Así que Nat también movió la mano pero se detuvo al llegar al borde de la falda. Tricia no se detuvo hasta llegar a la entrepierna.
– Tendrás que subir un poco más si quieres alcanzarme -afirmó Tricia y le desabrochó el botón de la cintura-. Por debajo de la falda, no por encima -añadió, sin el menor rubor.
Nat deslizó la mano por debajo de la falda y ella continuó desabrochándole los botones de la bragueta. Titubeó una vez más cuando llegó a las bragas. No recordaba que la revista Teen explicara cosa alguna sobre lo que debía hacer a continuación.
– Esta es la sala del Senado -le dijo Annie mientras miraban desde la galería el semicírculo de escaños azules.
– Es muy impresionante -opinó Fletcher.
– Papá dice que acabarás aquí algún día, o quizá incluso llegues más alto. -Fletcher no le contestó, porque no tenía idea de las pruebas que debía aprobar para convertirse en un político-. Le escuché decirle a mi madre que nunca había conocido a un chico más brillante.
– Bueno, ya sabes lo que dicen de los políticos -replicó Fletcher.
– Sí, lo sé, pero siempre sé cuándo papá no lo dice de verdad porque sonríe al mismo tiempo; esta vez no sonrió.
– ¿Dónde se sienta tu padre? -le preguntó Fletcher, en un intento por cambiar de tema.
– Como jefe de la mayoría se sienta en el tercer escaño por la izquierda en la primera fila. -Annie le señaló el asiento-. No te diré mucho más porque sé que él quiere enseñarte todo el Capitolio. -Le tocó la mano.
– Lo siento -se disculpó Fletcher, que apartó rápidamente la mano, convencido de que había sido un accidente.
– No seas tonto -dijo Annie. Le cogió la mano y esta vez no la soltó.
– ¿No crees que deberíamos volver a la fiesta? -preguntó Fletcher-. De lo contrario comenzarán a preguntarse dónde nos hemos metido.
– Supongo que sí -asintió Annie, pero no se movió-. Fletcher, ¿alguna vez has besado a una chica? -le preguntó en voz baja.
– No, nunca -confesó él, ruborizado hasta las cejas.
– ¿Quieres hacerlo?
– Sí, me gustaría.
– ¿Quieres besarme?
Fletcher asintió. Vio cómo Annie cerraba los ojos y le ofrecía los labios. Él comprobó que todas las puertas estuviesen cerradas, antes de inclinarse y besarla suavemente en la boca. Cuando él se apartó, Annie abrió los ojos.
– ¿Sabes qué es el beso francés? -preguntó.
– No, no lo sé -contestó Fletcher.
– Yo tampoco -reconoció Annie-. Si lo averiguas, ¿me lo dirás?
– Sí, lo haré.
– ¿Te presentarás para representante de los estudiantes? -preguntó Jimmy.
– Aún no lo he decidido -le respondió Fletcher.
– Todos esperan que lo hagas.
– Ese es uno de los problemas.
– Mi padre quiere que te presentes.
– Pues mi madre no -dijo Fletcher.
– ¿Por qué no? -preguntó Jimmy.
– Cree que debo dedicar mi último curso a asegurarme de que conseguiré una plaza en Yale.
– Si te nombran representante de los estudiantes, será un punto más a tu favor en la solicitud de ingreso. Soy yo quien lo tendrá muy difícil.
– Estoy seguro de que tu padre tiene varios contactos a quienes llamar si es necesario -comentó Fletcher con una sonrisa.
– ¿Qué opina Annie al respecto? -quiso saber Jimmy, sin hacer caso del comentario.
– Está totalmente dispuesta a aceptar lo que yo decida.
– Entonces quizá me corresponde a mí ser quien incline la balanza.
– ¿Qué se te ha ocurrido?
– Si esperas ganar, tendrás que nombrarme director de tu campaña.
– Eso desde luego serviría para hundirme -manifestó Fletcher. Jimmy cogió uno de los cojines del sofá y se lo arrojó a su compañero-. La verdad es que si quieres garantizar mi victoria -continuó Fletcher, que atrapó el cojín al vuelo-, tendrías que ofrecer tus servicios como director de campaña a mi mayor rival.
Las pullas se interrumpieron cuando el padre de Jimmy entró en la habitación.
– Fletcher, ¿podrías concederme unos minutos?
– Por supuesto, señor.
– Quizá podríamos tener una charla en mi despacho.
Fletcher se levantó en el acto y siguió al senador. Antes de salir miró a Jimmy, pero su amigo se limitó a encogerse de hombros. Se preguntó si habría hecho algo mal.
– Siéntate -le dijo Harry Gates al tiempo que se sentaba al otro lado de la mesa. Guardó silencio durante unos segundos y luego añadió-: Fletcher, necesito un favor.
– Lo que usted quiera, señor. Nunca podré pagarle todo lo que ha hecho por mí.
– Has cumplido más que sobradamente con nuestro acuerdo -señaló el senador-. Durante los últimos tres años, Jimmy ha conseguido mantenerse por encima de la media; nunca lo hubiese hecho de no haber sido por tu apoyo.
– Es muy amable de su parte, pero…
– No es más que la verdad. Ahora lo único que quiero para el chico es asegurarme de que tenga posibilidades de que lo admitan en Yale.
– ¿Cómo puedo ayudarle si ni siquiera yo tengo una plaza segura?
El senador no hizo caso del comentario.
– Trapicheos políticos, muchacho.
– Creo que no le entiendo, señor.
– Si te nombran representante de los estudiantes, como estoy seguro que pasará, lo primero que deberás hacer es designar a un delegado. -Fletcher asintió-. Eso bastaría para inclinar la balanza a favor de Jimmy cuando la oficina de admisiones de Yale decida quiénes ocuparán las últimas plazas.
– Creo que también acaba de inclinar la balanza para mí, señor.
– Gracias, Fletcher, te lo agradezco, pero por favor no le digas nada a Jimmy de esta conversación.
Lo primero que hizo Fletcher al levantarse a la mañana siguiente fue ir a la habitación contigua y sentarse a los pies de la cama de Jimmy.
– Tendrás que tener un muy buen motivo para venir a despertarme -le amenazó Jimmy-, porque estaba soñando con Daisy Hollingsworth.
– Sigue soñando, chico. Medio equipo de fútbol está enamorado de ella.
– Si es así, ¿por qué me has despertado?
– He decidido presentarme para el cargo de representante estudiantil y no me conviene un director de campaña que se pase toda la mañana en la cama.
– ¿Es por algo que te dijo mi padre?
– Indirectamente. -Fletcher se calló un momento-. ¿Quién crees tú que será mi principal contrincante?
– Steve Rodgers -contestó Jimmy sin vacilar.
– ¿Por qué Steve?
– Porque está en el equipo y es un tipo divertido, así que intentarán presentarlo como el chico popular enfrentado al austero académico. Ya sabes, Kennedy contra Stevenson.
– No tenía idea de que conocieras el significado de la palabra austero.
– Basta de bromas, Fletcher -dijo Jimmy y se levantó de la cama-. Si quieres ganarle a Rodgers, tendrás que estar preparado para todo lo que te echen y más. Creo que debemos comenzar por tener un desayuno de trabajo con papá; siempre tiene desayunos de trabajo antes del comienzo de una campaña.
– ¿Hay alguien que pueda querer enfrentarse a ti? -preguntó Diane Coulter.
– Nadie a quien no pueda derrotar.
– ¿Qué me dices de Nat Cartwright?
– No podrá ganarme mientras se sepa que es el favorito del director y que si lo eligen no hará otra cosa que seguir sus órdenes; al menos, eso es lo que mis partidarios le están diciendo a todo el mundo.
– No nos olvidemos de la manera que trató a mi hermana.
– Creía que habías sido tú quien le dio puerta. Ni siquiera sabía que conocía a Tricia.
– No la conocía, pero eso no le impidió intentar propasarse con ella cuando fue a casa para verme.
Читать дальше