– ¿A qué te refieres? -preguntó Jimmy, muy atento.
– Sencillamente a que a la administración le preocupa mucho que los profesores se aprovechen de su posición para ligar con las alumnas.
– ¿Es que no son capaces de entender que lo nuestro es sincero? -replicó Jimmy-. Cualquiera puede ver que adoro a Joanna y que ella corresponde a mis sentimientos.
– Quizá hubiesen hecho la vista gorda en tu caso si ambos hubieseis sido más discretos.
– Creía que tú más que cualquier otro respetaría a Joanna por su decisión de no andar con subterfugios.
– La respeto, pero no les ha dejado a las autoridades otra opción que responder a esa sinceridad, a la vista de las normas universitarias.
– Entonces es necesario que cambien las normas. Joanna cree que, como profesora, no tiene que ocultar sus verdaderos sentimientos. Quiere asegurarse de que la próxima generación nunca tenga que pasar por la misma situación.
– Jimmy, no estoy en desacuerdo contigo y conociendo a Joanna, no dudo que habrá analizado cuidadosamente las normas, y que debe de tener una opinión bien fundada de la importancia de la norma diecisiete b.
– Por supuesto que sí, pero Joanna no quiere que formalicemos nuestras relaciones, solo para que la junta se despreocupe del tema.
– Menuda mujer a la que se te ocurrió decirle que le llevarías los libros.
– No me lo recuerdes -replicó Jimmy-. Aunque no te lo creas, los alumnos la vitorean al principio y al final de cada una de sus clases.
– ¿Cuándo se reúne el comité de ética para tomar la decisión?
– El miércoles a las diez. Los periodistas se lo pasarán en grande. Solo lamento que mi padre tenga que presentarse a la reelección en otoño.
– Yo no me preocuparía por tu padre. Estoy seguro de que encontrará la manera de utilizar todo este asunto en su beneficio.
Nat nunca había imaginado que tendría la ocasión de hablar con su comandante en jefe, y no lo hubiese hecho de no haber sido porque su madre aparcó el coche en la plaza del coronel. En cuanto el padre de Nat vio el cartel con la palabra comandante le aconsejó que diera marcha atrás inmediatamente. Susan realizó la maniobra sin mirar por el espejo retrovisor y colisionó con el jeep del coronel Tremlett, que llegaba en ese momento.
– Oh, Dios -exclamó Nat, que se apeó del coche en el acto.
– Yo no llegaría tan alto -dijo Tremlett-. Me conformo con coronel.
Nat saludó mientras su padre aprovechaba para mirar subrepticiamente las condecoraciones del comandante.
– Tuvimos que servir juntos -comentó al ver una cinta roja y verde entre las medallas. El coronel, que inspeccionaba la abolladura en el parachoques lo miró-. Estuve en Italia con la octogésima -le explicó el padre de Nat.
– Pues espero que maniobrara los Sherman mucho mejor que como conduce un coche -manifestó el coronel. Los dos hombres se estrecharon las manos. Michael no mencionó que era su esposa quien conducía el coche. Tremlett miró a Nat-. Cartwright, ¿no es así?
– Sí, señor -contestó Nat, sorprendido de que el comandante supiera su nombre.
– Su hijo parece estar destinado a ser el primero de su curso cuando acaben la próxima semana -le comentó Tremlett al padre de Nat-. Quizá tenga un destino para él -añadió sin dar más explicaciones-. Preséntese en mi despacho mañana por la mañana a las ocho, Cartwright. -El coronel le sonrió a la madre de Nat y volvió a estrechar la mano de Michael, antes de mirar de nuevo a Nat-. Si cuando me marche esta noche, Cartwright, veo la más mínima marca en el parachoques, ya se puede olvidar de su próximo permiso. -El coronel le dedicó un guiño a la madre de Nat mientras el muchacho le saludaba.
Nat se pasó la tarde de rodillas con un martillo y un bote de pintura caqui.
A la mañana siguiente, Nat se presentó en el despacho del coronel a las ocho menos cuarto y se sorprendió cuando le hicieron pasar inmediatamente a su presencia. El comandante le señaló una silla delante de su mesa escritorio.
– Así que se presentó voluntario y le aceptaron, Nat -fueron las primeras palabras del coronel cuando echó una ojeada a su expediente-. ¿Qué ha pensado para el futuro?
Nat miró al coronel Tremlett, un hombre con cinco hileras de condecoraciones en la pechera. Había estado en Italia y Corea y hacía poco que había regresado de una temporada de servicio en Vietnam. Le habían puesto el apodo de Terrier, porque le gustaba tanto acercarse al enemigo que hubiese podido morderle los tobillos. El joven respondió a la pregunta en el acto.
– Espero estar entre aquellos destinados a Vietnam, señor.
– No es necesario que sirva en el sector asiático -dijo el comandante-. Ya ha demostrado su valía y hay otros destinos que le puedo recomendar, desde Berlín a Washington, de forma tal que cuando finalice los dos años de servicio pueda regresar a la universidad.
– Eso echaría por tierra el propósito, ¿no es así, señor?
– Algo que casi nunca se hace es enviar a un oficial que no sea de carrera a Vietnam -manifestó el coronel-, sobre todo a alguien con sus méritos.
– Entonces quizá haya llegado el momento de cambiar la costumbre. Después de todo, usted mismo no ha dejado de repetirnos que esa es la base del liderazgo.
– ¿Cuál sería su respuesta si le pidiera que completase su período de servicio como oficial de mi plana mayor? Así podría ayudarme en la academia con los nuevos alumnos.
– ¿Para que ellos sí vayan a Vietnam a que los maten? -Nat miró a su comandante en jefe y en el acto lamentó haberse pasado de la raya.
– ¿Sabe quién fue la última persona que se sentó en esa misma silla y me dijo que estaba absolutamente decidido a ir a Vietnam y que nada que yo pudiera decir le haría cambiar de opinión?
– No, señor.
– Mi hijo, Daniel -dijo Tremlett-, y en aquella ocasión no tuve otro remedio que aceptarlo. -El coronel guardó silencio y miró la foto que tenía en la mesa que Nat no podía ver-. Sobrevivió once días.
profesora seduce al hijo de un senador, proclamaba el titular de primera plana del New Haven Register.
– Eso es una condenada mentira -afirmó Jimmy.
– ¿A qué te refieres? -preguntó Fletcher.
– Fui yo quien la sedujo a ella.
Fletcher se echó a reír y luego continuó con la lectura de la noticia:
Joanna Palmer, profesora de historia europea en Yale, ha visto rescindido su contrato por decisión del comité de ética de la universidad, después de que la profesora admitiera que mantenía una relación sentimental con James Gates, uno de sus alumnos del primer curso durante los últimos seis meses. El señor Gates es hijo del senador Gates. Anoche, desde su casa en East Hartford…
– ¿Cómo se lo ha tomado tu padre?
– Me dijo que ganará las elecciones de calle. Los grupos proderechos femeninos respaldan a Joanna y todos los hombres creen que soy el tío con más suerte desde Dustin Hoffman en El graduado. Papá también cree que al comité no le quedará otra opción que rectificar la decisión mucho antes de que acabe el curso.
– ¿Qué pasará si no lo hacen? -preguntó Fletcher-. ¿Qué posibilidades tiene Joanna de que le ofrezcan otro empleo?
– Ese es el menor de sus problemas, porque el teléfono no ha dejado de sonar desde que el comité anunció su decisión. Tanto Radcliffe, donde se licenció, como Columbia, donde hizo la tesis doctoral, le han ofrecido un empleo, y eso antes de que la encuesta de opinión realizada por Today Show mostrara que el ochenta y dos por ciento de los telespectadores creían que debían rectificar.
– ¿Qué se propone hacer ahora?
– Apelará y me juego lo que quieras a que el comité no podrá pasar por alto la opinión pública.
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