– ¿Alguien más está enterado de esto?
– Sí, mi hermano Dan. Lo pilló en la cocina con la mano debajo de su falda. Mi hermana se quejó amargamente de que no había podido impedírselo.
– ¿Se quejó? -El joven guardó silencio unos instantes-. ¿Crees que tu hermano estaría dispuesto a respaldarme en las elecciones para representante estudiantil?
– Sí, aunque no creo que pueda hacer gran cosa mientras esté en Princeton.
– Oh, sí que puede -afirmó Elliot-. Para empezar…
– ¿Quién es mi principal contrincante? -preguntó Nat.
– Ralph Elliot, ¿quién si no? -respondió Tom-. Ha estado trabajando en su campaña desde que comenzó el último semestre.
– Eso va contra las reglas.
– No creo que Elliot se haya preocupado mucho nunca de las reglas. Además, y como sabe que tú eres mucho más popular que él, nos podemos esperar una campaña muy sucia.
– Pues yo no pienso seguir ese camino…
– Por tanto, seguiremos el camino Kennedy.
– ¿A qué te refieres?
– Tendrás que abrir tu campaña desafiando a Elliot a un debate.
– No lo aceptará.
– Entonces, ganarás pase lo que pase. Si acepta, lo dejarás como un felpudo. Si no lo hace, diremos que se ha acobardado.
– ¿Cómo plantearías tú el desafío?
– Envíale una carta, ya me encargaré yo de colgar una copia en el tablón de anuncios.
– No puedes poner nada en el tablón sin el permiso del director.
– Para cuando la quiten, la mayoría de la gente la habrá leído; aquellos que no lleguen a tiempo, querrán saber qué decía.
– Para entonces ya me habrán descalificado.
– No mientras el director crea que Elliot puede ganar.
– Perdí mi primera campaña -comentó el senador Gates después de escuchar las noticias de Fletcher-, así que nos aseguraremos de que no cometerás los mismos errores. Para empezar, ¿quién es tu director de campaña?
– Jimmy, por supuesto.
– Nunca «por supuesto»; solo elige a alguien que estés convencido de que es capaz de hacer el trabajo, aunque no seáis íntimos amigos.
– Estoy absolutamente convencido de que puede hacer el trabajo -afirmó Fletcher.
– Muy bien. Ahora, Jimmy, no le serás de ninguna utilidad al candidato -era la primera vez que Fletcher se veía a sí mismo de esa manera- a menos que siempre seas claro y sincero con Fletcher, por muy desagradable que pueda resultar. -Jimmy asintió-. ¿Cuál de tus rivales es el más importante?
– Steve Rodgers.
– ¿Qué sabemos del muchacho?
– Es un buen tipo, pero sin mucha cosa entre las orejas -le informó Jimmy.
– Excepto un rostro apuesto -intervino Fletcher.
– Y varios touchdowns en la última temporada, si la memoria no me falla -añadió el senador-. Ahora que ya sabemos quién es el enemigo, comenzaremos a trabajar con los amigos. Primero, debes escoger un círculo íntimo, digamos seis, ocho como mucho. Solo necesitan tener dos cualidades: energía y lealtad; si además tienen cerebro, mejor que mejor. ¿Cuánto dura la campaña?
– Poco más de una semana. La escuela abre a las nueve de la mañana del lunes y la votación tiene lugar la mañana del martes de la semana siguiente.
– No pienses en semanas -le indicó el senador-, piensa en horas. Dispones de ciento noventa y dos, y todas y cada una de ellas cuentan.
Jimmy comenzó a tomar notas.
– ¿Quiénes tienen derecho a voto? -fue la siguiente pregunta del senador.
– Todos los alumnos.
– Entonces asegúrate de pasar el mismo tiempo con los chicos de los primeros cursos que con los de los cursos superiores. Se sentirán halagados si ven que demuestras un gran interés por ellos. Jimmy, consigue una lista de votantes actualizada, así tendrás la certeza de que podrás ponerte en contacto con todos ellos antes del día de las elecciones. Hay una cosa que debes tener muy presente: los chicos nuevos votarán por la última persona que haya hablado con ellos.
– Hay un total de trescientos ochenta alumnos -dijo Jimmy. Desplegó una hoja de papel de gran tamaño en el suelo-. He marcado en rojo a todos los que ya conocemos, a todos los que creo que votarán a Fletcher en azul, a los chicos nuevos en amarillo y el resto está en blanco.
– Si tienes cualquier duda -le recomendó el senador-, déjalos en blanco, y no te olvides de los hermanos menores.
– ¿Los hermanos menores? -preguntó Fletcher.
– Están marcados en verde -respondió Jimmy-. Uno de los hermanos menores de nuestros partidarios que esté en los primeros cursos será designado como delegado. Su único trabajo consistirá en reunir las firmas de apoyo en su clase y después informar a sus hermanos.
Fletcher lo miró con franca admiración.
– No sé si no tendrías que presentarte tú como candidato a representante estudiantil -dijo-. Es algo que se te da muy bien.
– No, lo que se me da bien es ser director de campaña. Eres tú quien debe ser representante.
El senador, aunque estaba de acuerdo con la opinión de su hijo, se cuidó mucho de decir palabra.
Eran las seis y media de la mañana del primer día del semestre y Nat y Tom ya se encontraban en el aparcamiento desierto. El primer coche en aparecer fue el del director.
– Buenos días, Cartwright -tronó, mientras se bajaba del coche-. Por su exceso de entusiasmo a esta temprana hora, ¿debo deducir que se presentará para representante estudiantil?
– Sí, señor.
– Excelente; y ¿quién es su principal contrincante?
– Ralph Elliot.
El director frunció el entrecejo.
– Entonces será una competición muy dura, porque Elliot no es de los que se rinden fácilmente.
– Es verdad -admitió Tom, mientras el director se marchaba a su despacho y los dejaba para que recibieran al segundo coche.
El ocupante resultó ser un chico nuevo, que echó a correr aterrorizado cuando Nat se le acercó; peor todavía, el tercero lo ocupaban partidarios de Elliot, que rápidamente se dispersaron por todo el aparcamiento, en una maniobra que evidentemente habían planificado.
– Maldita sea -exclamó Tom-, nuestra primera reunión del equipo será durante el recreo de las diez. Es obvio que Elliot ha preparado a su equipo durante las vacaciones.
– No te preocupes -le dijo Nat-. Coge a los nuestros en cuanto bajen de los coches y ponlos a trabajar inmediatamente.
Para el momento en que el último coche descargó a sus ocupantes, Nat ya había respondido a casi un centenar de preguntas y estrechado las manos de más de trescientos chicos, pero solo un hecho estaba claro: Elliot no tenía el menor reparo en prometer cualquier cosa a cambio de su voto.
– ¿No tendríamos que informarles a todos de la clase de sabandija que es Elliot?
– ¿Qué se te ha ocurrido? -le preguntó Nat.
– Cómo amenaza a los chicos nuevos para quedarse con su dinero.
– Nunca se ha podido demostrar.
– Pero hay un millón de denuncias.
– Si hay tantas, entonces sabrán dónde tienen que poner la cruz en la papeleta, ¿no te parece? En cualquier caso, no quiero llevar la campaña por esos derroteros. Prefiero creer que los votantes son capaces de decidir por su cuenta cuál de nosotros merece su confianza.
– No deja de ser una idea original -opinó Tom.
– Al menos el director ha dejado claro que no quiere a Elliot como representante estudiantil -comentó Nat.
– No me parece conveniente que se lo digamos a nadie -replicó Tom-. Podría darle unos cuantos votos más a Elliot.
– ¿Cómo crees que va la campaña? -preguntó Fletcher mientras caminaban alrededor del lago.
– No está muy claro -le respondió Jimmy-. Hay muchos de los cursos superiores que les están diciendo a los dos bandos que apoyarán a su candidato, sencillamente porque quieren aparecer respaldando al vencedor. Tienes que dar gracias de que las elecciones no tengan lugar el sábado por la tarde -añadió.
Читать дальше