– Es una foto mía sentada en el vestíbulo vestida con la bata.
– Lo es, pero ¿qué lleva en la muñeca izquierda y alrededor del cuello? -preguntó Fletcher, antes de volverse hacia el jurado, cuyos miembros observaban en esos momentos la fotografía atentamente.
El rostro de Rebecca se quedó sin sangre.
– Creo que lleva usted su reloj de pulsera y el collar de perlas -prosiguió Fletcher como respuesta a su propia pregunta-. ¿Lo recuerda? -Guardó silencio unos instantes-. ¿Los objetos que siempre guarda en la caja de caudales antes de irse a la cama porque se han cometido muchos robos en aquella zona en los últimos meses? -El abogado se volvió para mirar al jefe Culver y al inspector Petrowski, que estaban sentados en la primera fila-. Como el inspector Petrowski nos recordó a todos, son los pequeños errores los que siempre desenmascaran al aficionado. -Entonces se giró para mirar directamente a Rebecca antes de añadir-: Quizá se olvidó de quitarse el reloj y el collar, pero puedo decirle que hay algo que no olvidó quitarse: su vestido. -Fletcher apoyó las manos en la barandilla del estrado de los jurados antes de manifestar con voz pausada y sin expresión-: Porque no se lo quitó hasta después de haber matado a su marido.
Fueron muchos los espectadores que se levantaron a la vez y el juez comenzó a dar golpes con el mazo hasta conseguir que se restaurara el orden.
– Protesto -gritó el fiscal-. ¿Cómo puede la presencia del reloj de pulsera demostrar que la señora Elliot asesinó a su marido?
– Estoy de acuerdo con usted, señor Ebden -manifestó el juez, que a continuación miró a Fletcher y añadió-: Es una deducción un tanto fantástica, abogado.
– Será un placer para mí explicárselo punto por punto al señor fiscal, señoría. -El juez asintió-. Cuando el señor Cartwright llegó a la casa, oyó la discusión que mantenían el señor y la señora Elliot y, después de llamar, fue el señor Elliot quien le abrió, mientras que la señora Elliot desaparecía de la vista. Estoy dispuesto a aceptar que ella corrió escaleras arriba para así poder escuchar lo que se decía sin ser observada, pero en el momento que se efectuó el primer disparo, bajó al pasillo y oyó la violenta discusión entre su marido y mi cliente. Tres o cuatro minutos más tarde, el señor Cartwright salió tranquilamente del despacho y pasó junto a la señora Elliot en el pasillo, antes de abrir la puerta principal. Volvió la cabeza para mirar a la señora Elliot, cosa que explica que más tarde pudiera decir, en respuesta a las preguntas de la policía, que llevaba un vestido azul escotado y un collar de perlas alrededor del cuello. Si los miembros del jurado observan la fotografía de la señora Elliot, y yo no estoy equivocado, verán que lleva el mismo collar de perlas que luce ahora. -Rebecca acercó una mano al collar en un movimiento involuntario mientras Fletcher añadía-: No tenemos por qué basarnos exclusivamente en las palabras de mi cliente, cuando disponemos de su propia declaración, señora Elliot. -Buscó la página correspondiente y leyó-: «Lo primero que vi fue a mi marido tumbado en el rincón más alejado, con un hilo de sangre que le resbalaba de la boca, así que sin perder ni un segundo cogí el teléfono y llamé al jefe Culver a su casa».
– Sí, eso fue exactamente lo que hice -gritó Rebecca.
Fletcher esperó unos segundos antes de volverse hacia el jurado.
– Si yo me encuentro a mi esposa tumbada en un rincón, con un hilo de sangre que le resbala de la boca, lo primero que haría sería comprobar si todavía está viva y si lo está, llamaría a una ambulancia. A usted no se le ocurrió en ningún momento llamar a una ambulancia, señora Elliot. ¿Por qué? Porque ya sabía que su marido estaba muerto.
Una vez más, se oyó en la sala un coro de voces y los reporteros que no eran lo bastante mayores como para saber taquigrafía tuvieron que emplearse a fondo para registrar todas y cada una de las palabras.
– Señora Elliot -continuó Fletcher, cuando el juez impuso orden en la sala-, permítame que repita las palabras que dijo hace solo unos momentos en respuesta a una de las preguntas del fiscal. -Se acercó a la mesa, cogió una de las libretas y comenzó a leer-: «De pronto sentí mucho frío y ganas de vomitar; por un momento, creí que iba a perder el conocimiento. Salí a duras penas del despacho y me desplomé en el pasillo». -Fletcher arrojó la libreta sobre la mesa, miró a la viuda y añadió-: Aún no se había molestado en comprobar si su marido continuaba con vida, pero no necesitaba hacerlo porque ya sabía que estaba muerto; después de todo, era usted quien lo había matado.
– Si es así, ¿por qué no encontraron residuos de pólvora en mi bata? -gritó Rebecca para hacerse oír por encima de los golpes que daba el juez con el mazo.
– Porque cuando usted le disparó a su marido, señora Elliot, no llevaba puesta la bata sino el mismo vestido azul que había llevado en la recepción. Hasta después de matar a Ralph no corrió escaleras arriba para quitarse el vestido y ponerse el camisón y la bata. Desafortunadamente para usted, el inspector Petrowski puso en marcha la sirena de su coche, se saltó los límites de velocidad y consiguió aparecer en la casa seis minutos más tarde; ese fue el motivo por el que corrió escaleras abajo, sin recordar que debía quitarse el reloj y el collar. Para colmo y más condenatorio todavía, no tuvo tiempo para cerrar la puerta principal. Si, como usted afirma, el señor Cartwright mató a su marido y huyó después de la casa, lo primero que debía haber hecho usted era cerrarla para que no tuviera la oportunidad de hacerle ningún daño. Pero el inspector Petrowski, concienzudo como es, llegó antes de lo que usted esperaba, e incluso comentó su sorpresa al encontrarse con la puerta abierta. Los aficionados se asustan y es entonces cuando cometen errores tontos -repitió en voz muy baja-. Pero la verdad es que en cuanto el señor Cartwright pasó por su lado en el pasillo, usted corrió al despacho, cogió el arma y se dio cuenta de que tenía la oportunidad perfecta para librarse de su marido, al que despreciaba desde hacía años. El disparo que el señor Cartwright escuchó cuando ya estaba en el coche y se alejaba fue efectivamente el que mató a su marido, pero no fue el señor Cartwright quien apretó el gatillo, sino usted. Lo único que hizo el señor Cartwright fue servirle en bandeja la coartada perfecta y una solución a todos sus problemas. -Fletcher se calló unos instantes y, al tiempo que se apartaba del jurado, puntualizó-: Si tan solo hubiese recordado quitarse el reloj y el collar de perlas antes de bajar las escaleras, cerrar la puerta y luego llamar para que enviaran una ambulancia, en vez de telefonear al jefe de policía, hubiese cometido el crimen perfecto y mi cliente se enfrentaría ahora a la pena de muerte.
– Yo no lo maté.
– Si no lo hizo usted, ¿quién fue? Porque no pudo haber sido el señor Cartwright, dado que él se marchó antes de que se efectuara el segundo disparo. Estoy seguro de que recordará las palabras de mi cliente cuando se presentó el jefe de policía en su casa: «Todavía estaba vivo cuando lo dejé» y, por cierto, el señor Cartwright no tuvo necesidad de quitarse el traje que llevaba cuando estuvo en su casa.
Una vez más, Fletcher se volvió para mirar al jurado, pero en esos momentos todos sus integrantes miraban a la señora Elliot.
La mujer se tapó el rostro con las manos y susurró:
– Es Ralph quien tendría que ser juzgado. Fue responsable de su propia muerte.
Por muchos golpes que descargó el juez Kravats con el mazo, pasaron unos minutos antes de que volviera la calma a la sala. Fletcher esperó pacientemente hasta que se hizo el silencio y luego prosiguió con el interrogatorio.
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