– Sobre todo cuando hemos tenido tiempo de ensayar cada pregunta una y otra vez durante los últimos cinco meses -murmuró Fletcher.
Nat hizo lo imposible por disimular la sonrisa.
– En primer lugar, señora Elliot, ¿cuánto tiempo llevaba casada con su difunto marido?
– Mañana hubiéramos celebrado nuestro decimoséptimo aniversario.
– ¿Qué habían preparado para celebrarlo?
– Habíamos reservado una habitación en el Salisbury Inn, donde habíamos pasado la primera noche de luna de miel, porque sabía que Ralph no podía apartarse de la campaña más que unas pocas horas.
– Algo muy propio del firme compromiso y sentido del deber público del señor Elliot -comentó el fiscal mientras caminaba hacia el jurado-. Le ruego que me perdone, señora Elliot, pero ha llegado el momento de recordar la noche de la trágica muerte de su esposo. -Rebecca inclinó ligeramente la cabeza-. Usted no asistió al debate que ofreció la televisión. ¿Hubo alguna razón particular para que no fuera?
– Sí -respondió Rebecca, de cara al jurado-. Ralph prefería que me quedara en casa cada vez que participaba en un programa de televisión, para que tomara notas de su intervención y así discutirlas más tarde. Consideraba que si yo estaba entre el público en el estudio, podría acabar influida por las opiniones de quienes estaban a mi alrededor, máxime cuando se dieran cuenta de que era la esposa del candidato.
– Un proceder muy adecuado y correcto -señaló el fiscal.
Fletcher escribió una segunda nota en su libreta.
– ¿Hay alguna cosa en particular que recuerde del debate?
– Sí -afirmó Rebecca. Guardó silencio un momento y agachó la cabeza-. Me estremecí cuando el señor Cartwright amenazó a mi marido con aquellas horribles palabras: «Así y todo, acabaré contigo». -Levantó la cabeza lentamente y miró al jurado.
Fletcher escribió otra nota.
– Terminado el debate, ¿su marido regresó a su casa en West Hartford?
– Sí, le había preparado una cena ligera, que tomamos en la cocina, porque algunas veces se olvida de cenar. -Volvió a callarse unos instantes-. Lo siento mucho, aún no me he hecho a la idea; quería decir que se olvidaba de hacer un descanso en su apretada agenda para comer algo.
– ¿Recuerda alguna cosa en particular de aquella última cena?
– Sí. Discutimos mis notas, porque yo tenía una opinión muy firme sobre algunos de los temas planteados en el debate. -Fletcher pasó la página y escribió otra nota-. Fue precisamente durante la cena cuando me enteré de que el señor Cartwright le acusó de haber hecho un montaje con la última pregunta.
– ¿Cómo reaccionó usted a esa acusación?
– Me sentí escandalizada ante el hecho de que alguien creyera que Ralph pudiese apelar al juego sucio. No obstante, estaba absolutamente segura de que el público no se dejaría engañar por las falsas acusaciones del señor Cartwright y que su petulante rabieta solo serviría para consolidar la victoria de mi marido en las elecciones del día siguiente.
– ¿Después de cenar se fueron a la cama?
– No. A Ralph siempre le resultaba difícil conciliar el sueño después de haber participado en un programa de televisión. -La viuda volvió a mirar al jurado-. Me explicó algo referente a la adrenalina que continuaba haciéndole efecto durante varias horas; de todas maneras, él quería dar los últimos retoques a su discurso como candidato electo, así que me fui a acostar, mientras que él entró en su despacho.
Fletcher añadió una nota más.
– ¿Qué hora era?
– Unos minutos antes de la medianoche.
– Después de quedarse dormida, ¿qué es lo siguiente que recuerda?
– Me despertó una detonación; como no estaba muy segura de que hubiese sido real o solo parte de un sueño, encendí la luz y miré la hora en el reloj despertador de mi mesilla de noche. Eran las dos pasadas y recuerdo que me sorprendió que Ralph aún no se hubiera acostado. Entonces me pareció escuchar unas voces, así que me levanté y entreabrí la puerta. En aquel momento oí que alguien le gritaba a Ralph. Me horroricé al darme cuenta de que se trataba de Nat Cartwright. Gritaba a voz en cuello y una vez más amenazaba con matar a mi marido. Salí del dormitorio y caminé de puntillas hasta el rellano. Entonces escuché el segundo disparo. Un momento más tarde, el señor Cartwright salió del despacho, corrió por el pasillo, abrió la puerta principal y desapareció en la oscuridad de la noche.
– ¿Usted lo persiguió?
– No, estaba aterrorizada.
Fletcher escribió otra nota mientras Rebecca continuaba con la declaración:
– Corrí escaleras abajo y fui directamente al despacho de Ralph porque me temía lo peor. Lo primero que vi fue a mi marido tumbado en el rincón más alejado, con un hilo de sangre que le resbalaba de la boca, así que sin perder ni un segundo cogí el teléfono y llamé al jefe Culver a su casa.
Fletcher pasó la hoja y siguió escribiendo a toda velocidad.
– Me dolió tener que despertarlo, pero el jefe Culver manifestó que acudiría enseguida y que no debía tocar nada.
– ¿Qué hizo a continuación?
– De pronto sentí mucho frío y ganas de vomitar; por un momento, creí que iba a perder el conocimiento. Salí a duras penas del despacho y me desplomé en el pasillo. Lo siguiente que recuerdo es una sirena de la policía a lo lejos y un par de minutos después alguien que entró a la carrera por la puerta abierta. El policía se arrodilló a mi lado y dijo que era el inspector Petrowski. Uno de sus agentes me preparó una taza de café. Luego me pidió que le relatara lo ocurrido. Le dije todo lo que recordaba, pero mucho me temo que no fui muy coherente. Recuerdo que le señalé el despacho de Ralph.
– ¿Recuerda usted qué pasó después?
– Sí, unos minutos más tarde escuché otra sirena y entonces llegó el jefe Culver. El señor Culver estuvo mucho tiempo con el inspector Petrowski en el despacho de mi marido. Después se reunió conmigo y me pidió que le repitiera mi relato. Después de eso ya no permaneció en casa mucho más, pero le vi enfrascado en una conversación con el inspector antes de marcharse. Hasta la mañana siguiente no me enteré de que habían detenido al señor Cartwright y le habían acusado de asesinar a mi marido. -Rebecca se echó a llorar como una Magdalena.
– El detalle final en el momento preciso -comentó Fletcher por lo bajo mientras el fiscal sacaba un pañuelo y se lo ofrecía a la aparentemente desconsolada viuda-. Me pregunto cuántas horas habrán dedicado a ensayarlo -añadió con la mirada puesta en el jurado; vio que una de las mujeres de la segunda fila también lloraba.
– Lamento mucho haberle hecho pasar por esta prueba, señora Elliot -se disculpó el fiscal, y después de una pausa teatral dijo-: ¿Quiere que solicite un breve receso para que pueda recuperarse?
Fletcher se ahorró la protesta. Sabía cuál sería la respuesta, a la vista de que no se apartaban ni una letra del guión que habían preparado.
– No, en un momento estaré bien -respondió Rebecca-. Prefiero acabar con esto cuanto antes.
– Sí, por supuesto, señora Elliot. -Ebden miró al juez-. No tengo más preguntas para este testigo, señoría.
– Muchas gracias, señor Ebden -respondió el magistrado-. Su testigo, señor Davenport.
– Muchas gracias, señoría. -Fletcher sacó un cronómetro del bolsillo y lo dejó sobre la mesa. Luego se levantó pausadamente. Notaba las miradas del público como agujas que se clavaban en su nuca. ¿Cómo podía tener el atrevimiento de interrogar a esa indefensa y santa mujer? Se acercó a la tribuna de los testigos y permaneció callado durante unos segundos-. Intentaré no retenerla más tiempo del absolutamente necesario, señora Elliot, a la vista del sufrimiento que acaba de pasar -manifestó con tono compasivo-. No obstante, debo hacerle un par de preguntas, dado que mi cliente se enfrenta a una condena a muerte, basada casi exclusivamente en su testimonio.
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