– ¿Por qué?
– Porque el sábado por la tarde jugamos contra Kent. Si Steve Rodgers marca el touchdown ganador, ya podemos despedirnos de cualquier posibilidad de que llegues a representante estudiantil. Es una pena que el partido se juegue en casa. Si hubieses nacido un año antes o después, no hubiese importado y el efecto hubiese sido mínimo. Pero tal como están las cosas, todos los votantes estarán en el estadio para presenciar el encuentro, así que reza para que perdamos, o al menos para que Rodgers tenga un mal día.
A las dos de la tarde del sábado, Fletcher estaba sentado en las gradas, dispuesto a presenciar los cuatro cuartos que serían los más largos de su vida. Pero ni siquiera él podía haber adivinado las consecuencias.
– Maldita sea, ¿cómo lo ha conseguido? -se quejó Nat.
– Diría que con sobornos y amenazas -contestó Tom-. Elliot siempre ha sido un jugador mediocre, sin méritos para formar parte del equipo de la escuela.
– ¿Crees que se arriesgarán a que juegue?
– ¿Por qué no? St. George a menudo deja que los jugadores más flojos jueguen unos minutos si están seguros de que no afectará al resultado. Luego Elliot se pasará el resto del partido corriendo por las bandas, muy ocupado en saludar a los votantes, mientras que nosotros no podremos hacer otra cosa que mirarlo desde las gradas.
– Entonces tendremos que asegurarnos de que todos nuestros colaboradores estén en sus puestos fuera del estadio unos minutos antes de que acabe el partido, así como no permitir que nadie vea nuestras pancartas hasta el sábado por la tarde. De esa manera, Elliot no tendrá tiempo para preparar las suyas.
– Aprendes deprisa -se admiró Tom.
– Cuando Elliot es tu oponente, no puedes hacer otra cosa.
– No estoy muy seguro de cómo afectará a las votaciones -señaló Jimmy mientras ambos corrían hacia la salida para unirse al resto del equipo-. Al menos Steve Rodgers no podrá estrechar las manos de todos cuando salgan del estadio.
– Me pregunto cuánto tiempo tendrá que estar en el hospital.
– Tres días es todo lo que necesitamos -contestó Jimmy.
Su amigo se echó a reír.
Fletcher no disimuló su satisfacción al ver que su equipo ya estaba bien situado cuando se unió a ellos y varios chicos se acercaron para decirle que votarían por él, aunque así y todo las cosas estaban muy equilibradas. No se apartó de la salida principal, atento a estrechar las manos de todos los chicos de entre catorce y diecinueve años, incluidos, sospechó, algunos partidarios del equipo visitante. Fletcher y Jimmy no se marcharon hasta estar absolutamente seguros de que en el estadio no quedaba nadie más que el personal de mantenimiento.
Mientras caminaban de regreso a sus habitaciones, Jimmy reconoció que nadie podía haber previsto un empate, o que Rodgers estaría camino del hospital antes de que acabara el primer cuarto del partido.
– Si las elecciones se celebraran esta noche ganaría por solidaridad. Si nadie le vuelve a ver antes de las nueve de la mañana del martes, entonces serás el representante estudiantil.
– ¿La capacidad para hacer bien el trabajo no entra en la ecuación?
– Por supuesto que no, idiota. Esto es política.
Las pancartas se veían por todas partes cuando Nat llegó al estadio y los partidarios de Elliot no pudieron hacer otra cosa que acusarlos de juego sucio. Nat y Tom no disimularon las sonrisas mientras se sentaban en las gradas. Las sonrisas se hicieron más grandes cuando St. George marcó en los minutos iniciales del primer cuarto. Nat no quería que Taft perdiera, pero ningún entrenador podía arriesgarse a poner a Elliot en el campo mientras el equipo rival los aventajara; por tanto no hubo cambios hasta que se jugó el último cuarto.
Nat estrechó las manos de todos a la salida del estadio, pero tenía claro que la victoria de Taft sobre St. George en los últimos minutos no favorecía su causa, a pesar de que Elliot había tenido que conformarse con correr por las bandas hasta que los últimos espectadores abandonaron las gradas.
– No te quejes y da gracias de que no lo hicieran entrar en el campo -le recomendó Tom.
El domingo por la mañana, Fletcher fue el alumno encargado de leer el pasaje de la Biblia en la capilla, cosa que dejó sobradamente claro quién era el favorito del director. Al mediodía, él y Jimmy visitaron los alojamientos para preguntar a los estudiantes qué opinaban de la comida. «Es algo infalible para ganar votos -les había asegurado el senador-, incluso si no haces nada al respecto.» Aquella noche, cuando se metieron en la cama, estaban agotados. Jimmy puso el despertador a las cinco y media. Fletcher gimió lastimeramente.
– Una jugada maestra -afirmó Jimmy a la mañana siguiente mientras esperaban que los chicos salieran del salón para ir a las aulas.
– Brillante -admitió Fletcher.
– Eso parece. No es que me queje, porque te hubiese recomendado que hicieras lo mismo, dadas las circunstancias.
Los dos muchachos miraron a Steve Rodgers, que se apoyaba en las muletas, mientras los chicos firmaban sus autógrafos en la pierna enyesada.
– Una jugada maestra -repitió Jimmy-. Da un nuevo sentido al voto solidario. Quizá tendríamos que preguntar: ¿Queréis a un minusválido como representante?
– Uno de los más grandes presidentes en la historia de este país era un minusválido -le recordó Fletcher a su director de campaña.
– Entonces solo nos queda una cosa por hacer. Tendrás que pasar las próximas veinticuatro horas en una silla de ruedas.
Durante el fin de semana, los colaboradores de Nat intentaron transmitir una impresión de absoluta confianza, aunque eran conscientes de que las elecciones serían muy reñidas. Ninguno de los candidatos dejó de sonreír hasta el lunes por la tarde, cuando la campana de la escuela tocó las seis.
– Volvamos a mi habitación -propuso Tom-. Contaremos historias de la muerte de los reyes.
– Historias tristes -opinó Nat.
Todo el equipo se apretujó en la pequeña habitación de Tom; se entretuvieron con el relato de las anécdotas vividas durante la campaña y riéndose de chistes que no eran divertidos, mientras esperaban impacientes conocer los resultados. Una sonora llamada a la puerta interrumpió el bullicio.
– Adelante -dijo Tom.
Todos se pusieron de pie al ver quién era la persona que había llamado.
– Buenas tardes, señor Anderson -saludó Nat.
– Buenas tardes, Cartwright -respondió el jefe de estudios-. Como presidente de la junta electoral en las elecciones para elegir al representante de los estudiantes, debo informarte que debido a la igualdad en el resultado, dispondré un segundo recuento. Por consiguiente, el acto de proclamación de los resultados queda postergado hasta las ocho.
– Muchas gracias, señor Anderson -fue todo lo que Nat pudo decir.
El salón de actos estaba lleno cuando el reloj marcó las ocho. Todos los chicos se levantaron cuando el jefe de estudios entró en la sala. Nat intentó adivinar cuál sería el resultado por la expresión de su rostro, pero hasta los japoneses se hubieran mostrado complacidos con la inescrutabilidad del señor Anderson.
El jefe de estudios se situó en el centro del escenario y les indicó con un gesto que podían sentarse. Había un silencio poco habitual en el salón de actos.
– Debo deciros -comenzó el jefe de estudios- que estas han sido las elecciones más reñidas en los setenta y cinco años de historia de la escuela. -Nat advirtió que le sudaban las palmas de las manos, a pesar de sus esfuerzos por mantener la calma-. El resultado de las elecciones para representante del claustro de estudiantes es el siguiente: Nat Cartwright, ciento setenta y ocho votos. Ralph Elliot, ciento ochenta y uno.
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