– ¿Y por qué no lo hacen?
– Porque a la mayoría de los presos que han conseguido ir a parar a una prisión abierta no les interesa escapar.
– ¿Por qué?
– Es lógico. Están llegando al final de su condena y, si les pillan, y nueve de cada diez caen, les envían directamente a una institución cerrada con unos cuantos meses de propina. Así que no vale la pena. Recuerdo a un tipo llamado Dale. Menudo capullo. Solo le quedaban tres semanas de condena y…
– Pete… -dije de nuevo.
– Eres un impaciente, Jeff, como si tuvieras que ir a algún sitio. ¿Por dónde iba?
– En el bloque de rehabilitación solo hay dos oficiales de servicio por la noche -dije después de consultar mis notas.
– Ah, sí. De todos modos, hasta en el bloque de rehabilitación has de presentarte en dirección a las siete de la mañana y a las nueve de la noche. Como ya te he dicho, Pete tenía un trabajo en los almacenes de la cárcel, donde se encargaba de entregar la ropa a los nuevos reclusos y la ropa lavada a los demás una vez a la semana, de modo que los guardias siempre sabían dónde estaba, lo cual también formaba parte del plan de Pete. Pero, si no se hubiera presentado en dirección a las siete de la mañana, y después a las nueve de la noche, le habrían sancionado, con lo cual le habrían enviado de nuevo al bloque norte, tras quitarle todos los privilegios. De modo que Pete siempre estaba presente cuando pasaban lista, su celda siempre estaba limpia como una patena y siempre apagaba la luz mucho antes de las once.
– ¿Formaba parte del plan maestro de Pete?
– Lo pillas rápido -dijo Mick-. Pero Pete se topó con un obstáculo. ¿Se dice así, Jeff? -Asentí con la cabeza, pues no deseaba interrumpirle-. Por la noche un guardia hacía la ronda del bloque a la una, y después volvía a las cuatro de la mañana, para comprobar que todos los reclusos estaban acostados y dormidos. Lo único que ha de hacer el guardia es apartar la cortina de la puerta, mirar a través del cristal y apuntar la linterna a la cama para comprobar que el preso está roncando. ¿Te he contado lo del preso que pillaron en su habitación con una…?
– Pete -dije sin siquiera mirar a Mick.
– Pete se quedaba despierto hasta la una, cuando el primer guardia iba a ver si estaba en su cuarto. El guardia levanta la cortina, apunta la linterna a la cama y desaparece. Entonces Pete se dormía, pero siempre ponía el despertador a las cuatro menos diez. A las cuatro aparece otro guardia para comprobar que aún sigues en la cama. Pete tardó más de un mes en averiguar que había dos guardias, el señor Chambers y el señor Davis, que no se molestaban en hacer la ronda nocturna para comprobar que todo el mundo estaba acostado. Chambers se quedaba dormido y a Davis no había quien lo apartara de la televisión. Después de eso Pete solo tuvo que esperar a que los dos estuvieran de servicio la misma noche.
Cuando solo faltaban seis semanas para que le dejaran en libertad, Pete volvió al bloque de rehabilitación después de trabajar, y se enteró de que Chambers y Davis estaban de servicio aquella noche. Cuando Pete firmó la lista a las nueve, el señor Chambers ya estaba viendo un partido de fútbol en la tele, y el señor Davis, con los pies sobre la mesa, bebía una Coca-Cola y leía las páginas deportivas del Sun. Pete subió a su cuarto, vio la tele hasta poco después de las diez y apagó la luz. Se metió en la cama y se tapó con la manta, pero no se quitó el chándal ni las zapatillas de deporte. Esperó hasta pasados unos minutos de la una, salió de puntillas al pasillo y comprobó que no había nadie. Ni rastro de Chambers o Davis. A continuación fue hasta el extremo del pasillo, abrió la puerta de la salida de incendios y desapareció por la escalera trasera. Dejó una cuña de papel en la puerta y se dispuso a recorrer los doce kilómetros que distaban de Woodbridge.
Nadie sabe cuándo regresó Pete aquella noche, pero se presentó en dirección, como de costumbre, a las siete de la mañana. El señor Chambers marcó su nombre. Cuando Pete miró la tablilla del guardia, observó que las cuatro columnas de la lista (nueve, una, cuatro, siete) estaban marcadas. Desayunó en la cantina antes de ir a trabajar a los almacenes.
– ¿Se salió con la suya?
– No del todo -contestó Mick-.Ya avanzada la mañana, montones de policías invadieron la cárcel, pero solo buscaban a un hombre. Acabaron en los almacenes, detuvieron a Pete y le llevaron a la comisaría de Woodbridge para interrogarle. Le interrogaron durante cuatro horas acerca de la muerte de Brian Powell y Karen Slater, a quienes habían hallado estrangulados en la cama. Corre el rumor de que estaban follando en aquel momento. Pete se mantuvo firme en su argumentación: «No he podido ser yo, tíos. A esa hora estaba encerrado en la cárcel. Pregunten al señor Chambers y al señor Davis, que estaban de servicio anoche». El agente al mando del caso se presentó en el bloque de rehabilitación y miró la lista de las rondas nocturnas. Brian y la fulana habían sido estrangulados entre las tres y las cinco de la madrugada, según el médico de la policía, de modo que, si Chambers había visto a Pete dormido a las cuatro, este no podía estar en Woodbridge a esa hora, ¿verdad? Lógico.
»El Ministerio del Interior ordenó una investigación independiente. Tanto Chambers como Davis confirmaron que habían pasado por la celda de cada preso a la una y a las cuatro, y en ambas ocasiones Pete estaba dormido en su cuarto. Varios presos comparecieron de muy buena gana ante el comité de investigación y declararon que les había despertado la linterna de Chambers y Davis cuando hacían la ronda, lo cual reforzó la defensa de Pete. La investigación llegó a la conclusión de que Pete debía de estar en la cama a la una y a las cuatro de aquella madrugada, de modo que no pudo de ninguna manera cometer los asesinatos.
– Así que se salió con la suya -repetí.
– Depende de lo que entiendas por salirse con la suya -dijo Mick-, porque, si bien la policía no pudo acusar a Pete, el agente a cargo del caso declaró más adelante que habían cerrado la investigación porque no deseaban interrogar a nadie más. Menuda indirecta. Lo ocurrido no era positivo para las perspectivas de ascenso de Chambers y Davis, de modo que se dedicaron a putear a Pete.
– Pero a Pete solo le faltaban seis semanas para salir en libertad -recordé a Mick-, y siempre se portaba como un santo.
– Cierto, pero otro guardia, coleguilla de Davis, denunció a Pete por robar unos vaqueros de los almacenes unos días antes de su excarcelación. Pete acabó en una celda de aislamiento y el director ordenó que le trasladaran a la prisión de Lincoln incluso antes de que sirvieran el té de la noche, con tres meses más de condena.
– ¿Acabó condenado a otros tres meses?
– Eso fue hace seis años -dijo Mick-.Y Pete todavía sigue encerrado en Lincoln.
– ¿Cómo es posible?
– Los guardias le acusan de algo nuevo cada pocas semanas, de manera que le sancionan y el director añade otros tres meses a su sentencia. Apuesto a que Pete pasará el resto de su vida en Lincoln. Menudo abuso.
– Pero ¿cómo consiguen salirse con la suya?
– ¿No has escuchado nada lo que he dicho, Jeff? Si dos carceleros dicen que ha pasado, es que ha pasado -repitió Mick-, y ningún preso dirá lo contrario. ¿Comprendido?
– Comprendido -contesté.
El 12 de septiembre de 2002, la Instrucción de Servicios Penitenciarios número 47/2002 declaraba que la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos en el caso Ezeh y Connors dictaminaba que, cuando un delito era de tal magnitud que se castigaba con días de condena adicionales, se aplicaban las medidas protectoras contenidas en la Convención Europea de Derechos Humanos. Debía celebrarse un juicio presidido por un tribunal independiente e imparcial, y los presos tenían derecho a asistencia legal en dichas vistas.
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