti en lugar de cortar la tarta. Siempre he sabido que sería un error casarme con un pipiolo pelirrojo.
– Estoy seguro de que el bebé será pelirrojo.
– No estés tan seguro, jovenzuelo, porque si se lo dices a alguien, declararé no saber quién es el padre.
– Damas y caballeros -gritó Jimmy, mientras su esposa levantaba el cuchillo-, quiero comunicarles algo. -El silencio se impuso en la sala-. Joanna y yo vamos a tener un bebé.
El silencio se prolongó una fracción de segundo y luego los quinientos invitados comenzaron a aplaudir con entusiasmo.
– Estás muerto, pipiolo -afirmó Joanna y clavó el cuchillo en la tarta.
– Lo supe desde el momento en que te conocí, señora Gates, pero creo que debemos tener por lo menos tres hijos antes de que me mates.
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